Ursula Le Guin - Tehanu

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Tehanu: краткое содержание, описание и аннотация

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El mal medra, y la magia se ha pervertido. En todas partes hay miedo e incertidumbre, y magos y reyes quieren que una mujer de Gont les muestre el camino. Tenar, sacerdotisa de Atuan, cuida de Therru, una muchacha que ha conocido el horror, y dedica toda su fuerza y sabiduría a proteger a la niña de sus perseguidores y llegar a entender un mundo que está cambiando de una manera misteriosa. A Tenar se le une Ged, en otro tiempo archimago de Terramar, y el hombre, la mujer y la niña descubren que se enfrentan a un enemigo que sólo podrá ser dominado con una nueva especie de poder…
Ganó el Premio Nébula como mejor novela en 1990, Premio Locus como mejor novela de fantasía en 1991.

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—¡Pobre muchacho! —dijo—, la tripulación de tu barco se dispersa, y te enteras de que tu padre está muerto y encuentras forasteros en tu casa, todo en un solo día. Necesitarás cierto tiempo para acostumbrarte a todo esto. Lo siento, hijo. Pero me alegro de que estés aquí. Te recordaba a menudo, te imaginaba en medio de los mares, de las tormentas, del invierno.

Él no dijo nada. No tenía nada que ofrecer y era incapaz de recibir. Empujó la silla hacia atrás y estaba a punto de ponerse en pie cuando entró Therru. La miró asombrado, sin levantarse del todo. —¿Qué le ocurrió? —dijo.

—La quemaron. Éste es mi hijo del que te hablé, Therru, el marinero, Chispa. Therru es tu hermana, Chispa.

—¡Hermana!

—Por adopción.

—¡Hermana! —dijo otra vez y recorrió la cocina con la mirada como si buscara testigos, y miró fijamente a su madre.

Ella también lo miró fijamente.

Salió de la casa después de casi tropezar con Therru, que se quedó inmóvil. Cerró con estrépito la puerta a sus espaldas. Tenar intentó decirle algo a Therru pero no pudo.

—No llores —dijo la niña, que no lloraba jamás, acercándosele, tocándole el brazo. ¿Te hizo daño?

—¡Oh, Therru! ¡Déjame abrazarte! —Se sentó ante la mesa con Therru en el regazo y rodeándola con los brazos, aunque la niña ya estaba grande para tenerla en brazos y nunca había aprendido a hacerlo con soltura. Pero Tenar la abrazó y se echó a llorar, y Therru apoyó su rostro desfigurado en el de Tenar hasta que se le cubrió de lágrimas.

Ged y Chispa llegaron al anochecer desde extremos opuestos de la granja. Evidentemente Chispa había hablado con Arroyo Claro y había reflexionado, y evidentemente Ged intentaba averiguar qué sucedía. Fue muy poco lo que se dijo durante la cena, y todo con gran cautela. Chispa no protestó por no poder dormir nuevamente en su cuarto, sino que subió al desván convertido en bodega como un auténtico marino y aparentemente quedó satisfecho con la cama que su madre le había hecho allí, porque no bajó sino hasta bien entrada la mañana.

Chispa quería desayunar de inmediato y esperaba que le sirvieran el desayuno. A su padre siempre le habían servido, su madre, su esposa, su hija. ¿Era menos hombre que su padre? ¿Se lo iba a demostrar ella acaso? Tenar le sirvió el desayuno y retiró los platos, y regresó al huerto donde había estado haciendo fuego con Therru y Shandy para acabar con una plaga de orugas que amenazaba con destruir los nuevos frutos.

Chispa salió al encuentro de Arroyo Claro y Tiff. Y con el paso de los días se habituó a quedarse con ellos la mayor parte del tiempo. Ged, Shandy y Tenar hacían el trabajo pesado que exigían los cultivos y las ovejas y para el que se necesitaba fuerza y destreza, mientras los dos viejos que habían vivido allí toda su vida, los hombres de su padre, lo llevaban a recorrer y le explicaban cómo manejaban todo, y de veras creían que lo manejaban todo, y compartían esa convicción con él.

Tenar empezó a sentirse desdichada dentro de la casa. Sólo al aire libre, cuando trabajaba en la granja, sentía disminuir su cólera, la humillación que le provocaba la presencia de Chispa.

—Ahora me ha tocado a mí —le dijo a Ged con amargura, en la habitación oscura iluminada por las estrellas—. Me ha tocado a mí perder lo que más me enorgullecía.

—¿Qué has perdido?

—A mi hijo. Al hijo que no crié para que pudiera convertirse en un hombre. Fallé. Le fallé. —Se mordió los labios, clavando la mirada en la oscuridad, sin una lágrima en los ojos. Ged no intentó discutir con ella ni aliviar su dolor. Le preguntó: —¿Crees que se quedará?

