Warren Fahy - Henders

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla.
La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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– Muchos crustáceos marinos se comen sus propias conchas para aprovechar su contenido mineral -aportó Andy.

– De acuerdo, anotado -dijo Otto-. Continuamos la incisión a través del vientre desde las patas similares a las de una mantis religiosa y las patas delanteras. Muy bien, aquí hay un montón de líquido. Al succionarlo observamos una serie compuesta de seis estómagos ramificados llenos de lo que parecen ser trozos de una presa recién ingerida. Cada uno de los estómagos está segmentado por una especie de mecanismo de trituración óseo, como si fuese la molleja de una ave…

– O la moledora gástrica de un crustáceo -dijo Andy.

– … que debe masticar la comida hasta proporcionarle una consistencia más fina mientras atraviesa el tracto digestivo. Cada uno de los estómagos está conectado a una masa glandular…

– Que presenta el aspecto del hepatopáncreas de un crustáceo -añadió Andy.

– …y cada uno está conectado asimismo con su propio y corto intestino -terminó Otto.

– Si cualquiera de sus tractos digestivos resultara dañado, el animal podría cerrarlo y utilizar los cinco restantes -dijo Nell.

– Sí, podría ser -asintió Otto, escéptico.

– Todos los intestinos evacúan en lo que parece ser una cloaca -musitó Quentin.

– Los crustáceos no tienen cloacas -le corrigió Otto.

– Sí -dijo Andy-. Técnicamente.

– Y observad, la uretra de cada riñón evacúa en la cloaca también -dijo Quentin-. ¿Y qué es esa masa que parece cabello de ángel?

– Parecen túbulos de Malpighi, como los de los insectos y las arañas -sugirió Andy-. Mirad cómo están todos conectados a la misma región de la cloaca.

– Eso es imposible, los crustáceos no tienen túbulos de Malpighi -repuso Quentin.

– Exacto -dijo Otto.

– Vosotros dos tenéis que empezar a pensar fuera de vuestra zona de comodidad -dijo Nell, al tiempo que cubría su libreta de bosquejos con dibujos y anotaciones-. Estas criaturas seguramente debieron de separarse de otros crustáceos hace cientos de millones de años.

Otto sacudió la cabeza y continuó con su descripción.

– La cloaca se extiende aparentemente a través de un orificio en el anillo óseo y descarga su contenido a través del ano en el centro de la zona ventral del cuerpo. Al abrir la cloaca observamos que parece contener un residuo sólido, de color blanco, que recogeremos en un momento para su análisis.

– Este animal debe de defecar en mitad de uno de sus saltos, cuando la cola se halla extendida hacia atrás, o el asunto se pondría muy feo -dijo Andy.

– Tal vez aprovecha la contracción muscular del salto para expulsar los excrementos -propuso Quentin-. Proyectiles de mierda.

– Parecen cristales de ácido úrico -dijo Otto, examinando el material con el escalpelo-. Mierda de pájaro.

– Querrás decir orina de pájaro -lo corrigió Quentin.

– Sí -dijo Andy.

– ¡Eh, chicos! Tenemos nuestros primeros resultados de ARN -dijo uno de los técnicos del laboratorio.

Todos se volvieron hacia él. El hombre señaló una serie de picos en lo que tenía el aspecto de la lectura de un electrocardiograma en un monitor que se encontraba encima de las tostadoras moleculares.

– Oh, mierda -musitó Steve mientras estudiaba el gráfico-. Oh, lo siento, amigos. Parece que tendremos que procesarlo otra vez. Falsa alarma.

– ¿Por qué? -preguntó Otto.

– Estos resultados no tienen ningún sentido -dijo el técnico.

– Debe de haber algún tipo de contaminación en el sistema -confirmó el jefe de los técnicos.

– ¿Por qué no tiene sentido? -quiso saber Nell.

Steve se encogió de hombros a modo de disculpa.

– Muestra tres picos de ARN ribosómico.

– ¿Qué le hace pensar que el sistema está contaminado? -le preguntó Andy al técnico.

– Ninguna criatura terrestre tiene tres picos ribosomáticos, amigo mío.

