Charles Sheffield - Las crónicas de McAndrew

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Como Newton en el siglo XVII o Eintein en el XX, McAndrew es el genio indiscutido de la física del siglo XXII. Los
, minúsculos agujeros negros cargados y en rotación, no tienen secretos para quien ha descubierto la forma de usarlos como fuente de energía. Su dominio de la ciencia y un sin par sentido práctico le llevan a inventar los más sorprendentes artilugios como la primera nave interestelar sin efectos de inercia. La pilota su compañera, la capitana Jeanie Roker y juntos explorarán a fondo el sistema solar interior, el Halo de cometas que le rodea y llegarán a viajar a Alfa Centauro, en medio de las más sorprendentes situaciones.
Seguir a McAndrew en sus aventuras es adentrarse con gran amenidad en un mundo de brillante especulación y saborear las delicias de la inteligencia.

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—¿Cuántas personas podría contener el Arca? —pregunté a McAndrew mientras marchábamos detrás de Kleeman. Me habría llevado sólo unos segundos calcularlo por mí misma, pero cuando alguien vive un tiempo al lado de un calculador nato se vuelve algo holgazán.

—¿Si no utilizan el material interior para extender la superficie del Arca? —preguntó—. En el caso de que ocuparan el mismo espacio que se permite en la Tierra, de seis metros por seis por dos, podría contener casi sesenta millones. La mitad, tal vez, para el reciclaje y mantenimiento de equipos.

—Pero ése no es nuestro objetivo —dijo Kleeman, que había escuchado mi pregunta— . Nos hemos estabilizado en diez mil. No somos tan necios como los terrícolas. Nuestra meta reside en la calidad y no en las cifras, que nada significan.

De nuevo aparecía en su voz el mismo tono que instintivamente me había impedido plantearme cuánto tiempo permaneceríamos allí. La herencia tiene una poderosa influencia. No podía pronunciarme sobre Jules Massingham, el fundador del Arca, pero su hija era una fanática. He conocido otras personas como ella a lo largo de mi vida. Nada podría interferir con su objetivo primordial: construir la población del Arca sobre sólidos principios eugenésicos. Kleeman se mostraba cortés conmigo —yo era de estirpe sobresaliente— pero sus miras estaban puestas en McAndrew. Sería una maravillosa adquisición para su actual patrimonio genético.

Bueno, la mujer tenía buen gusto. Yo misma compartía en cierto modo su actitud. «Padre desconocido» era una afirmación literalmente cierta, y Mac y yo habíamos decidido no dar detalles. Mi hija también tenía derechos; el padre de Jan no se daría a conocer públicamente a menos que ella, después de la pubertad, decidiera realizar las pruebas de cotejo cromosómico.

Durante los seis días siguientes, McAndrew y yo nos fuimos familiarizando con el modo de vida del Arca. El lugar funcionaba como un reloj; todo según estaba programado, y en el lugar debido.

Tenía mucho tiempo libre, que empleaba para explorar los corredores menos populares, cerca del Centro. McAndrew seguía obsesionado con su búsqueda de científicos.

—No le encuentro sentido —me gruñó un día tras almorzar en el sector comedor central, en el ecuador del Arca. Como había supuesto, la gravedad efectiva allí era de una décima de g—. He conversado con unos cuantos científicos de aquí. Ninguno duraría más de una semana en el Instituto. Tienen las mentes enmohecidas, y ni siquiera saben experimentar.

Estaba furioso. Por lo general, McAndrew era cortés con todos los científicos, incluso con aquellos que no podían comprenderlo ni aportar nada nuevo a su saber.

—¿Has hablado con todos? Tal vez Kleeman nos esté ocultando alguno.

—Ya lo he pensado. Todos los días me habla de ese Consejo de Intelectos. He visto algunas de las cosas que ha producido ese Consejo. Pero todavía no he podido conocer personalmente a ninguno de sus miembros. —Se encogió de hombros y se acarició la calva incipiente—. Después de dormir, intentaré otra estrategia. Al otro lado del Arca hay un aula. Sospecho que Kleeman mantiene allí a las personas que no encajan muy bien con sus ideas. Mañana echaré un vistazo al lugar. ¿Querrás acompañarme?

—Tal vez. Me pregunto qué se propone Kleeman respecto a mí. A ti te considera como otro de sus cerebros superdotados.

Vi que la mujer se acercaba a través del amplio salón, de suelo ligeramente curvado.

