Lee Child - El Enemigo

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Año nuevo, 1990. El muro de Berlín acaba de caer, y con él, termina la guerra fría. El mundo se enfrenta a una nueva era político-militar. Ese mismo día, Jack Reacher, un oficial de la polícia militar destinado en Carolina del Norte, recibe una llamada que le comunica la muerte de uno de los soldados de la base en un motel de la zona. Aparentemente, se trata de una muerte natural: sin embargo, cuando se descubre que la víctima era un general influyente, Reacher, ayudado por una joven afroamericana, que también es soldado, iniciará una investigación.

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– ¿Qué estarían buscando?

– Cualquier cosa.

– Muy bien -dijo Franz.

– Hasta mañana -dije.

Colgué y pasé las páginas de la guía desde la F de Fort Irwin hasta la P de Pentágono. Deslicé el dedo por el apartado de la J hasta Jefe de la Oficina del Estado Mayor. Lo dejé allí unos instantes.

– Vassell y Coomer se encuentran en Fort Irwin -dije.

– ¿Por qué? -soltó Summer.

– Se esconden. Creen que aún estamos en Europa. Saben que Willard está vigilando los aeropuertos. Son presas fáciles.

– ¿Queremos atraparles? No sabían nada sobre lo de la señora Kramer, eso quedó claro. Cuando se lo dijiste aquella noche en tu despacho se mostraron conmocionados. Por tanto, supongo que autorizaron el robo pero no los daños colaterales.

Asentí. Summer tenía razón. Aquella noche en mi despacho se habían sorprendido. Coomer palideció y preguntó: «¿Qué fue? ¿Un robo con allanamiento de morada?» Era una pregunta que procedía directamente de una conciencia culpable. Eso significaba que Marshall no les dijo nada al respecto. Se guardó la mala noticia. Regresó al hotel de D.C. a las 3.20 y les dijo que el maletín no estaba allí, pero no les explicó qué más había pasado. Seguramente Vassell y Coomer ataron cabos a la carrera aquella noche en mi despacho. Seguramente tuvieron un interesante viaje de vuelta a casa. Cruzarían palabras duras.

– Entonces fue sólo cosa de Marshall -señaló Summer-. Le entró pánico y ya está.

– Técnicamente fue una conspiración -dije-. La responsabilidad legal es compartida.

– Será difícil entablar una acción judicial.

– Eso corresponde al Cuerpo de Auditores Militares.

– Es un caso endeble, difícil de probar.

– Hicieron otras cosas -observé-. Créeme, lo que menos les preocupa es que golpearan a la señora Kramer en la cabeza.

Metí más monedas en el teléfono y marqué el número del jefe de la oficina del Estado Mayor, en las entrañas del Pentágono. Respondió una voz de mujer. Una auténtica voz de Washington. Ni alta ni baja, culta, elegante, casi sin acento. Supuse que era una administrativa de rango superior que trabajaba hasta tarde. Imaginé que tendría unos cincuenta años, cabello rubio con canas y la cara maquillada.

– Anote esto -dije-. Me llamo Reacher y soy comandante de la Policía Militar. Hace poco fui trasladado desde Panamá a Fort Bird, Carolina del Norte. Estaré en el control del anillo E de su edificio hoy a medianoche. Es exclusiva responsabilidad del jefe del Estado Mayor recibirme allí o no.

Hice una pausa.

– ¿Ya está? -dijo la mujer.

– Sí -repuse, y colgué. Recuperé quince centavos que devolví al bolsillo. Cerré la guía telefónica y me la puse bajo el brazo-. Vamos -dije.

Fuimos a la gasolinera y pusimos ocho dólares de gasolina. Luego enfilamos hacia el norte.

– ¿«Es exclusiva responsabilidad del jefe del Estado Mayor recibirme allí o no»? -soltó Summer-. ¿Quieres explicarme de una vez qué demonios está pasando?

Nos encontrábamos en la I-95, aún tres horas al sur de D.C. Con Summer al volante, tal vez dos y media. Ya era noche cerrada y había mucho tráfico. Se había acabado la resaca de las vacaciones. El mundo entero volvía al trabajo.

– Se está produciendo algo de envergadura -dije-. ¿Por qué, si no, llamaría Carbone a Brubaker durante una fiesta? Cualquier cosa podía esperar a no ser que fuera de veras alucinante. De modo que es algo serio, y con gente de alto rango implicada. No hay otra explicación. ¿Quiénes, si no, habrían dispersado el mismo día por todo el mundo a veinte PM de unidad especial?

