Una de las cosas intrigantes que averigüé fue que Camilletti tenía la costumbre de borrar las copias de algunos correos «delicados», ya fuera él remitente o destinatario. Era obvio que no quería conservar esos correos en su ordenador. Astuto como era, debía saber que en algún lugar de los bancos de datos de la compañía se guardaban copias de todos los mensajes; por eso prefería usar correos externos para la correspondencia más delicada, incluyendo la del Wall Street Journal. Me pregunté si sabía que los ordenadores de Trion capturaban todos los mensajes que pasaban por la red de fibra óptica de la compañía, ya vinieran de Yahoo o de Hotmail o de quien fuera.
Mi nuevo amigo en TI, que parecía convencido de que le estaba haciendo un favor personal al mismísimo Goddard, me consiguió también los registros de llamadas telefónicas hacia y desde el despacho del jefe de servicios financieros. Ningún problema, dijo. Por supuesto que la compañía no grababa las conversaciones, pero sí que conservaban un registro de números entrantes y salientes. Podía incluso conseguirme copias de los correos de voz de cualquiera, dijo. Pero eso podía tomar algo de tiempo.
Los resultados llegaron en cuestión de una hora. Allí estaba todo. Camilletti había recibido un cierto número de llamadas del tío del Journal en los últimos diez días. Pero además -y esto era más incriminatorio- lo había llamado varias veces. Eventualmente podría explicar una o dos, diciendo que había tratado de devolverle la llamada al periodista, aunque antes hubiera insistido en que nunca había llegado a hablar con él.
Pero ¿doce llamadas, y algunas de ellas de cinco a siete minutos? No, eso no sería bien visto.
Y luego me llegaron las copias de los mensajes. «De aquí en adelante», escribió Camilletti, «llámame sólo a casa. no me llames, repito, no me llames a Trion. Y escríbeme sólo a la dirección de Hotmail.»
Explícame esto, Degollador.
No podía esperar a mostrarle mi pequeño dossier a Goddard; pero el jefe tuvo una reunión tras otra desde media mañana hasta el final de la tarde. Reuniones, además, a las que no me había invitado.
Al ver a Camilletti salir del despacho de Goddard, supe que ésa era mi oportunidad.
Camilletti me vio al salir pero no pareció notar mi presencia; fue como si yo fuera un mueble más de la oficina. Goddard se fijó en mí y sus cejas se levantaron como interrogándome. Flo comenzó a hablarle y yo hice aquello del índice-en-el-aire que Goddard siempre hacía, indicándole que necesitaba tan sólo un minuto de su tiempo. Goddard le hizo una rápida señal a Flo y me pidió que pasara.
– ¿Qué tal lo he hecho?
– ¿Disculpe?
– Mi pequeño discurso.
¿De verdad le interesaba mi opinión?
– Ha estado magnífico -dije.
Sonrió como aliviado.
– Siempre he estado agradecido con mi viejo profesor de teatro. Me ha ayudado mucho en mi carrera: entrevistas, charlas en público, todo eso. ¿Alguna vez ha actuado, Adam?
La cara se me calentó. Sí, más o menos todos los días. Dios mío, ¿qué insinuaba este hombre?
– La verdad es que no.
– Realmente te relaja. Claro, no es que yo sea Cicerón, ni nada por el estilo, pero… bien, ¿quería decirme algo?
– Es sobre lo del Wall Street Journal -dije.
– Vale… -dijo, perplejo.
– He descubierto quién hizo la filtración.
Me miró como si no me comprendiera, así que continué:
– ¿Lo recuerda? Sabíamos que tenía que haber sido alguien de dentro, alguien que filtraba información al periodista del Wall…
– Sí, sí -dijo impaciente.
– Es… bueno, es Paul Camilletti.
– ¿Qué dice?
– Sé que es difícil de creer. Pero está todo aquí, y no es muy ambiguo que digamos. -Deslicé las copias impresas sobre su escritorio-. Mire la dirección de correo electrónico.
Cogió las gafas que le colgaban del cuello y se las puso. Frunciendo el ceño, inspeccionó los papeles. Cuando levantó la cara, su aspecto se había oscurecido.
