1 ...5 6 7 9 10 11 ...121 – Entonces, Giulietta -dijo Eva Maria, recostándose al fin en el asiento-, tendré cuidado de no decirle a muchas personas quién eres.
– ¿Yo? -Casi me eché a reír-. ¡Si yo no soy nadie!
– ¿Nadie? ¡Eres una Tolomei!
– Si acaba de decirme que los Tolomei vivieron hace mucho tiempo.
Eva Maria me puso el dedo índice en la nariz.
– No subestimes el poder de lo sucedido hace mucho tiempo. Ésa es la tragedia del hombre moderno. Te aconsejo que, dado que procedes del Nuevo Mundo, escuches más y hables menos. Aquí es donde nació tu alma. Créeme, Giulietta, habrá personas para las que sí serás alguien.
Miré al espejo retrovisor y descubrí que Alessandro me observaba con los ojos fruncidos. Por el idioma o lo que fuera, obviamente no compartía la fascinación de su madrina hacia mí, pero era demasiado educado para manifestar su opinión, de modo que toleraba mi presencia en su coche siempre y cuando no sobrepasara los límites de la humildad y la gratitud.
– Tus antepasados, los Tolomei -prosiguió Eva Maria, ajena a las malas vibraciones-, fueron una de las familias más ricas y poderosas de la historia de Siena. Eran banqueros, ¿sabes?, y siempre estaban en guerra con nosotros, los Salimbeni, por demostrar quién tenía mayor influencia en la ciudad. Su enemistad era tal que, en la Edad Media, se quemaron las casas unos a otros, y se mataron a los hijos mientras los pequeños dormían.
– ¿Eran enemigos? -pregunté como una estúpida.
– ¡Ah, sí! ¡De la peor clase! ¿Crees en el destino? -Eva Maria me cubrió una mano con la suya y me la apretó-. Yo sí. Entre nuestras casas, la de los Tolomei y la de los Salimbeni, hubo una rivalidad ancestral, sangrienta… Si estuviésemos en la Edad Media, no nos soportaríamos. Como los Capuleto y los Montesco de Romeo y Julieta. -Me miró de forma significativa-. Dos casas de igual dignidad, en la hermosa Siena, donde se sitúa la acción… ¿Conoces la obra? -Me limité a asentir con la cabeza, demasiado aturdida para más. Ella me dio una palmadita tranquilizadora en la mano-. No te preocupes, estoy convencida de que tú y yo, con nuestra nueva amistad, enterraremos por fin esa rivalidad. Por eso… -Se volvió bruscamente en el asiento-. ¡Sandro!, cuento contigo para que te asegures de que Giulietta está a salvo en Siena. ¿Me oyes?
– La señorita Tolomei jamás estará a salvo en ninguna parte -respondió Alessandro sin apartar la vista de la carretera-. De nadie.
– ¿Qué forma de hablar es ésa? -lo reprendió Eva Maria-. Es una Tolomei, y es nuestro deber protegerla.
Alessandro me miró por el retrovisor y me dio la impresión de que veía más de mí que yo de él.
– Tal vez no quiere que la protejamos. -Por el modo en que lo dijo, supe que era un desafío, y supe también que, a pesar de su acento, se defendía muy bien en mi idioma, con lo que debía de tener otros motivos para dedicarme únicamente monosílabos.
– Agradezco de verdad ese favor -dije exhibiendo mi mejor sonrisa-, pero estoy convencida de que Siena es un lugar muy seguro.
Alessandro aceptó el cumplido con un leve cabeceo.
– ¿Qué la trae por aquí? ¿Negocios o placer?
– Pues… placer, supongo.
Eva Maria batió palmas emocionada.
– ¡Entonces nos encargaremos de que Siena no te desilusione! Alessandro conoce todos los secretos de la ciudad, ¿verdad, caro? Él te llevará a sitios, a lugares maravillosos que jamás encontrarías tú sola. ¡Ay, qué bien lo vas a pasar!
Abrí la boca para hablar, pero no se me ocurrió qué decir, así que volví a cerrarla. A juzgar por lo ceñudo de su gesto, resultaba bastante obvio que pasearme por Siena era lo último que a Alessandro le apetecía hacer esa semana.
