– Sí, señor. ¿Y usted exactamente qué cree que presenció?
La línea telefónica emitió una señal sonora. Estaba siendo grabado.
– ¿… Han recibido algún aviso de una muchacha perdida en el sector de las colinas del pueblo? -preguntó.
– Ningún informe de momento. No ha habido ninguna llamada hoy -dijo el agente.
– ¿Nada?
– No, señor. El pueblo ha estado muy tranquilo toda la tarde. Tomaré nota de su información y se la pasaré a la oficina de detectives en caso de que se reciba algún aviso. Lo investigarán si es necesario.
– Supongo que estaba equivocado -dijo Adrián. Colgó antes de que el agente tuviera tiempo de preguntar su nombre y dirección.
Adrián levantó la vista y miró por la ventana. La noche había caído y las luces se iban encendiendo por toda la calle. Hora de cenar, pensó. Familias que se reúnen. Hablan sobre lo ocurrido durante el día, en el lugar de trabajo, en la escuela. Todo muy normal y previsible. De pronto estalló con una pregunta en voz alta que resonó en el pequeño dormitorio, como si pudiera producir un eco en ese espacio pequeño; parecía que la hubiera gritado desde un cañón.
– No sé qué se supone que debo hacer ahora.
– Pero por supuesto que lo sabes, querido -respondió su esposa, sentada en la cama junto a él.
La llamada no llegó hasta poco antes de las once de la noche, y a esa hora la detective Terri Collins ya estaba pensando seriamente en irse a la cama. Sus dos hijos estaban en su habitación, dormidos, con los deberes del colegio hechos, con el cuento ya leído y arropados. Acababa de hacer esa última visita maternal de la noche, en la que asomó la cabeza por la puerta, dejando entrar la pálida luz del pasillo sólo para certificar, con la mínima iluminación necesaria en las caras de los dos niños, que estaban profundamente dormidos.
Sin pesadillas. La respiración tranquila. Ni siquiera un resuello que pudiera indicar la proximidad de un resfriado. Había algunos progenitores solteros, que conocía del grupo de apoyo que ocasionalmente visitaba, que apenas podían apartarse de sus hijos dormidos. Era como si durante la noche todos los males que habían creado sus circunstancias tuvieran rienda suelta. Un tiempo que debiera estar dedicado al descanso y la recuperación se había convertido en algo lleno de incertidumbre, preocupación y miedo.
Pero todo estaba bien esa noche. Todo era normal. Dejó la puerta entreabierta sólo unos pocos centímetros y empezó a caminar silenciosamente hacia el baño cuando escuchó sonar el teléfono de la cocina. Miró el reloj de pared mientras se apresuraba a responder. Demasiado tarde para ser otra cosa que un problema, pensó.
Era el agente nocturno de emergencias de las oficinas centrales de la policía.
– Detective, tengo una mujer muy alterada en la otra línea. Creo que usted ha atendido llamadas anteriores de ella. Aparentemente, tenemos otra joven que se ha fugado…
La detective Terri Collins supo inmediatamente quién era. Quizá esta vez Jennifer realmente se largó, pensó. Pero esto era poco profesional y «se largó» era solamente una forma taquigráfica e insensible de ocultar una serie conocida de miedos para cambiarla por otra potencialmente peor y de un tipo del todo diferente.
– Estaré allí en un momento -dijo Terri. Pasaba fácilmente del modo madre al modo detective de policía. Uno de sus puntos fuertes era su habilidad para separar las diferentes dimensiones de su vida en grupos bien definidos y ordenados. Demasiados años con trastornos habían creado en ella una necesidad compulsiva de sencillez y organización.
Puso al agente en espera mientras llamaba a un segundo número, uno que tenía en la lista junto al teléfono de la cocina. Una de las pocas ventajas de haber pasado por lo que pasó era la red informal de ayuda disponible.
– Hola, Laurie, soy Terri. Lamento molestarte a esta hora de la noche, pero…
– ¿Te han llamado por un caso y necesitas que cuide a los niños?
Terri podía efectivamente escuchar el entusiasmo en la voz de su amiga.
– Sí.
Estaré allí en un momento. No hay problema. Me encanta. ¿Cuánto crees que vas a tardar?
