– Nos vemos en el parking.
Ramone y Rhonda Willis fueron a la parte alta de la ciudad en el Taurus. Iban por South Dakota Avenue en dirección a North Capitol pasando por Michigan, la mejor ruta hacia el norte a través de Northeast. Rhonda se estaba pintando los labios mirándose en el espejo de cortesía.
– Es una pena lo de Asa -comentó-. Es una pena que los padres, encima, tengan que lidiar con esto.
– Y eso no es lo peor -dijo Ramone-. Una de las muchas cosas que le hizo Terrance Johnson a su hijo fue llamarle maricón. A ver ahora cómo lo asimila.
– ¿Tú crees que Johnson lo sabía?
– No. No se enteraba de nada.
Milmarson Place era una manzana de casas coloniales de ladrillo y piedra, bien conservadas, que iba de Blair Road a la calle Primera, entre Nicholson y Madison. Era una calle de dirección única, de manera que tuvieron que entrar desde Kansas Avenue y Nicholson. Un complicado sistema de circulación conectaba una calle con otra. Ramone seguía una de estas calles que trazaba un semicírculo. Pasaron por delante de varios garajes, verjas de madera y metálicas, cubos de basura volcados y varios perros mezcla entre pitbull y pastor alemán, bien ladrando o bien tirados en silencio en pequeños jardines. Aquella parte de la calle salía cerca de Blair. En cuanto llegaron vieron un coche patrulla del Distrito Cuatro mirando hacia el oeste. Ramone aparcó el Taurus detrás. La residencia de los Tinsley estaba en el otro extremo de la calle.
Rhonda se llevó un walkie-talkie. El agente de uniforme salió de su Ford para acercarse a ellos. Era joven y tenía el pelo rubio, muy corto, con un remolino. En la placa del pecho anunciaba su nombre: Conconi. Rhonda había llamado pidiendo asistencia.
– Arturo Conconi -se presentó el agente, tendiendo la mano.
– Detective Ramone. Ésta es la detective Willis.
– ¿Qué tenemos?
– Un tal Aldan Tinsley. Creemos que puede haber vendido una pistola que más tarde se usó en un homicidio. No tiene antecedentes violentos.
– No es razón para correr riesgos -dijo el joven.
– Exacto. ¿Cómo andas de la vista?
– Muy bien.
– Pues vigila la casa desde aquí. Si te llama la detective Willis, entra en el callejón.
Conconi se sacó la radio del cinto para ajustar las frecuencias con Rhonda.
– ¿Te llaman Art o Arturo? -preguntó ella.
– Turo.
– Muy bien.
Ramone y Rhonda echaron a andar por la calle.
– Un compatriota tuyo.
– No se lo tengas en cuenta -dijo Ramone.
Subieron unos escalones de cemento hasta el patio de una casa de ladrillo al final de Milmarson. Rhonda señaló la puerta con el mentón.
– Dale el toque policial, Gus.
– ¿Todavía te duele la mano?
– De contar todo el dinero que tengo.
Ramone golpeó la puerta con el puño, dos veces, hasta que le abrieron.
Apareció un veinteañero de la altura de Ramone, de cabeza grande, brazos largos y estrecho de pecho. Llevaba una camiseta We R One y unos tejanos, y un móvil pegado a la oreja.
– Un momento -dijo al teléfono, antes de dirigirse a Ramone-. ¿Sí?
Ramone y Rhonda se adentraron un paso. Ramone enseñó la placa mientras su compañera echaba un vistazo sobre su hombro queriendo ver si había alguien más en la casa. Le pareció oír movimientos al fondo.
– Soy el detective Ramone y ésta es la detective Willis. ¿Es usted Aldan Tinsley?
– No. Ahora mismo no está.
– ¿Y quién es usted?
– Su primo.
Ramone le miró, recordando la fotografía que había visto en la ficha. Parecía Aldan Tinsley, pero también podía haber sido su primo.
– ¿Tiene alguna identificación? -preguntó Rhonda. -Eh, ¿sigues ahí? -dijo el joven al teléfono.
– Le tengo que pedir que termine con esa llamada.
