– ¡Sólo es Jimmy! -dijo uno.
– Coño… ¡seguid buscando esa mierda! -exclamó otro-. ¡Hay que pararla ya, hostias!
Jimmy inclinó la cabeza, repitiendo las palabras en su cabeza. ¿ Parar la música?, ¿parar la música de Zacarías ? No podían parar la música de Zacarías hasta que él no hubiera cumplido todos sus objetivos, si no, ¿cómo sabría que debía hacerlo? Zacarías había sido muy claro, y se lo había repetido muchas veces a lo largo de muchos días: «Cuando escuches la sirena, lo haces. Cuando escuches la sirena…» Si paraban el sonido, ¿cómo podría saber si debía seguir con sus tareas?
Jimmy apuntó su rifle y disparó. Los soldados cayeron al suelo, acribillados por la salva de disparos, con una rapidez sorprendente. Jimmy se acercó. Uno de ellos estaba tendido boca abajo, respirando con un sonido sibilante y tosiendo sangre. Jimmy le disparó en la cabeza y el contenido del cráneo se desparramó describiendo un arco de sangre y masa cerebral.
– ¡Uuuuuooooh! -dijo Jimmy, mirando las gotas de sangre que habían manchado sus pantalones.
Por fin, se acercó a su objetivo, la Puerta de las Armas. En la oscuridad de la noche le parecía negra y aberrante, como casi todo en aquel sitio, así que se apresuró a quitar el seguro de la granada. La sostuvo un par de segundos en la mano, dándose cuenta de la terrible potencia letal que sostenía en su puño. Era casi como darle la mano a la Muerte, como sostener la mirada a la Parca y desafiarla, y por unos breves instantes pensó en quedarse quieto, sin hacer nada, sintiendo la proximidad del olvido definitivo. Sus labios se curvaron en una sonrisa enigmática, una respuesta casi eléctrica a un estímulo nervioso.
Pero después recordó a Zacarías, y sus maravillosas palabras resonaron otra vez en su cabeza: ¡ Un favor, un favor importante !, y entonces se decidió a lanzarla contra la doble hoja. El artefacto rebotó sordamente contra el suelo y se quedó inmóvil, meciéndose suavemente, hasta que explotó con un sonido retumbante. La puerta salió despedida hacia fuera, convertida en una tormenta de esquirlas que volaron por los aires y se clavaron con una contundente violencia en los cuerpos de los zombis que esperaban fuera. Un par de extremidades salieron volando por los aires rodeados de una fina lluvia de sangre y resbalaron por el suelo varios metros.
Jimmy había retrocedido varios pasos, dando saltitos como un colegial el último día de curso. La explosión hizo flamear su ropa, y recibió una herida en la mejilla derecha: una astilla de madera con la forma de un punzón de hielo que le dibujó un sangrante corte longitudinal. Pero ni siquiera se enteró. Se quedó mirando con fascinación la polvareda que se había levantado, porque dibujaba formas extrañas en las penumbras. Después de unos segundos, las primeras figuras aparecieron entre el humo, inhumanas y terribles, con los brazos rectos estirados hacia abajo y las bocas abiertas, impuras y hambrientas. El que iba en cabeza tenía un trozo de madera clavado en el pulmón derecho, y la cara parecía haber sido batida por una lluvia de metralla fina. Pero a pesar de ello avanzaba, liderando un ejército invasor que, por primera vez, irrumpía en uno de los últimos baluartes de Andalucía.
A Jimmy no le gustaban los muertos. Sabía lo que podían hacer con uno si le atrapaban, así que se dio media vuelta y empezó a correr. Tenía aún otros favores que hacer.
¡ Uuuuuooooh !
ÉL VIVE
Es mediodía, y mientras Dozer recorre la malagueña calle Larios impresionado por el número de gaviotas que descansa en los alféizares de las ventanas, un hombre abre los ojos a un mundo inundado de colores estridentes y formas curvilíneas, tan sórdidas, que se obliga a cerrar los párpados de nuevo. Le cuesta poner en orden sus ideas, como si aún no hubiera escapado del sueño completamente; sus pensamientos parecen desenvolverse como entre algodones, y cuando intenta mover los brazos para incorporarse, ignora si lo ha conseguido o no, porque no los siente en absoluto .
