– Como quieras, tú mandas. Le enviaré un mensaje para que sepa que sigues respirando.
Después de unos minutos más de ponerse al día. McCaleb colgó el teléfono y volvió a la sala a por más café. No le quedaba leche, de manera que lo tomó solo. Era como curar la resaca con whisky, pero tenía que mantener el impulso. Si las cosas iban como esperaba, se pasaría casi todo el día en la calle.
Iban a dar las siete, casi la hora de llamar a Winston. Salió a cubierta a contemplar la mañana. La niebla era espesa y los otros yates parecían fantasmas entre la bruma. Pasarían unas horas antes de que se disipara y todo el mundo pudiera disfrutar del sol. Se volvió hacia el barco de Buddy Lockridge, pero no vio ninguna actividad.
A las siete y diez se sentó junto a la mesa de la sala con su bloc y marcó el número de Jaye Winston en el teléfono inalámbrico. La pilló justo cuando se sentaba ante su escritorio.
– Acabo de entrar -dijo ella-. Y no esperaba saber nada de ti durante un par de días. Te di un montón de papeles.
– Sí, bueno, supongo que una vez que me pongo no puedo parar.
– ¿Qué opinas?
McCaleb sabía que ella le estaba preguntando qué opinaba de la investigación, le estaba pidiendo una valoración.
– Creo que has trabajado a conciencia, pero eso ya lo sabía antes de empezar. Me gustan los movimientos que has hecho en el caso, Jaye. No tengo ninguna queja.
– ¿Pero?
– Pero he anotado algunas preguntas, si tienes un rato. También tengo algunas sugerencias y quizás un par de pistas.
Winston rió de buena gana.
– Vosotros los federales siempre tenéis preguntas, sugerencias y nuevas pistas.
– Oye, que ya no soy federal.
– Bueno, imagino que eso queda en la sangre. Venga, dispara.
McCaleb miró las notas que había tomado el día anterior y abordó directamente su enfoque de Mikail Bolotov.
– Para empezar, ¿tú conoces bien a Rittenbaugh y Aguilar?
– No, nada, no son de homicidios. El capitán los sacó de robos y me los prestó durante una semana, cuando estábamos siguiendo a los strike-3. ¿Qué pasa con ellos?
– Bueno, creo que hay que volver sobre uno de los tipos que tacharon de la lista.
– ¿Cuál?
– Mikail Bolotov.
McCaleb oyó que Winston pasaba hojas en busca del informe de Rittenbaugh y Aguilar.
– Muy bien, ya lo tengo. ¿Qué es lo que ves aquí? Parece que tiene una coartada sólida.
– Bueno, he cruzado la información considerando la localización geográfica y…
– ¿Qué?
McCaleb le expuso la idea y le contó lo que había hecho y cómo había surgido el nombre de Bolotov. Luego explicó que Bolotov había sido interrogado antes del atraco del Sherman Market y que por tanto el significado de la localización geográfica de su domicilio y puesto de trabajo con respecto a los asesinatos de la tienda y uno de los robos de la HK P7 no eran tan aparentes en el primer caso. Cuando McCaleb concluyó, Winston estaba de acuerdo en que era preciso volver a interrogar al ruso, pero la perspectiva no la entusiasmaba tanto como a McCaleb.
– Mira, como te he dicho no conozco a esos dos hombres, así que no puedo responder por ellos, pero tengo que asumir que no son unos pardillos. He de suponer que son capaces de manejar un interrogatorio de ese tipo y comprobar una coartada.
McCaleb no dijo nada.
– Mira, tengo que ir a los tribunales esta semana. No puedo volver a interrogar a ese hombre.
– Yo sí.
Esta vez fue ella la que guardó silencio.
– Seré discreto -dijo McCaleb-. Ya me las arreglaré sobre la marcha.
– No sé, Terry. Tú eres un simple ciudadano ahora. Esto podría ir demasiado lejos.
– Bueno, piénsatelo. Tengo algunas cosas más que preguntarte.
– Vale. ¿Qué más?
