– ¿Pero…? -intervino Durand con una voz de bajo que sonaba exagerada para su físico menudo.
Cluny hizo una pausa de efecto. Se quitó las gafas y se apretó el puente de la nariz, como Frank ya le había visto hacer. Parecía tener una particular habilidad para concentrar la atención de los demás en sus palabras. Volvió a ponerse las gafas y asintió con la cabeza en dirección a Durand.
– Exacto. Aquí comienzan los «pero»… El sujeto tiene un gran dominio léxico y una capacidad de abstracción muy fuera de lo común. Utiliza imágenes, muchas de las cuales son casi poéticas; podríamos incluir aquí esa definición que da de sí mismo, «uno y ninguno». Además de su aguda inteligencia, es un hombre de elevado nivel cultural, con estudios superiores, quizá humanísticos, al contrario de la mayoría de los asesinos en serie, que suelen ser individuos de clase media baja y de escasa cultura. Hay algo en particular que me deja perplejo…
Otra pausa. Frank observó que el psicopatólogo repetía la pantomima de quitarse las gafas y apretarse la nariz. Durand aprovechó para limpiar las suyas.
«Disfruta de nuestros aplausos, Cluny. Sí, estamos todos pendientes de ti, pero sigue adelante, por favor. Y decídete a usar lentes de contacto de una vez por todas.»
– Me refiero a que el asesino, en el transcurso de la conversación, manifieste que se siente casi obligado a matar. Si en la raíz de su patología hay hechos de su vida comunes a este tipo de alteraciones de la personalidad… es decir, familia opresiva, padre o padres dominantes, maltratos o humillaciones y abusos semejantes… el impulso de matar podría considerarse bastante normal. Pero aquí se observa una actitud que en general se encuentra en los casos de desdoblamiento de personalidad, como si en el sujeto coexistieran dos personas… Y con esto volvemos al «uno y ninguno»…
Frank pensaba que todas aquellas consideraciones eran simplemente estupideces.
No eran más que un bonito ejercicio de estilo. En aquel caso específico, trazar el perfil del asesino podía resultar útil, pero no determinante. Ese asesino no era solo un hombre que actuaba, sino un hombre que pensaba antes de actuar. Y pensaba con una lucidez excepcional. Para atraparlo, ellos debían ser más lúcidos que él.
No lo dijo, por temor a que esta simple observación se interpretara como admiración.
Intervino Durand y, por lo que dijo, Frank se vio obligado a admitir que no era estúpido. Sabía cómo llevar adelante una reunión como aquella.
– Señores, esta conversación queda entre nosotros, nadie nos está escuchando. No se trata de una competición para ver quién es más hábil. Les pido que pongan sobre la mesa todas sus dudas, hasta la que parezca más banal. Nunca se sabe de dónde puede salir una idea. Comenzaré yo: ¿Qué se puede decir de la relación del asesino con la música?
Cluny se encogió de hombros.
– Ese es otro aspecto controvertido. «Uno y ninguno», una vez más. Por un lado se observa una pasión evidente por la música, puesto que parece conocerla y apreciarla mucho. La música debe de ser, para este hombre, un refugio primario, una especie de escondrijo mental. Por otro lado, que se valga de ese medio para darnos una pista sobre su siguiente víctima nos involucra en un juego donde la música pasa a ser algo destructivo, un arma con que nos desafía. Se considera superior a nosotros, pero al mismo tiempo tiene un complejo de inferioridad y frustración que le empuja a ofrecernos esas pistas. ¿Ven ustedes? De nuevo «uno y ninguno»…
Hulot levantó una mano.
– Diga, comisario.
– El hecho de que quite la piel del cráneo a sus víctimas, aparte de las motivaciones psicológicas, ¿qué finalidad práctica puede tener, en su opinión? Es decir, ¿qué hace con la cara y el cuero cabelludo de esos desdichados? ¿Para qué le sirven?
En la sala se hizo el silencio. Era una pregunta que cada uno de los ya se había planteado muchas veces. Ahora se había formulado en voz alta, y la pausa significaba que ninguno de ellos había encontrado una respuesta.
