Joyce Oates - Ave del paraíso

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Situada en la mítica ciudad de Sparta, en Nueva York, Ave del paraíso es una punzante y vívida combinación de romance erótico y violencia trágica en la Norteamérica de finales del siglo XX. Cuando Zoe Kruller, una joven esposa y madre, aparece brutalmente asesinada, la policía de Sparta se centra en dos principales sospechosos, su marido, Delray, del que estaba separada, y su amante desde hace tiempo, Eddy Diehl. Mientras tanto, el hijo de los Kruller, Aaron, y la hija de Eddy, Krista, adquieren una mutua obsesión, y cada uno cree que el padre del otro es culpable. Una clásica novela de Oates, autora también de La hija del sepulturero, Mamá, Infiel, Puro fuego y Un jardín de poderes terrenales, en la que el lirismo del intenso amor sexual está entrelazado con la angustia de la pérdida y es difícil diferenciar la ternura de la crueldad

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Excepto que no había nada que sacarle.

No había nada que pudiera contarles y que los pudiera llevar hasta el asesino de Zoe Kruller.

(¿O asesinos? ¿Cómo podía saber nadie con seguridad que no era más de uno?)(Si Zoe había tenido que ver con drogas, extremo que era de conocimiento público, podía haber sido más de uno. Pero Eddy no quería contar aquello a los detectives, no quería insultar a Zoe.) Se había quitado la chaqueta deportiva de pana, que estaba gastada por los codos, su chaqueta favorita que llevaba años usando, junto con las camisas blancas de algodón de manga larga para el despacho. En la frente, maldita sea, le brillaban gotas de sudor, sentía la piel encendida, la cabeza hundida entre los hombros y en la cara la expresión de un toro acosado.

Los muy cabrones no pueden hacerme decir lo que no es cierto. Incriminarme.

¿ Cómo podría decir algo comprometedor? No puedo, soy inocente.

Finalmente, al continuar con las preguntas, reconoció que sí, que también había conocido a Zoe. Delray era amigo suyo y Zoe era su mujer -porque Zoe era la mujer de Delray- y de esa manera la había conocido Eddy. Sí, había oído que los Kruller estaban «distanciados» -ésa no era exactamente una palabra que la gente usara, se tendía más bien a decir que los Kruller «no vivían juntos», que «estaban separados», que «tenían problemas»-, pero Eddy Diehl no conocía los detalles, no era de las personas que se interesan por ese tipo de cosas. Si bien había sabido por un amigo que Zoe había dejado a Delray y vivía por su cuenta, que Zoe veía a otros hombres, que Zoe se sentía frustrada por vivir en Sparta y porque su carrera -su «carrera de cantante»- no progresaba en absoluto; lo más probable era que los amigos de Delray fueran duros con Zoe, y dijeran que había dejado a Delray y al hijo de ambos, que había dejado a su familia, con todo lo que Del había tenido que aguantar de aquella mujer, nadie podría culparlo si hubiese perdido el control.

Se tapó la cara con las manos y se frotó los ojos con los nudillos. ¡Hacía tanto calor! Aunque se daba cuenta de que debería marcharse, de que debería decir a los detectives que ya había tenido bastante, que había contado todo lo que sabía, un deseo se había apoderado de él, sin embargo: Voy a conseguir caerles bien, voy a hacer que confíen en mí. No son personas tan distintas de mí.

Es extraño cómo, al igual que un hombre que estuviera en un río, un hombre que se hallara en algún tipo de embarcación pequeña sin timón en un río turbulento, había dejado de pensar en dónde podría estar si no estuviera donde estaba: había dejado de pensar en su despacho en Sparta Construction, y en las cuadrillas de obreros a las que estaba dirigiendo en aquel momento; había dejado de pensar en su casa, en su hogar de Hurón Pike Road, donde para entonces era probable que sólo se encontrase su mujer Lucille, porque sus hijos estaban en clase, se alegraba de que ninguno supiera adonde había ido a parar, la vergüenza habría sido insoportable. ¿Papá interrogado por la policía? ¿Papá en la comisaría, como un personaje de la televisión? Interrogado por la policía, ¿con qué motivo?

Martineau preguntaba, Brescia preguntaba, los dos hacían con mucha calma las preguntas más íntimas del mundo, con palabras que nunca habrías imaginado que se pronunciaran delante de ti excepto cuando de hecho alguien las pronuncia, y con una calma tan asombrosa, incluso con una especie de lógica, pensativos, pacientes, advirtiendo el acaloramiento de la indignación en el rostro del entrevistado y deseosos de mitigarlo, haciendo la pregunta de otra manera, había tenido «relaciones íntimas», «relaciones sexuales» con Zoe Kruller, para cambiar de nuevo la frase, había tenido alguna vez «una relación» con Zoe Kruller que fuese «más que de simple amistad» y Eddy Diehl se oyó decir maldita sea no, no la había tenido.

Con mucha calma entonces, volvieron a preguntarle. Le preguntaron de nuevo y todavía una vez más. Calmosa, la mirada de Brescia, aunque en tensión, detrás de las gafas oscuras, al igual que la mirada en los ojos de Martineau, sabían que estaba mintiendo, no había duda, aunque, si lo sabían, por qué cojones se lo preguntaban. Pero se lo preguntaban, y de nuevo dijo No. Se aclaró la garganta para decir con más energía ¡No! Maldita sea, ya se lo he dicho.

