– Supongo que fui un tonto.
– No hay supuesto que valga sobre eso.
– Tiene razón. Perdóneme. Jamás pensé en arruinar el caso, o en el peligro. Solamente pienso en…
Lake hizo una pausa y bajó la mirada.
– Sé que usted desea tenerlo, Peter. Todos lo deseamos. Pero, si no hace lo correcto, nos arruinará el caso.
Lake asintió pensativo.
– Usted ha dejado sus cosas para ayudarme, Nancy, y se lo agradezco. Estoy finalmente comenzando a aceptar que he perdido a Sandy y a Melody, y usted es una de las razones.
Lake le sonrió. Nancy no le devolvió la sonrisa. Ella lo observaba con cuidado.
– He decidido regresar al trabajo. El pequeño incidente de esta noche me ha convencido de que no soy valioso para la investigación. Pensé que realmente podía ayudar, pero eso se debió a mi ego y la desesperación. No soy policía y estoy loco en pensar que podría hacer más de lo que ustedes hacen.
– Bien. Me complace oírlo decir eso. Es una buena señal.
– Eso no significa que abandone el caso. Me gustaría que me enviaran copias de todos los informes a mi oficina. Todavía yo podría ver algo que ustedes no ven u ofrecerles otra perspectiva. Pero dejaré de merodear por la estación de policía.
– Puedo hacer que le envíen los informes, si O'Malley nos da el visto bueno. Pero deberá tenerlos en estricta confidencialidad. Ni siquiera sus socios deberían verlos.
– Por supuesto. Sabe, usted realmente se ha ocupado mucho de mí -dijo Lake sonriendo nuevamente-. ¿Cree que alguna vez podríamos cenar juntos? ¿Encontrarnos? Nada que se conecte con el caso.
– Veremos -dijo inquieta.
Lake miró su reloj.
– Ey, será mejor que nos vayamos. Estaremos muertos de cansancio en la mañana. Esta vez pago yo, sin discusiones.
Nancy salió del reservado y se despidió. Era tarde y había dormido poco, pero estaba bien despierta. No había duda sobre eso ahora. Con la esposa muerta hacía menos de tres semanas, Peter Lake estaba ahora acosándola a ella. Y eso no era lo único que la molestaba. Nancy deseaba conocer la verdadera razón por la cual Peter Lake estaba vigilando a Henry Waters.
9
– Doctor Escalante -le dijo Wayne Turner al robusto hombre de tez oscura, de ojos tristes y aire de alguien que ha dejado de tener esperanza-, soy uno de los detectives que está trabajando en la desaparición de su esposa.
– ¿Está Gloria muerta? -preguntó Escalante, esperando lo peor.
Ambos se encontraban sentados en el consultorio del médico, en la clínica del Wayside, un moderno edificio de dos pisos, situado en un extremo del centro comercial de Wayside. Escalante era uno de los médicos, físico-terapistas y especialistas de la salud que conformaban el cuerpo médico de la clínica. Su especialidad era la cardiología y tenía privilegios en el hospital de Hunter's Point. Todos hablaban muy bien del doctor Escalante. También opinaban que era un hombre muy amable, de carácter muy alegre. O, por lo menos, lo había sido hasta hacía un mes y medio, cuando, al regresar a su casa de estilo Tudor que estaba al oeste de Hunter's Point, se encontró con la nota y la rosa negra.
– Me temo que no tenemos información alguna sobre su esposa. Supondremos que está viva, hasta que se pruebe lo contrario.
– ¿Entonces para qué vino?
– Tengo algunas preguntas para hacerle que nos pueden ayudar en el caso.
Turner leyó los nombres de las otras mujeres desaparecidas y de sus esposos, incluyendo a los Lake. Mientras leía los nombres, Turner colocó las fotografías de las víctimas y de los maridos sobre el escritorio de Escalante.
– ¿Conoce usted o su esposa a alguna de estas personas en cualquier sentido, doctor? -preguntó Turner.
Escalante estudió con cuidado las fotografías. Tomó una de ellas.
– Estos son Simón y Samantha Reardon, ¿no es así?
Turner asintió.