Terri sonrió. Laurie era una insomne de primer orden, y Terri sabía que a ella, secretamente, le encantaba que la llamaran en medio de la noche, especialmente para cuidar niños, ya que los suyos habían crecido y se habían independizado. Le proporcionaba algo para hacer en lugar de mirar, inútilmente, la programación nocturna de la televisión por cable o pasearse de un lado a otro nerviosamente por la casa a oscuras, hablando consigo misma sobre todo lo que le había salido mal en la vida. Ésa era, Terri lo había aprendido, una larga conversación.
– Es difícil decirlo. Al menos un par de horas. Pero probablemente tarde más. Tal vez incluso toda la noche.
– Llevaré mi cepillo de dientes -respondió Laurie.
Pulsó el botón de espera y volvió a conectarse con el agente de emergencias.
– Dígale a la señora Riggins que estaré en su casa dentro de media hora para hablar con ella. ¿Hay agentes uniformados allí?
– Han sido enviados.
– Avíseles de que estaré allí en unos momentos. Deben tomar nota de cualquier declaración preliminar para que podamos trazar una línea de tiempo. También deben tratar de tranquilizar a la señora Riggins.
Terri dudaba de que tuvieran éxito en eso.
– Entendido -respondió el agente, y colgó.
Laurie llegaría en unos minutos. Le gustaba pensar que era una parte importante de la investigación o de la escena del crimen a la que Terri estaba siendo llamada, tan importante como un técnico forense o un experto en huellas digitales. Se trataba de un orgullo inofensivo, y hasta útil. Terri regresó al baño, se echó un poco de agua en la cara y se pasó un cepillo por el pelo. A pesar de la hora, quería mostrarse fresca, presentable y excepcionalmente capaz de enfrentar el mundo de pánico desesperado al que sabía que estaba a punto de descender.
* * *
La calle estaba oscura y había pocas luces encendidas en algunas de las casas cuando Terri atravesó con el coche el vecindario de Riggins. La única casa con alguna actividad visible era su destino, donde la luz del porche brillaba intensamente y Terri podía ver siluetas que se movían por el salón. Un solo coche patrulla estaba aparcado en la entrada, pero los agentes habían apagado las luces de la sirena, de modo que simplemente parecía otro automóvil que esperaba el éxodo matutino al trabajo o a la escuela.
Terri detuvo su pequeño y traqueteado automóvil, que había adquirido hacía seis años. Se tomó un minuto para respirar profundamente antes de recoger su bolso con una grabadora de microcinta y una libreta encuadernada. Tenía la placa de policía sujeta a la correa del bolso. Su semiautomática estaba enfundada sobre el asiento, junto a ella. La enganchó al cinturón de sus vaqueros después de revisarla dos veces para cerciorarse de que el seguro estuviera puesto y no hubiera ningún proyectil en la recámara. Salió a la noche y caminó por el césped hacia la casa.
Era un camino que había hecho dos veces antes en los últimos dieciocho meses. Su respiración era como un humo que iba envolviéndola. La temperatura había bajado, pero no tanto como para que ningún habitante de Nueva Inglaterra hiciera otra cosa que abrocharse un poco más el abrigo y tal vez subirse el cuello. Había claridad en el frío, no era el indudable hielo del invierno, sino una sensación de que había fragmentos que todavía se movían en el aire, incluso con algo de primavera que a tropezones trataba de abrirse camino para empezar.
Terri deseó haber pasado por el despacho que compartía con otras tres personas en el Departamento de Detectives de la Oficina Central de Policía para sacar su archivo sobre la familia Riggins, aunque dudaba de que hubiera algún detalle o nota en esos informes que no hubiera memorizado ya. Lo que detestaba era la sensación de que estaba entrando en una escena que en verdad era algo muy diferente de lo que pretendía ser. Un fugitivo menor de edad era la manera en que lo iba a escribir para los registros del departamento y precisamente así era como iba a manejar el caso la oficina de detectives. Sabía exactamente qué pasos iba a dar y cuáles eran las pautas departamentales y procedimientos para este tipo de desapariciones. Incluso hasta tenía una conjetura razonable acerca del resultado probable del caso.
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