– Estoy segura de que es así-contestó Nancy, con tono firme pero amistoso-, pero recibimos información que nos gustaría verificar. ¿Le importaría dejarme pasar?
– ¿Quién es? -llamó una voz débil desde la parte trasera de la casa.
– Es mi mamá -explicó Waters-. Está enferma.
– Lo siento. Trataremos de no molestarla.
– ¿Por qué tienen que molestarla? Está enferma -preguntó Waters, con una ansiedad que iba en aumento.
– Usted no me comprendió, señor Waters. No molestaremos a su mamá. Sólo deseamos mirar. ¿Podemos hacer eso? No llevará mucho tiempo.
– No hice nada -repitió Waters, con los ojos que se movían ansiosos entre Grimsbo y Turner, luego hacia los oficiales de policía-. Hable con la señorita Cummings. Ella es mi agente judicial. Ella les dirá.
– Hablamos con su agente judicial de vigilancia y ella nos dio un muy buen informe. Dice que usted cooperó totalmente con ella. A nosotros también nos gustaría tener su cooperación. No deseará que nos quedemos aquí esperando mientras uno de los oficiales va a buscar una orden de allanamiento, ¿o sí?
– ¿Por qué tienen que revisar mi casa? -preguntó enfadado Waters. Los policías se pusieron en guardia-. ¿Por qué demonios no me dejan en paz? Ya no miré más a esa chica. Estoy trabajando bien. La señorita Cummings se los puede decir.
– No hay necesidad de enfadarse -le contestó Nancy con calma-. Cuanto más pronto miremos, más rápidamente no nos verá más el pelo.
Waters lo pensó.
– ¿Qué es lo que desean ver? -preguntó.
– El sótano.
– No hay nada en el sótano -dijo Waters, mostrándose genuinamente molesto.
– Entonces no estaremos aquí mucho tiempo -le aseguró Nancy.
Waters gruñó.
– El sótano. Pueden ver todo el sótano que deseen. No hay nada sino arañas allí.
Waters les señaló un pasillo oscuro que conducía a unas escaleras en el fondo de la casa.
– Por qué no viene con nosotros, señor Waters. Nos puede mostrar el camino.
El pasillo estaba oscuro, pero había luz en la cocina. Nancy vio un fregadero lleno de platos sucios y los restos de dos cenas sobre la mesa de fórmica. El suelo de la cocina estaba manchado y sucio. Había una sólida puerta de madera debajo de la escalera, junto a la entrada de la cocina. Waters la abrió. Luego sus ojos se abrieron y retrocedió. Nancy lo empujó para pasar. El olor era tan fuerte que la hizo retroceder un paso.
– Quédense con el señor Waters -dijo Nancy a los oficiales. Respiró profundo y pulsó el interruptor en la parte superior de las escaleras. No había nada anormal al pie de los escalones de madera. Nancy sostuvo su arma con una mano y la desvencijada barandilla con la otra. El olor a muerte se hizo más fuerte a medida que descendía. Grimsbo y Turner la siguieron. Ninguno hablaba.
A mitad de camino, Nancy se agachó y miró el sótano. La única luz que provenía de una bombilla colgaba del techo. En uno de los rincones pudo ver un horno. Extraños muebles, en general de aspecto ruinoso, estaban apilados contra una pared rodeada de cajas de diarios y viejas revistas. Una puerta trasera se abría al pozo de hormigón de la escalera, en la parte posterior de la casa, cerca del callejón. La mayor parte del rincón cerca de la puerta estaba en sombras, pero Nancy pudo distinguir un pie humano y un charco de sangre.
– Mierda -murmuró, tomando aire.
Grimsbo pasó a su lado. Nancy lo siguió de cerca. Sabía que nada de lo que había en el sótano la podía lastimar, pero tenía problemas para respirar. Turner dirigió una linterna hacia el rincón y la encendió.
– Jesús -pudo decir con una voz estrangulada.
La mujer desnuda estaba tendida en el suelo frío de hormigón, nadando en sangre y rodeada de un sobrecogedor olor a materia fecal. No había sido "asesinada". Había sido violada y deshumanizada. Nancy vio los parches de carne chamuscada donde la piel no estaba ni manchada de sangre ni de heces. Los intestinos de la mujer habían estallado por el agujero abierto de su vientre. Le recordaron a Nancy las tiras de salchichas mojadas. Debió volver la cabeza.
