– ¿Me va a decir por qué quería Quincy hablar con usted? -prosiguió Dimonte.
– Pues no.
– ¿Y por qué cojones no?
– Porque has herido mis sentimientos.
– No me haga cabrear, Bolitar. Le retendré en una celda con diez psicópatas y les diré que es un pederasta -sonrió-. Le va a gustar, ¿verdad, Krinsky?
– Sí -dijo Krinsky imitando la sonrisa de Dimonte.
– Muy bien -admitió Myron asintiendo-. De acuerdo, yo ahora voy y digo: «¿Pero de qué me estás hablando?». Y luego tú dices: «Un bocadito tan sabroso como tú va a despertar mucha simpatía en chirona». Y entonces yo digo: «No, por favor, no lo hagáis». Y después vas tú y dices: «No te agaches a coger el jabón». Y luego los dos os ponéis a reír por lo bajo como los policías de las películas.
– ¿De qué cojones está hablando?
– No me hagas perder el tiempo, Rolly.
– ¿No me cree capaz de meterle en la cárcel?
– No lo harás -dijo Myron poniéndose en pie-. Si fueras a hacerlo ya estaría esposado.
– ¿Adónde va?
– Arréstame o apártate de mi camino. Tengo cosas que hacer y gente con quien hablar.
– Está metido hasta el cuello en esto, Bolitar. Ese tarado no pidió hablar con usted por casualidad. Pensaba que podría salvarle. Por eso ha estado usted jugando a los policías con nosotros, fingiendo que investigaba por cuenta propia. Lo que pretendía era estar cerca para descubrir lo que sabíamos.
– Madre mía, has acertado en todo, Rolly.
– Lo interrogaremos y lo interrogaremos y lo volveremos a interrogar hasta que se delate.
– No, no lo haréis. Como abogado suyo prohíbo que se interrogue a mi cliente.
– No puede representarlo. ¿Le suena de algo lo de conflicto de intereses?
– Hasta que encuentre a un sustituto yo sigo siendo su abogado apoderado.
Myron abrió la puerta, salió al pasillo y se quedó de piedra al ver allí a Esperanza. Igual que los policías. Todos y cada uno de ellos la miraba con cara de hambre. Esperanza llevaba una pistola oculta en los téjanos ceñidos. Tal vez por si acaso o por miedo; sí, lo más probable es que sólo fuera eso.
– Ha llamado Win -dijo-. Te está buscando.
– ¿Qué ha pasado?
– Ha seguido a Duane. Dice que hay algo que deberías ver.
Esperanza y Myron fueron en taxi hasta el Chelsea Hotel de la Calle 23 entre la Séptima y la Octava Avenida. El taxi olía a almacén turco, cosa que ya era una gran mejora con respecto a la mayoría.
– Win estará sentado en una silla roja cerca de los teléfonos -le dijo Esperanza cuando el taxi se detuvo frente al hotel-. A la derecha del mostrador de recepción. Estará leyendo un periódico. Si no está leyendo un periódico es que hay moros en la costa, en cuyo caso no te acerques a él y sal afuera. Se reunirá contigo en el Billiards Club.
– ¿Todo eso te ha dicho?
– Sí.
– ¿Incluso lo de los moros en la costa?
– Sí.
Incrédulo, Myron negó con la cabeza y luego preguntó:
– ¿Quieres venir?
– No puedo. Aún tengo que estudiar un poco.
– Gracias por el aviso.
Esperanza asintió con la cabeza.
Win estaba sentado donde le había dicho. Estaba leyendo el Wall Street Journal, así que no había moros en la costa. Madre de Dios, Win estaba como siempre, salvo por una peluca negra que le tapaba los rizos rubios. Mr. Disfraces en persona. Myron se sentó junto a él y susurró:
– El conejo blanco se vuelve amarillo cuando el perro negro le orina encima.
Win siguió leyendo como si no hubiera oído nada y dijo:
– Me dijiste que me pusiera en contacto contigo si Duane hacía alguna cosa extraña.
– Sí.
– Ha llegado hace unas dos horas. Ha cogido el ascensor hasta la tercera planta y ha llamado a la puerta de la habitación 322. Le ha abierto una mujer. Se han abrazado. Luego ha entrado y ha cerrado la puerta tras él.
