Ursula Le Guin - Tehanu

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El mal medra, y la magia se ha pervertido. En todas partes hay miedo e incertidumbre, y magos y reyes quieren que una mujer de Gont les muestre el camino. Tenar, sacerdotisa de Atuan, cuida de Therru, una muchacha que ha conocido el horror, y dedica toda su fuerza y sabiduría a proteger a la niña de sus perseguidores y llegar a entender un mundo que está cambiando de una manera misteriosa. A Tenar se le une Ged, en otro tiempo archimago de Terramar, y el hombre, la mujer y la niña descubren que se enfrentan a un enemigo que sólo podrá ser dominado con una nueva especie de poder…
Ganó el Premio Nébula como mejor novela en 1990, Premio Locus como mejor novela de fantasía en 1991.

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—Y ella —dijo Ged después de un largo silencio—, si alguna vez llega a bailar…

—Le temerán —dijo Tenar en un susurro. Entonces la niña volvió a entrar en la casa y empezaron a hablar de la masa que iba fermentando dentro de la caja colocada junto al horno. Siguieron hablando así, serena y largamente, pasando de un tema a otro, una y otra vez, durante toda la mitad de ese breve día, muchas veces, hilando y uniendo sus vidas con palabras, los años y los hechos y las ideas que no habían compartido. Luego se quedaban en silencio nuevamente, trabajando y pensando y soñando, y la niña silenciosa los acompañaba.

Así pasó el invierno, hasta que llegó la época en que las ovejas empezaron a parir y hubo mucho trabajo por un tiempo, mientras los días se iban alargando y se hacían más luminosos. Entonces llegaron las golondrinas desde las islas que había bajo el sol, en el Confín Austral, donde brilla la estrella Gobardon en la constelación del Fin; pero ése era sólo el comienzo del parloteo de las golondrinas.

13. El señor

Como las golondrinas, los barcos empezaron a volar entre las islas con el retorno de la primavera. En las aldeas se murmuraba, repitiendo lo que se decía en Valmouth, que los barcos del rey perseguían a los perseguidores, arruinando a renombrados piratas, confiscando sus barcos y sus fortunas. El mismísimo Señor Heno envió tres de sus mejores y más veloces navios, capitaneados por el brujo y lobo de mar Tarja, que era temido por todos los mercaderes desde Solea a las Andrades; su flota debía tenderle una emboscada a los barcos del rey frente a las costas de Oranéa y destruirlos. Pero fue uno de los navios del rey el que llegó a la Bahía de Valmouth llevando a Tarja encadenado a bordo, con la orden de escoltar al Señor Heno al Puerto de Gont para que lo juzgaran por piratería y asesinato. Heno se encerró en su mansión de piedra, en las colinas que se elevaban detrás de Valmouth, pero no pensó en hacer una fogata, porque estaban en primavera y hacía calor, de modo que cinco o seis de los jóvenes soldados del rey se dejaron caer sobre él entrando por la chimenea, y toda la tropa lo llevó encadenado por las calles de Valmouth y lo condujo ante la justicia.

Al oír eso, Ged dijo con afecto y orgullo: —Hará bien todo aquello que un rey puede hacer.

Habían llevado rápidamente a Diestro y Shag al Puerto de Gont por el camino del norte y, cuando sus heridas hubieron cicatrizado lo suficiente, llevaron a Merluza hasta allí en barco, para ser juzgado por asesinato en los tribunales del rey. El anuncio de que lo habían condenado a galeras fue recibido con gran satisfacción y jactancia en el Valle Central, mientras Tenar, y Therru a su lado, escuchaban en silencio.

También llegaron otros barcos trayendo a otros enviados del rey, no todos ellos populares entre los lugareños y los aldeanos del primitivo Gont: alguaciles reales, a los que habían enviado para que informaran sobre el cuerpo de alguaciles y policías, y a escuchar las denuncias y las quejas de las gentes del pueblo; encargados de informar sobre el pago de tributos y cobradores de tributos; nobles visitantes de los señores poco importantes de Gont, que indagaban cortésmente sobre su fidelidad a la Corona de Havnor; y hechiceros que iban por aquí y por allá, al parecer haciendo poco y diciendo aún menos.

—Creo que, después de todo, andan buscando un nuevo archimago —dijo Tenar.

—O indagando si se ha hecho mal uso de las artes mágicas —dijo Ged—, si se ha pervertido la hechicería.

