– Exponencial -dijo Mike.
– Así es.
– Pero, claro, usted necesitaba ganar dinero -dijo Mike-. Descubrió lo que valían esas drogas en la calle. Y pidió su parte.
– Para el local. Para los gastos. Había contratado a una médica, por ejemplo.
– Como la señora de la iglesia que necesitaba dinero para el taxi.
Rosemary sonrió, aunque sin ninguna alegría.
– Sí.
– Y entonces Adam entró por la puerta. El hijo de un médico.
Era tal como le había dicho la policía. Emprendedor. La verdad es que no le importaban las razones de la chica. Podía estar fingiendo o no. No importaba mucho. Tenía cierta razón sobre cómo las personas se metían en líos. Aquella señora de la iglesia probablemente no se había ofrecido voluntaria para poder birlar dinero. Simplemente empieza a suceder. Había pasado en su pueblo. En la Liga Infantil hacía unos años. Pasaba en las juntas escolares y en la oficina del alcalde, y cada vez la gente decía que no podía creerlo. Las conoces, sabes que son buenas personas. ¿O no? ¿Son las circunstancias las que las empujan a hacerlo, o se trata más de la autonegación que estaba describiendo Rosemary?
– ¿Qué le pasó a Spencer Hill? -preguntó Mike.
– Se suicidó.
Mike sacudió la cabeza.
– Le estoy diciendo lo que sé -dijo ella.
– Entonces ¿por qué Adam, como le dijo en el mensaje, necesitaba tener la boca cerrada?
– Spencer Hill se mató solo.
Mike volvió a sacudir la cabeza.
– Sufrió una sobredosis aquí, ¿no?
– No.
– Es lo único que tiene lógica. Por lo que Adam y sus amigos tenían que estar callados. Tenían miedo. No sé con qué los amenazó. Quizá les recordó que también serían arrestados. Por eso todos se sienten culpables. Por eso Adam no podía soportarse a sí mismo, estaba con Spencer aquella noche. No sólo estaba con él, sino que ayudó a llevar su cuerpo a aquella azotea.
En los labios de la mujer se dibujó una sonrisita.
– No tiene ni idea, ¿no, doctor Baye?
A Mike no le gustó la manera en que lo dijo.
– Pues cuénteme.
Rosemary todavía tenía las piernas levantadas y debajo de la sudadera. Era un gesto de adolescente que le daba un aire juvenil e inocente que Mike sabía que no merecía.
– No conoce a su hijo en absoluto, ¿no?
– Antes sí.
– No, no le conocía. Cree que sí. Pero es su padre. No debe saberlo todo. Ellos deben romper con los padres. Cuando he dicho que no lo conocía, lo decía en un sentido positivo.
– No la sigo.
– Le puso un GPS en el teléfono. Así descubrió dónde estaba. Está claro que vigilaba su ordenador y leía sus comunicaciones. Seguramente cree que le ayuda, pero en realidad le está ahogando. Un padre no debe saber dónde está su hijo todo el tiempo.
– ¿Darle espacio para rebelarse?
– En parte sí.
Mike se incorporó un poco.
– Si hubiera sabido de su existencia antes, quizá podría haberlo detenido.
– ¿Lo cree de verdad? -Rosemary ladeó la cabeza como si le interesara sinceramente su respuesta. Como Mike no dijo nada, siguió-: ¿Éste es su plan para el futuro? ¿Vigilar todo lo que hacen sus hijos?
– Hágame un favor, Rosemary. No se preocupe por mis planes educativos, ¿de acuerdo?
Ella le miró atentamente. Señaló la magulladura de la frente.
– Lo siento.
– ¿Me envió a esos góticos?
– No. No me enteré hasta esta mañana.
– ¿Quién se lo dijo?
– No importa. Anoche, su hijo estuvo aquí y fue una situación delicada. Y entonces, pam, aparece usted. DJ Huff vio que le seguía. Llamó y respondió Carson.
– Él y sus colegas intentaron matarme.
– Y probablemente lo habrían hecho. ¿Sigue creyendo que son sólo niños?
– Un gorila me salvó.
– No. Un gorila le encontró.
– ¿Qué quiere decir con esto?
