Joseph Finder - Paranoia

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Adam Cassidy tiene veintiséis años y odia su empleo miserable en una compañía tecnológica, pero su vida cambia por completo cuando le ofrecen convertirse en espía infiltrado en la Trion Systems, el principal competidor de su empresa. Sus superiores le preparan, le proporcionan información sobre su nueva empresa y, en cuanto empieza a trabajar en ella, se convierte en empleado estrella ascendiendo rápidamente a puestos de gran responsabilidad. Ahora su vida es perfecta: adora su trabajo, conduce un Porsche y tiene una novia que quita el sueño; lo único que tiene que hacer para mantener las cosas como están es traicionar a todos los que le rodean.
«Ha llegado el nuevo Grisham… Paranoia es un thriller magistralmente narrado y tremendamente absorbente» People Magazine

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– Me encantaría -dije.

– ¿Ya te han hablado de los festivales de la cerveza de Juegos Empresariales?

– Todavía no.

– Supongo que no es el tipo de cosas que le gustan a Mordden. Da igual, es la hostia.

Era hiperactivo, y movía el cuerpo de lado a lado, como un jugador de baloncesto, buscando un pasillo para entrar y clavarla.

– Bueno, té a las dos, ¿no?

– No me lo perdería por nada.

– Guay. Me alegro de tenerte en el equipo. Vamos a destrozarlos, tú y yo.

Sonrió de oreja a oreja.

Capítulo 14

Chad Piersort estaba de pie frente a la pizarra, tomando notas en una agenda de reuniones con rotuladores rojos y azules, cuando entré en Corvette. Era una sala de conferencias como todas las que había visto antes: la mesa grande (salvo que ésta era de color negro, estilo diseño de alta tecnología, en lugar de color caoba), la consola de altavoces Polycom en medio de la mesa como una viuda negra geométrica, una canasta de fruta y una neverita llena de hielo, refrescos y cartones de zumo.

Chad me hizo un guiño cuando me senté frente a uno de los lados largos de la mesa. Ya había un par de personas más. Nora Sommers ocupaba la cabecera; llevaba unas gafas de lectura negras cuya cadena le rodeaba el cuello, y leía una carpeta y de vez en cuando le susurraba algo a Chad, su escriba. No pareció percatarse de mi presencia.

A mi lado había un tío de mediana edad, de pelo gris y vestido con un polo de color azul con el logo de Trion, que tecleaba algo sobre un Maestro, probablemente un correo electrónico. Era delgado pero tenía un poco de tripa; tenía los brazos flacos y los codos huesudos asomando bajo las mangas cortas de su polo, un flequillo de pelo canoso y patillas grises e inesperadamente largas, orejas grandes y coloradas. Llevaba lentes bifocales. Si vistiera otro tipo de camisa, probablemente llevara un protector de plástico para el bolsillo. Parecía uno de esos ingenieros empollones de la vieja escuela, salido de la época de las calculadoras Hewlett-Packard. Tenía los dientes pequeños y marrones, como si mascara tabaco.

Tenía que ser Phil Bohjalian, el viejo, aunque, por la manera en que Mordden me había hablado de él, casi esperaba verlo escribiendo con pluma de ganso en un pergamino o quizás un papiro. Me echaba miradas furtivas y nerviosas una y otra vez.

Noah Mordden entró silenciosamente a la habitación, sin saludarme -en realidad, sin saludar a nadie-, y abrió su ordenador portátil en el otro extremo de la mesa de conferencias. Otras personas llegaron, riendo y hablando. Ahora había tal vez una docena de personas en la habitación. Chad terminó de trabajar en la pizarra y puso sus cosas en el puesto vacío que había a mi lado. Me dio una palmada en el hombro.

– Me alegro de tenerte con nosotros -dijo.

Nora Sommers carraspeó, se puso de pie y caminó hasta la pizarra.

– ¿Por qué no comenzamos? Muy bien, quisiera presentar al nuevo miembro de nuestro equipo a los que no habéis tenido el privilegio de conocerlo. Bienvenido, Adam Cassidy.

Agitó sus uñas rojas hacia mí y las cabezas giraron. Sonreí modestamente, bajé la cabeza.

– Tuvimos la buena fortuna de sacar a Adam de Wyatt, donde fue uno de los jugadores estrella del proyecto Lucid. Esperamos que aplique algo de su magia al Maestro.

Sonrió beatíficamente.

Chad habló en voz alta y mirando de un lado al otro, como si estuviera compartiendo un secreto.

