Peter era su hijo, desde luego. Conocía bien la vida del padre.
– Hay distinciones, Peter. Tu intervención en este asunto me merece una opinión tan pobre como te merecería la mía si yo realizara una operación quirúrgica.
– Mira, era mi hermana.
Peter recuperó su aspecto de furia inspirada. El desafío estaba allí: mi hermana, tu hija. Se miraron fijamente.
– Así que decidiste llamar al FBI.
Peter se reunió con Kyle Horn en el vestíbulo de un hotel. Fueron al lavabo y se registraron mutuamente para cerciorarse de que ninguno de los dos llevaba aparatos electrónicos. Peter presentó su propuesta. Él no tenía nada que ver, pero conocía a un hombre. El tipo tenía un jefe que era un personaje importantísimo en la Bolsa de Kindle. Había asuntos ilícitos y su conocido estaba involucrado. No era el mandamás, pero tenía miedo. Lo contaría todo, pero sólo a cambio de inmunidad y la promesa de que el papel de Peter en todo el asunto nunca se revelaría. Tómalo o déjalo, dijo Peter.
– ¿Y el gobierno aceptó?
– Al principio no. Tuve que ver a Sennett. Me hicieron repetir las cosas cuatro veces. Al final permití que entrevistaran a John en persona. Todo con mucho secreto, pues no querían que nadie supiera lo de John. Pero noté que les interesaba desde el día en que les di el nombre de Dixon. Incluso hicieron bromas sobre confiscar el lugar y llamarlo Maison Stan.
Maison Stan, pensó Stern.
– ¿Sabían que eras mi hijo?
– Yo se lo dije.
– Les debió de divertir mucho.
– Supongo. Ante todo, estaban preocupados. No sabían a quién contrataría Dixon como abogado, pero en cuanto apareciste tú, recibí toda clase de boletines, resúmenes, instrucciones y chorradas donde me advertían que nunca comentara el caso contigo. Obedecí. En las tres últimas semanas me dijeron que debía permanecer alejado de Marta, y también seguí esta orden. Todos nos asustamos cuando Margy envió el informe diciendo que hablarías con la gente del despacho de pedidos. Pero Sennett había pensado que tendrían que enviar una citación a John para que nadie sospechara de él. Muy astuto, ¿eh?
Peter sonrió. Stern también. Habían corrido en círculos a su alrededor.
– Supongo que Tooley fue otro actor de tu farsa.
– Más o menos. Yo lo propuse a él y a Sennett le pareció ideal. Creo que en determinado momento Stan le dijo a Mel que no hiciera muchas preguntas, lo cual le pareció bien. No es precisamente tu mayor admirador.
– Ya lo creo que no -masculló Stern.
Peter había localizado a los principales antagonistas de su padre y había hecho causa común con ellos. Esta idea lo irritó. Se levantó y caminó por la diminuta cocina. Por alguna razón recordó los primeros años, cuando sus hijos iban cubiertos con mantas en el asiento trasero del sedán y toda la familia salía a ver una película en el auto-cine. Peter era el único de los tres que se quedaba despierto. Incluso a los seis o siete años, aguantaba la película entera y divertía a los padres con su curiosidad acerca del mundo de los adultos, mientras las niñas se apretaban las manitas contra la cara y dormían.
– Sabrás que le has causado un gran daño a tu tío.
Peter lo miró con ese destello duro en los ojos.
– Ya te he dicho que no me arrepiento.
– ¿Crees que Dixon se lo merecía? ¿Por qué…? ¿Por el modo en que trató a John?
– Por muchas cosas. Ha vivido como un cerdo.
– Entiendo -suspiró Stern-. ¿Qué otros graves pecados de la vida de Dixon pretendías castigar, Peter?
Peter guardó silencio. Al cabo de un instante desvió la mirada.
– Ayúdame con la cronología, Peter. ¿Cuándo, exactamente, te habló Nate Cawley del problema de tu madre? Sin duda fue hacia la misma época en que ocurrió esto.
Peter arrancó el papel de la botella con el pulgar. Estaba preocupado, defraudado por algo.
– La semana pasada Nate me contó que había hablado contigo acerca de mamá. Juró que no me mencionaría.
