Michael Connelly - El Vuelo del Ángel

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Las demandas entabladas por el letrado afroamericano Howard Helias contra el Departamento de Policía de los Ángeles, acusándolo de violencia y racismo, lo habían convertido en una celebridad, pero también se había ganado el odio del cuerpo al completo. Su cadáver es hallado en pleno corazón de Los Ángeles dos días antes de que e abra un nuevo y conflictivo proceso. Cuando a Harry Bosch se le asigna la investigación del asesinato sabe de lo delicado del asunto: es muy probable que sean sus compañeros quienes encabecen la lista de sospechosos y es consciente de que cualquier paso en falso podrá desencadenar el caos en la ciudad.

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– Siempre lo es. Nos veremos frente a la comisaría dentro de quince minutos, Chastain.

– ¿Es que no me entiendes, Bosch? Las cosas se han desmadrado y vamos a encerrar a esa pandilla de salvajes. No tengo tiempo de hablar contigo. Tengo que organizarlo todo para encarcelar a esos tíos. ¿Quieres que me coloque delante de la puerta de la comisaría para que uno de esos cabrones me pegue un tiro? ¿A qué vienen estas prisas, Bosch?

– Frank Sheehan.

– ¿Qué?

– Nos vemos dentro de quince minutos. Espérame en la puerta de la comisaría, Chastain, o entraré a por ti. No creo que eso te guste.

Chastain empezó a protestar, pero Bosch cerró el móvil.

38

A Bosch le llevó veinticinco minutos llegar a la comisaría de la calle Setenta y siete. Tardó más de lo habitual debido a que la patrulla de carreteras de California había cerrado la interestatal 110 en ambos sentidos.

La 110 conducía desde el centro urbano hasta South Bay, al sur de Los Ángeles. Durante los últimos disturbios, unos francotiradores habían disparado contra los automóviles que circulaban por ella, y otros grupos de incontrolados habían arrojado bloques de hormigón desde los pasos peatonales sobre los coches que circulaban por debajo. La patrulla de carreteras de Los Ángeles había recomendado a los conductores que se desviaran por la interestatal de Santa Mónica que enlazaba con la de San Diego y conducía hacia el sur. Era un trayecto más largo pero más seguro, puesto que evitaba la zona caliente.

Bosch circuló durante todo el trayecto por las calles de superficie. Casi todas estaban desiertas y no tuvo que detenerse ante ningún semáforo ni señal de stop. Era como conducir a través de una población fantasma. Sabía que algunas de las zonas más conflictivas estaban siendo atacadas por los grupos de incontrolados y evitó circular por ellas.

Bosch pensó en las imágenes que proyectaban los medios de comunicación y en las que él veía con sus propios ojos. La mayoría de los ciudadanos se habían atrincherado en sus casas, esperando que pasara la tormenta.

Eran gentes de bien, que permanecían encerradas en sus hogares contemplando la televisión y preguntándose si las imágenes que veían en la pantalla correspondían realmente a su ciudad.

Cuando Bosch llegó a la comisaría de la Setenta y siete, comprobó que la fachada aparecía también curiosamente desierta. Vio un autocar de la academia de policía atravesado frente a la entrada, a modo de escudo contra disparos y otros ataques. Pero no se veían ni manifestantes ni policías.

En cuanto Bosch se detuvo ante la puerta, en zona de aparcamiento prohibido, Chastain salió de la parte trasera del autobús y se dirigió apresuradamente hacia él. Iba de uniforme, con el arma en la cadera. Al acercarse, Bosch bajó el cristal de la ventanilla.

– ¿Dónde te has metido, Bosch? Dijiste que tardarías quince minutos.

– Ya lo sé. Sube.

– No, Bosch. No voy a ninguna parte contigo hasta que me digas qué coño estás haciendo aquí. Estoy de guardia.

– Quiero hablar sobre Sheehan y el informe de balística. Sobre el caso Wilbert Dobbs.

Chastain retrocedió un paso, como si el nombre de Dobbs le hubiera impresionado. Bosch observó la cinta de experto tirador que Chastain lucía en el uniforme, debajo de su placa.

– No sé de qué me hablas, pero el caso de Sheehan está cerrado. Frankie ha muerto, Elias ha muerto. Todo el mundo ha muerto. Y ahora tenemos… La ciudad entera ha estallado.

– ¿Y quién tiene la culpa?

