Esos detalles podrían hacer precisamente que este detective de ficción se acercara demasiado. Éste tendría un poco de señorita Marple y una parte de Sherlock Holmes con apenas un toque de la ingeniosa y falsa realidad descarnada de la televisión. Podría fingir un aspecto encogido como el de Colombo, o tal vez un Jack Bauer elegante, rapado y que usa alta tecnología. Entonces se recordó a sí misma que él en realidad no estaba allí afuera. No había nadie, salvo la clientela. Y éstos estaban puestos en fila, listos, a la espera de que sus operaciones con tarjeta de crédito fueran aprobadas, y ansiosos por ver whatcomesnext.com.
Linda sacudió la cabeza y aspiró profundamente. Observar el mundo a través de la estrecha lente de la paranoia la excitaba; la pasión generada por Serie # 4 provenía en gran medida del completo anonimato de la situación, el lienzo más blanco posible sobre el que podían exponer su espectáculo. No había manera alguna de que alguien que estuviera mirando pudiera en ningún momento decir lo que estaba a punto de ocurrir, lo cual era su verdadero atractivo. La pornografía trata de ser totalmente explícita, imágenes que no dejaban duda alguna sobre lo que estaba ocurriendo; el arte de ellos era exactamente lo contrario. Se trataba de lo súbito. Lo inesperado. Se trataba de la visión. Se trataba de la invención. Se trataba de la vida y la muerte.
Le llevó un momento ajustar la máscara sobre su cara; para este primer momento, había escogido un simple pasamontañas negro que ocultaba su pelo rubio desgreñado y tenía solamente una abertura para los ojos. Era el tipo de pasamontañas preferido por los terroristas, y era muy posible que lo usara con frecuencia durante toda Serie # 4 aunque la hiciera sentirse un poco encerrada. Sobre el resto del cuerpo llevaba un traje protector blanco hecho de papel procesado que se arrugaba y crujía cada vez que daba un paso. El traje ocultaba su figura; nadie podía decir si era grande o pequeña, joven o vieja. Linda sabía que tenía una voluptuosidad considerable debajo del traje, usarlo era como burlarse de sí misma. El material le pellizcaba la piel desnuda, como un amante deseoso de brindar breves instantes de dolor junto a mayores momentos de placer.
Se puso guantes quirúrgicos. Sus pies también estaban cubiertos por las pantuflas estériles azules y flexibles que eran obligatorias en un quirófano. Sonrió por debajo de la máscara al pensar: Esto realmente es un quirófano.
Dio unos pasos adelante. Soy nuevamente hermosa, pensó. Se volvió hacia la silueta sobre la cama. Jennifer, recordó. Ya no más. Ahora es Número 4. Edad: 16 años. Una muchacha cualquiera de una enclaustrada comunidad académica, arrancada de una típica calle de un barrio residencial. Conocía la dirección de Número 4, el teléfono de su casa, sus pocos amigos y en ese momento mucho más, por todos los detalles que había conseguido al examinar con cuidado el contenido de la mochila de la niña, su teléfono móvil y la billetera.
Linda se dirigió al centro de la habitación, a varios metros de la vieja cama de hierro. Como el director de una serie de televisión, Michael había dibujado con tiza algunas tenues líneas en el suelo para indicar qué cámara iba a tomar su imagen y había marcado los puntos clave donde debía detenerse pegando cinta en forma de X. Perfil. Directamente frontal. Por encima de la cabeza. Ya habían aprendido que era importante recordar siempre qué cámara estaba disponible y qué iba a mostrar. Los espectadores esperaban muchos ángulos y un movimiento de cámara profesional. Como voyeurs que pagaban, esperaban lo mejor, una intimidad constante.
