Stella Rimington - La invisible

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La impactante novela escrita por la directora del servicio de inteligencia británico.
Cuando la agente Liz Carlyle se dirige a la reunión semanal del servicio de antiterrorismo del MI5 -el servicio de inteligencia británico- no puede imaginarse la noticia que va a abrir la mañana: el Sindicato Islámico del Terror puede estar preparando a un invisible, un terrorista originario del país objetivo, en este caso Gran Bretaña. Carlyle y su equipo se embarcarán en una carrera contra el reloj para evitar un atentado terrorista en Inglaterra. El personaje de M, jefa de James Bond, está claramente inspirado en Stella Rimington.Con sus novelas, Rimington nos da una visión realista del trabajo de los servicios de inteligencia británicos.

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– ¿Te espera alguien en este mundo? -En otras ocasiones él había mencionado a sus padres y una hermana. ¿Habría una esposa?

– No, no me espera nadie.

– ¿Nunca te has casado?

Faraj no contestó. A pesar de la oscuridad, ella pudo captar una fuerte resistencia a sus preguntas.

– Mañana podemos acabar muertos -insistió-. ¿Ni siquiera podemos hablar esta noche?

– No, nunca me he casado -respondió Faraj. Pero ella supo que sí hubo alguien-. Murió -dijo por fin.

– Lo siento.

– Tenía veinte años. Se llamaba Farzana y era costurera. Mis padres querían para mí a una tajika con una buena educación. Ella no era nada de eso, pero… les gustaba. Era una buena persona.

– ¿Era guapa? -preguntó Jean, consciente de la trivialidad de la pregunta.

El la ignoró. Y Jean, impotente, se dedicó a contemplar el cielo nocturno. Jamás había sentido que la distancia que los separaba fuera tan grande. A causa de la rapidez con que él se había adaptado a su entorno, fue fácil olvidarse que provenía de un mundo diferente al suyo, tanto como pudiera imaginarse.

– Háblame de ella -pidió, sintiendo que de alguna forma, y a pesar de sus protestas, él quería hacerlo.

Faraj se removió en su manta y durante casi un minuto no dijo nada.

– ¿De verdad quieres saberlo?

– De verdad quiero saberlo.

El silencio se prolongó unos segundos más, hasta que por fin dijo:

– Yo estaba en Mardan, en una madraza. Era más viejo que la mayoría de los estudiantes, ya tenía veintitrés o veinticuatro años cuando ingresé, y mucho menos extremista en términos religiosos. De hecho, creo que a veces se desesperaban ante mi actitud. Pero les era útil, ayudaba en la administración, repasaba y mantenía en funcionamiento los dos viejos taxis Fiat con los que contábamos… Ya llevaba allí casi dos años cuando llegó una carta de Daranj, Afganistán, donde me anunciaban que mi hermana Laila se había prometido. El hombre era tajiko, como nosotros, y como nosotros había intentado cruzar la frontera y establecerse legalmente en Pakistán. Pero se rindió tras sufrir varios fracasos y regresó a Dushanbe. Mis padres decidieron acompañarlo. No obstante, primero organizaron una fiesta para sellar el compromiso.

»Como hermano mayor de Laila, yo era un invitado importante. Pero a mi padre le preocupaba que si cruzaba la frontera y entraba en Afganistán, luego no pudiera volver a Pakistán. Decidí arriesgarme, en parte porque quería asistir al compromiso y en parte porque yo también quería casarme. Ya llevaba tiempo comprometido con Farzana, la hija de una familia pastún que vivía cerca de nosotros, en Daranj. Habíamos intercambiado cartas y regalos, y estábamos de acuerdo en que éramos… bueno, en que estábamos destinados el uno para el otro.

