– El viernes, habitación 1514. Encuéntralo.
El hombre puso la pila de formularios en la parte de atrás del mostrador y empezó a repasarlos. Bosch sabía que estaba tardando demasiado. La policía llegaría en cualquier momento a las recepciones de hotel y los encontraría. Había pasado al menos un cuarto de hora desde los disparos en la planta quince. Vio un estante debajo del mostrador delantero y puso la pistola allí. Si la policía lo pillaba con ella, iría a prisión seguro.
Al dejar la pistola del ladrón recordó que había abandonado a su ex mujer y madre de su hija, muerta y sola, en el suelo en la planta quince. Se sintió como si le estuvieran clavando una lanza en el pecho. Cerró los ojos un momento para tratar de apartar la idea y la visión.
– Aquí está.
Bosch abrió los ojos. El hombre se estaba volviendo hacia él desde el mostrador de atrás. Harry oyó un claro chasquido metálico, vio que el brazo derecho del hombre empezaba a girar de abajo arriba y supo que empuñaba un cuchillo antes de verlo. En una decisión tomada en una fracción de segundo, eligió bloquearlo en lugar de esquivar el ataque. Se lanzó hacia el agresor, levantando el antebrazo izquierdo para protegerse y asestándole un puñetazo en el cuello con la derecha.
La navaja rasgó la manga de la chaqueta de Bosch, que sintió que la hoja le cortaba en la cara interna del antebrazo. Pero ése fue el único daño que recibió. El puñetazo en el cuello hizo caer al hombre hacia atrás junto con el taburete. Bosch se echó otra vez encima de él, agarrando la mano que empuñaba el arma blanca por la muñeca y golpeándosela repetidamente contra el suelo hasta que la navaja repiqueteó en el hormigón.
Se levantó sin dejar de sujetar al hombre por el cuello. Notó que le resbalaba sangre de la herida por el brazo y volvió a pensar en Eleanor, que yacía muerta en la planta quince. Le habían arrebatado la vida antes de que pudiera decir ni una palabra; antes de que pudiera ver a su hija a salvo otra vez.
Bosch levantó el puño y golpeó con fuerza al tipo en las costillas. Lo hizo una y otra vez, pegando en cuerpo y rostro, hasta que estuvo convencido de que las costillas y la mandíbula del hombre estaban rotas y éste había perdido la conciencia.
Bosch estaba enloquecido. Cogió la navaja, la cerró y se la guardó en el bolsillo. Se apartó y recogió los formularios caídos. Enseguida se levantó, volvió a guardarlo todo en el maletín del tipo del hotel y lo cerró. Se inclinó sobre el mostrador para mirar por debajo de la persiana de seguridad. El pasillo todavía estaba despejado, aunque oyó anuncios procedentes de un megáfono que llegaban desde el lado del ascensor. Sabía que el procedimiento policial consistiría en cerrar el edificio y controlar los accesos.
Levantó la persiana medio metro, cogió la pistola del estante y se la metió en la parte de atrás del cinturón. Saltó por encima del mostrador con el maletín. Tras comprobar que no había dejado manchas de sangre, bajó la persiana y salió.
Al tiempo que se alejaba, Bosch levantó el brazo para examinarse la herida a través del corte en la chaqueta. Parecía superficial, pero sangraba mucho. Se enrolló la manga alrededor para que absorbiera la sangre. Miró el suelo detrás de él para asegurarse de que no estaba goteando.
En la zona de ascensores, la policía estaba haciendo salir a todo el mundo a la calle. Allí, en una zona acordonada, los posibles testigos serían interrogados sobre lo que podían haber visto u oído. Bosch sabía que no podía pasar por ese proceso. Dio un giro de ciento ochenta grados y enfiló el pasillo hacia el otro lado del edificio. Llegó a un cruce de pasillos y atisbó a su izquierda a dos hombres que se apresuraban en dirección opuesta a la actividad policial.
Bosch los siguió, dándose cuenta de que no era el único del edificio que no quería ser interrogado por la policía.
