Sonreí. Comencé a reír suavemente.
– Es decir que soy un mentiroso de mierda. Un embustero. Un estafador de primera clase.
– Créame, usted no hizo nada que no se haga todos los días en empresas de todo el mundo. Mire, hay una copia de Sun Tzu en su despacho. ¿Ha leído ese libro? Toda guerra se basa en el engaño, dice. Y los negocios son la guerra, todo el mundo lo sabe. Los negocios, en los más altos niveles, se basan en el engaño. Nadie lo admitirá en público, pero así es -su voz se suavizó-. El juego es el mismo en todas partes. Es sólo que usted lo juega mejor que nadie. No, Adam, usted no es un mentiroso. Usted es un estratega magistral.
Puse los ojos en blanco, sacudí la cabeza con disgusto y seguí caminando hacia el ascensor.
En voz muy baja, Goddard dijo:
– ¿Sabe usted cuánto dinero ganó Paul Camilletti el año pasado?
Sin mirarle, dije:
– Veintiocho millones.
– En pocos años usted podría estar ganando esa cantidad. Para mí, eso es lo que usted vale, Adam. Usted es tenaz y tiene recursos, joder, es un tipo brillante.
Solté un bufido, pero no creo que Goddard lo escuchara.
– ¿No le he dicho lo agradecido que estoy con usted por habernos salvado la vida en el proyecto Guru? -continuó-. Eso y otra docena de cosas. Permítame que le demuestre mi gratitud de forma más específica. Le ofrezco un aumento de sueldo: a un millón de dólares anuales. Añadiéndole a eso opciones de compra. Tal y como van nuestras acciones, el año que viene podría ganar cinco o seis millones netos. Y doblar eso al año siguiente. Será multimillonario, joder.
Quedé paralizado. No sabía qué hacer, cómo reaccionar. Si me daba la vuelta, creerían que estaba aceptando la oferta. Si seguía caminando, creerían que la estaba rechazando.
– Éste es el círculo de los íntimos, Adam -dijo Judith-. Cualquiera mataría por lo que le estamos ofreciendo. Pero recuerde: no es un regalo. Usted lo ha merecido, nació para este trabajo. Usted es tan bueno como cualquiera que yo haya conocido jamás. Durante estos últimos dos meses, ¿sabe usted lo que ha estado vendiendo? No agendas digitales ni teléfonos móviles ni aparatos de MP3, sino a usted mismo. Ha estado vendiendo a Adam Cassidy. Y nosotros queremos comprar.
– No estoy a la venta -me escuché decir, y me sentí avergonzado de inmediato.
– Adam, dese la vuelta -dijo Goddard irritado-. Dese la vuelta ahora mismo.
Obedecí con expresión resentida.
– ¿Tiene claro lo que pasará si se va de aquí? -dijo Goddard.
Sonreí.
– Por supuesto. Me entregará. A la policía, al FBI, a los que sea.
– No haré nada semejante -dijo Goddard-. No quiero que una sola palabra de todo esto salga a la luz pública. Pero sin su coche, sin su piso, sin su salario, usted no tendrá ningún activo. No tendrá nada. ¿Qué clase de vida es ésa para un muchacho con su talento?
«Son dueños de tu vida… Conduces un coche de la empresa, vives en una casa de la empresa… Tu vida no es tuya…» Mi padre, el reloj estropeado que era mi padre, tenía razón.
Judith se levantó de la mesa y se acercó a mí.
– Adam, comprendo lo que siente -dijo en susurros. Sus ojos se habían humedecido-. Se siente herido, enojado. Se siente traicionado, manipulado, quiere regresar a la rabia reconfortante, segura y protectora de un niño pequeño. Es completamente comprensible: todos nos sentimos así alguna vez. Pero es hora de que deje de lado los comportamientos infantiles. Verá, esto no es un desencuentro, al contrario: usted se ha encontrado a sí mismo. Todo es para bien, Adam. Todo es para bien.
Goddard estaba recostado en su silla con los brazos cruzados. Reflejados en la cafetera y en la azucarera había fragmentos de su rostro. Sonrió con benevolencia.
