Cuando entró Esperanza, por suerte se acabó el sparring y Myron se abrazó las rodillas, respirando penosamente. Le hizo una reverencia a Win, se echó una toalla sobre el hombro y cogió una botella de Evian. Esperanza cruzó los brazos y esperó. Frente a la puerta pasó un grupo de estudiantes, vieron a Esperanza y se volvieron un par de veces a mirarla.
Esperanza le mostró a Myron una hoja:
– Es el certificado de nacimiento de Davis Taylor, nacido Dennis Lex.
– Lex -repitió Myron-, ¿de la familia…?
– Así es.
Myron observó la fotocopia. Según el documento, Dennis Lex tendría treinta y siete años. Su padre figuraba como Raymond Lex, su madre como Maureen Lehman Lex. Nacido en East Hampton, Nueva York.
Myron se lo pasó a Win.
– ¿Tuvieron otro hijo?
– Eso parece -dijo Esperanza.
Myron observó a Win, que se encogió de hombros.
– Debió de morir joven -dijo a modo de respuesta.
– Si está muerto -dijo Esperanza-, no lo he encontrado por ninguna parte; no hay certificado de defunción.
– ¿Nadie en la familia mencionó nunca otro hijo? -le preguntó Myron a Win.
– Nadie -dijo Myron.
Ahora se volvió hacia Esperanza:
– ¿Qué más tenemos?
– No mucho más. Dennis Lex se cambió el nombre a Davis Taylor hace ocho meses. También he encontrado esto.
Le dio una fotocopia de un recorte de prensa. Un pequeño anuncio del nacimiento en la Hampton Gazette de hacía treinta y siete años:
Raymond y Maureen Lex, de Wister Drive en East Hampton, están encantados de comunicar la llegada de su hijo Dennis, que nació con tres kilos de peso el día 18 de julio. Dennis se suma a su hermana Susan y a su hermano Bronwyn.
Myron movió la cabeza, incrédulo:
– ¿Cómo puede ser que nadie lo supiera?
– No es tan sorprendente -aclaró Win.
– ¿Cómo lo explicas?
– Ninguna de las empresas de la familia Lex tiene participación pública. Son muy celosos de su intimidad. La seguridad alrededor del clan funciona las veinticuatro horas del día y es la mejor que puedes encontrar. Cualquier persona que trabaja para ellos se compromete a mantener la confidencialidad.
– ¿Incluso tú?
– Yo nunca firmo contratos de confidencialidad -dijo Win-, por mucho dinero que haya de por medio.
– ¿No te pidieron nunca que firmaras uno?
– Me lo pidieron, me negué y ahí nos despedimos.
– ¿Los dejaste escapar como clientes?
– Sí.
– ¿Por qué? Quiero decir que… ¿cuál hubiera sido el problema? De todos modos, igualmente lo llevas todo de manera confidencial.
– Exactamente. Los clientes me contratan no sólo por lo brillante que soy en el campo de las finanzas, sino porque soy el modelo mismo de la discreción.
– Sin mencionar tu asombrosa modestia -añadió Myron.
– No tengo ninguna necesidad de firmar un contrato diciendo que no revelaré nada. Eso se sobreentiende. Sería como firmar un contrato en el que me comprometo a no quemarles la casa.
Myron asintió:
– Bonita analogía.
– Sí, gracias, pero trato de ilustrar lo lejos que está dispuesta a llegar esta familia para salvaguardar su intimidad. Hasta que surgió esa disputa por la herencia, la prensa no tenía ni idea de la amplitud de las posesiones de Raymond Lex.
– Pero, vamos, Win, estamos hablando del hijo de Raymond Lex. Habrías sabido que tenía ese hijo.
Win señaló la parte de arriba del recorte:
– Mira la fecha de nacimiento del niño: antes de que saliera el libro de Raymond Lex, cuando Lex era todavía un típico profesor de ciudad pequeña. No representaba ninguna noticia.
– ¿Realmente te lo crees?
– ¿Se te ocurre una explicación mejor?
