Martina Cole - El jefe

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Danny Boy Cadogan era ese tipo de persona que hacía que hasta el más duro de los delincuentes se pusiera nervioso y paranoico, especialmente si le decía que quería hablar con él de algún asunto. Danny tenía la habilidad de convertir el más inocente comentario en una declaración de guerra y la frase más inocua en una amenaza real y terrorífica.” De la noche a la mañana, Danny Cadogan, a sus catorce años, tiene que abrirse camino en un mundo violento y peligroso. Debe proteger a su madre y a sus hermanos, después de que los haya abandonado su padre a las iras de los acreedores. Danny, en compañía de su inteligente amigo de infancia Michael Miles, se va a convertir con los años en uno de los más temidos capos del Smoke que llegará a extender sus negocios de tráfico de drogas y de armas hasta España. Sin embargo, el carácter despiadado de Danny no sólo se impone en las calles londinenses, sino también en el hogar familiar, condenando a una vida torturada a su mujer, Mary, y a sus hijas.

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– Estoy bien, padre. No soy yo, son los demás. Se rieron juntos por sus palabras. Luego Danny preguntó:

– ¿No ha venido mi amigo esta mañana?

– No. Nadie ha venido desde la misa de las nueve. De hecho, más vale que yo también me vaya. Se supone que tengo que decir misa para los niños dentro de veinte minutos. Me encantan los niños. Siempre se sienten intimidados por el poder de Dios y creen en él ciegamente.

Danny sonrió, con el rostro y el cuerpo más relajado.

– Dios es bueno, padre. Yo lo sé mejor que nadie. El siempre ha escuchado mis plegarias y siempre ha cuidado de mí.

El padre Mahoney lo dejó a solas, satisfecho de que su fe se hubiera visto recompensada y preguntándose qué le tendría preparada su ama de llaves para desayunar.

Danny Boy lo observó marcharse y se preguntó dónde estaría su amigo, con el que se había citado a las diez y media. Tenía muchas cosas que hacer y no podía perder el tiempo.

Michael estaba en el desguace cuando oyó que Danny Boy aparcaba el coche. Era casi la hora de almorzar y no lo esperaba tan temprano. Puso los papeles que había estado revisando dentro de la caja y la cerró con premura. Sintió una nueva oleada de culpabilidad.

Cuando Danny cruzó el umbral, sonrió nerviosamente y le preguntó:

– ¿Dónde te has metido?

Danny Boy sonrió y, alegremente, respondió:

– ¿Y a ti qué te importa? ¿Acaso eres de la pasma?

Era una respuesta prefabricada que normalmente le hacía reír. En esta ocasión, sin embargo, no le hizo la menor gracia. Danny se quedó parado delante de él, su enorme tamaño recordándole lo peligroso que era. Con seriedad, le preguntó:

– ¿Quién ha estado toqueteando la puñetera caja? ¿Acaso te has peleado con Carole?

Michael se encogió de hombros. Su corpulencia parecía menor al lado de Danny Boy, a pesar de ser un hombre bastante grande. Al menos, más grande que la mayoría, y con un cuerpo más firme. Danny Boy había engordado en los últimos años debido a la buena vida y a sus excesos con la bebida y las drogas. Aun así, seguía intimidándolo, pues no tenía ni remotamente su fuerza, cosa que siempre había sabido. Ni su fuerza, ni su carácter violento, ni su capacidad para hacer daño sin ningún motivo. Danny era un psicópata y ambos eran conscientes de ello.

Danny ya se había olvidado del asunto y se dirigió al frigorífico para coger dos latas de cerveza. Le arrojó una a Michael y se sentó detrás del escritorio. Abrió la lata y le dio un buen trago. Luego, eructando sonoramente, dijo:

– Creo que Eli nos está tomando por gilipollas. Michael abrió la lata de cerveza y, sentándose en el brazo del sofá, le dio algunos sorbos. Estaba pensando en lo que le había dicho y ambos lo sabían. Luego, con tranquilidad y tras soltar un prolongado suspiro, dijo:

– Un momento, Danny. Eli es colega nuestro. Danny no le respondió y se limitó a mirarlo fijamente. Michael conocía los síntomas, pues había pasado por esa situación muchas veces. Danny Boy no le haría ningún caso hasta que no hiciera lo que se le había metido en la cabeza, hasta que Eli no fuese nada más que un recuerdo para todo el mundo, su familia y sus amigos incluidos.

