La mano se apartó, pero el espíritu de Charlie permaneció. Sus palabras esculpían la piedra y del mismo modo resonaban en la mente de Jim.
– Linda, la hija de Thalena, era la madre de Richard Tenachee, tu bichei, tu abuelo.
Charlie hizo una pausa, para permitirle asimilar la información.
– ¿Por qué nunca me dijiste nada?
– Porque no estabas. No has estado nunca, ni siquiera cuando aún vivías aquí. Tu mente corría hacia otros lugares y no había manera de frenarla. Tu abuelo y yo decidimos que era justo dejar que siguieras tu camino y dispusieras de libertad para elegir.
Jim captó en esas palabras toda la melancolía por el pasado y la imposibilidad de acceder al presente.
– Además, él no era el único que pensaba así. Veíamos lo que sucedía alrededor de nosotros. Veíamos que las cosas cambiaban poco a poco. Hasta que nos encontramos frente a chicos indígenas que deberían sentir el orgullo de los jefes y en cambio no saben quiénes son. Que andan por ahí vestidos como esos estúpidos raperos que se ven por la televisión, esos que se disfrazan de hombres recios. Hemos olvidado hasta tal punto quiénes somos, que nos vemos obligados a usar un disfraz, mucho más pesado que los que nos ponemos para contentar a los turistas.
En el semblante del viejo Charles Owl Begay se leían la derrota y la capitulación.
– Somos tantos… Podríamos ser una sola voz potente. Y en cambio somos solo un coro de voces débiles y sometidas.
Jim percibió de golpe lo que escondían las palabras de aquel hombre.
– Tú lo sabes todo. Lo has sabido desde el comienzo. Y no has dicho nada.
– He rogado a todos los dioses capaces de escuchar mis plegarias que todo se detuviera. Que encontrara la manera de ayudarte…
Jim se volvió de pronto, sin alzar la voz.
– ¿Ayudarme? Son todas esas pobres personas muertas a quienes deberías haber ayudado.
La voz de Charlie rezumaba incredulidad.
– ¿De verdad todavía no lo comprendes, Tres Hombres?
Y también había dolor en su voz, por lo que dijo a continuación.
– En el centro de todo estás tú.
– ¿Yo?
– Chaha'oh no puede vivir sin la tierra, pero del mismo modo extrae fuerza del hombre que lo ha creado. Eldero ya no vive, pero tú llevas dentro su espíritu y su sangre.
Jim trató de rechazar esas palabras con una negación desesperada.
– No es posible.
– Sí que lo es. Has visto cuatro demostraciones de que es posible. Una por cada persona que ha matado Chaha'oh. Y seguirá haciéndolo, hasta que tú pongas fin a la tarea que se le encomendó.
Parecía que a Charlie le costaba más hablar que a Jim escuchar.
– Todo comenzó cuando llegaste. Caleb fue asesinado esa misma tarde. Estabas cerca de la cárcel cuando Chaha'oh mató a Jed Cross. Y de nuevo estabas con la muchacha en The Oak, cuando la mató. Eres tú quien le da fuerza, porque, aunque nadie lo sepa, posees un espíritu tan profundo como la tierra.
Jim recordaba la opresión que sintió en los momentos a los que se refería Charlie. La sensación sofocante de que su mente atravesaba una nube oscura tan grande que negaba el sol. Recordó que Silent Joe, cuando encontró el cuerpo de Caleb, emitió de repente su lamento desesperado. Entonces no se explicaba la razón. La Sombra todavía se hallaba presente y de nuevo al acecho.
Charlie, por si aún la necesitaba, le dio la última prueba.
– No sé si te has dado cuenta de lo que sucedió en el parque, esta noche. Cuando tenías en los brazos a tu hijo y temías por su vida, gritaste a Chaha'oh que se detuviera, y lo hizo.
Jim intentó una última, desesperada rebelión.
– Puedo volver a hacerlo.
– No.
El monosílabo resonó en el interior de la habitación como un veredicto de muerte. Charlie volvió a sentarse frente a él. Ahora aparentaba su edad. Lo que lo envejecía eran las cosas que se veía obligado a decir.
