Lee Child - El Enemigo

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Año nuevo, 1990. El muro de Berlín acaba de caer, y con él, termina la guerra fría. El mundo se enfrenta a una nueva era político-militar. Ese mismo día, Jack Reacher, un oficial de la polícia militar destinado en Carolina del Norte, recibe una llamada que le comunica la muerte de uno de los soldados de la base en un motel de la zona. Aparentemente, se trata de una muerte natural: sin embargo, cuando se descubre que la víctima era un general influyente, Reacher, ayudado por una joven afroamericana, que también es soldado, iniciará una investigación.

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Asentí.

– Hubo amputación genital -añadió.

– ¿Lo ha comprobado?

– Lo moví un poco -precisó-. Lo siento. Ya sé que me avisó de que no lo hiciera.

La miré. No llevaba guantes. Era una mujer dura. Quizá su fama de intelectualilla fuera inmerecida.

– No se preocupe -dije.

– Supongo que encontrarán los testículos y el pene en la boca. No creo que los carrillos se le hayan hinchado tanto sólo por los golpes. Desde la óptica de un agresor homófobo, es un símbolo obvio. Eliminación de los órganos del invertido, simulación de sexo oral.

Asentí.

– Así como la desnudez y la falta de distintivos de identificación -prosiguió Norton-. Quitarle el ejército al desviado es como sacar al desviado del ejército.

Confirmé con la cabeza.

– La introducción de un objeto extraño habla por sí misma -continuó-. En el ano.

Asentí.

– Y luego el líquido en su espalda -añadió.

– Yogur -dije yo.

– Seguramente de fresa -puntualizó-. O de frambuesa. Es el viejo chiste. ¿Cómo puede un gay fingir un orgasmo?

– Gime un poco -dije- y luego tira un poco de yogur a la espalda de su amante.

– Sí -dijo ella. No sonrió, y me miró para ver si yo sí lo hacía.

– ¿Y qué hay de las cuchilladas y los golpes? -pregunté.

– Odio.

– ¿Y el cinturón alrededor del cuello?

Se encogió de hombros.

– Sugiere una técnica autoerótica. La asfixia parcial aumenta el placer durante el orgasmo.

Asentí.

– Muy bien -dije.

– Muy bien ¿qué?

– Estas han sido sus primeras impresiones. ¿Tiene alguna opinión basada en ellas?

– ¿Y usted? -repuso ella.

– Sí.

– Adelante, pues.

– Creo que es una farsa.

– ¿Por qué?

– Demasiadas cosas a la vez -respondí-. Seis. La desnudez, los distintivos, los genitales, la rama de árbol, el yogur y el cinturón. Con dos ya habría bastado. Quizá tres. Es como si hubiesen intentado dejar clara una cuestión en vez de llevarla a cabo simplemente. Intentándolo quizá con demasiada vehemencia.

Norton no dijo nada.

– Demasiadas cosas -repetí-. Es como disparar sobre alguien y luego estrangularlo, apuñalarlo y ahogarlo. Como si estuvieran decorando un maldito árbol de Navidad.

Ella siguió callada, observándome. Acaso evaluándome.

– Tengo mis dudas sobre lo del cinturón -dijo-. El autoerotismo no es exclusivo de los homosexuales. Desde el punto de vista fisiológico todos los hombres tienen los mismos orgasmos, sean o no gays.

– Todo ha sido una simulación -insistí.

Ella asintió finalmente.

– De acuerdo -dijo-. Es usted muy perspicaz.

– ¿Para ser un poli?

No sonrió.

– Como oficiales, no obstante, sabemos que va contra el reglamento admitir homosexuales en el ejército. Asegurémonos de que una defensa del mismo no confunde nuestro criterio.

– Mi deber es proteger al ejército -señalé.

– Precisamente -dijo Norton.

Me encogí de hombros.

– No estoy adoptando ninguna postura -dije-. No estoy diciendo categóricamente que ese tío no era gay. Quizá sí lo era. La verdad es que me da igual. Y los agresores quizá lo sabían, o tal vez no. Estoy diciendo que, en un caso o en otro, no lo han matado por eso. Sólo querían que ése pareciera el motivo. No estaban realmente sintiendo eso, sino otra cosa. Así que lo dejaron todo lleno de pistas de un modo bastante consciente. -Hice una pausa-. De un modo bastante académico -añadí.

Ella se puso rígida.