– Excepto los crustáceos -dijo Andy.

– ¿Cómo…, en serio?

Andy puso los ojos en blanco y luego miró a Nell.

– Supongo que ustedes, los atletas genéticos, necesitan contar con algunos tipos que todavía conozcan a sus animales.

– No tenía ni idea de eso. -Steve volvió a mirar el gráfico-. Bien, entonces, creo que estamos examinando un crustáceo.

– Bravo, Andy. -Nell le guiñó un ojo a Andy y éste sonrió.

– Parece que hemos regresado a los artrópodos, Otto -dijo Quentin.

Otto sacudió la cabeza, resignado.

– A menos que proceda de Marte.

– Joder, quizá los crustáceos vienen de Marte -dijo Quentin mientras se encogía de hombros.

– Vuelve a cortar en la dirección opuesta, Otto -dijo Andy.

– De acuerdo. Continuamos ahora la incisión a través del abdomen del espécimen desde el punto de entrada original… lo que parecen ser más lóbulos del hepatopáncreas, con múltiples túbulos ciegos…

– ¡Vaya! Esta cosa está preparada para digerir cantidades masivas de comida muy de prisa -señaló Quentin.

– No hay duda de que esto parece el intestino de un crustáceo.

– Sí, Andy -convino Otto-. Así es. Continuamos hacia los cuartos traseros. Muy bien… eh…

En el vientre inferior del animal se produjo un espasmo cuando Otto llevó el escalpelo cerca del anillo pélvico posterior.

– Apártate, Otto -susurró Nell.

Unas pequeñas patas desgarraron los bordes de la incisión que había practicado Otto.

– Algo que comió esta bestia no estaba de acuerdo con ello -dijo Quentin.

– No -repuso Nell-. ¡Es una mamá!

– Sí, y es vivípara -advirtió Andy.

– Apártate, vamos -repitió Nell con un súbito tono de urgencia en la voz.

Otto retiró las manos al tiempo que una criatura del tamaño de un ratón reptaba fuera del cuerpo de su madre y cogía un trozo de su carne con sus garras delanteras. Comió el bocado con su boca serrada. Luego sacudió la cabeza para liberarse de la sangre azul que la cubría.

– No trates de cogerlo, Otto -susurró Nell-. Sólo quítate los guantes.

Otra pequeña criatura se arrastró fuera del vientre, reptando lejos de la incisión hecha por Otto.

– Esas cosas están vivas -dijo Quentin.

– ¡Sí, y nosotros acabamos de darlos a luz con una cesárea!

– Están protegiendo el cadáver de su madre, Otto -dijo Nell.

– No acerques demasiado la mano -advirtió Quentin.

– ¡Apártate de ahí, Otto! -volvió a decirle Nell.

– Sólo estoy tratando de asustarlos para ver cómo se mueven…

– Aléjate, tío -dijo Andy.

Otto se echó a reír presa de una gran excitación.

– ¡Están usando las cuatro patas traseras para avanzar y levantan sus brazos como mantis religiosas! ¿Lo veis!

– Son rápidos -dijo Quentin.

Otto lo miró y sonrió.

– ¿Alguna vez habías oído hablar de un artrópodo vivíparo, Quentin?

– De hecho, algunos poseen sacos marsupiales en los que crían a sus pequeños -dijo Andy.

– No los asustarás… Se están volviendo más agresivos – dijo Nell-. ¡Apártate, Otto!

– Allí. -Otto señaló mientras una de las crías retrocedía sobre su cola doblada debajo del cuerpo.

Un sonido parecido al disparo de una escopeta los hizo saltar hacia atrás cuando la pequeña criatura atacó la mano de Otto a la velocidad del rayo.

– ¡Maldita sea! -gritó Otto.

Retiró violentamente las manos del interior de los guantes.

– ¡Mi puto pulgar!

– Quentin, cierra las trampillas de los guantes. -Nell se movió de prisa mientras los demás parecían haberse quedado paralizados.

– ¡Esa pequeña mierda me ha rajado el jodido pulgar! ¡ Joder, joder, joder, joder, jodeeeeer!

– Muy bien, narración terminada -dijo Andy.

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