Adrián quería pasar la punta de los dedos por su piel para poder recordar cada contacto electrizante de su pasado. Pero tenía miedo de que si extendía la mano ella desapareciera. No comprendía del todo cuál era su relación con esa alucinación, cuáles eran las reglas. Pero sabía que no quería que ella se fuera, era como una inmensa electricidad interna lo que sentía.
– Eso no es del todo verdad -respondió él lentamente-. No estoy para nada seguro.
– Sé que no es exactamente tu campo -dijo Cassie-. No precisamente. Tú nunca fuiste uno de esos forenses aficionados, esos tipos a los que les gustaba construir asesinos en serie y terroristas para luego entretener a sus alumnos con historias sangrientas. A ti te gustaban todas esas ratas en jaulas y laberintos para calcular lo que iban a hacer con los estímulos adecuados. Pero sin duda conoces lo suficiente de Psicología Clínica como para evaluar este caso.
– Podría haber sido cualquier cosa. Y cuando llamé, la policía me dijo…
Cassie lo interrumpió:
– No me importa lo que te dijeran. Ella estaba ahí, al lado de la calle, y luego ya no estaba. -Echó la cabeza hacia atrás, buscando las respuestas en el techo o en el cielo, otro gesto familiar. Esto ocurría cuando él se ponía obstinado. Ella había sido artista, y veía las cosas como una artista: Traza una línea, dale un golpe de color al lienzo… y todo se aclarará. Después de esa mirada al cielo siempre venía algo directo y exigente. Era un hábito que él había adorado porque ella había sido siempre completamente segura-. Se trata de un delito -continuó-. Tiene que ser un delito. Tú lo presenciaste. Por accidente. Por suerte. Por lo que sea. Sólo tú. Así que ahora tienes algunas piezas sueltas de un rompecabezas muy difícil. Depende de ti resolverlo.
Adrián vaciló.
– ¿Me vas a ayudar? Estoy enfermo. Quiero decir, Zarigüeya, que estoy realmente muy enfermo. No sé por cuánto tiempo más las cosas van a funcionar para mí. Las cosas ya empiezan a moverse. Las cosas comienzan ya a desmoronarse. Si me ocupo de esto, sea lo que fuere, no sé si voy a sobrevivir…
– Hace unos minutos estabas por pegarte un tiro -dijo Cassie enérgicamente, como si eso lo explicara todo. Levantó su mano e hizo un gesto hacia la Ruger de nueve milímetros.
– Me pareció que no tenía ningún sentido esperar más tiempo…
– Salvo que tú viste a la muchacha en la calle y ella desapareció. Eso es lo importante.
– Ni siquiera sé quién es.
– Sea quien sea, todavía merece tener una oportunidad de vivir. Y tú eres el único que puede brindársela.
– Ni siquiera sé por dónde empezar…
– Las piezas de un rompecabezas. Sálvala, Adrián.
– No soy detective de policía.
– Pero puedes pensar como uno de ellos, incluso mejor.
– Estoy viejo y enfermo. Ya no puedo pensar bien.
– Todavía puedes pensar lo suficientemente bien. Sólo esta última vez. Después todo habrá terminado.
– No puedo hacerlo solo.
– No estarás solo.
– Nunca he podido salvar a nadie. No pude salvarte a ti, ni a Tommy, ni a mi hermano ni a ninguna de las personas a las que realmente quise. ¿Cómo puedo salvar a alguien a quien ni siquiera conozco?
– ¿Acaso no es ésa la respuesta que todos tratamos de encontrar? -Cassie estaba sonriendo en ese momento. El comprendió que ella sabía que había ganado la discusión. Siempre ganaba, porque Adrián había descubierto en los primeros minutos de sus años juntos que le daba más placer coincidir con ella que pelear.
– Eras tan hermosa -dijo Adrián- cuando éramos jóvenes… Nunca pude comprender cómo era posible que alguien tan hermosa como tú quisiera estar conmigo.
Ella se rió.
– Las mujeres lo saben -replicó-. A los hombres les parece un misterio, pero a las mujeres no. Nosotras lo sabemos.
