Joseph Finder - Paranoia

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Adam Cassidy tiene veintiséis años y odia su empleo miserable en una compañía tecnológica, pero su vida cambia por completo cuando le ofrecen convertirse en espía infiltrado en la Trion Systems, el principal competidor de su empresa. Sus superiores le preparan, le proporcionan información sobre su nueva empresa y, en cuanto empieza a trabajar en ella, se convierte en empleado estrella ascendiendo rápidamente a puestos de gran responsabilidad. Ahora su vida es perfecta: adora su trabajo, conduce un Porsche y tiene una novia que quita el sueño; lo único que tiene que hacer para mantener las cosas como están es traicionar a todos los que le rodean.
«Ha llegado el nuevo Grisham… Paranoia es un thriller magistralmente narrado y tremendamente absorbente» People Magazine

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– ¿Mejor cómo, como a ti? -dije.

Simplemente se me escapó. Él me miró con ojos llorosos.

– Al menos sé quién soy -dijo-. Tú no tienes ni puta idea de quién eres.

Capítulo 28

A la mañana siguiente era domingo, mi única oportunidad de dormir hasta tarde, así que, como es evidente, Arnold Meacham insistió en que nos viéramos temprano. Yo había contestado a su correo diario usando el nombre «Donnie», lo cual significaba que tenía algo que entregarle. Me respondió de inmediato diciéndome que estuviera en el aparcamiento de un almacén de materiales a las nueve en punto de la mañana.

Cuando llegué ya había mucha gente allí -no todos dormían hasta tarde los domingos- comprando vigas y tejas y herramientas eléctricas y bolsas de semillas de hierba y fertilizantes. Esperé una media hora metido en el Audi.

Un BMW 745i se estacionó en el espacio a mi lado. Se veía un poco fuera de lugar entre las furgonetas y los pick-ups. Arnold Meacham llevaba un suéter de punto color azul bebé y parecía que estuviera de camino a jugar al golf o algo así. Me hizo señales de que entrara en su coche, obedecí, y le entregué un CD y una carpeta de archivos.

– ¿Y qué tenemos aquí? -preguntó.

– La lista de empleados del proyecto Aurora.

– ¿Todos?

– No lo sé. Al menos unos cuantos.

– ¿Por qué no todos?

– Hay cuarenta y siete nombres ahí. Es un buen comienzo.

– Necesitamos la lista completa.

Suspiré.

– Veré qué puedo hacer -dije. Me detuve un instante, dividido entre el deseo de no decir más de lo necesario (cuanto más dijera, más me presionaría) y el de presumir de lo mucho que había progresado. Finalmente dije-: Tengo las contraseñas de mi jefe.

– ¿Qué jefe? ¿Lundgren?

– Nora Sommers.

Asintió.

– ¿Usó el software?

– No, el Keyghost.

– ¿Y qué hará con ellas?

– Buscar en sus correos archivados. Tal vez entrar en su MeetingMaker y averiguar con quién se reúne.

– Eso es una mierda -dijo Meacham-. Creo que ya es hora de entrar en Aurora.

– Demasiado riesgo todavía -dije.

– ¿Por qué?

Un tío pasó junto a la ventana de Meacham empujando un carro lleno de bolsas verdes de fertilizante Scott. Cuatro o cinco chicos corrían a su alrededor. Meacham lo miró, subió la ventanilla eléctrica y volvió a mirarme.

– ¿Por qué? -repitió.

– Las identificaciones de acceso son distintas.

– Pues siga a alguien, por Dios, robe una identificación, lo que sea. ¿Quiere que lo devuelva a entrenamiento básico?

– Cada acceso queda registrado y todas las entradas tienen sistema giratorio. No se puede entrar allí de hurtadillas.

– ¿Y los encargados de la limpieza?

– También hay un circuito cerrado de televisión que vigila todas las entradas. No es tan fácil. Para ustedes es mejor que no me cojan. No todavía.

Pareció ceder.

– Caramba. El sitio está bien protegido.

– Sí. Ustedes mismos podrían aprender alguna que otra cosilla.

– Váyase a la mierda -ladró-. ¿Y los archivos de Recursos Humanos?

– Recursos Humanos también está muy bien protegido -dije.

– No tanto como Aurora. Eso debería ser relativamente fácil. Consíganos los archivos personales de toda la gente relacionada con Aurora. Al menos los que estén en esta lista -dijo levantando el CD.

