Michael fue hacia el teclado y agarró una palanca. Estaba a punto de apagar la cámara principal que enfocaba directamente la cara, pero se detuvo.
– No podemos estafar a los clientes -reaccionó súbitamente-. Van a exigir ver su cara. -Lo único que podía ver era la rabia que se iba a desatar si la Número 4 hacía lo que se esperaba que hiciera, pero tenían que ocultar el último acto con un trabajo de cámara ingenioso y con ángulos indirectos para las tomas-. No sirve -farfulló Michael-. Querrán que todo esté absolutamente claro.
– ¿Acaso debemos…? -empezó Linda, pero se detuvo-. Tuvieron una imagen como un destello cuando creyeron que iba a escapar. Tal vez pasaron uno o dos segundos antes de que la transmisión pasara al plano desde atrás…
– Sí. Y las respuestas fueron muy claras. No les gustó que le cubriéramos los ojos. Querían ver -respondió Michael.
– Pero… -Linda hizo una pausa por segunda vez. Podía prever todas las consecuencias de lo que Michael decía-. Eso es un maldito riesgo de gran magnitud -susurró-. Si la policía llega a ver esto, y tú bien sabes, Michael, que lo hará tarde o temprano, puede congelar la imagen. Ampliar la fotografía. Sabrán a quién estarán viendo. Y eso podría, no sé cómo, pero podría de alguna manera hacerles saber a quién buscar.
Michael era completamente consciente de los peligros de permitir que en el momento de morir los clientes vieran quién era en realidad la Número 4. Pero la alternativa parecía peor. Todas las otras habían muerto más o menos de manera anónima, con sus verdaderas identidades ocultas hasta el final del espectáculo. Pero tanto Michael como Linda conocían perfectamente la pasión y la intimidad que los clientes habían desarrollado con la Número 4. Estaban mucho más preocupados. De modo que era mucho lo que se arriesgaba mientras la Número 4 seguía luchando con los nudos que mantenían la capucha en su lugar.
– No se da cuenta -observó Linda hablando lentamente- de que tal vez podría simplemente romper la venda. Sería más rápido que lo que está haciendo. Eso podría ser bueno. Visualmente, quiero decir.
– Espera. Sigue mirando. Puede darse cuenta. Debemos estar listos. Podríamos tener que interrumpir rápidamente la transmisión de la cámara principal. No me gusta la idea, pero tal vez debamos hacerlo.
Michael mantuvo los dedos sobre las teclas correspondientes. Linda estaba a su lado. El había considerado la posibilidad de grabar la escena final en la granja para transmitirla más adelante, después de haberse deshecho de la Número 4 y de haber borrado todos los rastros. Pero sabía que esto iba a enfurecer a los abonados. En la seguridad de sus propios hogares delante de sus pantallas de ordenador, ellos querían desesperadamente saber. Y eso requería que ellos pudieran ver. Michael sentía que sus músculos se endurecían con la tensión. No puede haber retrasos, pensó. Simplemente tendremos que ocuparnos de las cosas a medida que ocurran. La incertidumbre le daba energía a la vez que le preocupaba. Echó una mirada a Linda, e imaginó que ella estaba siendo acosada más o menos por esos mismos pensamientos. Luego volvió a mirar a la Número 4, mientras él y Linda se aferraban a lo que podían ver y a lo que ellos estaban enviando al cibermundo.
Él respiró hondo.
Por primera y única vez en Serie # 4, Michael y Linda vacilaban. Era como si la incertidumbre que había atrapado a la Número 4 durante todo el espectáculo finalmente les hubiera afectado a ellos también. Su propia confianza en sí mismos vacilaba y, también por primera vez, se inclinaban sobre la pantalla sin tener ninguna idea concreta de lo que iba a venir después.
