– ¿Han cogido al asesino?
– No. Ni siquiera sabían quién era el cadáver hasta hoy.
– Lo siento mucho, Guy.
– Voy camino de casa. Yasmin todavía no lo sabe. Tengo que decírselo.
– Por supuesto.
– No creo que Jill deba estar ahí cuando se lo diga.
– Por supuesto que no -convino Tia-. Iré a buscarla enseguida. ¿Puedo hacer algo más por ti?
– No, ya nos las arreglaremos. Pero estaría bien que Jill viniera más tarde. Sé que es mucho pedir, pero Yasmin necesitará una amiga.
– Por supuesto. Lo que tú y Yasmin necesitéis.
– Gracias, Tia.
Colgó y Tia se sentó, aturdida. Muerta a golpes. No era capaz de comprenderlo. Demasiado. Nunca había sido capaz de hacer muchas cosas a la vez y los últimos días estaban haciendo estragos en su obsesión por el control.
Cogió las llaves, se preguntó si debía llamar a Mike y decidió que no. Él estaba totalmente centrado en encontrar a Adam. No quería distraerlo. Al salir, el cielo estaba azul como un huevo de petirrojo. Miró calle abajo, a las casas silenciosas, a los céspedes bien cuidados. Los Graham estaban fuera los dos. Él estaba enseñando a su hijo de seis años a montar en bicicleta, sosteniéndolo por el sillín mientras el niño pedaleaba, un rito de paso, y también una cuestión de confianza, como esos ejercicios en los que te dejas caer de espaldas porque sabes que la otra persona te cogerá. Él parecía muy poco en forma. Su esposa observaba desde el jardín. Hacía visera con la mano para tapar el sol. Sonrió. Dante Loriman entró en su jardín con su BMW 550L.
– Hola, Tia.
– Hola, Dante.
– ¿Cómo estás?
– Bien, ¿y tú?
– Bien.
Los dos mentían, por supuesto. Tia miró arriba y abajo de la calle. Las casas eran todas muy parecidas. Pensó otra vez en lo frágiles que eran esas sólidas estructuras que intentan proteger nuestras vidas. Los Loriman tenían un hijo enfermo. El suyo había desaparecido y probablemente estaba involucrado en algo ilegal.
Estaba subiendo al coche cuando sonó su móvil. Miró el identificador y era Betsy Hill. Sería mejor no contestar. Ella y Betsy perseguían algo diferente cada una. No le hablaría de las fiestas farm ni de lo que sospechaba la policía. Todavía no.
El teléfono volvió a sonar.
Su dedo planeaba sobre la tecla responder. Lo importante ahora era localizar a Adam. Todo lo demás quedaba aplazado. Sin embargo, existía la posibilidad de que Betsy hubiera descubierto algo que le diera una pista de lo que estaba sucediendo.
Apretó el dedo.
– Dime.
– Acabo de ver a Adam -dijo Betsy.
A Carson empezaba a dolerle la nariz rota. Miró cómo Rosemary McDevitt colgaba el teléfono.
El Club Jaguar estaba muy silencioso. Rosemary lo había cerrado, después de mandar a todos a casa tras el conato de pelea con Baye y su colega del corte de pelo de marine. Ellos eran los únicos que quedaban.
Solo en aquella colina, Adam todavía oía la voz de Spencer:
«Lo siento mucho…»
Adam cerró los ojos. Aquellos mensajes de voz. Los había guardado en el móvil, los había escuchado cada día, sintiendo cómo el dolor lo desgarraba por dentro como la primera vez.
«Adam, por favor, contesta…»
«Perdóname, ¿vale? Dime que me perdonas…»
Todavía lo obsesionaban por las noches, sobre todo el último, en el que la voz de Spencer ya era pastosa, ya se deslizaba hacia la muerte.
«Esto no es por ti, Adam. ¿Lo entiendes, no? Intenta entenderlo. No es por nadie. Es todo demasiado difícil. Siempre ha sido demasiado difícil…».
Adam esperó a DJ Huffen la colina junto al instituto. El padre de DJ, un capitán de la policía que había vivido siempre en este pueblo, decía que antes los chicos se colocaban aquí después de las clases. Los chicos malos se encontraban allí. Los demás preferían caminar un kilómetro más para esquivarlo.