– Esto no pinta nada bien.
Win pasó una página del periódico con una expresión aburrida.
– ¿Sabes quién es la mujer? -preguntó Myron.
Win negó con la cabeza y dijo:
– Negra. Uno setenta, sesenta kilos. Delgada. Me he tomado la libertad de reservar la habitación 323. Desde la mirilla se ve la puerta de la habitación de Duane.
Myron pensó en Jessica, que estaba esperándolo. En una bañera llena de agua caliente. Y con aquellos aceites exóticos.
Maldito sea.
– Si quieres me quedo -se ofreció Win.
– No. Ya me ocupo yo.
– Muy bien -dijo Win poniéndose en pie-. Nos vemos mañana en el partido, suponiendo que nuestro chico no esté demasiado cansado para jugar.
Myron subió hasta la tercera planta por las escaleras. Echó una ojeada al pasillo y vio que no había nadie. Fue corriendo hasta la habitación 323 con la llave en la mano y entró. Como siempre, Win tenía razón. Desde la mirilla de la puerta tenía una visión bastante buena, aunque un tanto convexa, de la puerta de la habitación 322. Ahora no tenía más que esperar.
Pero ¿esperar a qué?
¿Qué narices hacía él allí? Jessica le aguardaba en una bañera llena de aceites exóticos. Sólo de pensarlo, el cuerpo se le llenaba a la vez de cosquillas y de dolor. Y allí estaba, haciendo de voyeur.
¿Pero mirando qué?
¿Qué pretendía conseguir con eso? Duane ya le había contado su relación con Valerie Simpson. Habían sido amantes durante un breve periodo de tiempo. ¿Qué tenía eso de extraño? Los dos eran atractivos, los dos tenían veintitantos años, los dos eran tenistas. ¿Qué tenía de extraño? ¿El tema racial? Eso ya no era nada del otro mundo. ¿Acaso no se lo había dicho él mismo a Dimonte?
Entonces, ¿qué hacía con el ojo apretado contra una mirilla? Duane era su cliente, por el amor de Dios, un cliente importante. ¿Qué derecho tenía él a inmiscuirse en su vida privada de aquella manera? ¿Y por qué motivo? ¿Porque a su novia no le gustaba que Duane tuviera líos con otras? ¿Y qué? No era asunto suyo. Él no era el trabajador social responsable de Duane, no era su agente de libertad condicional, su sacerdote ni su psicólogo; era su representante. Su misión consistía en conseguir la mayor cantidad de ingresos para su cliente, no en emitir juicios morales.
Aunque, por otro lado, ¿qué diablos estaría haciendo Duane allí? Quizá le gustara divertirse un poco, ver mundo antes de sentar cabeza, no había problema en ello. ¿Pero por qué aquella noche precisamente? Era una locura. El día siguiente sería el día más importante de la carrera de Duane. Iba a jugar un partido que se transmitiría a todo el país. Sería su primer partido de cuartos de final del Open de Estados Unidos. Era el primer partido que jugaría contra un preclasificado. Era el día en el que transmitirían los primeros anuncios de la campaña de Nike. Y aquella era una noche muy poco propicia para citas románticas en la habitación de un hotel.
Duane Richwood, el Wilt Chamberlain del tenis profesional.
A Myron aquello no le gustaba nada.
Duane siempre había sido un poco misterioso. De hecho, Myron no sabía nada de su pasado. Se había escapado de casa, según decía él mismo, pero ¿cómo saberlo con seguridad? ¿Y por qué habría huido? ¿Dónde estaba su familia en la actualidad? Myron se había montado su propia película a partir de lo poco que sabía y había retratado a Duane como el típico chico de la calle que se había esforzado por escapar de las garras de la pobreza. ¿Pero sería verdad? Parecía un buen chico. Era inteligente, educado, no decía palabrotas… ¿pero podría no ser más que una fachada? No era posible que el joven que Myron conocía pasara una noche tan importante como aquélla follando en una habitación extraña, cosa que, lógicamente, hacía volver a Myron a la primera pregunta: ¿Y qué?
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