George Pelecanos - El Jardinero Nocturno

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La obra maestra de pelecanos y la que le convirtió un Best-Séller en Estados Unidos.
Cuando el cadáver de un adolescente aparece en un parque público de Washington, el detective Gus Ramone revive con intensidad una investigación en la que participó veinte años atrás. El asesino, a quien los mede víctimas los parques de la ciudad y salió impune. El nuevo crimen reunirá a los tres hombres que participaron en aquel caso y les dará la oportunidad de cerrarlo. Tal vez ahora consigan atrapar al Jardinero Nocturno…

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– Te fuiste deprisa, ¿eh?

– Supongo que soy uno de esos jóvenes prodigio de los que hablan. Estaba en el plan acelerado.

– El fútbol es un gran juego. Y para algunos también muy útil. Podrías haber llegado a algo, de haber seguido.

– Supongo que debería hablarlo con mi orientador. Si encuentro alguno.

– Yo entreno a un equipo de fútbol en Southeast -comentó Green, con tono paciente y firme-. Con otros tíos de la zona. Tenemos tres divisiones, por peso. Si los chicos vienen con regularidad a los entrenamientos y aprueban en clase, les garantizo pasar tiempo en el campo… Ni siquiera me importa que sean buenos.

– ¿Y?

Bo Green esbozó una sonrisa gatuna.

– Eres muy gracioso, tío. ¿Nunca te lo han dicho?

– Quiero decir que me parece muy bien y eso, pero no estamos aquí para charlar. Así que o me acusas de algo, o yo me largo porque tengo cosas que hacer.

– Estás acusado de posesión de marihuana.

– Pues vale. Eso en esta ciudad es como… ¿qué?, ¿una multa de aparcamiento? Así que dame mis papeles y la fecha del juicio y ya está.

– Ya que estás aquí, me gustaría hacerte unas preguntas.

– ¿Sobre qué?

– Un homicidio. La víctima era un joven llamado Jamal White. ¿Lo conocías?

– Que venga mi abogado.

– Sólo te pregunto si te suena ese nombre.

Lyons se lo quedó mirando.

– Tienes razón, Dominique. Tienes derecho a un abogado. Pero ¿sabes?, si el abogado te aconseja no hablar con nosotros, perderás la oportunidad más adelante de indulgencia. Quiero decir que si cooperas, si nos das alguna información que sea relevante a este caso, por ejemplo, lo más seguro es que la acusación de posesión de marihuana acabe en humo.

– Ya he visto esa serie.

– ¿Qué serie?

– Ya sabes. Esa en la que el tío blanco mete a los sospechosos en la sala de interrogatorios y les va con el rollo de que tienen derecho a un abogado. La llevan poniendo diez años, todas las semanas. Y luego les planta delante un papel y les dice que firmen la confesión. Y el sospechoso la firma. Sí, la he visto. El problema es que no conozco a ningún cabrón tan gilipollas como para hacer eso. A lo mejor en Nueva York son así de ignorantes, pero no en D.C.

– Eres muy listo, Dominique.

– Ya te lo he dicho.

– Como Doogie Howser.

– Si tú lo dices…

– Vamos a hablar también con tu novia, Darcia.

– ¿Ah, sí?

– ¿Es tan lista como tú?

Bo Green se levantó y miró a Lyons, que examinaba la mesa. Aunque durante todo el interrogatorio se había mostrado sereno, ahora tamborileaba rítmicamente la marcada superficie.

– Voy a por un refresco -dijo Green-. ¿Tú quieres algo?

– Un Slice.

– De eso no tenemos. ¿Qué tal un Mountain Dew?

Lyons asintió con la cabeza, en un gesto brusco. Green se miró el reloj y alzó la cara hacia la cámara del techo.

– Once y veinte, a.m.

Luego esperó a que la puerta se cerrara a su espalda con un audible chasquido antes de dirigirse a la sala del vídeo, donde aguardaban los detectives Ramone y Antonelli, este último con la sección de deportes abierta en el regazo. En una pantalla se veía a Dominique Lyons, todavía con la vista fija en la mesa, agitándose en la silla buscando una postura cómoda. En otro monitor aparecían Rhonda Willis y Darcia Johnson, en el box número dos. Ramone estaba concentrado en esa imagen. Por los altavoces se oía la voz suave y serena de Rhonda.

– ¿Ha habido algo? -preguntó Green.

– Rhonda lo va llevando despacio -respondió Ramone.

– Pero la cabrona esa todavía no ha abierto la mui -dijo Antonelli.