—Creo que te gustará —añadí—. Se parece al Instituto, pero creo que los miembros del Consejo gozan de mucho más prestigio.

Pronto me di cuenta de que no me equivocaba. Kleeman parecía haberse decidido.

—Le necesitamos, McAndrew —anunció—. Pronto se producirá una vacante en el Consejo. Usted es la persona más apta para ocuparlo.

McAndrew se sentía halagado pero incómodo. El problema era que el asunto en realidad le interesaba. Estaba segura de ello. La idea de un ente colegiado de cerebros de un nivel superior tenía su atractivo.

—De acuerdo —dijo casi al instante. Me miró, y supe lo que estaría pensando. Puesto que íbamos a regresar pronto, lo mejor sería ayudar al Arca mientras estuviésemos en ella para que aprovecharan todos los recursos disponibles.

Kleeman juntó suavemente las palmas de las manos. Eran unas manos blancas y regordetas, que señalaban su elevada jerarquía. La mayoría de los pobladores del Arca realizaban tareas manuales para mantener el funcionamiento del lugar, y los trabajos se adjudicaban rigurosamente.

—Estupendo. Mañana podrá incorporarse. Permítame que lo anuncie esta noche. Así podremos acelerar los trámites referidos al miembro saliente.

—¿Siempre tienen un número fijo de miembros? —preguntó McAndrew.

Pareció ligeramente sorprendida por la pregunta.

—Por supuesto. Exactamente doce. El sistema fue diseñado para funcionar con ese número.

Me saludó con una inclinación de cabeza y se marchó rápidamente por el comedor. Era una mujercita decidida, que siempre conseguía lo que se proponía. Desde que habíamos llegado, no dejaba de recordar a McAndrew que debía ser padre de muchos hijos. Cientos de hijos. A medida que aumentaba el número sugerido de su futura progenie, el rostro de Mac traslucía una creciente preocupación.

A la mañana siguiente inicié mi propia exploración del Arca, mientras McAndrew visitaba a los «anormales» del Arca, aquellos que no encuadraban en las expectativas de Kleeman. Como siempre, nos reunimos para comer. En mi mente bullía toda clase de pensamientos. Había dado con un sector en el centro del Arca donde las conexiones de energía y los tubos eran mucho más profusos, pero no parecía un área poblada. Todo conducía a un lugar central al cual sólo podía accederse mediante un código especial. Estuve cavilando un rato sobre ello mientras esperaba a McAndrew.

Toda el Arca hervía de excitación. Kleeman había anunciado la incorporación de McAndrew al Consejo de Intelectos. De pronto, personas que antes apenas nos habían dirigido la palabra se detenían para estrecharle la mano solemnemente, felicitarlo y agradecerle su devoción por el bien del Arca. Mientras bebía un aperitivo de glucosa y ácido ascórbico, veía a mi alrededor los preparativos para la gran ceremonia. La incorporación de un nuevo miembro al Consejo era todo un acontecimiento.

Cuando vi a McAndrew abriéndose camino hacia mí por entre una red de nuevos andamios, supe que su mañana había sido más fructífera que la mía. Su rostro delgado brillaba de placer y excitación. Se sentó frente a mí.

—¿Has encontrado al científico? —La pregunta casi estaba de más.

Asintió.

—Arriba, al otro lado, en un segmento de máxima gravedad, directamente… justo al otro lado de aquí. Es… no tienes idea… es… —McAndrew estaba tan entusiasmado que apenas podía hablar.

—Empieza por el principio. —Me incliné hacia él y le cogí la mano.

—Bueno, he ido hasta el otro lado del Arca, donde hay una especie de torre que se eleva por encima de la superficie. Hemos debido pasar por encima de ella en el Hoatzin, sin haberla detectado. Kleeman nunca nos ha llevado hasta allí, nunca nos ha hablado de ella.

Con la mano libre cogió mi aperitivo y le dio un buen trago.

—Hum, Jeanie, lo necesitaba. No he descansado un momento desde que me he levantado. ¿Por dónde iba? He subido a la torre, sin que nadie me detuviera ni me dijera una sola palabra. Y he seguido hasta el final. El último segmento posee una ventana a su alrededor. Desde allí se pueden ver las estrellas y las nebulosas dando vueltas sobre la cabeza.

McAndrew estaba normalmente emocionado. La última frase era prueba de ello. Por lo general sólo se consideraba a las estrellas como objetos aptos para la teoría y los cálculos.

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