Páginas y páginas de texto. Todo lo que aquel tío había escrito en su ordenador durante el día, y era mucho.
Primero lo primero: había descubierto su contraseña. Seis números terminados en 82: tal vez era la fecha de nacimiento de uno de sus hijos. O la de su matrimonio. Algo así.
Pero eran mucho más interesantes los correos electrónicos. Había muchos, llenos de información confidencial acerca de la compañía, acerca de la adquisición de otra compañía, que Camilletti supervisaba. Esa compañía, Delphos, la había visto en sus archivos. Era aquélla por la que estaban dispuestos a pagar toneladas de dinero en efectivo y en acciones.
Había un intercambio de correos -marcados con la frase trion, confidencial- acerca de un nuevo método secreto de control de inventarios que habían desarrollado para combatir la falsificación y la piratería, especialmente en Asia. Todo equipo fabricado por Trion, ya fuera un teléfono o un inalámbrico o un escáner médico, llevaba ahora el logo de Trion y un número de serie impresos con láser en alguna de sus partes. Estas marcas de identificación, minúsculas y hechas mecánicamente, sólo podían verse con microscopio: no podían ser falsificadas, y eran la prueba de que el aparato había sido fabricado por Trion.
Había una buena cantidad de información sobre fabricantes de chips de Singapur que Trion había comprado o en los cuales había hecho grandes inversiones. Interesante: Trion se proponía entrar en el mercado de la fabricación de chips, o al menos había comprado un buen trozo del pastel.
Me sentí raro leyendo todo aquello. Era como husmear en un diario ajeno. También me sentí muy culpable, no por ningún tipo de lealtad hacia Camilletti, por supuesto, sino hacia Goddard. Casi podía ver su cabeza de gnomo flotando en una burbuja en el aire, observándome con desaprobación mientras yo revisaba los correos de Camilletti y las notas enviadas al mismo Goddard. Tal vez fuera por lo agotado que estaba, pero me sentí fatal. Suena extraño, lo sé: robar cosas del proyecto Aurora y pasárselas a Wyatt había estado bien, pero darles cosas que no tenía por qué darles me parecía un acto de traición categórica contra mis nuevos jefes.
Las letras WSJ me saltaron a la cara. Tenían que significar Wall Street Journal Quise ver cuál había sido la reacción de Camilletti al artículo del Journal, así que me concentré en la secuencia de palabras y estuve a punto de caerme de la silla.
Por lo que pude ver, Camilletti usaba diversas cuentas de correo fuera de Trion: Hotmail, Yahoo y una compañía local de acceso a Internet. Éstas parecían ser para asuntos personales, como los tratos con su corredor de Bolsa, las notas a su hermano y su hermana y su padre, cosas así.
Pero los mensajes de Hotmail me llamaron la atención. Uno de ellos estaba dirigido a BulkeleyW@WSJ.com. Decía:
Bill,
La mierda empieza a salpicar por aquí. Recibirás muchas presiones para revelar tus fuentes. No cedas. Llámame a casa esta noche, 9:30 h.
Paul
Ahí estaba. Paul Camilletti era -tenía que ser- la filtración. Él le había pasado al Journal la información dañina sobre Trion, sobre Goddard.
Ahora todo cobraba sentido; de manera espeluznante, eso sí. Con la ayuda de Camilletti, el Wall Street Journal infligía daños serios a Goddard, retratándolo como una persona anticuada que ya estaba para el arrastre. Goddard debía dimitir. La junta directiva de Trion, igual que todos los analistas e inversores financieros, lo sabrían por las páginas del Journal. ¿Y a quién nombraría la junta directiva para sustituir a Goddard?
Era obvio, ¿no es cierto?