Aquellas palabras eran como piedrecitas en su boca, apenas conseguía hablar con piedras en la boca, y con el peligro además de tragárselas y de ahogarse. Apenas lograba hablar. Regueros de sudor le caían por el rostro acalorado. Su corazón era un puño que le golpeaba despacio las costillas. El estómago, donde el tapón de flema caliente del whisky Jim Beam sin digerir se había vuelto tan sólido como una piedra. Se atrevían ya a preguntarle si había tenido «una aventura» con Zoe Kruller -si había tenido «relaciones sexuales» con Zoe Kruller- durante mucho tiempo, o sólo el año anterior; si era ésa la razón de que Zoe hubiera abandonado la casa de su marido o si Zoe se había mudado antes; si Delray Kruller estaba al tanto de que él, Eddy Diehl, «hacía el amor» con su mujer; y Eddy negaba con la cabeza. ¡No! Nada de eso es cierto.

Lo miraban con ojos tranquilos, absortos. Como los cazadores mantienen cierta distancia mientras miran al bisonte que han cazado, al oso derribado, a la criatura herida, que se debate, peligrosa en esos momentos, de manera que la dejan que sangre sobre la hierba, eran ellos quienes habían vencido y el tiempo estaba de su parte.

Le preguntaron una y otra vez si estaba seguro. ¿El señor Diehl estaba seguro? ¿Era aquélla su declaración, estaba seguro de que quería firmarla?

Les dijo sí. Aquélla era su declaración y quería firmarla.

Pero también le preguntaron si había visitado a Zoe Kruller en la dirección de West Ferry Street, y ciegamente, muy deprisa, dijo No. Y al preguntarle si la había visto allí, el sábado de la semana anterior, si la había visto sólo dos noches antes, si había ido en coche hasta allí, había aparcado en la calle, había subido y la había visto, y cuándo había sucedido todo aquello, y cuánto tiempo había estado allí, y si había tenido relaciones sexuales con ella entonces, y si se había enfadado con ella, y la había golpeado, la había estrangulado, la había matado y había dejado el cuerpo en la cama, ¿había sucedido todo aquello, señor Diehl? ¿Era aquello lo que había sucedido? Y para entonces Eddy estaba tosiendo, sudaba y se encontraba muy mal y era incapaz de pensar excepto que deseaba salir de aquella habitación, lejos de aquellas luces fluorescentes, irse lejos, a algún lugar donde pudiera estar solo, echar un trago para calmarse los nervios, hundirse en el sueño porque estaba cansadísimo.

No dijo no lo hice. Ni por lo más remoto.

Maldita sea ¿por qué tendría que contratar a un abogado? Gastar dinero en un maldito abogado del que no te puedes fiar. No soy culpable, no he matado a Zoe. No le he hecho nunca daño, Dios del cielo. Por qué iba yo a hacerle daño a Zoe. No toqué a Zoe ni mucho menos le hice daño. Fui yo quien le dijo que tenía que ir a rehabilitación. Se lo dije en diciembre. Antes de Navidad se lo dije. Me estaba volviendo loco la manera que tenía de vivir, tan descuidada, porque acababa diciéndome Vete al infierno, Eddy, no me quieres entonces vete al infierno hay otros que me querrán si no me quieres tú. Muerto de preocupación por Zoe pero que la den por culo si quiere matarse, señales en los brazos y en el interior de los muslos Zoe había tratado de decir que eran de las uñas de un gato pero la realidad era que se estaba inyectando heroína, casi la había pillado con las manos en la masa en una ocasión. Inyectándose muerte en las venas, ¿por qué lo hacía? Los hermosos brazos de Zoe, pecosos y suaves. Las hermosas piernas de Zoe, no carnosas como las piernas de las mujeres, sino esbeltas, con músculos. Cielo santo se había estado inyectando aquella porquería en una vena del tobillo. Y decía que era buenísima, pruébala Eddy, sólo una vez, no te matará. Excepto que Zoe se había llevado varios sustos terribles. Se chutaba con un tipo con el que se trataba, o quizás más de uno, que le proporcionaba todas las drogas que necesitaba, un tipo de Port Oriskany y nadie que yo conozca, nadie a quien yo quiera conocer, y me contó que había perdido el conocimiento durante cuarenta minutos y él gritaba y la abofeteaba tratando de revivirla, llenó la bañera de agua fría, la llevó y la metió dentro, no habría llamado a una ambulancia, la habría dejado morir, un tipo como ése evita a los polis a toda costa, basta mirarlo una vez y un poli sabe, un poli sabe ver, ex presidiario, camello al que un poli identifica, le dije a Zoe por el amor de Dios eso es una locura, vivir así es una locura, tan cerca del abismo, una mujer tan hermosa como tú, qué es lo que te pasa, y Zoe dice tienes razón Eddy, sé que tienes razón, dice sabes qué, Eddy, ¡te quiero!, se inclina para besarme, la boca cálida y húmeda de Zoe en la mía, lengua como una serpiente lanzada, bésame Eddy, vamos Eddy bésame, fállame Eddy si me quieres fállame y haz que me olvide de otras cosas y los brazos de Zoe alrededor de mi cuello para llevarme a la horizontal, y las piernas musculosas y prietas de Zoe alrededor de mi cintura, tobillos cruzados detrás de mis nalgas, trato de mantener la cabeza clara pero no puedo, trato de creerla pero no puedo, si no me mintiera si no me faltara al respeto como a ella le falta al respeto su marido Delray, empieza a reír, se está riendo y un sollozo se le quiebra en la garganta, Eddy te lo prometo, Eddy de verdad te lo prometo, no más agujas malditas si me quieres, nunca más.

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