– Te llamo luego, está aquí la policía. Buscan a mi primo.
– ¿Podemos ver alguna identificación? -insistió Rhonda.
– ¿De qué va todo esto?
– ¿Es usted Aldan Tinsley? -repitió Ramone.
– Oigan, ¿tienen una orden? Porque, si no, se han metido en mi casa y eso es allanamiento.
– ¿Es usted Aldan Tinsley?
– Que les den por culo. Ya le digo que mi primo no está.
– ¿Que nos den por culo? -sonrió Ramone.
– Lo que digo es que no tienen derecho a entrar así y yo no tengo tiempo para estas chorradas, así que tendrán que perdonarme.
El joven intentó cerrar, pero ellos no se movieron, de manera que la puerta le dio a Rhonda en el hombro, haciéndole perder el equilibrio. Ramone abrió de nuevo con una violenta patada y entró del todo en la casa.
– Eso ha sido agresión.
Agarró al hombre por la camiseta y lo puso contra la pared. El otro se debatió intentando liberarse, pero Ramone lo levantó en el aire para tirarlo al suelo, y mientras caía, echó su peso sobre él y lo estampó contra el suelo de madera. Mientras tanto Rhonda llamaba al agente de uniforme por la radio. Ramone sacó las esposas e hizo girarse al tipo, advirtiendo que tenía sangre en los labios y los dientes. Se había dado un golpe en la cara al caerse. Con una rodilla en su espalda, le puso las esposas, mientras el otro mascullaba alguna obscenidad.
– Cierra la boca.
En ese momento entró en la sala una mujer mayor, secando un plato con un trapo, y se quedó mirando al hombre esposado y ensangrentado.
– Beano -dijo, con tono decepcionado-, ¿qué has hecho ahora?
– ¿Es éste Aldan Tinsley, señora? -preguntó Ramone.
– Mi hijo.
Ramone miró a Rhonda, que no se había molestado en sacar la Glock. Ella le hizo un gesto con las cejas, indicándole que estaba bien.
Arturo Conconi apareció en la puerta con la mano en el arma.
– Mete a este caballero en el coche y síguenos hasta la VCB.
– ¿Por qué me ha tenido que pegar? -se quejó Tinsley-. Me ha partido el labio, joder.
– Deberías habernos dicho tu nombre. Te lo preguntamos muy educadamente.
– Te habrías ahorrado todo esto -dijo Rhonda.
Pidió perdón a la madre por las molestias y se llevaron a
Tinsley.
T. C. Cook estaba en su oficina con varios expedientes abiertos ante él. Cada víctima de los Asesinatos Palíndromos tenía su propio archivo. Había compilado una biografía bastante completa de sus vidas, con fotos tanto familiares como individuales y del colegio. Sabía que algunos habían llegado a pensar, sobre todo durante sus últimos meses en la policía, que había atravesado la línea entre la diligencia y la obsesión. Pero alguien tenía que encargarse de aquello.
Había seguido en contacto con el caso durante un par de años. Para cuando se cometió el tercer asesinato, la rabia en la comunidad de Southeast se había centrado en la policía, a la que se acusaba de no dar prioridad al caso porque las víctimas eran negras. Cook logró ganarse al final la confianza de los vecinos. Les sugirió crear un grupo de vigilancia en el barrio y les dio varios consejos para proteger a los niños. Al cabo de un tiempo varias muertes relacionadas con las drogas comenzaron a desbancar a los asesinatos de niños, que parecían haber cesado, y en las reuniones se hablaba más de bandas, traficantes, cocaína y crack.
Las familias de las víctimas formaron un grupo llamado Padres Palíndromos y se reunían dos veces por semana, más por terapia que por otra cosa. Cook también asistía a estas reuniones.
Pero al cabo de un año más o menos perdió contacto con ellos. Un matrimonio se separó desde el principio, los padres de Ava Simmons. Otro se divorció poco después del asesinato de su hijo, Otto Williams. El padre de Eve Drake se suicidó en el segundo aniversario de la muerte de su hija. La madre estaba casi catatónica, y el siguiente invierno acabó confinada en un hospital psiquiátrico.
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