– No lo tire todo a la basura, hijo mío. Sé que hará lo correcto.
Como era de esperar, una grúa se había llevado mi Porsche. La noche anterior lo había aparcado en un lugar prohibido: ¿qué esperaba que sucediera?
De manera que salí del edificio de Trion y busqué un taxi, pero no pasaba ninguno. Supongo que podría haber usado un teléfono de la recepción para pedir uno, pero sentía una necesidad abrumadora, casi física, de largarme de allí. Empecé a caminar por el arcén de la autopista cargando una caja blanca de cartón con las pocas cosas de mi despacho.
Minutos después, un coche rojo y reluciente se acercó al arcén y redujo la velocidad junto a mí. Era un Austin Mini Cooper, del tamaño de una tostadora. La ventanilla del pasajero se abrió y me llegó el exuberante perfume floral de Alana a través del aire de la ciudad.
Me llamó.
– ¿Te gusta? Acabo de comprarlo, ¿no es fabuloso?
Asentí e intenté una sonrisa críptica.
– El rojo es cebo para los polis -dije.
– Nunca conduzco a mayor velocidad de la permitida.
Me limité a asentir.
Ella dijo:
– Suponga que se baja de la moto y me pone una multa.
Volví a asentir. No estaba dispuesto a seguirle el juego.
Alana avanzaba lentamente a mi lado.
– Oye, ¿qué le ha pasado a tu Porsche?
– Se lo ha llevado la grúa.
– Qué rollo. ¿Dónde vas?
– A casa. Harbor Suites.
Me percaté de repente de que Harbor Suites no seguiría siendo mi casa durante mucho tiempo más. El piso no era de mi propiedad.
– Bueno, pues no vas a caminar hasta allí. No con esa caja en las manos. Venga, sube, te llevo.
– No, gracias.
Siguió a mi lado, conduciendo lentamente sobre el arcén.
– Vamos, Adam, no estés enfadado.
Me detuve, me acerqué al coche, solté la caja y me apoyé en el techo. ¿No estés enfadado?
Todo este tiempo me había torturado creyendo que la estaba manipulando, y ella simplemente había cumplido con su trabajo.
– Tú… Te dijeron que te acostaras conmigo, ¿no?
– Adam -dijo con sensatez-, sé serio. Eso no era parte de la misión. Es tan sólo lo que en Recursos Humanos se conoce como beneficio extra, ¿no es cierto? -Alana rió, y su risa abrupta me heló la sangre-. Sólo querían que te guiara, que te ayudara a transmitir ciertas pistas, ese tipo de cosas. Pero luego tú viniste a por mí…
– Sólo querían que te guiara -repetí-. Joder, joder. Me pone enfermo.
Levanté la caja y seguí caminando.
– Adam, sólo hice lo que me ordenaron. Si hay alguien capaz de entender eso, eres tú.
– ¿Crees que alguna vez podríamos llegar a tenernos confianza? ¿Y ahora qué? Ahora sólo haces lo que te han pedido, ¿no?
– Ay, por favor -dijo Alana-. Adam, querido, no seas tan paranoico.
– Y yo que llegué a pensar que teníamos una bonita relación -dije.
– Fue divertido. Yo me divertí mucho.
– No me digas.
– Por favor, Adam, no te lo tomes tan en serio. Es sexo y nada más. Y negocios. ¿Qué hay de malo en eso? ¡Créeme, los orgasmos no fueron fingidos!
Seguí caminando y buscando un taxi, pero no había ninguno a la vista. Ni siquiera conocía esta zona de la ciudad. Estaba perdido.
– Vamos, Adam -dijo, avanzando en el Mini lentamente-. Sube al coche.
Seguí caminando.
– Oh, vamos -dijo con su voz aterciopelada, su voz que lo sugería todo, que no prometía nada-. ¿Quieres hacer el favor de subirte al coche?
Joseph Finder nació el 6 de octubre de 1958 en Chicago, Illinois. Su plan original era convertirse en espía pero terminó siendo escritor de exitosas novelas de suspenso, una de sus ellas High Crimes fue llevada a la pantalla grande y protagonizada por Ashley Jude y Morgan Freeman.
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