Joyce Oates - Ave del paraíso

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Situada en la mítica ciudad de Sparta, en Nueva York, Ave del paraíso es una punzante y vívida combinación de romance erótico y violencia trágica en la Norteamérica de finales del siglo XX. Cuando Zoe Kruller, una joven esposa y madre, aparece brutalmente asesinada, la policía de Sparta se centra en dos principales sospechosos, su marido, Delray, del que estaba separada, y su amante desde hace tiempo, Eddy Diehl. Mientras tanto, el hijo de los Kruller, Aaron, y la hija de Eddy, Krista, adquieren una mutua obsesión, y cada uno cree que el padre del otro es culpable. Una clásica novela de Oates, autora también de La hija del sepulturero, Mamá, Infiel, Puro fuego y Un jardín de poderes terrenales, en la que el lirismo del intenso amor sexual está entrelazado con la angustia de la pérdida y es difícil diferenciar la ternura de la crueldad

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Al examinar ahora las manos de su padre, con sus nudillos desmesurados, sonrió al ver que los tenía despellejados, debía de ser que había intervenido en una pelea aquella noche y había golpeado a alguien, con fuerza. Tal vez había dado pie para empezar la pelea, la culpa de lo sucedido era de Delray.

– ¿Con quién has estado esta noche, papá? Me gustaría saberlo, nada más.

No pareció haberle oído, pero le quitó el paño húmedo y se lo apretó contra los ojos, gimiendo suavemente.

– … me crees, ¿verdad que sí? -dijo al cabo de un momento-. Acerca de tu madre. ¿Eh?

– Por supuesto, papá. No te preocupes por eso.

– Nunca informarías contra tu propio padre, ¿verdad que no, Aaron? ¿Eh?

Aaron rió incómodo. No era un tema nuevo entre ellos.

– ¿Por qué «informaría» ahora, papá? Nunca «informé» entonces.

Mejor retirarse ya, pensó. Dejar que su padre durmiera la mona. Quizá todo lo que Delray necesitaba era dormir; para cuando se despertara hacia mediodía se habría olvidado de aquel episodio y también Aaron tenía intención de olvidarlo.

28

Aquella noche. Sólo más adelante pensaría en ella como aquella noche.

A decir verdad, el mismo Aaron no había vuelto a casa hasta muy tarde aquella noche.

Se trataba de la noche en que murió Zoe. La noche en que asesinaron a Zoe. Aquella noche cambió todo. Y no lo supe hasta horas después, cuando ya era demasiado tarde.

Ahora funcionaban de otro modo. Habían cambiado las pautas de su existencia. Desde que vivían solos en la casa de Quarry Road a raíz de que Zoe se mudara. Después de las clases -esto sucedía antes de que lo expulsaran por alborotador habitual - Aaron trabajaba en el garaje de su padre. Se ocupaba de la gasolinera y estaba aprendiendo a reparar coches instruido por Delray y, cuando su padre no estaba, por Mitch Kremp, que era su mano derecha. Acompañaba a Mitch con la grúa y le ayudaba y, después de cerrar el garaje a eso de las seis, la mayoría de las veces Aaron se reunía con sus amigos todo el tiempo que podía antes de regresar a casa donde la mayor parte de las noches lo más probable era que Delray no hubiera vuelto.

Al torcer por el camino que llevaba a la casa había visto encendida una sola luz en una habitación del piso de abajo. Aunque sabía que no podía ser -Aaron lo sabía, con toda seguridad- el corazón le dio un salto en el pecho con la idea de que pudiera ser Zoe, de vuelta a casa. Si bien lo más probable era que el mismo Aaron se hubiera dejado la luz encendida por la mañana.