– ¿Un modo académico? -repitió.

– ¿Ustedes enseñan en clase cosas así?

– No enseñamos a la gente a matar -precisó.

– No es lo que he preguntado.

Norton asintió.

– Hablamos de cosas así -admitió-. Hemos de hacerlo. Cortarle la polla a tu enemigo es lo más básico. Ha ocurrido a lo largo de la historia. Sucedió en Vietnam. Durante los últimos diez años, las mujeres afganas se lo han estado haciendo a los soldados soviéticos prisioneros. Hablamos de lo que simboliza, lo que transmite, y del miedo que provoca. Hay libros enteros dedicados al miedo a las heridas repulsivas. Siempre es un mensaje a la población enemiga. Hablamos de violación con objetos extraños, de la exhibición intencionada de cuerpos violados. El reguero de prendas abandonadas es un detalle clásico.

– ¿Hablan de yogures?

Negó con la cabeza.

– Pero ése es un chiste muy viejo.

– ¿Y de la asfixia?

– En los cursos de Operaciones Psicológicas no. Pero puede que muchas de las personas de aquí lean revistas. O vean películas porno en vídeo.

– ¿Hablan sobre poner en duda la sexualidad del enemigo?

– Desde luego. Poner en entredicho la sexualidad del enemigo vendría a ser el título central del curso. La orientación sexual del enemigo, su virilidad, su capacidad, su competencia. Es una táctica esencial. Siempre lo ha sido, en todas partes, a lo largo de la historia. Está concebida para surtir efecto en ambas direcciones. Lo debilita a él y por comparación nos fortalece a nosotros.

No dije nada.

Me miró fijamente.

– ¿Me está preguntando si allá en el bosque he reconocido el fruto de nuestras clases?

– Supongo que sí -repuse.

– En realidad no quería mi opinión, ¿verdad? Todo ha sido un circunloquio. Usted ya sabía lo que estaba viendo.

Asentí.

– Para ser un poli, soy un tipo perspicaz.

– La respuesta es no -dijo ella-. Allá en el bosque no he identificado el fruto de nuestras clases. No de manera específica.

– Pero ¿hay alguna posibilidad?

– Cualquier cosa es posible.

– Cuándo estaba en Fort Irwin, ¿conoció usted al general Kramer? -pregunté.

– Nos vimos un par de veces -contestó-. ¿Por qué?

– ¿Cuando fue la última vez que lo vio?

– No me acuerdo -dijo.

– ¿Fue hace poco?

– No -repuso-. Hace poco no. ¿Por qué?

– ¿Cómo le conoció?

– Por motivos profesionales -respondió.

– ¿Da clases a la División de Blindados?

– Fort Irwin no es solamente la División de Blindados -precisó-. También es el Centro Nacional de Formación, no lo olvide. Antes la gente asistía a nuestros cursos allí. Ahora nosotros vamos a los sitios.

No comenté nada.

– ¿Le sorprende que diéramos clases a los de Blindados?

Me encogí de hombros.

– Un poco, supongo. Si yo fuera montado en un tanque de setenta toneladas, creo que no sentiría la necesidad de ningún planteamiento psicológico.

Ella seguía sin sonreír.

– Les organizamos cursos. Por lo que recuerdo, al general Kramer no le gustaba que Infantería tuviera cosas que ellos no tuvieran. Había una fuerte rivalidad.

– ¿A quién da el curso ahora?

– A Delta Force -contestó-. En exclusiva.

– Gracias por su ayuda -dije.

– Esta noche no he reconocido nada de lo que seamos responsables.

– De manera específica.

– Desde el punto de vista psicológico, siempre es algo genérico -dijo.

– Muy bien -asentí.

– Y me incomoda que me interroguen.

– Muy bien -repetí-. Buenas noches, señora.

Me levanté de la silla y me dirigí a la puerta.

– Si lo que hemos visto es un montaje, ¿cuál ha sido el verdadero motivo? -preguntó.

– No lo sé -respondí-. No soy tan perspicaz.

Antes de entrar en mi despacho la sargento del niño pequeño me ofreció café. Luego entré, porque me esperaba Summer. Ya que el caso de Kramer había sido cerrado, había ido a recoger sus listas.

– Aparte de Norton, ¿ha inspeccionado también a las otras mujeres? -inquirí.

Asintió.

– Todas tienen coartadas. Es la mejor noche del año para ello. Nadie pasa la Nochevieja solo.

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