– Sobre este punto, como cada uno de nosotros, solo puedo formular hipótesis, y de momento todas serían igualmente válidas…
– ¿Podría tratarse de un hombre de apariencia horrible, que se venga de ello con sus víctimas? -preguntó Morelli.
– Sí, es posible. Pero tenga usted presente que un aspecto físico repugnante, o monstruoso, es de por sí bastante llamativo. Una apariencia física repulsiva es lo que más despierta la fantasía de la gente, según la ecuación «feo igual a malo». Si anduviera circulando por la zona una especie de Frankenstein, sin duda alguien ya nos lo habría señalado. Alguien así no pasa inadvertido.
– De todos modos, creo que es una posibilidad que no podemos descartar a priori -intervino Durand con su voz de bajo.
– Desde luego que no. Como ninguna de las otras, desgraciadamente.
– Gracias, doctor Cluny.
Roncaille puso momentáneamente punto final a aquel aspecto del análisis y se dirigió al inspector Gottet, que hasta entonces había escuchado en silencio.
– Su turno, inspector.
Gottet tomó la palabra; sus ojos brillaban con el fulgor de la eficiencia.
– Hemos evaluado todas las razones posibles por las que las llamadas telefónicas del «sudes» no han podido interceptarse.
Gottet miró a Frank; este sintió el impulso de sonreír y se contuvo a duras penas. Gottet era un verdadero fanático. La definición de «sudes» era una contracción de los términos «sujeto desconocido», que solía usarse durante las investigaciones en Estados Unidos pero que allí nadie solía utilizar.
– Desde hace un tiempo disponemos de un nuevo sistema de detección de llamadas de telefonía móvil, el DCS 1000, apodado el «Carnívoro». Si la llamada llega por esa vía, no hay problema…
Frank había oído hablar de ese aparato en Washington, cuando todavía se hallaba en estado experimental. No sabía que ya se estuviera empleando. Pero había muchas cosas de las que no estaba al corriente. Gottet reanudó su exposición.
– En lo que atañe a la telefonía fija, podemos entrar directamente en el ordenador de la radio, el que dirige la centralita, y controlar todas las entradas con una búsqueda de señal exterior, ya provengan de la compañía telefónica o de otras fuentes, en particular de internet…
Hizo una pausa de efecto, aunque sin obtener los resultados magnéticos de Cluny.
– Como quizá sepan ustedes, vía internet es posible, con los programas apropiados y cierta habilidad, hacer llamadas telefónicas sin ser interceptado. A menos que del otro lado haya alguien igualmente hábil, o más. Por esto hemos solicitado la colaboración de un pirata informático que ha salido del anonimato; ahora es un asesor independiente de los hackers. De vez en cuando trabaja para nosotros, a cambio de que pasemos por alto algunas de sus malas pasadas. Aplicamos a esta búsqueda la mejor tecnología disponible. La próxima vez no se nos debería escapar…
La intervención de Gottet fue mucho más breve que la de Cluny, acaso porque había muchas menos cosas que decir en ese campo. Para todos ellos, el misterio de por qué no se habían interceptado las llamadas era como una mancha en una camisa recién lavada. Se habrían subido las mangas hasta las axilas con tal de limpiarla.
Durand recorrió con la mirada a los presentes.
– ¿Alguna otra cosa que añadir?
Hulot, que parecía haberse recuperado de la incomodidad del principio, había recobrado su sangre fría.
– Por nuestra parte, continuamos con la investigación de Ia vida privada de las víctimas, aunque no esperamos mucho por ese lado. Mientras tanto, seguimos vigilando Radio Montecarlo. Si e asesino vuelve a llamar y nos da un nuevo indicio, estamos listos para intervenir. Hemos organizado una unidad especial de policías de paisano, con algunas agentes de la policía femenina, para controlar el lugar. También disponemos de una unidad de intervención compuesta Por los mejores tiradores y equipados para visión nocturna. Hemos contratado expertos musicales para ayudarnos a descifrar el próximo mensaje, si lo hay. Una vez descifrado, pondremos bajo vigilancia a la probable víctima. Esperamos que el asesino cometa un error, aunque hasta hoy, por desgracia, se haya mostrado infalible.
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