Miró a lo lejos. En la distancia podía ver el campo de fútbol. Adam había jugado allí en alguna liga cuando tenía ocho años, pero el fútbol no era lo suyo. Le gustaba el hielo. Le gustaba el frío y deslizarse con los patines. Le gustaba ponerse todas aquellas protecciones y la máscara y la concentración que exigía vigilar la portería. Allí eras un hombre. Si eras bastante bueno, si eras perfecto, tu equipo no podía perder. Los niños en general detestaban esa presión. Adam se crecía con ella.
«Perdóname, ¿vale?…»
No, pensaba Adam ahora, eres tú quien debe perdonarme.
Spencer siempre había sido voluble, con altos espectaculares y bajadas brutales. Hablaba de huir, de empezar un negocio y, sobretodo, de morir y acabar con el sufrimiento. Todos los chicos hablan de esas cosas, hasta un cierto punto. Adam incluso había empezado a hacer un pacto de suicidio con Spencer el año pasado. Pero para él eran sólo palabras.
Tendría que haber visto que Spencer lo haría.
«Perdóname…»
¿Habría cambiado algo? Aquella noche sí que lo habría cambiado. Su amigo habría vivido un día más. Y después otro. Y después ¿quién sabe?
– ¿Adam?
Se volvió al oír la voz. Era DJ Huff.
– ¿Estás bien? -preguntó DJ.
– No, gracias a ti.
– No sabía que ocurriría eso. Vi a tu padre siguiéndome y llamé a Carson.
– Y huiste.
– No sabía que irían a por él.
– ¿Qué creías que ocurriría, DJ?
Él se encogió de hombros y Adam vio los ojos rojos, la fina capa de sudor, la forma en que el cuerpo de DJ se tambaleaba.
– Estás colocado -dijo Adam.
– ¿Y qué? No te entiendo, tío. ¿Cómo pudiste contárselo a tu padre?
– No se lo conté.
Adam lo había planeado todo para aquella noche. Incluso había ido a la tienda de material de espías de la ciudad. Creía que necesitaría un equipo de escucha como los que se ven en la tele, pero ellos le dieron lo que parecía un bolígrafo normal que grababa sonido y una hebilla de cinturón que hacía las veces de cámara de vídeo. Pensaba registrarlo todo y llevarlo a la policía, no a la policía local porque el padre de DJ trabajaba allí, y que las piezas encajaran donde debían. Se arriesgaba, pero no tenía alternativa.
Se estaba ahogando.
Se estaba hundiendo y sentía y sabía que si no intentaba algo para salvarse, acabaría como Spencer. Por lo tanto, hizo planes y se preparó para una última noche.
Pero entonces su padre se empeñó en que fuera al partido de los Rangers.
Sabía que no podía ir. Quizá podría aplazar un poco sus planes, pero si no se presentaba aquella noche, Rosemary, Carson y el resto de ellos se harían preguntas. Ya sabían que nadaba entre dos aguas. Le habían forzado con amenazas de chantaje. Por eso se marchó de casa a hurtadillas y fue al Club Jaguar.
Cuando se presentó su padre, todos sus planes se habían ido al garete.
Le dolía la herida de arma blanca del brazo. Seguramente necesitaba puntos, incluso podría estar infectada. Había intentado limpiársela. El dolor casi le había hecho desmayarse. Pero por ahora pasaría así, hasta que pudiera enderezar la situación.
– Carson y los demás creen que nos tendiste una trampa -dijo DJ.
– No lo hice -mintió Adam.
– Tu padre también se presentó en mi casa.
– ¿Cuándo?
– No lo sé. Una hora antes de que fuera al Bronx más o menos. Mi padre le vio sentado en el coche al otro lado de la calle.
Adam quería pensar en esto, pero no había tiempo.
– Tenemos que acabar con esto, DJ.
– Mira, he hablado con mi viejo. Está haciendo lo que puede por nosotros. Es policía. Entiende de estas cosas.
– Spencer está muerto.
– Eso no es culpa nuestra.
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