– Pues, ¿dónde está el chico ahora? ¿Cómo es posible que el hijo de una de las familias más ricas de Estados Unidos no tenga documentación? Ni tarjetas de crédito, ni permiso de conducir, ningún tipo de rastro… ¿Por qué se cambió el nombre?
– La última es fácil -dijo Win.
– ¿Sí?
– Se esconde.
– ¿De quién?
– Puede que de sus hermanos -apuntó Win-. Como he dicho antes, esta batalla por la herencia es bastante descarnada.
– Eso podría tener lógica, e insisto en el «podría», si antes hubiera estado por ahí, pero ¿cómo puede no haber ningún documento de él? ¿De qué se esconde? ¿Y por qué demonios iba a inscribir su nombre en el registro de donantes de médula?
– Buenas preguntas -afirmó Win.
– Muy buenas -añadió Esperanza.
Myron releyó el artículo y miró a sus dos amigos.
– Me alegro de que coincidamos -ironizó.
El sonido del teléfono móvil lo sacó del sueño como un cañonazo. La mano de Myron palpó a oscuras y sus dedos saltaron por la mesilla de noche hasta que localizó el teléfono.
– ¿Sí? -gruñó.
– ¿Myron Bolitar?
La voz era un susurro.
– ¿Con quién hablo? -preguntó Myron.
– Usted me llamó.
La voz, todavía un susurro, sonaba igual que unas hojas arrastradas por el suelo.
Myron se incorporó mientras los latidos de su corazón aumentaban el ritmo.
– ¿Davis Taylor?
– Siembra las semillas. Sigue sembrando. Y abre las cortinas. Deja que entre la verdad. Deja que los secretos se marchiten finalmente a la luz del día.
Muuuuy bien.
– Necesito su ayuda, señor Taylor.
– Siembra las semillas.
– Vale, claro, sembraremos lo que haga falta. -Myron encendió la luz, las 2.17 de la madrugada. Miró la pantalla del móvil: la identificación de la llamada estaba bloqueada. Mierda-. Pero tenemos que vernos.
– Siembra las semillas. Es la única manera.
– Entiendo, señor Taylor. ¿Podemos vernos?
– Alguien tiene que sembrar las semillas. Y alguien tiene que abrir las cadenas.
– Traeré una llave. Sólo dígame dónde está.
– ¿Por qué quiere verme?
¿Qué podía decirle?
– Es cuestión de vida o muerte.
– Siempre que se siembran semillas es cuestión de vida o muerte.
– Usted donó sangre durante una campaña, y resulta que es un donante compatible. Y hay un chico muy joven que morirá si no le ayuda.
Silencio.
– ¿Señor Taylor?
– La tecnología no puede ayudarle. Pensé que era usted uno de los nuestros. -Seguía susurrando, pero ahora con tristeza.
– Lo soy. O, al menos, quiero serlo…
– Voy a colgar.
– No, espere…
– Adiós.
– Dennis Lex -dijo Myron.
Silencio, excepto por el rumor de respiración. Myron no estaba seguro de si el rumor venía de él o del tipo que llamaba.
– Por favor -insistió Myron-. Haré lo que usted me pida, pero tenemos que vernos.
– ¿Se acordará de sembrar las semillas?
Fue como si trocitos de hielo le resbalaran por la espalda.
– Sí -dijo Myron-, me acordaré.
– Bien. Pues, entonces, ya sabe lo que tiene que hacer.
Myron se aferró al teléfono:
– No -dijo-. ¿Qué tengo que hacer?
– El chico -susurró la voz-. Despídase del chico por última vez.
– ¿Sembrar las semillas? -dijo Esperanza.
Estaban en el despacho de Myron. El sol de la mañana proyectaba franjas de luz a través de las persianas venecianas, dos de ellas en el rostro de Esperanza, pero a ella no parecía importarle.
– Eso -dijo Myron-. Y hay algo de esta frase que me suena muchísimo.
– Era una canción de Tears for Fears -dijo Esperanza.
– Sí, «Sowing the Seeds of Love», ya me acuerdo.
– ¿No fue también el nombre de la gira que hicieron? Los vimos en el Meadowlands en… ¿qué año?, ¿el ochenta y ocho?
Читать дальше