– ¿Cómo lo atrapó? -preguntó Lake, sentándose ante Nancy.
– Un anónimo, Peter. Nada de imaginación.
– Es maravilloso.
– Parece que está bien.
Lake se encogió de hombros y endureció la sonrisa.
– Dígame -preguntó dócilmente Lake-, usted no le dijo a nadie de mi seguimiento, ¿no es así?
– Ese es nuestro secretito.
– Gracias. Me siento como un tonto, saliendo por las mías de esa forma. Usted tenía razón. Si Waters se daba cuenta, probablemente me habría matado.
– Se debe de sentir aliviado de saber que el asesino de Sandy y de Melody fue atrapado -dijo Nancy, mientras observaba la reacción.
Lake se puso de pronto sombrío.
– Es como si me hubieran quitado un enorme peso de los hombros. Tal vez ahora mi vida pueda volver a lo normal.
– Sabe, Peter -le dijo Nancy con aire casual-, hubo un momento en que yo pensé en la posibilidad de que usted pudiera ser el asesino.
– ¿Por qué? -preguntó Peter, impactado.
– Usted no fue nunca un sospechoso en serio, pero hubo algunas pocas incoherencias en su historia.
– ¿Como cuáles?
– La hora, por ejemplo. Usted no llamó al 911 hasta las ocho y quince, pero un vecino lo vio llegar a su casa a las siete y veinte. No puedo imaginarme por qué tardó tanto tiempo en llamar a la policía.
– Debe de estar bromeando.
Nancy se encogió de hombros.
– ¿Fui sospechoso por esto de la hora?
– ¿Qué fue lo que estuvo haciendo alrededor de una hora?
– Jesús, Nancy, no lo recuerdo. Estaba aturdido. Quiero decir, debí de haberme quedado sin sentido por un rato.
– Usted nunca dijo eso
.Lake miró a Nancy fijo, con la boca abierta.
– ¿Soy todavía un sospechoso? ¿Me está usted interrogando?
Nancy negó con la cabeza.
– El caso está cerrado, Peter. El jefe dará una conferencia de prensa por la mañana. Hubo tres rosas negras y otra de aquellas notas en un estante del sótano. Y, por supuesto, estaba la pobre Patricia Cross.
– ¿Pero usted no me cree? ¿Cree honestamente que yo pude haber…?
– Tranquilícese, Peter -le contestó Nancy, cerrando los ojos-. Estoy verdaderamente fatigada y no puedo pensar claramente. Ha sido un día muy largo.
– No me puedo tranquilizar. Es decir, usted me gusta realmente y creí que yo le gustaba. Es algo impactante descubrir que usted pensó seriamente que yo pude hacer algo… algo como lo que le hicieron a esa mujer.
Nancy abrió los ojos. Lake se veía distante, como si estuviera visualizando el cuerpo destripado de Patricia Cross. Pero el no había estado en el lugar del crimen ni leído el informe de la autopsia. No se le había dicho a la prensa las condiciones en que se encontraba el cuerpo de Patricia Cross.
– Dije que nunca se lo consideró un sospechoso serio y quise significar eso solamente -mintió Nancy con una sonrisa forzada-. Si fuera usted, le habría dicho a Turner y a Grimsbo sobre su seguimiento, ¿no le parece?
– Supongo.
– Bueno, no lo hice, y ya no puede ser un sospechoso, ¿qué si no con Waters muerto?
Lake negó con la cabeza.
– Mire -le dijo Nancy-, estoy realmente agotada. Tengo que escribir un informe y me iré. ¿Por qué no se marcha usted también a su casa y comienza una nueva vida?
Lake se puso de pie.
– Es un buen consejo. Lo seguiré. Y deseo agradecerle todo lo que hizo por mí. No sé cómo habría pasado por todo esto sin usted.
Lake extendió una mano. Nancy la miró por un segundo. ¿Fue esa la mano que arrancó la vida de Patricia Cross, de Sandra y de Melody Lake, o ella estaba loca? Nancy se la estrechó. Él le sostuvo la suya por un momento más largo de lo necesario; luego la soltó después de un breve apretón.