– Él es neurocirujano. Vi a los Reardon en algunas de las funciones de la asociación médica. Hace unos años, él habló en un seminario al cual yo concurrí. No recuerdo el lema.
– Eso es bueno. ¿Tenían amistad con los Reardon?
Escalante rió con aspereza.
– La gente de mi color no asiste a los mismos círculos sociales de los Reardon, detective. Supongo que a usted no se le permitiría entrevistar al estimado doctor en el club de campo Delmar.
Wayne asintió.
– Sí. Bueno, ése es el tipo de persona que es Simón Reardon…
Escalante de pronto recordó por qué Turner estaba interesado en Samantha Reardon y en su esposa.
– Lo siento. Debería ser más cooperativo. Simón probablemente esté pasando por el mismo infierno que yo.
– Es probable. ¿Y los otros le recuerdan algo?
Escalante comenzó a negar con la cabeza; luego se detuvo.
– Éste es un abogado, ¿no es así? -le preguntó, señalando la fotografía de Peter Lake.
– Sí -contestó Turner, tratando de esconder su emoción.
– No me había acordado hasta ahora. Qué coincidencia.
– ¿Qué sucede?
– Hace seis meses, Gloria fue elegida para conformar un jurado. Ella estuvo en uno de los casos de Lake. Recuerdo que ella me dijo que estaba contenta de que no fuera por una mala práctica médica o de lo contrario se habría excusado. Sin embargo, no importaba. Los abogados llegaron a un arreglo, de modo que ella no llegó a votar.
– ¿Está seguro de que fue uno de los casos de Peter Lake?
– Me encontré con ella después del juicio. íbamos a cenar. Lo vi a él.
– Muy bien. Eso es de gran ayuda. ¿Alguien más que le resulte familiar? -preguntó Turner, aunque, en este punto, ya no le importaba.
– Es Lake, jefe -le dijo Grimsbo a O'Malley-. Estamos seguros.
– ¿Tenemos pruebas en firme? -preguntó O'Malley.
– No todavía. Pero existen cosas demasiado circunstanciales como para mirar en otra dirección -contestó Turner.
– ¿Qué opinan ustedes dos de esto? -les preguntó O' Malley a Glen Michaels y a Nancy Gordon.
– Tiene sentido -respondió Michaels-. Mañana revisaré todas las pruebas para ver si hay algo con que atar a Lake.
O'Malley se volvió hacia Nancy. Ella tenía aspecto sombrío.
– Yo llegué a la misma conclusión por otras razones, jefe. No sé cómo podremos atraparlo, pero estoy segura de que es nuestro hombre. Esta mañana hablé con el doctor Klien y le describí el perfil de Lake. Me dijo que era posible. Muchos sociópatas no son asesinos de crímenes en serie. Son ejecutivos, políticos o abogados de éxito. Piense en la ventaja que se liene en esas profesiones si no se piensa en que existen límites. En los últimos días, yo estuve hablando con gente que conoce a Lake. Todos dicen que es encantador, pero ninguno de ellos le daría la espalda. Se supone que tiene la ética de un tiburón y la astucia suficiente como para estar de este lado de la línea. Hubo muchas quejas del colegio de abogados, pero ninguna tuvo éxito. Unas pocas demandas por mala praxis. Hablé con uno de los abogados que representó a los demandantes. Él los patinó a todos.
– Hay una gran diferencia entre ser un abogado astuto y matar a seis personas, incluyendo a su propia hija -dijo O'Malley-. ¿Por qué se pondría en peligro al acercarse tanto a la investigación?
– Para poder ver lo que nosotros tenemos -dijo Grimsbo.
– Creo que hay más que eso, jefe -dijo Nancy-. Él está tramando algo.
Nancy le contó a O'Malley sobre el seguimiento de Lake.
– Eso no tiene sentido -dijo Turner-. Waters no es sospechoso. Simplemente sucedió que estaba cerca de la casa de Escalante el día en que ella desapareció. No existe ninguna otra conexión entre Waters y las otras víctimas.
– Pero existe una conexión entre Lake y cada una de las víctimas -interrumpió Grimsbo.
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