Adrián vaciló. Por un momento pensó que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos, pero no sabía por qué llorar, aparte de por todo.
– Lo siento, Cassie. No quería volverme viejo. -Eso parecía descabellado, pensó. Pero también tenía un curioso sentido. Ella se rió. Él cerró los ojos por un momento para escuchar el sonido de su risa. Era como una orquesta en busca de la perfección sinfónica-. Odio estar completamente solo dijo-. Odio que estés muerta.
– Esto hará que estemos más cerca.
Adrián asintió con la cabeza.
– Sí -dijo-. Pienso que tienes razón. -Miró hacia la mesa. Las recetas del neurólogo estaban amontonadas en una pila. Había pensado en tirarlas a la basura. En cambio, las cogió-. Tal vez -dijo lentamente- algunas de estas medicinas me sirvan para ganar un poco más de…
Se volvió, pero Cassie había desaparecido de la cama. Adrián suspiró. Manos a la obra, se dijo. Queda muy poco tiempo.
Ella cerró la puerta detrás de sí y se detuvo. Podía sentir una ráfaga de excitación en su interior y quiso saborearla por un momento.
Linda por lo general organizaba las cosas con un orden preciso, incluso sus pasiones. A pesar de ser una mujer con deseos extravagantes y gustos exóticos, estaba muy apegada a la rutina y a la reglamentación. Le gustaba planear sus excesos, de modo que a cada paso del camino sabía exactamente qué esperar y cómo iba a saborearlo. En lugar de embotar las sensaciones, esto las agudizaba. Era como si estas dos partes de su personalidad estuvieran en constante batalla, tirando de ella en diferentes direcciones. Pero le encantaba la tensión que se creaba dentro de ella, hacía que se sintiera única y la convertía en la criminal realmente extraordinaria que ella -al igual que Michael- creía ser.
Linda se imaginaba a sí misma como la Bonnie de Faye Dunaway y a Michael como el Clyde de Warren Beatty. Se consideraba sensual, poética y seductora. Esto no era arrogancia por su parte, era más bien una honesta evaluación de cuál era su aspecto y cuál el efecto que producía en los hombres.
Por supuesto, no prestaba atención a nadie que la mirara. A ella sólo le importaba Michael. Linda creía que ellos dos estaban conectados de una manera que se definía como especial.
Dejó que sus ojos recorrieran aquel sótano lentamente. Paredes simplemente blancas. Una vieja cama de metal marrón, una sábana blanca que cubría un sucio colchón gris. Un inodoro portátil en un rincón. Grandes luces arriba iluminaban con brillo implacable hasta el último rincón. El aire quieto y caliente olía de manera desagradable a desinfectante y a pintura fresca. Michael había hecho su acostumbrado buen trabajo. Todo estaba preparado para comenzar Serie # 4. Ella siempre se sentía un tanto sorprendida por lo útil que se había vuelto él. Su verdadera especialidad eran los ordenadores y las operaciones en la web, que había estudiado en la universidad y en la escuela de postgrado. Pero era también hábil con un taladro eléctrico, un martillo y clavos. Era un factótum perfecto.
Se detuvo y comenzó a hacer el inventario que haría un detective. ¿Qué podía ver en la habitación que le diera al sótano algún tipo de identidad reconocible? ¿Qué podría aparecer en segundo plano de la producción de la web que indicara algo acerca de dónde estaban o de quiénes podrían ser?
Sabía que algo tan simple como una instalación de cañerías, un calentador de agua o una lámpara podían llevar a un oficial de policía emprendedor a apuntar hacia ellos, si uno en algún momento decidiera prestar atención. La cañería instalada podía ser medible en pulgadas y no en centímetros, lo cual le diría a este detective astuto -a Linda le gustaba tratar de imaginar a esa persona- que estaban en Estados Unidos. El calentador de agua podía estar fabricado por Sears y ser un modelo solamente distribuido en la parte este de Estados Unidos. La lámpara podría ser identificable como parte de un lote enviado al Home Depot de la zona.
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