– Cuando las cosas vuelvan a lo normal para ambos, me gustaría invitarla a cenar -dijo Lake.
– Llámeme -contestó Nancy, con el estómago que se le retorcía.
Necesitó de cada gramo de control para seguir manteniendo la sonrisa en el rostro.
Lake abandonó la habitación y Nancy dejó de sonreír. Waters era demasiado bueno para ser cierto. Ella no creía que él fuera el responsable de la carnicería del sótano. Lake debía de saber lo del callejón y la puerta trasera. Con Waters en el trabajo y la madre inválida, habría sido simple ir con el automóvil hasta la parte trasera de la casa sin ser visto, colocar el cuerpo en el sótano, para luego carnearlo allí. Lake había sido el anónimo que llamó a la policía, estaba segura de ello. Pero no tenía pruebas. Y O'Malley pronto le diría al mundo que Henry Waters era el asesino de crímenes en serie y el caso de las mujeres desaparecidas estaría cerrado.
Pruebas claras y convincentes
– Y eso es lo que sucedió, señor Page -dijo Nancy Gordon-. El caso se cerró. Henry Waters fue oficialmente declarado el asesino de la rosa. Poco después, Peter Lake desapareció. Su casa se vendió. Cerró sus cuentas bancarias. Sus asociados recibieron un negocio floreciente. Y jamás se volvió a saber nada de Peter.
Page se mostró confundido.
– Tal vez se me pierda algo. Su caso contra Lake fue puramente circunstancial. A menos que existieran más pruebas, no comprendo por qué tenía tanta seguridad de que Peter Lake había sido el que había matado a aquellas mujeres y emboscado a Waters.
Gordon tomó de su portafolios una fotografía de un periódico y la fotografía de un hombre que dejaba la habitación de un hotel y las colocó una al lado de la otra.
– ¿Reconoce a este hombre? -le preguntó, señalando la fotografía.
Page se inclinó y la tomó.
– Este es Martin Darius.
– Mire con cuidado la fotografía de Peter Lake tomada del diario y dígame lo que piensa.
Page estudió las dos fotografías. Se imaginó a Lake con barba y a Darius sin ella. Trató de juzgar el tamaño de los dos hombres y de comparar sus físicos.
– Podrían ser la misma persona -dijo.
– Son la misma persona. Y el hombre que está asesinando a sus mujeres es el mismo que asesinó a las mujeres de Hunter's Point. Jamás revelamos el color de la rosa o el contenido de las notas. Quienquiera que sea el que está matando a sus mujeres tiene información sólo conocida por los miembros del equipo de investigación de Hunter's Point y el asesino.
Gordon tomó un a tarjeta de huellas digitales y se la dio a Page.
– Éstas son las huellas de Lake. Compárelas con las de Darius. Debe de tener algunas en el archivo.
– ¿Cómo encontró a Lake aquí? -preguntó Page.
Gordon tomó una hoja de carta de su portafolios y la colocó sobre la mesa ratona, junto a la fotografía.
– Hice que se buscaran huellas -le dijo ella-. No hay ninguna.
Page tomó la carta. Había sido escrita con un procesador de textos. La hoja se veía de mala calidad, probablemente del tipo que se venden de a cien en cualquier librería y resulta imposible de rastrear. La nota decía: "Las mujeres de Portland, Oregón, se fueron, pero no olvidaron". Las primeras letras de cada palabra estaban en mayúscula, como las de las notas que se encontraron en las casas de las víctimas.
– Recibí esto ayer. El sobre era enviado desde Portland. La fotografía de Darius y un perfil del Oregonian estaban en el interior. Supe que era Lake tan pronto vi la fotografía. Adentro del sobre también había algo sobre usted, señor Page, su dirección y el boleto de un vuelo de la United Airlines. Nadie me esperaba en el aeropuerto, de modo que vine.
– ¿Qué es lo que sugiere que hagamos, detective Gordon? Por cierto que no podemos traer a Darius para interrogarlo con lo que usted me ha dado.
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