– Me encanta cuando hablas así, Tony. Queda muy callejero, muy auténtico -dijo Green.

– Ahora, que menudo culo tiene la chorba -comentó Antonelli.

– Mira, una expresión que no se oye mucho últimamente -comentó Green-. Vamos, ahora que lo pienso, no se oye desde hace décadas.

– Veo que tu amigo Dominique está muy dispuesto a cooperar -terció Ramone.

– Ése es mi chico. Cuando acabe todo esto nos vamos a ir de campamento o algo, para cantar el Kum Bah Ya junto a la hoguera -dijo Green.

– No es por ser negativo, pero me da la impresión de que Dominique no va a confesar -explicó Ramone.

– Ha visto la serie de televisión. De todas formas, voy a buscarle un Mountain Dew -aclaró Green.

Ramone no apartó la vista de la pantalla. Rhonda Willis se inclinaba sobre la mesa para dar fuego a Darcia Johnson con una cerilla.

– Aquí dice que Lee-Var Arrington no está al cien por cien -comentó Antonelli, leyendo el periódico-. Es dudoso para el partido del domingo. Gana el tío diez millones al año, o lo que sea, y no tiene que ir a trabajar porque le duele la puta rodilla. Y yo, que tengo unas hemorroides como un racimo de uvas colgándome del culo, vengo todos los días. Algo estoy haciendo mal.

– Es posible -contestó Ramone.

Rhonda Willis apagó la cerilla en el monitor.

Darcia dio una calada al cigarrillo y echó la ceniza en un cenicero de papel de aluminio. Tenía pecas, los ojos avellanados y un cuerpo lleno de curvas. No había perdido la línea al dar a luz. En todo caso se había tornado más voluptuosa, una ventaja en su trabajo.

– Háblame de Jamal White -pidió Rhonda.

Darcia Johnson apartó la mirada.

– No pasa nada por hablar de Jamal. -Rhonda repetía a propósito el nombre del joven-. Conozco vuestra relación. Nos lo contó el amigo de Jamal, Leon Mayo, ¿sabes?

– No había nada entre nosotros. Yo estoy con Dominique.

– Pero a Jamal le gustabas.

– Podría ser. Tampoco lo conocía tanto.

– ¿Ah, no? El gorila de la puerta del Twilight es policía, y dice que estuvisteis hablando en la barra la noche que asesinaron a Jamal.

– Yo allí hablo con muchos tíos. Para eso me pagan. Y además, así consigo las propinas.

– Y bailando.

– También.

– ¿Y qué más?

Darcia no contestó.

– He estado en la casa que compartes con Shaylene Vaughn -dijo Rhonda, sin animosidad ni agresividad en la voz-. Tengo ojos en la cara.

– ¿Y qué?

– ¿Le das a Dominique todo el dinero que ganas?

Darcia dio otra calada al cigarrillo.

– ¿Es tu chulo?

Darcia exhaló una nube de humo.

– Chica, yo no te estoy juzgando. Sólo quiero saber qué le pasó a ese joven. He hablado con su abuela, la he visto llorar. Su familia merece saber qué le pasó, ¿no te parece?

– Jamal era sólo un conocido.

– Si tú lo dices…

– Siento que le mataran, pero yo no sé nada.

– Muy bien.

– ¿Puedo ver ya a mi hijo?

– Está con tu madre, en la guardería que tenemos. Supongo que estará también tu padre.

– Isaiah no está enfermo, ¿verdad?

– Está bien.

– Mi madre me mintió para que me detuvieran.

– Mintió para ayudarte, Darcia. Hizo lo mejor para ti y para tu hijo.

– ¿Cómo voy a estar con mi hijo, metida en el talego?

Darcia dio una última calada y apagó el cigarrillo en el cenicero. Luego se frotó los ojos.

– A ver, Jamal.

Darcia hizo un gesto con la mano.

– Tómate tu tiempo.

– Por mí hemos terminado.

– Todavía no. A mí también me gustaría marcharme, pero todavía tenemos que hablar de algunas cosas. Por desgracia, llevo yo este caso…

– No me podéis retener por posesión de marihuana.

– Pero el papeleo va a tardar un rato.

– Eso es mentira, y lo sabes.

Rhonda dejó que ventilara su rabia.

– ¿Estás bien? No estarás mareada ni nada, ¿no? ¿Estabas colocada?

Darcia negó con la cabeza.

– Bien. Oye, ¿quieres un refresco o algo?

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