Aquella noche fue la del 11 de febrero de 1983. Cuando la vida de Aaron se partió en dos. Había estado en North Post Road con unos conocidos de la reserva india. Había una población sin nombre en un cruce de carreteras, y una tienda 7-Eleven donde el hermano mayor de un amigo de Aaron compró paquetes de seis latas de cerveza y cigarrillos para el grupo. Uno de los chicos de más edad fue a Sparta, donde tenía otro conocido en la estación de tren que les proporcionaría unas bolsas de marihuana. Aaron, uno de los más jóvenes, era temerario y optimista. Cualquier cosa absurda que se les ocurriera, estaba dispuesto a intentarla. Habían considerado la posibilidad de robar en los coches aparcados detrás de Sears, pero sólo encontraron juguetes y estupideces de mujeres como toallas, ropa interior y calcetines en bolsas de la compra que tiraron, molestos. Cualquier cosa de más valor, la gente tenía el sentido común suficiente para guardarla bajo llave, de manera que romper las ventanillas de los coches implicaba unos riesgos que no estaban dispuestos a correr. Quizá fuera su entrada ruidosa en el centro comercial, a la altura del CineMax, siguiendo a algunas chicas de instituto que los estaban mirando, lo que provocó que el gerente del CineMax llamara a los de seguridad, así que apareció un vigilante para expulsarlos. Esto es propiedad privada, chicos. No es un sitio público. Uno de ellos volcó un contenedor de basura, rompieron algún cristal y el vigilante gordinflón no pudo perseguirlos más que una corta distancia por un campo donde Aaron y sus amigos corrían como los perros de una jauría emocionados y excitados, gritando mientras rompían con los pies la costra de hielo y el vigilante les gritaba indignado ¡Mamones! La próxima vez os vamos a detener. Volved a la maldita reserva india de donde no teníais que haber salido.

Rieron juntos, pero el regocijo se esfumó como el aire que sale silbando de un neumático rajado, y a Aaron sólo le quedaron ganas de volver a casa lo más deprisa posible.

Ya habían dado las once cuando regresó. Ahora que Zoe se había ido, parecía que a nadie le importaba un pimiento a qué hora volvía a casa o si hacía novillos o si, sencillamente, no iba a clase en absoluto. Si comía y cenaba como las personas o devoraba como un animal lo que encontraba en el refrigerador: sobras, comida china para llevar, o pizzas y bocadillos hechos con barras de pan. Delray sólo mantenía las reservas de distintos tipos de cerveza.

Aquella noche. Delray no estaba en casa cuando volvió Aaron ni tampoco apareció mientras, tumbado en el sofá, veía la televisión, bebía cerveza directamente de una lata, y se acababa un bocadillo del día anterior sacado del frigorífico, pero no se planteó ningún problema, por lo que Aaron creería a su padre cuando Delray afirmó que durante aquellas horas había estado con una mujer, cuyo nombre no podía revelar porque todavía estaba casada y le hubiera desesperado perder la custodia de sus hijos. Aaron nunca llegaría a saber el nombre de aquella mujer que, al parecer, vivía en Star Lake, no en Sparta, de manera que para volver a casa Delray se había pasado cuarenta minutos o más conduciendo, todo lo cual parecía plausible. Aaron creyó sin la menor duda, cuando su padre se lo juró, que no había estado en Sparta, que no había estado en ningún sitio cercano a West Ferry Street, que no había visto a Zoe aquella noche.

Vio en los ojos inyectados en sangre de su padre la sinceridad de sus palabras. No causé ningún daño corporal a mi esposa Zoe a quien sigo queriendo hasta el día de hoy, me crees, Aaron, ¿verdad que sí?

Por supuesto, Aaron le creyó.

Al preguntarle la policía dónde había estado Delray aquel sábado por la noche y en la madrugada del domingo, Aaron dijo: «Mi padre estaba en casa, conmigo. Los dos juntos».

Muchacho de cara hosca, de ojos huidizos. Presionado, la piel de Aaron adquiría un color rojo oscuro, la piel con aspecto de estar chamuscada del indio americano, aunque su madre fuese una mujer de raza blanca y rubia por añadidura.

– ¿Toda la noche? ¿Pasaste aquella noche y las primeras horas de la mañana del domingo con tu padre? ¿Es eso lo que nos estás contando, Aaron?

Sí. Eso era lo que Aaron les contaba.

El detective de más edad -apellidado Martineau- sugirió, con voz en la que se mezclaban burla y comprensión, que quizá Aaron estaba mintiendo para proteger a su padre. ¿Era eso lo que sucedía?

Durante un momento que se prolongó mucho, Aaron no habló. Sangre oscura le latía pesadamente en la cara. Pero no se tragó el anzuelo, sino que se limitó a decir que no estaba mintiendo. Su padre había estado en casa con él, los dos juntos toda la noche.

– ¿En la misma habitación? ¿En la misma cama? ¿Toda la noche?

El detective hablaba desdeñosamente. Aaron, sin embargo, no se inmutó y siguió mostrándose terco, impasible. No estaba mintiendo. No pensaba que lo que hacía fuera mentir. Si Delray le había jurado que no le había hecho nada a Zoe, que no había estado en el 349 de West Ferry Street aquella noche, Aaron lo creía.

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