Los dos hombres desaparecieron en un estrecho pasaje entre dos de las tiendas ahora cerradas. Bosch los siguió. El pasaje conducía a una escalera que descendía al sótano, donde había filas de jaulas de almacenaje para los comerciantes, que tenían un espacio de venta muy reducido arriba. Bosch siguió a los hombres por un pasillo y luego giró a la derecha. Vio que se dirigían a un símbolo chino rojo brillante sobre una puerta y supo que tenía que ser una salida. Los hombres pasaron por ella y sonó una alarma. Cerraron de un portazo a su espalda.
Bosch corrió hacia la puerta y pasó. Se encontró en el mismo callejón peatonal en el que había estado antes. Rápidamente salió a Nathan Road y buscó el Mercedes de Sun.
Unos faros destellaron desde media manzana de distancia y Bosch vio que el coche lo esperaba delante del nudo de vehículos policiales detenidos caóticamente delante de la entrada de Chungking Mansions. Sun arrancó y se dirigió lentamente hacia él. Harry al principio fue hacia la parte de atrás del coche, pero se dio cuenta de que Eleanor ya no estaba con ellos. Entró delante.
– Has tardado mucho -dijo Sun.
– Sí, salgamos de aquí.
Sun miró el maletín y los nudillos ensangrentados de Bosch agarrados al asa. No dijo nada. Aceleró y se alejó de Chungking Mansions. Bosch se volvió en su asiento para mirar atrás. Su mirada recorrió por el edificio hasta llegar al piso donde habían dejado a Eleanor. De alguna manera, Bosch siempre había pensado que envejecerían juntos. Su divorcio no importaba; tampoco los otros amantes; siempre habían mantenido una relación intermitente, pero eso tampoco importaba. En el fondo, nunca había dejado de pensar que la separación era temporal. A largo plazo estarían juntos. Por supuesto, tenían a Madeline y eso siempre iba a ser su vínculo. Pero Bosch creyó que habría más.
Ahora todo eso había terminado por culpa de las decisiones que él había tomado. No importaba si se trataba del caso o de su momentáneo lapsus al mostrar el dinero: todos los caminos llevaban a él y no estaba seguro de cómo iba a vivir con eso.
Se inclinó hacia delante y puso la cabeza entre las manos.
– Sun Yee, lo siento… Yo también la quería.
Sun no respondió durante un buen rato. Cuando habló sacó a Bosch de la espiral descendente y volvió a concentrarlo.
– Ahora hemos de encontrar a tu hija. Lo haremos por Eleanor.
Bosch se enderezó y asintió. Se inclinó hacia delante y puso el maletín en su regazo.
– Cuando puedas has de mirar esto.
Sun dio diversos giros y se alejó varias manzanas de Chung-king Mansions antes de detenerse junto al bordillo. Se encontraban enfrente de un mercado destartalado que estaba repleto de occidentales.
– ¿Dónde estamos? -preguntó Bosch.
– En el mercado del jade. Es muy famoso entre los occidentales. Aquí no se fijarán en ti.
Bosch abrió el maletín y le pasó a Sun la pila desordenada de formularios de registro del hotel. Había al menos cincuenta. La mayoría estaban cumplimentados en chino y eran ilegibles para Bosch.
– ¿Qué he de buscar? -preguntó Sun.
– Fecha y número de habitación. El viernes fue 11. Busca eso y la habitación 1514. Ha de estar en la pila.
Sun empezó a leer. Bosch lo observó un momento y luego miró por la ventanilla al mercado del jade. Por los puntos de entrada abiertos vio filas y más filas de puestos: hombres y mujeres mayores que vendían sus objetos bajo un endeble techo de conglomerado y lona. Estaba repleto de clientes que iban y venían.
Bosch pensó en el colgante de monos de jade que había encontrado en la habitación de su hija. Ella había estado ahí. Se preguntó si se había alejado tanto sola o con amigos, quizá con He y Quick.
Una mujer mayor estaba vendiendo barritas de incienso ante una de las entradas y tenía un cubo con fuego. Al su lado había una mesa plegable con filas de objetos de papel maché para quemar. Bosch vio una fila de tigres y se preguntó para qué necesitaría un tigre un antepasado muerto.
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