—Sí. Tiene miedo de intentar volver al mar. No me dijo la verdad o no toda la verdad sobre su barco. Era segundo maestre. Supongo que transportaban objetos robados. Piratería de segunda mano. No me importa. Todos los marinos gonteses son medio piratas. Pero miente cuando habla de eso. Miente. Tiene celos de ti. Es un hombre deshonesto, envidioso.

—Temeroso, pienso —dijo Ged—. No es malvado. Y ésta es su granja.

—¡Entonces puede quedarse con ella! Y que sea tan generosa con él como…

—No, mi amor —dijo Ged, interrumpiéndola con la voz y las manos—, no digas nada…, ¡no maldigas! —Su franqueza era tan apremiante, tan apasionada, que la cólera de Tenar se transformó de inmediato en el amor que la provocaba y gritó:— ¡No podría maldecirlo ni maldecir este lugar! ¡No pensaba hacerlo! ¡Pero me da tanta lástima, tanta vergüenza! ¡Me duele tanto, Ged!

—No, no, no. Querida, no me importa lo que el muchacho piense de mí. Pero es muy duro contigo…

—Y con Therru. La trata como… Dijo, me dijo: «¿Qué hizo para haber quedado así?». ¡Qué hizo!

Ged le acarició los cabellos, como solía hacer, con caricias suaves, lentas y repetidas que los adormecían a ambos con su apacible ternura.

—Podría irme a pastorear cabras nuevamente —dijo él al cabo de un rato—. Eso te facilitaría la vida aquí. Salvo por el trabajo…

—Preferiría ir contigo…

Él le acarició los cabellos, parecía reflexionar. —Supongo que podríamos hacerlo —dijo—. Hay un par de familias que pastorean cabras allá arriba, más arriba de Lissu. Pero luego vendrá el invierno…

—Quizás algún granjero nos dé trabajo. Sé hacer el trabajo… y sé cuidar ovejas…, y tú sabes cuidar cabras… y eres rápido en todo…

—Sé manejar muy bien una horquilla —musitó Ged, y logró hacerla reír apenas con una risa entrecortada por el llanto.

A la mañana siguiente Chispa se despertó temprano para desayunar con ellos, porque iba a salir a pescar con el viejo Tiff. Se levantó de la mesa y dijo más amablemente que de costumbre: —Traeré pescado para la cena.

Durante la noche, Tenar había tomado una resolución. Le dijo:

—Espera; puedes quitar la mesa, Chispa. Pon los platos en el fregadero y échales agua. Los lavaremos con las cosas de la cena.

Él la miró fijamente por un instante y dijo: —Eso lo hacen las mujeres —y se puso la gorra.

—Lo hace cualquiera que coma en esta cocina.

—Yo no —dijo categóricamente, y salió de la casa.

Tenar lo siguió. Se quedó de pie en el peldaño de la entrada. —¿Halcón lo puede hacer pero tú no? —le preguntó.

Él se limitó a inclinar la cabeza mientras atravesaba el corral.

—Es demasiado tarde —dijo Tenar regresando a la cocina—: Fracasé, fracasé. —Alcanzaba a sentir las líneas de la cara, tensas, a los lados de la boca, entre los ojos.— Se puede regar una piedra —dijo—, pero no crecerá.

—Tienes que empezar cuando son jóvenes y tiernos —dijo Ged—. Como yo.

Esta vez Tenar no pudo reír.

Cuando regresaron a la casa después de hacer el trabajo del día, vieron que un hombre estaba charlando con Chispa en el portón de la granja.

—Es el hombre de Re Albi, ¿verdad? —dijo Ged, que tenía muy buena vista.

—Ven, Therru —dijo Tenar, porque la niña se había detenido bruscamente—. ¿Qué hombre? —No veía bien de lejos y miró por sobre el corral entrecerrando los ojos.— ¡Oh!, es ése, el mercader de ovejas. Townsend. ¿A qué habrá regresado ese cuervo negro?

Se había sentido furiosa todo el día, y Ged y Therru, prudentemente, no dijeron nada.

Tenar se acercó a los hombres que estaban ante el portón.

—¿Has venido por las ovejas, Townsend? Deberías haber venido hace un año; pero todavía hay algunas de este año en el corral.

—Eso mismo me estaba diciendo el señor—dijo Townsend.

—¿Sí? —preguntó Tenar.

El rostro de Chispa se ensombreció más que nunca ante el tono de su voz.

—No os interrumpiré a ti y al señor, entonces —dijo Tenar e iba a volverse cuando Townsend dijo—: Tengo un mensaje para ti, Goha.

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