– Y no lo hizo -replicó Stern-. Como te he dicho al llegar, he reflexionado sobre las circunstancias.
Peter se encogió de hombros. No estaba seguro de creerle, pero esto carecía de importancia.
– Nate pensó que alguien de la familia tenía que saberlo, a causa del estado en que ella se encontraba. Pensó que yo era el más indicado, al ser un profesional. Quería que la vigilara y mantuviera la boca cerrada. Huelga decir -añadió Peter, mirando fugazmente al padre- que ahora opina que cometió un grave error.
– Nate ha sido muy duro consigo mismo, Peter. Incluso creía que yo lo denunciaría. ¿Lo sabías?
– Sí. Francamente, creí que era posible si estabas al corriente de toda la historia. Pensé que considerarías el colmo de la irresponsabilidad que hablara conmigo y no contigo.
Stern meditó un instante sobre la sombría perspectiva de Peter. Inevitablemente, ambos esperaban lo peor del otro.
– Al contrario, considero que fue prudente. Estoy seguro de que hiciste todo lo posible. Eres un hijo que ha adorado a su madre, Peter.
Peter frunció los labios, pero no dijo nada.
– ¿Cómo averiguaste cuál fue el papel de Dixon en la enfermedad de tu madre?
– Tenía su historial clínico. Fui su médico, ¿recuerdas? Después de hablar con Nate, revisé mis notas. Las fechas coincidían. También tuvo gonorrea en Corea, ¿lo sabías?
No habían hablado del tema, dijo Stern.
– Él cree que ésa era la causa de su esterilidad -dijo Peter.
Era una reflexión, una observación profesional. Peter enfiló hacia la otra habitación y se sentó en el sofá azul. Su audacia y certidumbre moral se estaban desmoronando.
– De modo que cuando te enteraste del dilema de John, no fue del todo casual que pensaras en volver estas circunstancias contra Dixon. -Peter no respondió. Stern se le acercó desde la cocina-. Fue noble por tu parte librar las batallas de tu madre, Peter. Por no mencionar las mías. -Stern, de pie, miró un instante el oscuro semblante del hijo y luego se acercó a la ventana. Anochecía en el gran cielo rosado. En la calle había personas que llegaban desde el centro después del trabajo, llevando cenas preparadas que comerían a solas, en silencio-. ¿Puedo preguntarte por la última pieza, Peter?
– ¿Cuál?
– ¿Cómo se enteró tu madre de este plan para acusar a Dixon?
El sorprendido Peter soltó una risotada que también era un gruñido.
– Eres listo -admitió Peter-. Siempre tendré que concederte eso.
Stern asintió.
– ¿Y la respuesta?
– Ella notó que Kate estaba preocupada. Sabía que algo andaba mal. Al fin logró sonsacarle algo. Kate le contó lo que John había hecho en MD y que yo estaba metido en el asunto. No supo los detalles.
– ¿Qué dijo Kate de su embarazo?
– Nada. Ni una palabra. Aún no sabía si tendría que abortar o no.
Stern asintió. Tenía sentido.
– En cualquier caso, mamá vino a verme para averiguar qué ocurría. Le dije que no se preocupara. Pero desde luego, eso no la tranquilizó.
– ¿Así que le contaste lo que habías hecho?
– Sí. Al final lo hice.
– ¿Qué pensabas? ¿Que estaría contenta? ¿Que ella, después de tanto tiempo, compartiría tu deseo de venganza contra Dixon?
– No tienes por qué describirlo como si fuera ridículo.
– Oh, Peter, entiendo tu lógica. Cogiste a Dixon como un gato atrapa al ratón y lo pusiste a los pies de tu madre. Ella reaccionó con horror. ¿Me equivoco?
– Horror- confirmó Peter-. Traté de explicárselo. Le dije que a fin de cuentas era lo mejor para todos, pero ella no quiso saber nada.
– ¿Hasta dónde había llegado entonces tu plan?
– Bastante lejos. Sennett había conocido a John. El trato casi estaba cerrado. Yo me había negado a que lo sometieran al detector de mentiras, pero habíamos convenido en que él actuaría clandestinamente en MD y grabaría las conversaciones.
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