Ella meneó la cabeza.
– Cuando me enteré de que le habían atacado y llegó la policía… fue como una señal de alarma. Ahora quiero encontrar la forma de salir de esto.
– ¿Cómo?
– No estoy segura, y por eso he querido que nos viéramos. Para urdir un plan.
Mike entendió por fin por qué estaba tan dispuesta a contarle esas cosas. Sabía que tenía encima a los federales, que había llegado la hora de recoger las fichas y abandonar la mesa. Quería ayuda e imaginaba que un padre asustado estaría dispuesto a dársela.
– Tengo un plan -dijo-. Vamos a los federales y les contamos la verdad.
Ella meneó la cabeza.
– Esto puede que no sea lo mejor para su hijo.
– Es un menor.
– Aun así. Estamos todos en la misma mierda. Tenemos que encontrar la manera de salir de ella.
– Proporcionaba drogas a menores.
– No es cierto, ya se lo he explicado. Puede que utilizaran mi local para intercambiar medicamentos con receta. Esto es todo lo que puede demostrar. No puede demostrar que yo lo sabía.
– ¿Y las recetas robadas falsificadas? -Ella arqueó una ceja.
– ¿Cree que las robé yo?
Silencio. Ella le miró a los ojos.
– ¿Tengo yo acceso a su casa o a su consulta, doctor Baye?
– Los federales la han estado vigilando. Han montado un caso contra usted. ¿Cree que esos góticos cargarán con una condena en la cárcel?
– Les encanta este local. Casi mataron para protegerlo.
– Por favor. En cuanto entren en una sala de interrogatorios, se desmoronarán.
– También hay otras consideraciones.
– ¿Como cuáles?
– Como quién cree que distribuía los medicamentos en la calle. ¿De verdad quiere que su hijo testifique contra esa gente?
Mike deseaba alargar las manos y apretarle el cuello.
– ¿En qué ha metido a mi hijo, Rosemary?
– Es de lo que tenemos que sacarlo. Debe concentrarse en eso. Debemos hacerlo desaparecer, por mi bien, sí, pero más incluso por el de su hijo. -Mike cogió el móvil.
– No sé qué mas queda por decir.
– Tiene abogado, ¿no?
– Sí.
– No haga nada hasta que haya hablado con él, ¿de acuerdo? Hay muchas cosas en juego. También ha de pensar en los otros chicos, en los amigos de su hijo.
– No me preocupan los demás chicos. Sólo el mío.
Encendió el teléfono y sonó inmediatamente. Mike miró el identificador. Era un número que no reconoció. Se llevó el teléfono al oído.
– ¿Papá?
Se le paró el corazón.
– ¿Adam? ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
– ¿Estás en el Club Jaguar?
– Sí.
– Sal. Estoy en la calle y voy hacia ti. Por favor, sal de ahí enseguida.
Anthony trabajaba de gorila tres días a la semana en un club de caballeros poco recomendable llamado Placer Exclusivo. El nombre era un chiste. El local era un antro. Antes, Anthony había trabajado en un local de striptease llamado Destrozahogares. Le gustaba más, el apodo era más honesto y daba al local una identidad real.
En general, Anthony trabajaba a las horas punta del mediodía. Se diría que a esas horas el negocio estaría muerto, que esta clase de locales no atraen a mucha clientela hasta altas horas de la noche. Pero no es así.
La clientela diurna de un club de striptease es como un acto de Naciones Unidas. Todas las razas, credos, colores y grupos socioeconómicos están bien representados. Había hombres con trajes, con sombreros de fieltro que Anthony siempre había asociado con la caza, con zapatos de Gucci y con botas Timberland baratas. Había chicos guapos y bocazas y hombres de las afueras y palurdos. En un local como ése hay de todo.
El sexo sórdido lo unifica todo.
– Tu descanso, Anthony. Diez minutos.
Anthony fue hacia la puerta. El sol estaba bajando, pero todavía le deslumbró. Siempre pasa lo mismo en esos locales, incluso de noche. En los clubes de striptease la oscuridad es diferente. Sales y parpadeas para deshacerte de la oscuridad como Drácula en una juerga.
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