* * *
El barro se endurecía sobre su ropa, le cubría las manos y hacía que la empuñadura de la nueve milímetros se volviera resbaladiza. El intenso olor a tierra llenaba las narices de Adrián mientras avanzaba serpenteando, un pie primero, después el otro, avanzando pacientemente hacia la granja. El sol brillaba directamente sobre él y pensó que si alguien miraba por alguna ventana, podría descubrirlo, aun en esa posición de bajo perfil. Pero siguió gateando, avanzando de manera inexorable, atravesando el espacio abierto lo más directamente que podía, con los ojos fijos en su objetivo.
No se puso de pie hasta que llegó a la esquina del establo, donde podía esconderse detrás de la pared, ocultándose de la casa. Respiraba pesadamente, no por el esfuerzo, sino por la sensación de que se estaba lanzando de cabeza a una ineludible pelea que combinaba su enfermedad con todos sus fracasos como marido, como padre y como hermano. Quería volverse hacia sus fantasmas y decirles que lo sentía, pero con la poca sensibilidad que le quedaba, sabía que tenía que seguir avanzando. Vendrían con él sin importarles las absurdas disculpas que les ofreciera.
En su interior, algo le decía que Jennifer estaba a sólo unos pocos metros. Mientras se deslizaba por el borde del establo y espiaba cautelosamente a su alrededor, se preguntaba si alguien en su sano juicio habría llegado a esa misma conclusión. Podía ver la parte de atrás de la granja. Había una sola puerta que supuso que conducía a una cocina. En la parte delantera, por lo menos de acuerdo con las fotografías que tenía, había un viejo porche que probablemente en otros tiempos había tenido un columpio o una hamaca, pero que en ese momento no era más que otro techo que dejaba pasar el agua.
No se escuchaba ningún ruido. No había ningún movimiento. Nada que indicara que había alguien dentro. Si no fuera por la vieja camioneta estacionada delante, habría pensado que el lugar estaba abandonado.
Las puertas, lo sabía, estarían cerradas con llave. Se preguntó si podría usar la empuñadura de la nueve milímetros para entrar por la fuerza. Pero el ruido era su enemigo y un ataque frontal… Bueno, su hermano ya había explicado que eso sería un error. La idea de fallar a pesar de estar tan cerca lo asustó. Eso le había pasado con todas las personas a las que había amado, de modo que decidió no cometer el mismo error.
Adrián siguió inspeccionando la casa. En la puerta de la cocina había una serie de peldaños de madera destartalados con una barandilla que estaba rota. Pero justo al lado, apenas por encima del nivel del suelo, había una pequeña ventana manchada de barro. En su casa había una igual: un único panel angosto de vidrio que dejaba entrar un poco de luz al sótano.
Adrián hizo un cálculo: Si el hombre y la mujer que raptaron a Jennifer son como la mayoría de las personas, habrían pensado en cerrar con llave la puerta principal y la puerta posterior, y también en cerrar las ventanas de la sala de estar, el comedor y la cocina. Pero se habrían olvidado de la ventana del sótano. Siempre me ocurría a mí. No a Cassie. Puedo entrar por ahí.
Tenía que correr rápido para cruzar el breve trecho de espacio abierto. Tan rápido como pudiera. ¿Sistema de alarma? No en una casa tan vieja, se mintió esperanzado. Corre ligero, se recomendó a sí mismo. Luego iba a lanzarse por debajo de la casa para tratar de abrir la ventana del sótano.
No era un gran plan. Si no funcionaba, no sabía qué iba a hacer como alternativa. Pero se consoló un poco al pensar que había pasado su vida académica sin prejuzgar los resultados de los experimentos. Era algo que había enseñado una y otra vez a generaciones de estudiantes de postgrado: Nunca hay que anticiparse al resultado, porque entonces no verán el verdadero significado de lo que ocurre y no podrán percibir la emoción de lo inesperado.
Antes había sido psicólogo. Y cuando era joven, había sido corredor. Apretó los dientes, respiró hondo y se lanzó hacia delante. Adrián corrió, moviendo desenfrenadamente los brazos, hacia la granja, hacia la ventanita cerca del suelo.
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