Había cinco cámaras en la habitación, aunque sólo una estaba claramente a la vista: la cámara principal Sony de alta definición fija sobre un trípode apuntaba hacia la cama. Las otras eran minicámaras ocultas arriba en el techo y en dos rincones de paredes artificiales. Solamente una registraba la puerta -y ésa estaba reservada para efectos dramáticos- por donde entraban Michael o Linda. Eso estimulaba a los espectadores, porque algo iba a ocurrir. Linda sabía que todo se paralizaba en ese momento. Esa primera visita era preliminar, sólo el primer movimiento en el proceso de revelar sensaciones con los dedos.
En su bolsillo había un pequeño mando a distancia. Apretó el dedo sobre un botón que sabía que congelaría la imagen que estaba siendo enviada electrónicamente. Esperó hasta que la niña encapuchada se volvió nerviosamente hacia ella. Entonces apretó el botón.
Sabrán que ha escuchado algo, pero no sabrán qué. Ella y Michael habían aprendido mucho antes las ventajas de despertar la curiosidad para mejorar las ventas.
Caminó despacio hacia delante mirando a la Número 4, que trataba de seguir sus movimientos. No había dicho nada todavía. El miedo hacía que algunas personas hablaran sin parar, sin saber adónde iban, impotentes, rogando, suplicando, volviendo a la infancia; mientras que otras adoptaban un silencio hosco, resignado. No sabía cómo iba a reaccionar la Número 4. Era el sujeto más joven que habían usado, lo cual convertía aquello en una aventura para Michael y también para ella.
Linda se ubicó al pie de la cama. Habló en un tono tranquilo que ocultaba su propia excitación. No levantó la voz ni destacó ninguna palabra. Permaneció completamente fría. Tenía experiencia en el arte de proferir amenazas, y era igualmente experta en llevarlas a cabo.
– No diga nada. No se mueva. No grite ni se resista. Sólo preste atención a todo lo que yo le diga y no saldrá herida. Si quiere salir con vida de esto, hará exactamente lo que le diga en todo momento, sin importar lo que se le pida que haga, o lo que usted pueda sentir por hacerlo.
La muchacha en la cama se puso dura y se estremeció, pero no habló.
– Ésas son las reglas más importantes. Habrá otras después. -Hizo una pausa. Esperaba en parte, en ese momento, que la joven le suplicara, pero Jennifer se mantuvo en silencio-. Desde ahora, su nombre es Número 4. -Linda creyó escuchar un leve gemido amortiguado por la capucha negra. Eso era aceptable, incluso era esperable-. Si se le hace una pregunta, debe responder. ¿Comprende?
Jennifer asintió con la cabeza.
– ¡Responda!
– Sí -dijo rápidamente, con la voz ahogada por la máscara.
Linda vaciló. Trató de imaginar el pánico debajo de la capucha. No es como el instituto de secundaria, pequeña, ¿verdad? No dijo esto en voz alta. En cambio, simplemente continuó con su voz monocorde:
– Déjeme explicarle algo, Número 4. Todo lo que fue su vida anterior ahora se ha terminado. Quién era, lo que quería ser, su familia, sus amigos…, todo lo que alguna vez le fue familiar ya no existe. Sólo existe esta habitación y lo que aquí ocurre.
Otra vez, Linda observó el lenguaje corporal de Jennifer, como si buscara alguna pista que pudiera comprender sobre los efectos de sus palabras.
– Desde este momento, nos pertenece.
La niña pareció endurecerse, pareció quedar paralizada. No gritó. Otras habían gritado. La Número 3, en particular, había combatido casi a cada paso -peleando, mordiendo, gritando-, lo cual, por supuesto, no había sido del todo malo, una vez que Michael y ella establecieron cuáles iban a ser las reglas. Eso creaba un tipo de drama diferente. Linda sabía que eso era parte de la aventura y parte del atractivo. Cada sujeto requería un grupo diferente de reglas. Cada uno era único desde el principio. Podía sentir el calor de la excitación que recorría su cuerpo, pero lo controló. Miró a la muchacha en la cama. Está escuchando atentamente, pensó. Una joven inteligente.
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