– Puedo intentarlo la próxima semana.

– Hágalo esta noche. La noche del domingo es buen momento.

– Mañana tengo un día importante. Tenemos una presentación con Goddard.

Pareció enojado.

– Qué, ¿la tapadera le está quitando demasiado tiempo? Espero que no haya olvidado para quién trabaja realmente.

– Tengo que estar a la altura. Es importante.

– Razón de más para que vaya a trabajar esta noche -dijo, e hizo girar la llave del encendido.

Capítulo 29

Llegué a las oficinas de Trion a primera hora de la noche. El parking estaba casi completamente vacío; tal vez las únicas personas presentes eran los guardias de seguridad, los que supervisaban los centros operativos las veinticuatro horas y los ocasionales empleados a quienes el trabajo ha vuelto locos: yo fingiría ser uno de éstos. No reconocí a la recepcionista, una mujer latina que no parecía muy contenta de estar allí. Cuando entré, apenas si me miró; pero me obligué a saludarla y a parecer sumiso, o avergonzado, o algo así. Subí a mi cubículo, hice un poco de trabajo de verdad: unas hojas de cálculo para las ventas del Maestro en la zona del mundo que llamaban EMOA, es decir, Europa/Medio Oriente/Asia. Las tendencias no parecían demasiado buenas, pero Nora quería que manipulara los números para sacar cualquier dato que pudiera ser estimulante.

La mayor parte de la planta estaba a oscuras. Hasta tuve que encender las luces de mi área. Era intimidador.

Meacham y Wyatt querían los archivos personales de toda la gente de Aurora. Querían tener la historia laboral de cada uno de los empleados, que les diría de qué compañía venían y qué habían hecho en su anterior trabajo. Era una buena manera de averiguar de qué iba lo de Aurora.

Pero uno no podía entrar en Recursos Humanos como Pedro por su casa y abrir los archivadores y sacar los archivos que quisiera. El Departamento de Recursos Humanos de Trion, a diferencia de otras partes de la compañía, tomaba muchas precauciones de seguridad. Primero, sus ordenadores no eran accesibles a través de la base de datos principal de la empresa; la suya era una red completamente separada. Supongo que eso era razonable: los registros personales contenían todo tipo de información privada, como las evaluaciones del rendimiento de la gente, el valor de sus 401(k) [8]y opciones de compra de acciones, todo eso. Tal vez Recursos Humanos tenía miedo de que los trabajadores se enteraran de la diferencia de salarios entre un alto ejecutivo y cualquier otro empleado de Trion, y hubiera motines en los cubículos.

Recursos Humanos quedaba en la tercera planta del ala E: había que caminar un buen trecho desde Marketing de Nuevos Productos. En el camino había una buena cantidad de puertas cerradas, pero lo más probable era que mi tarjeta de acceso las abriera todas.

En ese momento recordé que en algún lugar quedaba registrado quién pasaba por qué controles y a qué hora. La información quedaba guardada, lo cual no significaba necesariamente que alguien la mirara o hiciera algo con ella. Pero si las cosas llegaban a complicarse más tarde, no se vería bien que yo hubiera estado caminando desde Nuevos Productos hasta Personal un domingo por la noche, dejando por todo el camino migas de pan digital.

Así que salí del edificio: bajé por el ascensor y salí por una de las puertas traseras. Lo curioso de estos sistemas de seguridad es que sólo registraban las entradas, no las salidas. Al salir no había que usar la identificación. Tal vez era disposición del Departamento de Bomberos, no lo sabía. Pero eso quería decir que yo podía salir del edificio sin que nadie lo supiera.

En ese momento, afuera ya estaba oscuro. El edificio de Trion estaba totalmente iluminado, su piel cromada brillaba y las ventanas eran azul medianoche. Allí fuera todo estaba relativamente en silencio, sólo se oía el shush de los coches que pasaban cada cierto tiempo por la autopista.

Rodeé el edificio hasta llegar al ala E, donde parecían ubicarse muchas de las funciones administrativas -Central de Adquisiciones, Dirección de Sistemas, ese tipo de cosas- y vi a alguien saliendo de la entrada de servicio.

– Oye, ¿me puedes tener la puerta? -grité. Le enseñé la tarjeta de acceso de Trion; el tipo parecía parte del personal de limpieza o algo así-. La maldita tarjeta no me funciona bien.

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