– Veamos lo que tenemos -dijo O'Malley.
– Bien. Tenemos a Gloria Escalante en uno de los jurados de sus juicios. Él y los Reardon pertenecen al club de campo Delmar. Patricia Cross y Sandra Lake pertenecieron a la liga de jóvenes. El marido de Anne Hazelton es fiscal. Dice que ha estado en varias funciones del colegio de abogados a las que concurrió Lake.
– Algunas de esas conexiones son sumamente tenues.
– ¿Cuáles son las probabilidades para una persona que está vinculada con las seis víctimas? -preguntó Turner.-Hunter's Point no es un lugar tan grande.
– Jefe -dijo Nancy-, él me ha estado acosando.
– ¿Qué?
– Sexualmente. Está interesado en mí. Me lo ha hecho saber.
Nancy les contó la forma en que Lake había actuado en los dos encuentros que tuvieron en Chang.
O'Malley frunció el entrecejo.
– No sé, Nancy.
– Su esposa murió hace menos de un mes. No es normal.
– Tú eres atractiva. Está tratando de salir de su pena. Tal vez él y la señora Lake no se llevaban tan bien. ¿Descubriste algo de eso cuando hablaste con los vecinos?
Grimsbo negó con la cabeza.
– No hay chismes sobre los Lake. Según la gente con la que hablé, eran una pareja normal.
– Aquí lo mismo -dijo Turner. -¿No socava eso tu teoría?
– El doctor Klien dijo que un asesino de crímenes en serie puede tener una esposa y familia o una relación normal con una novia -contestó Nancy.
– Miremos los asesinatos de Lake -ofreció Turner-. Sabemos por uno de sus socios que se quedó trabajando hasta tarde que Lake estuvo en su oficina hasta poco antes de las siete. El vecino lo ve llegar a la casa a las siete y veinte, tal vez un poco después. No se produce un llamado al 911 hasta después de cuarenta y cinco minutos. ¿Qué es lo que hacía con los cuerpos allí adentro? Si estaban muertos, por supuesto.
– Creo que él entró y su mujer lo enfrentó con algo que ella había encontrado y que lo conectaba con la desaparición de las mujeres.
– Pero ellas no eran noticia. Nadie sabía de ellas -dijo O'Malley.
– Oh, mierda -juró Michaels.
– ¿Qué?
– La nota. Fue lo único que tenía huellas.
– ¿Y entonces? -preguntó Grimsbo.-Las otras notas no tenían huellas, pero la que estaba junto al cuerpo de Sandra Lake sí las tenía. Según el informe de la autopsia, Sandra Lake murió instantáneamente o, por lo menos, estaba inconsciente tan pronto como la golpearon en la parte posterior de la cabeza. ¿Cuándo tocó ella la nota?
– Aún no…
– Ella encuentra la nota o la rosa, o ambas cosas. Le pregunta a Lake de qué se trata. Él sabe que la historia finalmente saldrá publicada en los diarios. No importa lo que él ahora le diga, ella sabrá que es el asesino de la rosa. De modo que siente pánico, la mata y deja la rosa y la nota junto al cuerpo, para hacernos pensar que la misma persona que se llevó a las otras mujeres también asesinó a su esposa. Y eso explica por qué sólo la nota de Lake es la que tiene huellas digitales y por qué son las huellas de Sandra Lake -dijo Michaels-. La sostenía en la mano antes de que la asesinaran.
– Eso también explica por qué ninguno vio ningún vehículo extraño entrar o salir de Meadows.
O'Malley se apoyó en el respaldo de su asiento. Se lo veía preocupado.
– Ustedes me hacen creer esto -dijo-. Pero las teorías no son pruebas. Si es Lake, ¿cómo probamos con evidencias que es factible de ser enjuiciado?
Antes que nadie pudiera responder, se abrió la puerta de la oficina de O'Malley.
– Perdón por interrumpir, jefe, pero tenemos un llamado en el 911 que está conectado con las mujeres que desaparecieron. ¿Tiene usted a un sospechoso de apellido Waters?
– ¿Qué sucede? -preguntó Grimsbo.