– Tú eres comandante -observó ella-. Igual que Franz, Sánchez y todos los demás. Podía haberos trasladado cualquier coronel.

– Pero también fueron trasladados todos los jefes de la Policía Militar. Los quitaron de en medio para hacer sitio. Y la mayoría de los jefes de la PM son coroneles.

– Muy bien, pues pudo haberlo hecho cualquier general de brigada.

– ¿Con firmas falsas en las órdenes?

– Cualquiera puede falsificar una firma.

– ¿Y contar con que después quedaría sin castigo? No, todo esto lo organizó alguien que podía actuar impunemente. Alguien intocable.

– ¿El jefe del Estado Mayor?

Negué con la cabeza.

– No, de hecho el subjefe, creo. Ahora mismo el subjefe es un tipo que llegó a través de Infantería. Y podemos dar por supuesto que es alguien bastante inteligente. En ese puesto no suelen poner bobos. Creo que el tipo captó las señales. Vio que el Muro de Berlín se venía abajo y se dio cuenta de que muy pronto todo lo demás se vendría abajo también. El orden establecido desaparecería.

– ¿Y?

– Y comenzó a temer alguna reacción de la División de Blindados. Algo espectacular. Como ya dijimos un día, estos tipos pueden perderlo todo. Me parece que el subjefe previo problemas y por tanto nos trasladó aquí y allá para tener a la gente adecuada en los sitios oportunos y poder así atajar la reacción antes de que se iniciara. Y creo que hizo bien en preocuparse. Los de Blindados vieron acercarse el peligro y planearon adelantarse a él. No quieren unidades integradas al mando de oficiales de Infantería. Quieren que las cosas sigan como estaban. Por eso creo que la reunión de Fort Irwin era para iniciar algo inesperado. Algo malo. Por eso les preocupaba tanto que el orden del día se hiciera público.

– Pero los cambios se producen. A la larga no se pueden impedir.

– Nadie acepta nunca este hecho -señalé-. Nadie lo ha hecho y nadie lo hará. Ve a los archivos de la Armada y te garantizo que encontrarás en algún sitio toneladas de papeles de cincuenta años de antigüedad que aseguran que los acorazados jamás podrán ser sustituidos y que los portaaviones son trastos inútiles de chatarra moderna. Y tratados de cientos de páginas en los que ciertos almirantes, entregados a la tarea en cuerpo y alma, juraban y perjuraban que el suyo era el único camino.

Summer no dijo nada.

Yo esbocé una sonrisa.

– Ve a nuestros archivos y probablemente verás que el abuelo de Kramer decía que los tanques jamás podrían reemplazar a la Caballería.

– ¿Qué están planeando exactamente?

Me encogí de hombros.

– No vimos el orden del día, pero podemos hacer algunas conjeturas razonables. Desacreditar a oponentes clave, evidentemente. Máximo aprovechamiento de los trapos sucios de los demás. Connivencia casi segura con la industria militar; les sería de ayuda que determinados fabricantes dijeran que los vehículos blindados ligeros nunca llegarán a ser seguros. Podrían recurrir a la opinión pública, decir a la gente que sus hijos e hijas van a ser enviados a la guerra en latas que una cerbatana podría perforar. Intentar asustar al Congreso diciendo que un puente aéreo de aviones C-130 lo bastante grande para marcar la diferencia costaría cientos de miles de millones de dólares.

– Parece el rollo quejica de siempre.

– Tal vez sea algo más. Aún no lo sabemos. El ataque cardíaco de Kramer hizo que fallara todo. De momento.

– ¿Crees que volverán a intentarlo?

– ¿Tú no lo harías si pudieras perderlo todo?

Summer apartó una mano del volante y la posó en su regazo. Se volvió ligeramente y me miró. Se le movían los párpados.

– Entonces ¿por qué quieres ver al jefe del Estado Mayor? -soltó-. Si estás en lo cierto, es el subjefe el que está de tu lado. Él te envió aquí. Es él quien está protegiéndote.

– Es una partida de ajedrez -dije-. El juego de la cuerda. El bueno y el malo. El bueno me trajo aquí, el malo mandó lejos a Garber. Es más difícil trasladar a Garber que a mí, por tanto el malo tiene más rango que el bueno. Y la única persona que está jerárquicamente por encima del subjefe es el jefe. Siempre se alternan; sabemos que el subjefe es de Infantería, luego sabemos que el jefe es de Blindados. Y sabemos que se juega mucho en esto.

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