– Este chico travieso es un genio. He hablado con él, así que todo lo que habéis oído es cierto.

Se giró hacia mí, con sus ojos azules de bebé bien abiertos, y me dio la mano. Nora continuó:

– Como bien sabemos, el Maestro está recibiendo fuertes ataques. En todo Trion, las espadas se han desenvainado. No tengo que mencionar nombres. -Hubo risitas en voz baja-. Se avecina un acontecimiento de mucha importancia: una presentación ante el señor Goddard en persona, en la cual sostendremos que la línea de producción del Maestro debe mantenerse. Esto es mucho más que una rutinaria reunión informativa, mucho más que una sesión de control. Es un caso de vida o muerte. Nuestros enemigos nos quieren llevar a la silla eléctrica; nosotros solicitaremos una suspensión de la sentencia. ¿Está claro?

Miró alrededor de forma amenazante y vio cabezas que asentían con obediencia. Entonces se dio la vuelta y tachó el primer ítem de la agenda, tal vez con demasiada violencia. Volvió a darse la vuelta, como un latigazo, le entregó a Ghad un fajo de papeles grapados, y él comenzó a repartirlos a izquierda y a derecha. Parecían especificaciones de algún tipo, definiciones de producto o protocolos de producto o algo así, pero el nombre del producto, que presumiblemente estaba en la primera página, había sido arrancado.

– Bien -dijo ella-, ahora quisiera que hiciéramos un ejercicio. O, si lo prefieren, una demostración. Algunos de ustedes pueden reconocer este protocolo; si es así, guarden el secreto. Puesto que trabajamos para renovar el Maestro, me gustaría que por un instante adoptáramos otro punto de vista, y quisiera pedirle a nuestra nueva estrella que le eche un vistazo a esto y nos dé su opinión.

Me estaba mirando de frente.

Me toqué el pecho y dije, estúpidamente:

– ¿Yo?

– Usted.

– ¿Mi… opinión?

– Así es. Funciona/No funciona. Luz verde para el proyecto o no. En este producto, Adam, es usted el guardián junto a la puerta. Díganos qué le parece. ¿Vamos a por ello, o no?

El estómago me dio un vuelco. El corazón me empezó a latir con furia. Traté de controlar la respiración, pero sentía que la cara se me inundaba de sangre mientras pasaba las páginas. Era prácticamente inescrutable. No sabía para qué demonios servía aquello. Alcanzaba a oír risitas nerviosas en medio del silencio, a Nora tapando y destapando el rotulador Expo, haciendo girar la tapa con un crujido. Alguien jugaba con la pajita de plástico de su zumo de manzana en tetra-brick, sacándola y metiéndola y haciéndola chirriar.

Asentí sabia, lentamente, mientras repasaba el documento, tratando de no parecer un ciervo paralizado frente a las luces de un coche, que era como me sentía. Había allí una especie de jerigonza acerca de «análisis del segmento del mercado» y «cálculo aproximado del tamaño del mercado». La música desquiciadora de Jeopardy sonaba en mi cabeza.

Crujido, crujido. Chirrido, chirrido.

– ¿Y bien, Adam? ¿Funciona o no?

Asentí de nuevo, tratando de parecer fascinado y divertido a la vez.

– Me gusta -dije-. Es inteligente.

– Mmm -dijo. Hubo risitas en voz baja. Algo estaba sucediendo. Era la respuesta equivocada, pensé, pero difícilmente podía cambiarla.

– Mire -dije-, basándome solamente en la definición del producto, me resulta, como es obvio, muy difícil…

– Esto es todo lo que tenemos hasta ahora -interrumpió-. ¿Y bien? ¿Funciona o no funciona?

Me puse a parlotear.

– Siempre he creído en el riesgo -dije-. Esto me intriga. Me gusta la configuración física, las especificaciones de reconocimiento de escritura… Dado el modelo de uso y la oportunidad de mercado, yo llevaría esto adelante, por lo menos hasta la próxima reunión de control.

– Ajá -dijo. Un extremo de su boca se alzó en una sonrisa malévola-. Y pensar que nuestros amigos de Cupertino no necesitaron la sabiduría de Adam para dar luz verde a esta bomba fétida. Adam, éstas son las especificaciones para el Apple Newton. Uno de los más grandes fracasos en la historia de Cupertino. Les costó quinientos millones de dólares desarrollarlo, y luego, cuando salió al mercado, perdieron sesenta millones al año -más risas-. Se estuvieron mofando de éste durante un año en todos los programas nocturnos de la tele.

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