McCaleb sabía que si ella no volvía a sacar a relucir el asunto de Bolotov le estaría dando, de un modo tácito, su autorización no oficial para ir a visitar al ruso. Simplemente no quería sancionar lo que él estaba haciendo.
El ex agente consultó de nuevo su bloc. Quería ser cuidadoso con lo que se disponía a preguntar. Necesitaba desarrollar los grandes interrogantes que le preocupaban y arrastrar a Winston, sin permitir que ella pensara que estaba cuestionándolo todo.
– Bueno, en primer lugar, no he visto nada acerca de la tarjeta de crédito en el caso Cordell. Sé que el tipo se llevó el dinero, ¿se llevó también la tarjeta?
– No, se la quedó la máquina. La expulsó, pero como nadie la retiró la máquina se la tragó automáticamente. Es un sistema de seguridad incorporado para que nadie se lleve las tarjetas que la gente olvida.
McCaleb asintió y trazó una cruz en el bloc junto a esa pregunta.
– Muy bien. También tengo una pregunta sobre el Cherokee. ¿Por qué no disteis la información a la prensa?
– Sí la dimos, pero no inmediatamente. Ese primer día aún estábamos evaluando posibilidades y no lo incluimos en el primer comunicado a los medios. Yo no estaba muy convencida de hacerlo, porque temía que el tipo lo leyera y abandonara el coche. Unos días después, cuando no habíamos conseguido nada y estábamos contra las cuerdas, mencionamos el Cherokee. El problema es que Cordell ya no era noticia y nadie lo publicó, sólo un pequeño semanario de la zona del desierto. Sé que fue un error. Supongo que debería haber dado toda la información en el primer comunicado.
– No necesariamente -dijo McCaleb al tiempo que hacía otra marca en el bloc-. Entiendo tu razonamiento. -Releyó las notas y agregó-: Un par de cosas… En las dos grabaciones el asesino dice algo después de disparar. O habló consigo mismo o con la cámara. No hay informes al respecto. Se ha hecho algo para…
– En la oficina hay un agente que tiene un hermano sordo. Le mostró las cintas para ver si podía leerle los labios. No estaba muy seguro, pero en el primer caso (en la cinta del cajero) cree que dijo: «No te olvides de los comori », en el momento en que se llevaba el dinero de la máquina. En la otra cinta no está tan seguro. Cree que podría haber dicho lo mismo, pero en los dos vídeos la última palabra le resultó poco clara. Creo que nunca escribí un informe complementario acerca de eso. No se te pasa una, ¿verdad?
– Todo el tiempo -dijo McCaleb-. El que le leyó los labios, ¿sabe ruso?
– ¿Qué? Ah, estás pensando en Bolotov. No, no creo que sepa ruso.
McCaleb se anotó buscar posibles traducciones de lo que el asesino había dicho. Entonces picó con el bolígrafo en el bloc y se preguntó si era el momento de probar suerte.
– ¿Alguna cosa más? -preguntó Winston por fin.
Decidió que no era el momento adecuado para sacar a colación a Carruthers. Al menos no de forma directa.
– La pistola -dijo.
– Ya sé, a mí tampoco me gusta. La P7 no es el tipo de arma que elige un cabrón así. Tiene que haber sido robada. Has visto que pedí las denuncias de robos, pero tampoco eso me llevó a ningún sitio.
– Yo creo que es una buena teoría -dijo McCaleb-. Hasta cierto punto, no me gusta que la mantuviera después del primer asesinato. Si era robada, me lo imagino tirándola en medio del desierto, lo más lejos posible, diez minutos después de matar a Cordell. Luego va y roba otra para la siguiente vez.
– No, no puedes decir eso -intervino Winston y McCaleb se la imaginó negando con la cabeza-. No hay un patrón definitivo. También podría haber conservado la pistola porque es valiosa. Y tienes que recordar que el disparo a Cordell le atravesó el cráneo. Quizá supusiera que la bala no se encontraría o que si se había incrustado (como así fue) estaría demasiado destrozada para una comparación. No olvides que se llevó el casquillo. Probablemente pensó que podría utilizar la pistola al menos una vez más.
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