Chastain miró a Bosch como si intentara adivinar sus pensamientos.

– ¿A qué viene esto, Bosch? Estás cansado, necesitas dormir. Todos estamos agotados.

Bosch abrió la puerta del coche y se apeó. Chastain retrocedió otro paso y alzó la mano derecha hasta apoyar el pulgar en la parte superior del cinturón, junto a la pistola. Existían unas normas no escritas de enfrentamiento. Esta era una de ellas. Bosch comprendió que pisaba terreno peligroso. Pero estaba preparado.

Bosch se volvió y cerró la puerta del coche. Mientras Chastain observaba ese gesto, Bosch metió la mano rápidamente dentro de la chaqueta, desenfundó su pistola y apuntó a Chastain antes de que el detective de Asuntos Internos pudiera reaccionar.

– De acuerdo, lo haremos como tú quieras. Coloca las manos en el techo del coche -dijo Bosch.

– Pero ¿qué coño…?

– ¡Coloca las manos en el techo del coche!

Chastain alzó las manos.

– Vale, vale… No hace falta que te pongas así, joder.

Chastain se acercó al coche y apoyó las manos en el techo. Bosch se acercó por detrás y le sacó la pistola de la funda.

La introdujo en la suya y retrocedió un paso.

– Imagino que es inútil que te cachee para comprobar si llevas otra pistola, la usaste para matar a Frankie Sheehan, ¿no es cierto?

– No sé de qué cojones me estás hablando.

– No importa.

Bosch apoyó la mano derecha en la espalda de Chastain, le quitó las esposas del cinturón y le esposó los brazos a la espalda.

A continuación se colocó delante de Chastain y le obligó a sentarse en el asiento posterior del sedán, detrás del conductor. Luego se puso al volante, sacó la pistola de Chastain de su funda, la guardó en su maletín y volvió a enfundar su pistola. Por último ajustó el retrovisor para ver bien a Chastain y oprimió el botón que cerraba automáticamente las puertas traseras del vehículo.

– No te muevas para que yo pueda verte en todo momento.

– Pero ¿qué coño te pasa? ¿Adónde me llevas?

Bosch metió la directa y arrancó. Enfiló hacia el oeste hasta llegar a Normandie, donde dobló hacia el norte.

Transcurrieron casi cinco minutos antes de que se dignara responder a la pregunta de Chastain.

– Vamos al Parker Center -dijo-. Cuando lleguemos allí me contarás lo de los asesinatos de Howard Elias, Catalina Pérez… y Frankie Sheehan.

Bosch sintió que la rabia le atenazaba la garganta. Pensó en uno de los mensajes no verbales que le había transmitido Garwood. Éste quería que se hiciera justicia en las calles, y en aquellos momentos Bosch también.

– De acuerdo, regresemos al Parker -dijo Chastain-. Pero no sabes lo que dices. ¡Estás loco! El caso está cerrado, Bosch. ¡A ver si te enteras!

Bosch recitó la lista de derechos constitucionales que evitaban que un detenido se autoinculpara y preguntó a Chastain si los había entendido.

– Que te den por el culo.

Bosch siguió adelante, echando un vistazo al retrovisor cada pocos segundos.

– Eres policía. Ningún juez creerá que no conocías tus derechos.

Bosch aguardó unos instantes y observó a su detenido por el retrovisor antes de proseguir.

– Tú eras la fuente de Elias, tú le proporcionabas la información que precisaba para un caso. Tú…

– Te equivocas.

– … traicionaste al departamento. Eres el tipo más despreciable que me he echado a la cara, Chastain. ¿No era ésa una de tus expresiones favoritas? Eres un gusano, un pedazo de mierda…, un hijo de puta.

Bosch vio unas barricadas que la policía había levantado en la calle. A unos doscientos metros divisó unas luces azules parpadeantes y el resplandor de un fuego, lo cual indicaba que se acercaban al lugar donde los salvajes habían atacado a los bomberos y prendido fuego al camión.

Al llegar a las barricadas dobló hacia la derecha, y en cada cruce miró hacia el norte en busca de una salida. En aquella zona se sentía fuera de su elemento. Nunca había trabajado en ninguna de las divisiones del departamento en South Central y no conocía bien el lugar. Temía perderse si se alejaba mucho de Normandie, pero al mirar a Chastain por el retrovisor no manifestó su preocupación.

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