– Traigan a Waters -berreó Grimsbo. Nancy pudo ver los tendones de su cuello que se estiraban. Los ojos que reventaban.
– No pongas una mano sobre él, Frank -llegó a decir Turner entre tartamudeos.
Nancy tomó el macizo brazo de Grimsbo.
– Wayne tiene razón. Yo manejo esto. Retírate.
Un oficial obligó a Waters a bajar las escaleras. Cuando éste vio el cuerpo, se puso blanco y cayó de rodillas. Trató de pronunciar palabras, pero ningún sonido salió de su boca.
Nancy cerró los ojos y se recompuso. El cuerpo no estaba allí. No había olor en el aire. Se arrodilló cerca de Waters.
– ¿Por qué, Henry? -le preguntó suavemente.
Waters la miró. Su rostro estaba descompuesto y gemía como un animal herido.
– ¿Por qué? -repitió Nancy.
– Oh, no. Oh, no -lloró Waters, sosteniéndose la cabeza con las manos. La cabeza iba de atrás hacia adelante con cada negación, con el largo cabello que se movía al ritmo.
– ¿Entonces quién hizo esto? Ella está aquí, Henry. En tu sótano.
Waters abrió la boca y miró a Nancy.
– Te leeré tus derechos. Los has escuchado antes, ¿no es así? -le preguntó Nancy, pero era claro que Waters no estaba en condiciones de discutir ningún derecho constitucional. Su cabeza colgaba hacia adelante y producía un balido inhumano con la voz.
– Llévenlo al departamento -ordenó al oficial que estaba detrás de Waters-. Si ustedes o cualquier otro le hace una sola pregunta a este hombre, estarán limpiando los retretes de los baños públicos por el resto de sus vidas. ¿Está entendido? No se le leyeron los derechos constitucionales. Lo quiero en una sala de interrogatorios con dos guardias en el interior y otro hombre afuera. Ninguno, incluyendo al jefe, debe hablar con él. Llamaré desde aquí para enterar a O'Malley. Y envía a Michaels aquí. Dile que llame a un equipo forense completo. Pon un guardia al pie de las escaleras. Que ninguno baje a menos que Glen diga que está bien. No quiero que me arruinen esta escena de crimen.
Grimsbo y Turner estaban más cerca del cuerpo, asegurándose de quedarse fuera del círculo de sangre que lo rodeaba. Grimsbo tomaba respiraciones cortas y profundas. Turner se esforzó por mirar el rostro de la mujer. Era Patricia Cross, pero poco parecía quedar de ella. El salvaje ataque del asesino no se había limitado al cuerpo de la víctima.
El joven uniformado también se había acercado al cuerpo. Ésa fue también la razón por la que se mostró lento cuando Waters dio un salto. Nancy estaba casi de costado y vio la acción por el rabillo del ojo. Para cuando se volvió, el oficial estaba tendido en el suelo y Waters subía las escaleras y daba gritos a su madre.
El oficial que estaba cuidando la puerta del sótano oyó el grito de Waters. Se adelantó a la entrada y sacó el arma, cuando Waters se lanzó hacia él.
– ¡No dispares! -gritó Nancy justo cuando hacía fuego. El oficial trastabilló hacia atrás, chocándose contra la pared opuesta a la puerta del sótano. El disparo traspasó el corazón de Waters y éste se desplomó por las escaleras, partiéndose la cabeza contra el suelo de cemento. En ningún momento sintió el impacto. Estaba muerto para entonces.
10
– Lo dieron en el noticiario de noche. No puedo creer que lo atrapara -oyó decir Nancy Gordon a Peter Lake.
Estaba sola en la oficina del equipo de investigación, escribiendo informes. Nancy giró en su silla. Lake estaba de pie en la puerta de la oficina. Estaba vestido con vaqueros y un buzo de rugby de rayas azules y borravino. Su cabello bien cortado estaba prolijamente peinado. Se lo veía feliz y emocionado. No había indicio de que pensara en Sandra ni en Melody. Ninguna señal de pena.
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