Michael se había preguntado quién sería la siguiente víctima de la cólera de Danny Boy, pero jamás se le había ocurrido pensar en Eli. No sabía por qué, pues ciertamente era un buen candidato, ya que era joven, un capo y una persona que se estaba haciendo un lugar dentro de la comunidad. Danny Boy odiaba que le hiciesen sombra y odiaba a todo aquel que algún día pudiera suponer una amenaza para él. Sin embargo, Eli no era ningún pelele y no se dejaría avasallar sin pelear. Él respetaba a Danny Boy y a Michael, y no ocultaba su respeto. Era un diamante en bruto, un puñetero cabecilla, además de un ganador que se había forjado una buena reputación en la ciudad. De hecho, Eli era uno de los mejores colegas que tenían, aunque Danny prefiriera olvidarse de eso porque le convenía. Ahora diría que había oído cosas extrañas de él, que se había enterado de que era un chivato, ya que ésa era normalmente la excusa que daba. Desde siempre había quedado claro que a ese respecto Danny Boy sabía más que él.

Michael se echó sobre el respaldo y dejó la lata de Stella sobre el escritorio. Miró fijamente a Danny y le respondió:

– Esta vez no te lo voy a permitir, Danny Boy. Tratándose de Eli, no.

Danny Boy ni pestañeó. Permaneció sentado, tan callado como un lirón y con una sonrisa en sus sensuales labios.

Michael le devolvió la mirada lleno de rabia. Su completo desprecio por Danny Boy estaba a punto de estallar.

Danny sonrió débilmente.

– No te estaba pidiendo permiso, Michael, sólo te expongo un hecho. Eli nos está tomando el pelo y, si no te das cuenta, es porque eres tan gilipollas como él.

Michael, enfadado, negó con la cabeza. Danny Boy se quedó consternado por su vehemencia y Michael se dio cuenta de que parecía satisfecho con ello.

– No, Danny, no pienso permitirlo.

Michael señalaba con el dedo a su amigo y estaba a punto de gritarle.

– Eli es un buen tío y nos ha demostrado su lealtad en más de una ocasión. No pienso dejar que lo hagas, así que más vale que te saques esa idea de la cabeza.

Danny Boy estaba tan sorprendido por sus palabras que pasó varios minutos sin decir nada; el silencio los envolvió como una mortaja. Luego respondió:

– ¿Quién coño te has creído que eres, Michael? ¿Crees que lo hago para divertirme? He sabido de buenas fuentes que ha estado mofándose de nosotros a nuestras espaldas.

Michael se levantó y, haciendo un gesto como si la conversación le estuviese aburriendo, gritó:

– ¿Quién ha sido el que te ha dicho tal cosa? Dime un nombre, o mejor dicho, por qué no lo llamas y le dices que venga a contármelo a mí en persona.

Michael aplastó la lata de cerveza ruidosamente; la rabia le hacía jadear de desesperación.

– No hagas eso, Danny. Te lo estoy pidiendo como colega. No lo hagas y no te pongas en mi contra esta vez.

Jamás lo había visto tan decidido. Normalmente, Michael terminaba por ponerse de su lado, por eso Danny Boy no estaba seguro de cómo reaccionar ante esa nueva situación. Siempre había logrado convencer a Michael y siempre había sido el encargado de dirigir y acabar con esos pequeños contratiempos, como él mismo decía. Empezaba a considerar a Eli como una verdadera amenaza, como su enemigo, especialmente ahora que Michael se ponía de su parte y se pasaba al equipo contrario. Al fin y al cabo, Michael y él eran socios y debía ponerse de su lado, no pasarse al bando enemigo. Eli sólo era un maldito gilipollas que se ganaba la vida a costa suya y que lo único que pretendía era utilizarlos como trampolín para una vida más acomodada.

– Jamás hubiera imaginado que me dirías una cosa así, Michael. No comprendo por qué defiendes a un gilipollas como ése y te pones en mi contra. Yo soy tu socio y tu mejor amigo.

Reía, incrédulo.

Michael suspiró de nuevo. Su cuerpo parecía abrumado por la rabia.

– Si le haces algo a Eli, hemos acabado, Danny Boy. Hablo en serio.

Danny se levantó de la silla y Michael se quedó inmóvil, esperando el puñetazo que estaba seguro iba a propinarle. Danny, sin embargo, no levantó la mano, aunque vio que Michael apretaba los puños y comprendió que estaba dispuesto a pelear con él por aquel asunto si era necesario; eso fue lo que más lo asombró.

Danny Boy se pasó la mano por el espeso pelo con el semblante totalmente distorsionado. Jamás antes había tenido una discusión tan fuerte con Michael. Michael, normalmente, trataba de hablarle, de hacerle cambiar de opinión, de razonar con él. Danny siempre le había escuchado y respetaba lo que tenía que decir. Pero eso era un asunto de negocios y librarse de un rival no era asunto de Michael. Normalmente, le había dejado hacer, por eso ese estallido de violencia le había dejado de lo más consternado. No se lo esperaba y no sabía qué hacer al respecto.

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