– ¡Sandro! -prosiguió Eva Maria con mayor severidad-. Te vas a encargar de que Giulietta se divierta, ¿no?
– No puedo imaginar una dicha mayor -respondió Alessandro encendiendo la radio.
– ¿Ves? -espetó Eva Maria pellizcando mi sonrosada mejilla-. ¿Qué sabría Shakespeare? Ahora somos amigos.
Fuera, el mundo era un viñedo, y el cielo se suspendía sobre el paisaje a modo de azulado manto protector. Yo había nacido allí y, sin embargo, me sentía como una extraña, una intrusa que se había colado por la puerta de atrás para reclamar algo que jamás le había pertenecido.
Cuando al fin nos detuvimos a la puerta del hotel Chiusarelli, me sentí aliviada. Eva Maria había sido muy amable durante todo el viaje, contándome esto y aquello de Siena, pero me costaba mantener una conversación civilizada después de haber pasado la noche en vela y haber perdido el equipaje.
Todo cuanto tenía estaba en esas maletas. Básicamente había empaquetado mi infancia entera tras el funeral de tía Rose y había dejado la casa a medianoche, en un taxi, con la risa triunfante de Janice resonándome aún en los oídos. En ellas había toda clase de ropa, libros y trastos, pero ahora todo eso estaba en Verona, y yo estaba atrapada en Siena con poco más que un cepillo de dientes, media barrita de cereales y un par de tapones para los oídos.
Tras aparcar sobre la acera a la entrada del hotel y abrirme la puerta del coche, Alessandro me acompañó hasta el vestíbulo. Obviamente no le apetecía hacerlo, y a mí no me hizo gracia, pero Eva Maria nos observaba desde el asiento trasero del coche, y yo ya había descubierto que era de esas mujeres a las que les gusta salirse con la suya.
– Pase, por favor -dijo Alessandro, sujetándome la puerta.
No podía hacer otra cosa más que entrar en el hotel Chiusarelli. El edificio me recibió con una fría serenidad, con su techo alto sostenido por columnas de mármol y, muy tenuemente, desde algún lugar bajo nuestros pies, el sonido de alguien que cantaba y el entrechocar de cazuelas y sartenes.
– Buongiomo! -Un hombre egregio, vestido con un traje de tres piezas, se alzó tras el mostrador de recepción, con una plaquita de bronce en la que decía que era el direttore Rossini-. Benvenu…, ¡ah! -se interrumpió al ver a Alessandro-. Benvenuto, capitano.
Apoyé las manos en el mármol verde y esbocé una sonrisa cautivadora, o eso esperaba.
– Hola. Me llamo Giulietta Tolomei. Tengo una reserva. Perdone un segundo… -Me volví hacia Alessandro-. Ya está. Aquí estoy a salvo.
– Lo lamento mucho, signorina -señaló el director Rossini-, pero no tengo ninguna reserva con ese nombre.
– Oh, pero si estoy segura de… ¿Es eso un problema?
– ¡Es el Palio! -exclamó alzando los brazos desesperado-. ¡El hotel está completo! Pero… -dio unos golpecitos en la pantalla del ordenador- aquí tengo anotada una reserva con tarjeta de crédito a nombre de Juliet Jacobs. Una semana para una persona. Con llegada hoy de Estados Unidos. ¿Podría ser usted?
Miré a Alessandro. Él me devolvió la mirada con absoluta indiferencia.
– Sí, soy yo -contesté.
El director Rossini se mostró sorprendido.
– ¿Es usted Juliet Jacobs y Giulietta Tolomei?
– Bueno… sí.
– Pero… -El director Rossini se hizo a un lado para ver mejor a Alessandro, arqueando las cejas a modo de cortés interrogante-. Ce un problema?
– Nessun problema -respondió Alessandro, mirándonos a los dos con lo que sólo podía ser un gesto deliberadamente inexpresivo-. Señorita Jacobs, disfrute de su estancia en Siena.
El ahijado de Eva Maria desapareció en un pispas y de pronto me vi a solas con el director Rossini y un incómodo silencio. Hasta que no hube rellenado todos y cada uno de los formularios que me puso delante, el director del hotel no se dignó sonreír.
– ¿Así que es usted amiga del capitán Santini?
Miré a mi espalda.
Читать дальше
Конец ознакомительного отрывка
Купить книгу