Entonces pestañea, intentando enfocar la visión, y después de unos segundos parece que la cosa mejora. Ahora reconoce los ángulos rectos de las paredes. Ahora reconoce el escenario en el que se halla. En sus oídos suena un pitido suave que poco a poco va desapareciendo, y cuando intenta inhalar una bocanada de aire, descubre que sus pulmones han olvidado cómo hacerlo .
Se mira el resto del cuerpo, haciendo un gran esfuerzo por mover la cabeza. Los músculos del cuello parecen agarrotados, y en algún punto se escucha el ruido de un tendón que acaba de volver a su sitio. Ve sus manos, que se colocan ante sus ojos: los dedos largos y delgados recuerdan a los de un esqueleto, y cuando se fija en las uñas renegridas y astilladas, piensa en las manos que cavan la tierra para escapar de la propia tumba .
Y entonces recuerda .
Recuerda el fogonazo blanco en su cabeza y la contundente sacudida que le hizo estremecerse de pies a cabeza, y recuerda también cómo su visión fue oscureciéndose gradualmente hasta que se sumergió en una negrura infinita, silenciosa y terrible. También consigue rememorar la furia tempestuosa con la que chilló en su mente mientras se perdía, apagándose como la tímida llama de una vela que ha agotado todo el oxígeno. Todo eso había sido su derrota. Todo eso era su vergüenza .
Se palpa la cabeza, y en el lateral, sus dedos tocan una superficie monstruosamente irregular, hundida, deforme. Quiere gruñir algo, pero sólo sale un sonido gutural espantoso más parecido al graznido de un cuervo, y entonces se lleva las manos a la boca y descubre que le falta la parte inferior de la mandíbula. La lengua cuelga, reseca, como un apéndice amoratado recorrido por pequeñas venas negras .
Ese descubrimiento le enfurece: mientras su mano se cierra convirtiéndose en un puño crispado, sus facciones se contraen en un rictus de rabia. Y se estremece, sacudido por la comprensión de lo que le han hecho. Porque si bien no han podido matarlo, sí le han privado de la Palabra, la Palabra de Dios, que él debía extender y promulgar como Él le había ordenado. Entonces se estira en el suelo, como aquejado por un ataque de epilepsia, y lanza un grito que brota directamente de la garganta. El sonido es aberrante, inhumano, hondo y sobrecogedor al mismo tiempo .
Cuando pasan unos instantes, recuerda de pronto las palabras que estudió en tiempos: «Dios habla por medio de su Silencio», pues el que calla para examinar al discípulo también habla; y el que calla para probar al amado también habla; y el que calla para facilitar una comprensión más profunda cuando llegue el momento, también habla, y ¿acaso había un momento más indicado que ése? ¿Qué dijo Jesús en la Cruz? «Todo está cumplido.» Y así era. Ya se había dicho todo, las señales eran claras, Dios quería que llegara el Juicio del Hombre y había hecho marchar a los muertos sobre la faz de la Tierra como se escribió en la antigüedad en los Libros Sagrados según su Palabra, y no hacía falta decir nada más. Como Dios, él sería ahora el Silencio .
Todo está cumplido .
Allí tumbado en el rellano de un edificio de viviendas cualquiera, un monstruoso padre Isidro tiene una especie de exaltación religiosa. Si su cuerpo hubiese funcionado normalmente, una lágrima habría caído rodando por su mejilla; se siente dichoso y cansado a un tiempo. «Mírame, Señor, mira lo que han hecho conmigo…», dice, pero aunque cierra los ojos y encomienda su espíritu como lo hizo Jesús en la Cruz, el descanso no llega. Su corazón no late, sus pulmones no necesitan aire y su piel está fría como el hielo temprano de principios del invierno, pero Él no le permite morir. El corolario de la vida le está vetado. «Dios Padre, ¿no me permitirás descansar?», gime, y de nuevo Él le contesta con su Silencio elocuente, recordándole muy a las claras cuál es su tarea; con su Silencio, le dice que él Le representa, y el padre Isidro asiente, recorrido por un espasmo casi eléctrico de reverencial servidumbre y adoración. «Así se hará», dice al fin, y entonces se incorpora hasta quedarse sentado (y al hacerlo, da la impresión de que esté hecho de madera, como si fuese una tosca versión endemoniada de Pinocho). Luego, se sirve de los brazos para ponerse en pie. La sotana que viste está tan sucia y llena de restos oscuros de sangre que parece acartonada y pesada; sus ojos se entrecierran ligeramente, dibujando una expresión fría y malévola en su cara .
Читать дальше