– Chaha'oh tiene el poder de aprender. Por eso logró atrapar a Curtis Lee de esa manera tan ingeniosa, aunque tú estuvieras lejos. Crece, y poco a poco conseguirá avanzar sin guía. Pronto ya no te necesitará. Y seguirá matando.
Jim se levanto de golpe.
– Es absurdo.
– ¿Todavía lo encuentras absurdo? Y sin embargo estás dispuesto a creer en lo que te propone la ciencia, que es prácticamente lo mismo: la creación de una inteligencia artificial capaz de evolucionar y aprender de sus propios errores.
– Tú mismo lo has dicho. Eso es ciencia. Aquí estamos hablando de magia.
– ¿Y no será también magia cuando de una máquina nazca otra máquina capaz de comprender que está viva?
El viejo esbozó un gesto vago.
– También para esto hay una explicación, en alguna parte.
Solo que el ser humano no ha sido lo bastante fuerte e inteligente para lograr encontrarla. No ha sido lo bastante humilde.
Jim se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Un nuevo amanecer indiferente comenzaba a colorear el cielo. La luz llegaría a encender el azul, pero el mundo que conocía, con todas sus ilusiones y sus presuntuosas certezas, después de esa noche había desaparecido para siempre.
Pensó en Seymour y en April, que jamás estarían a salvo. Pensó en Alan, que seguiría corriendo el riesgo de pagar con su vida culpas que no eran suyas. Pensó en sí mismo y en el peso que debería cargar a la espalda hasta el fin de sus días.
Sin volverse, dirigió a Charlie su última pregunta desesperada.
– ¿Cómo puedo detenerlo?
La voz llegó como un soplo desde algún lugar situado a mil kilómetros.
– Sólo la persona que inició el rito puede ponerle fin.
En ese momento, absurdo como solo sabe ser el azar, comenzó a sonar el móvil. Apenas un rato antes, a Jim le habría parecido un hecho normal. Ahora le resultaba un ridículo intermedio infantil entre palabras de muerte.
Jim se acercó al mueble sobre el que había dejado el aparato.
– Diga.
– ¿Jim? Soy Cohen Wells.
– Hola, Cohen.
La voz del banquero subió enseguida un tono.
– ¿Hola? Una mierda. ¿Qué es esa gilipollada que acaba de decirme Alan? ¿Quieres explicarme por qué él y yo correríamos peligro de muerte?
Jim calló un instante para reflexionar. Estaba claro que Alan se había comunicado al fin de algún modo con el padre. Pero resultaba igual de claro que no le había dicho nada de la grabación. Al no contárselo él, había dejado la decisión en sus manos.
– ¿Y bien?
La voz de Cohen Wells lo apremiaba. De la cordialidad de sus encuentros anteriores no quedaba ni rastro. Jim recordó sus palabras sin piedad grabadas en un pequeño aparato. Del otro lado de aquella minúscula magia moderna que sostenía pegado a la oreja se hallaba el hombre que había matado a su abuelo y pretendía matarlo también a él.
De pronto supo qué debía hacer. Todo se tornó claro, tanto que Charlie se asombró de ver que sus labios se abrían en una sonrisa.
– Lo tengo yo, Cohen.
– ¿Que tú tienes qué?
– Lo que está buscando desde hace tiempo. El documento de propiedad de Eldero.
Wells se dio cuenta enseguida de qué significaba la respuesta de Jim. Habría sido inútil fingir que lo ignoraba. Su voz se volvió cautelosa.
– ¿Y qué piensas hacer?
– Discutirlo con usted.
Una pausa para sopesar las ventajas y desventajas. Luego la codicia ganó la delantera, exactamente como Jim había supuesto.
– De acuerdo. ¿Dónde y cuándo?
– Ahora. ¿Conoce un lugar llamado Pine Point?
– Pues claro.
– Entonces, allí. Yo estoy en casa. Deme el tiempo de llegar.
Cohen Wells cortó sin añadir más. Jim notó que durante toda la conversación había contenido el aliento. Buscó nuevo aire para sus pulmones y las palabras justas para decir a Charlie, que desde su sitio lo observaba sin comprender.
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