George Pelecanos - El Jardinero Nocturno

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La obra maestra de pelecanos y la que le convirtió un Best-Séller en Estados Unidos.
Cuando el cadáver de un adolescente aparece en un parque público de Washington, el detective Gus Ramone revive con intensidad una investigación en la que participó veinte años atrás. El asesino, a quien los mede víctimas los parques de la ciudad y salió impune. El nuevo crimen reunirá a los tres hombres que participaron en aquel caso y les dará la oportunidad de cerrarlo. Tal vez ahora consigan atrapar al Jardinero Nocturno…

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– ¿Qué pistola?-preguntó Ramone.

– El revólver del treinta y ocho que tenía el chaval en la mano.

Ramone lanzó una especie de grave gemido. Rhonda no dijo nada. Sólo se oía el rumor del aire que salía del hueco de la ventilación.

– ¿La tocaste?

– Me la llevé.

– ¿Por qué?

– Para sacar una pasta.

– ¿No te diste cuenta de que estabas destruyendo pruebas en el escenario de un crimen?

– Yo sólo veía unos trescientos dólares.

– Así que robaste la pistola.

– Bueno, al negrata ya no le hacía ninguna falta.

Ramone se levantó de la silla con el puño apretado.

– Gus -advirtió Rhonda.

Ramone se marchó precipitadamente. Rhonda se levantó y miró el reloj.

– ¿Me pueden traer un refresco o algo? -pidió Tinsley.

Rhonda no contestó. Se limitó a volverse hacia la cámara.

– Dos cuarenta y tres p.m.

Dejó a Tinsley a solas con su miedo y fue a las oficinas. Ramone estaba hablando con Bill Wilkins, junto a la mesa de este último. Rhonda le puso la mano en el hombro.

– Lo siento.

– ¿Por qué no me lo imaginé?

– No lo pensó nadie -quiso consolarle Rhonda-. No había ningún arma en la escena. ¿Alguno de vosotros ha trabajado en un suicidio donde no se encontrara el arma?

– Era zurdo. Zurdo, un tiro en la sien izquierda… pólvora en los dedos de la mano izquierda. No llevaba la North Face para presumir, la llevaba para esconder la pistola en el bolsillo. Mi hijo lo vio y me contó que iba sudando. Y también que iba llorando. ¡Tendría que haberlo imaginado, cojones!

– A ver, tendrás que admitir -terció Wilkins- que no es normal que se pegara un tiro.

– Eso no es cierto, Bill -protestó Rhonda.

– Yo lo que digo es que por lo general los chicos negros no se suicidan.

– Ahí te equivocas -dijo Rhonda-. Los adolescentes negros sí se suicidan. El índice de suicidios entre adolescentes negros está subiendo. Es uno de los beneficios de haber sido admitidos entre las clases media y alta. Ya sabes, el precio del dinero. Por no mencionar el acceso fácil a las armas. Y muchos chicos negros homosexuales saben que jamás serán aceptados. Es algo tácito en nuestra cultura. Mi gente te perdonará prácticamente cualquier cosa, excepto una, no sé si me entiendes.

– Pensad en lo que estaría pasando Asa -dijo Ramone-. Viviendo con esa culpa en un entorno de supermachos.

– No podía vivir así.

– En fin. -Ramone se levantó.

– ¿Adónde vas?

– Tengo un par de cosas que hacer todavía. Bill, ya te llamo más tarde para ponerte al día.

– ¿Y todo el papeleo?

– Es tu caso, lo siento, jefe. Yo hablaré con el padre, si te sirve de consuelo.

– ¿De qué acusamos a Tinsley? -preguntó Rhonda.

– Acusa a ese hijo de puta de todo -contestó Ramone-. Ya me inventaré luego cómo justificarlo.

– Hemos hecho un buen trabajo.

– Sí. -Ramone miró a Rhonda con admiración-. Luego hablamos, ¿eh?

Ya en el parking Ramone llamó a Holiday, que le dijo que estaba en el National Airport, dejando a un cliente.

– ¿Podemos vernos? Tengo que hablar contigo en privado.

– Tengo que ir a otra parte ahora -contestó Holiday.

– Voy para allá ahora mismo. Quedamos en Gravelly Point, al lado del aeropuerto. En el pequeño solar del carril del sur.

– Date prisa, que no tengo todo el puto día.

33

La zona principal de Gravelly Point, en el río Potomac, accesible desde los carriles del norte del GW Parkway, era un lugar popular para correr, remar, jugar al rugby, montar en bicicleta y observar los aviones, puesto que la pista de despegue del Reagan National estaba a menos de un kilómetro de allí.