– El que llama dice que habló con un tipo llamado Henry Waters en el bar One Way Inn y éste le dijo que tenía a una mujer en el sótano.
– ¿El que llamó dio el nombre?
El oficial negó con la cabeza.
– Dijo que no deseaba que lo involucraran, pero que estuvo pensando todo el tiempo en la pequeña que fue asesinada y su conciencia no lo dejó tranquilo.
– ¿Cuándo tuvo lugar esa conversación en el bar? -preguntó Nancy.
– Hace unos días.
– ¿Describió Waters a la mujer o le dio algún detalle?
– Waters dijo que la mujer era pelirroja.
– Patricia Cross -dijo Turner.
– Esto es algo que hizo Lake -dijo Nancy-. Es demasiada coincidencia.
– Yo estoy con Nancy -dijo Turner-. Waters simplemente no entra en esto.
– ¿Podemos correr el riesgo? -preguntó Michaels-. Con Lake, todo lo que tenemos son deducciones lógicas. Sabemos que Waters estuvo cerca de la casa de los Escalante, alrededor de la hora en que desapareció la mujer, y que el tipo tiene antecedentes de conducta indecente.
– Los quiero a los cuatro allí, pronto -ordenó O'Malley-. Prefiero equivocarme que quedarme aquí sentado hablando, cuando podríamos salvar a una de esas mujeres.
Henry Waters vivía en la zona antigua de Hunter's Point. Los nogales daban sombra a las anchas calles. Cercos altos le daban privacidad a las casas. La mayor parte de las casas y de los jardines estaban bien cuidados, pero la casa de Waters, en la esquina, estaba comenzando casi a derrumbarse. Los desagües se veían obstruidos. Uno de los escalones que conducían al porche estaba roto. El pasto del jardín estaba crecido y lleno de malezas.
El sol comenzaba a bajar cuando Nancy Gordon siguió a Wayne Turner y a Frank Grimsbo por el camino de lajas que conducía a la puerta del frente de la casa de Waters. Michaels esperó en el automóvil, en caso de que se necesitara procesar una escena de crimen. Tres oficiales uniformados se estacionaron detrás de la casa, en un callejón que dividía la cuadra. Dos policías precedieron a los detectives por el camino y se colocaron, con las armas prontas pero escondidas, del otro lado de la puerta.
– Tomémoslo con calma y seamos amables -dijo cauto Turner-. Quiero su consentimiento, o la búsqueda y requisa podrían tornarse complicados.
Todos estuvieron de acuerdo. Ninguno hizo una broma sobre Turner y su facultad de derecho, tal como lo podrían haber hecho en otras circunstancias. Nancy miró hacia atrás, al pasto crecido dei jardín del frente. La casa estaba maltratada por el tiempo. La pintura marrón se estaban descascarando. La hoja de una de las ventanas colgaba de un tornillo. Nancy espió por una grieta que había entre la persiana y el antepecho. No había nadie en la habitación de adelante. Oyeron la televisión en algún lugar al fondo de la casa.
– Tendrá menos miedo si ve a una mujer -dijo Nancy.
Grimsbo asintió y Nancy tocó el timbre. Tenía puesto una chaqueta que ocultaba la cartuchera de su arma. Aquel día el calor de la estación les había dado un respiro, aunque todavía estaba cálido. Pudo sentir una gota de sudor que le bajaba por el costado del cuerpo.
Nancy tocó el timbre una segunda vez y el volumen del televisor bajó. Vio que una sombra se movía por el pasillo, a través de la cortina de satén opaco que cubría el vidrio de la mitad superior de la puerta. Cuando esta se abrió, Nancy abrió la puerta de tejido metálico y sonrió. El hombre delgaducho, de miembros laxos, en cambio, no le sonrió. Tenía puestos unos vaqueros y una camiseta manchada. Su cabello largo y grasoso no estaba peinado. Los ojos inexpresivos de Waters estaban fijos, primero en Nancy y luego en los oficiales uniformados. Frunció el entrecejo, como si estuviera resolviendo un problema de cálculo. Nancy dejó que viera su identificación.
– Señor Waters, soy Nancy Gordon, detective del Departamento de Policía de Hunter's Point.
– No hice nada -dijo Waters, a la defensiva.
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