Tenar estuvo a punto de decir: «¡Entonces deberían ir a la mansión de Re Albü», pero las palabras se le atascaron en la boca. «¿Qué iba a decir?» —pensó—. «¿Le hablé alguna vez a Ged de… Me estoy volviendo olvidadiza. ¿Qué le iba a decir a Ged? ¡Oh!, que deberíamos arreglar el portón de abajo de la dehesa antes de que las vacas se escapen.»

Siempre estaba pendiente de algo, de miles de cosas, faenas de la granja. «Nunca te ocupas de una sola cosa», le había dicho Ogion. Incluso con la ayuda de Ged, todos sus pensamientos y sus días estaban dedicados a las faenas de la granja. Él compartía el trabajo de la casa con ella, lo que Pedernal no había hecho; pero Pedernal había sido un granjero y Ged no lo era. Aprendía rápidamente, pero había mucho que aprender. Trabajaban. Tenían poco tiempo para charlar, ahora. Al final del día cenaban juntos y se acostaban juntos, y dormían y se despertaban al alba y seguían trabajando, y así una y otra vez, como la rueda de un molino de agua que subía llena y se vaciaba, y los días eran como el agua clara que caía.

—¿Cómo estás, madre? —dijo el muchacho delgado desde el portón de la granja. Tenar pensó que era el hijo mayor de Alondra y dijo—: ¿Qué te trae por aquí, muchacho? —Luego volvió a mirarlo por sobre los polluelos cloqueantes y el desfile de gansos.

—¡Chispa! —gritó y espantó a las aves al acercársele corriendo.

—Bien, bien —dijo él—. No hagáis escándalo. La dejó abrazarlo y acariciarle la cara. Entró en la casa y se sentó en la cocina, ante la mesa.

—¿Has comido? ¿Viste a Manzana?

—Podría comer algo.

Escarbó en la despensa bien aprovisionada.

—¿En qué barco estás? ¿Todavía en el Gaviota ?

—No. —Silencio.— Mi barco ya no existe.

Ella se volvió espantada. —¿Naufragó?

—No. —Sonrió sin una pizca de humor.— La tripulación se dispersó. Los hombres del rey se apoderaron del barco.

—Pero… no era un barco pirata…

—No.

—¿Por qué entonces?

—Dijeron que el capitán llevaba algunas cosas que necesitaban —dijo de mala gana. Estaba delgado como siempre, pero se veía mayor por la piel curtida, los cabellos lacios, el rostro delgado como el de Pedernal pero más delgado aún, más severo.

—¿Dónde está papá? —dijo. Tenar se quedó inmóvil.

—No fuiste a la casa de tu hermana.

—No —dijo, indiferente.

—Pedernal murió hace tres años —dijo ella—. De un ataque. En los campos…, en el sendero, más allá de las panderas. Lo encontró Arroyo Claro. Fue hace tres años.

Se quedaron en silencio. El no sabía qué decir o no tenía nada que decir.

Ella le sirvió comida. El empezó a comer con tal avidez que ella le sirvió más comida enseguida.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste?

El se encogió de hombros y siguió comiendo.

Ella se sentó frente a él, al otro lado de la mesa. El sol de fines de primavera entraba a raudales por la ventana baja alumbrando la mesa de lado a lado y se reflejaba en la rejilla de bronce del hogar.

Finalmente él apartó el plato.

—¿Quién se ha estado ocupando de la granja, entonces? —preguntó.

—¿Por qué lo preguntas, hijo? —le preguntó, cortésmente pero con frialdad.

—Me pertenece —dijo él, también con cierta frialdad.

Al cabo de un minuto, Tenar se puso de pie y retiró los platos. —Así es.

—Por supuesto que podéis quedaros —dijo él, muy torpemente, tal vez tratando de hacer una broma; pero no era un hombre que acostumbrara a hacer bromas—. ¿Todavía anda por aquí el viejo Arroyo Claro?

—Todos siguen aquí. Y también hay un hombre llamado Halcón y una niña a la que cuido. Aquí. En casa. Tendrás que dormir en el cuarto del desván. Pondré la escalerilla. —Volvió a mirarlo con gesto desafiante.— ¿Piensas quedarte por un tiempo, entonces?

—Es posible.

Pedernal había respondido a sus preguntas de la misma manera durante veinte años, negándole el derecho a preguntarlas al no responder jamás sí o no, gozando de una libertad que se basaba en su ignorancia; una exigua y limitada libertad, pensó Tenar.

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