En el otro lado del camino, menos pintoresco, había un pequeño aparcamiento utilizado principalmente por los chóferes de limusinas y otros vehículos que esperaban a los clientes del aeropuerto.

Dan Holiday estaba apoyado contra su Town Car cuando el Tahoe de Gus Ramone se detuvo a su lado. Ramone salió del SUV y se acercó. Holiday advirtió su aspecto desaliñado.

– Gracias por venir -dijo Ramone.

– ¿Tú has dormido con el traje puesto?

– Hoy me he ganado el sueldo.

Holiday se sacó un paquete de Marlboro de la chaqueta y le ofreció tabaco a Ramone.

– No, gracias, lo he dejado.

Holiday encendió un cigarrillo y exhaló el humo en dirección a Ramone.

– Pero todavía huele bien, ¿eh?

– Necesito un favor, Doc.

– Pues me parece que hoy mismo te he llamado yo para pedirte a ti un favor y no has querido ayudarme.

– Sabes que no podía darte el nombre de ese agente.

– No has querido.

– Para mí no hay diferencia.

– Siempre tan legal.

– De todas maneras, ya no importa. Asa Johnson se suicidó. Su muerte no tiene ninguna relación con los Asesinatos Palíndromos.

Holiday fumó una calada.

– Qué decepción. Pero tampoco me sorprende.

– Cook se lo va a tomar fatal. Sé que pensaba que con esto se volvería a abrir el caso, que este asesinato de alguna manera resolvería los otros.

– Se va a quedar hecho polvo.

– Hablaré con él -se ofreció Ramone.

– No, ya hablaré yo.

– ¿Doc?

– ¿Qué?

– El agente se llama Grady Dunne.

– Demasiado tarde. Ya lo sabíamos.

– Oye, ya me enteraré de qué hacía por allí aquella noche. A lo mejor sirve de ayuda en el juicio.

– No te olvides del sospechoso del asiento trasero.

– Podría haber sido un menor. O tal vez alguna amiga.

– ¿Tú crees?

– Dímelo tú.

– Ya, porque yo tengo experiencia con eso, ¿no? ¿Es eso lo que me estás diciendo? -preguntó Holiday.

Ramone no contestó.

– Nunca me preguntaste por Lacy -insistió Holiday.

– Iba a hablar contigo, pero decidiste entregar la placa.

– La jodiste tú. Tendrías que haberla hecho declarar ante el juez, en lugar de darle tiempo para largarse.

– Ya lo sé.

– El día que tu confidente me vio hablando con ella, antes de que desapareciera, ¿te acuerdas? Pues no estábamos hablando de policías corruptos ni de nada que tuviera que ver con tu caso de Asuntos Internos.

– ¿De qué hablabais entonces?

– Que te den por el culo, Gus.

– Me interesa. Además, siempre has querido decírmelo, así que no te cortes y suéltalo de una vez.

– Le di algún dinero. Quinientos dólares. Para que se sacara un billete de autobús y volviera al villorrio del que hubiera salido, y un poco más para ayudarla a empezar de nuevo. Intentaba salvarle la vida, porque su chulo, Mister Morgan, habría encontrado la manera de hacerla picadillo, tanto si declaraba como si no. El hijo de puta era de ésos. Pero claro, tú qué ibas a saber, trabajando desde la oficina. Si hubieras hablado conmigo de hombre a hombre, lo habrías entendido.

– Me jodiste el caso. No pudimos siquiera acusar a los policías corruptos. Y Morgan mató a un tipo seis meses más tarde. Lo único que hiciste fue joderlo todo.

– Estaba ayudando a esa chica.

– Eso no era lo que hacías. Ella misma me lo contó en uno de los interrogatorios. Así que ahora no me vengas con lecciones morales.

– Yo le eché una mano -insistió Holiday. Pero lo dijo sin convicción y sin mirar a Ramone a los ojos.

– Lo siento, Doc. Mira, yo desde luego no me alegré de que te fueras.

El sol se reflejaba en el agua, a la derecha del parking, donde el río formaba un estanque. Holiday dio la última calada al cigarrillo y lo aplastó con el pie.

– Bueno, ¿cuál es el favor? -preguntó.

– Es complicado. Un tal Aldan Tinsley robó la pistola de Asa Johnson después de que el chico se suicidara. Aldan le vendió la pistola a un tipo llamado Dominique Lyons, que a su vez la utilizó en un homicidio la noche siguiente. Tinsley ha confesado, pero yo la cagué. Le di unas cuantas hostias a Tinsley y le negué tres veces el abogado que pedía. Cuando el abogado se entere y cambien las declaraciones, podría tener un problema. Estos tíos son mala gente y los quiero ver encerrados.

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