– ¿De dónde ha salido esto?
– De TI -dije sonriendo. Maquillando un poco las cosas, continué-. He pedido a los de TI que me mandaran los registros telefónicos de llamadas de cualquier parte de Trion con destino al Wall Street Journal. Luego vi todas estas llamadas del número de Paul, y pensé que sería su asistente o algo así, de manera que pedí copia de sus correos electrónicos.
Goddard no parecía muy contento, lo cual era comprensible. De hecho parecía bastante molesto, así que añadí:
– Lo siento. Sé que debe ser una gran sorpresa. -El tópico me salió disparado por la boca-. Ni yo mismo lo entiendo.
– Ya veo. Dígame, ¿se siente satisfecho?
Negué con la cabeza.
– ¿Satisfecho? No, sólo quería llegar al fondo…
– Porque yo no lo estoy -dijo. Su voz se quebraba-. ¿Qué coño cree que hace? ¿Dónde cree que está? ¿En la maldita Casa Blanca y en época de Nixon? -Ahora casi gritaba, y le salía saliva por la boca.
Las paredes se cerraron a mi alrededor: estábamos solos, él y yo, y entre nosotros sólo había un escritorio de un metro de ancho. La sangre se me agolpó en los oídos. Estaba demasiado sorprendido para hablar.
– Invadir la privacidad de la gente, buscar registros de teléfonos y correos electrónicos privados… Esto es escarbar en la basura de los demás. ¿También se dedica a abrir sobres ajenos con vapor? Ese tipo de métodos truculentos me parecen censurables, y no quiero que esto se repita en el futuro. Ahora lárguese de aquí.
Me puse de pie, vacilante, mareado, sorprendido. En el umbral me detuve y me di la vuelta.
– Le pido disculpas -dije con voz ronca-. Pensé que le sería de ayuda. Recogeré mis cosas inmediatamente.
– Por todos los cielos, Adam, venga, vuelva a sentarse -dijo. La tormenta parecía haber pasado-. No tiene tiempo ni para recoger sus cosas. Tengo mucho que pedirle. -Su voz se hizo más amable-. Entiendo que trataba usted de protegerme. Lo entiendo, Adam, y lo aprecio. Y no niego que lo de Paul me ha dejado estupefacto. Pero hay maneras correctas y maneras incorrectas de hacer las cosas, y yo prefiero las correctas. Uno comienza a monitorear correos y registros telefónicos y de repente se ve pinchando teléfonos y antes de darse cuenta ha convertido la empresa en un estado policial. Y ninguna compañía puede funcionar de esa manera. No sé cómo hacen las cosas en Wyatt, pero aquí no las hacemos así.
– Comprendo -dije-. Lo siento.
Levantó ambas manos.
– Esto no ha sucedido. Olvídese de ello. Y le diré algo más: a fin de cuentas, ninguna compañía ha quebrado porque uno de sus ejecutivos fanfarroneara ante la prensa. Por la razón que sea, tan inimaginable como pueda ser. Ya se me ocurrirá la forma de lidiar con esto. A mi modo.
Juntó las palmas de sus manos, como dando a entender que la entrevista había terminado.
– Ahora mismo no necesito situaciones desagradables. Tenemos algo mucho más importante entre manos. Ahora bien, necesitaré su aportación en un asunto de la mayor confidencialidad. -Se acomodó tras su escritorio, se puso sus gafas de lectura y sacó su libreta de cuero negro y gastado-. Eso sí, nunca le diga a nadie que el fundador y presidente ejecutivo de Trion Systems es incapaz de recordar sus propias contraseñas. Y mucho menos se refiera al sistema portátil que utilizo para almacenarlas.
Miró de cerca su cuadernito y tecleó. En unos minutos su impresora volvió a la vida y escupió unas cuantas páginas. Goddard las cogió y me las entregó.
– Estamos en la etapa final de una adquisición importante, muy importante -dijo-. Probablemente la adquisición más costosa en la historia de Trion. Pero tal vez sea también la mejor inversión que jamás hemos hecho. No puedo darle los detalles todavía, pero si las negociaciones de Paul siguen por buen camino, deberíamos poder anunciar un acuerdo a finales de la próxima semana.
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