Aun tan exhausto como estaba, tardé un buen rato en quedarme dormido, y eso después de dar vueltas y más vueltas en la cama. Y fue un sueño irregular, atormentado. Seguí recordando a Augustine Goddard, pequeño y de hombros caídos, sentado en su triste restaurante masticando un pedazo de pastel, o de pie, fuera de la sala de conferencias, con aspecto demacrado y vencido, mientras su personal ejecutivo pasaba caminando a su lado. Soñé con Wyatt y Meacham, que intimidaban, me amenazaban hablando del tiempo que pasaría en la cárcel; en el sueño me enfrentaba a ellos, les insultaba, la emprendía contra ellos, perdía el control. Soñé que entraba en el despacho de Camilletti y era sorprendido por Chad y Nora al mismo tiempo.
Y cuando sonó la alarma de mi reloj, a las seis de la mañana, y levanté de la almohada la cabeza palpitante, supe que debía hablar con Goddard acerca de Camilletti.
Y enseguida me di cuenta de que estaba atrapado. ¿Cómo diablos podía contarle lo de Camilletti a Goddard si había conseguido la evidencia entrando ilegalmente en su despacho?
¿Y ahora qué?
El hecho de que Camilletti el Degollador -que había fingido estar tan cabreado con lo del artículo del Wall Street Journal- estuviera en realidad detrás de todo el asunto me tocó los cojones. Ese tío era más que un simple gilipollas: le era desleal a Goddard.
Tal vez fuera un alivio tener una convicción moral sobre algo después de semanas enteras de comportarme como un gusano falso y mentiroso. Tal vez sentir que protegía a Goddard me hacía sentirme mejor conmigo mismo. Tal vez cabrearme por la deslealtad de Camilletti me permitiera, oportunamente, ignorar la mía. O tal vez sentía simple gratitud hacia Goddard por haberme escogido, por hacerme sentir especial de alguna forma, mejor que el resto. Es difícil saber hasta qué punto la ira que sentía hacia Camilletti era realmente altruista. A veces una puñalada de angustia se me clavaba en la espalda, y pensaba que en realidad yo no era mejor que Camilletti. Eso era yo: todo un fraude capaz de fingir que caminaba sobre el agua mientras me metía en despachos ajenos y robaba documentos e intentaba robar hasta el alma de la empresa de Goddard mientras daba vueltas por la ciudad montado en su Buick clásico…
Era demasiado. Estas sesiones de sudor a las cuatro de la madrugada me habían desgastado. Eran dañinas para mi salud mental. Mejor no pensar, operar en piloto automático.
Tal vez era cierto: tenía tanta conciencia como una boa constrictor. Pero aún así quería coger al cabrón de Camilletti.
Al menos, yo no había tenido opción. Me habían puesto contra las cuerdas. Mientras que la traición de Camilletti era de otro orden: él estaba conspirando activamente contra Goddard, el tío que lo había traído a la compañía, que había depositado en él toda su confianza. ¿Y quién sabe qué más estaría haciendo?
Era necesario que Goddard lo supiera. Pero yo, por mi parte, tenía que cubrirme las espaldas, encontrar una forma plausible de saber lo que sabía, una forma distinta de la intrusión en el despacho de Camilletti.
De camino al trabajo, mientras disfrutaba del motor de reacción y el rugido del Porsche, mi mente se esforzaba por resolver este problema, y cuando llegué al despacho ya tenía una idea decente.
Trabajar con el presidente ejecutivo me daba gran influencia. Si llamaba a alguien y me identificaba simplemente como Adam Cassidy, lo más probable era que no me devolvieran la llamada. Pero al Adam Cassidy que llamaba «del despacho del presidente ejecutivo» o «del despacho de Jock Goddard» -como si estuviera sentado junto a él y no veinte metros más allá- le devolvían todas las llamadas, y a la velocidad de la luz.
Así que cuando llamé al Departamento de Tecnologías de la Información de Trion y les dije que «queríamos» copias de todos los correos electrónicos recibidos o enviados desde el despacho del director de servicios financieros en los últimos treinta días, recibí cooperación instantánea. Preferí no señalar con el dedo a Camilletti, así que hice como si Goddard estuviera preocupado por informaciones filtradas desde el despacho del director de servicios financieros.
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