»Al final, crucé la frontera y viajé hasta Daranj oculto en la caja de un camión que se dirigía a Kandahar. Llegué el mismo día de la fiesta de compromiso y pude conocer a Khalid, el futuro marido de mi hermana. Esa tarde dio comienzo la fiesta con el festín tradicional que duraría toda la noche. Debes recordar que aquella gente tenía muy pocas oportunidades de reunirse y divertirse un poco, y que no pensaban desperdiciar aquella ocasión de bailar, cantar y encender fatakars, fuegos artificiales caseros.

»Fui el primero en ver el avión norteamericano. Eran bastante habituales en la zona (en los alrededores de Kandahar y en la frontera llevaban a cabo misiones con cierta regularidad), y normalmente los ignoraban. La mayoría de la gente de Daranj odiaba a los talibanes, pero tampoco apreciaban demasiado a los norteamericanos, y no colaboraban con los hombres de inteligencia que pasaban por la aldea a intervalos más o menos regulares buscando información.

»Lo extraño era que el avión volase tan bajo. Era enorme, un transporte AC-130, como descubrí después. La ceremonia de compromiso tenía lugar en un pequeño campamento fuera de la ciudad, y yo me había alejado un poco, hasta la cumbre de una colina cercana, para meditar con tranquilidad. Me sentía feliz con mi vida. Le había propuesto matrimonio a Farzana, y no sólo ella había aceptado, sino que sus padres también nos daban su permiso. Debajo de mí, la fiesta en honor de Laila y Khalid estaba en su apogeo, con los fuegos artificiales restallando en el cielo, la música a todo volumen y los rifles disparando al cielo.

»Cuando vi las luces de posición del avión, pensé estúpidamente que nos estaban enviando algún tipo de señal, que respondían a los fuegos artificiales y a la música con una especie de amistoso despliegue propio. Al fin y al cabo, la guerra contra los talibanes había terminado. Varios regimientos británicos y norteamericanos estaban estacionados en Kabul, y tenían un gobierno nuevo. Así que me quedé allí, sorprendido, mientras la ametralladora abría fuego contra el campamento.

»Tardé apenas unos segundos en comprender lo que estaba ocurriendo, por supuesto. Corrí hacia el campamento agitando los brazos y gritándole al avión, ¡como si pudieran oírme!, que aquella gente, mi gente, sólo estaba lanzando fuegos artificiales. Pero el avión continuó trazando lentos y metódicos círculos, acribillando hasta el último centímetro del lugar. Los muertos y moribundos se apilaban por todas partes, los heridos se retorcían de dolor en el suelo o rodaban sobre las ascuas de las hogueras. Corrí como si las balas fueran únicamente gotas de lluvia y no pudieran afectarme, por suerte ninguna me alcanzó. No pude encontrar a mis padres, ni a mi hermana, ni a nadie conocido. Tampoco a Farzana. Grité su nombre hasta que no me quedó voz, pero de repente me vi elevado por los aires y lanzado contra una roca. Por fin me habían alcanzado.

»Lo siguiente que recuerdo es que Khalid, mi futuro cuñado, me ponía en pie, gritándome que corriera. Me había sacado de algún modo de la zona de combate y llevado hasta la colina que mencioné antes. Tenía el costado desgarrado por la metralla y perdía abundante sangre, pero conseguí arrastrarme hasta un pliegue bajo la roca. Entonces me desmayé.

»Cuando volví en mí, estaba en el hospital de Mir Wais, en Kandahar. Khalid había llevado a ocho de nosotros a un camión y condujo toda la noche hasta el hospital. Mi hermana Laila estaba viva, pero había perdido un brazo y mi madre sufría quemaduras muy graves, murió una semana después. Mi padre, Farzana y una docena más murieron durante el ataque.

Jean no dijo nada. Intentó sincronizar su respiración con la de Faraj, pero él estaba demasiado tranquilo y ella demasiado nerviosa. «Tenemos derecho y razón en hacer lo que hacemos -se dijo-. Y un día, mucho después de que nosotros y miles como nosotros hayamos dado nuestras vidas por la causa, venceremos. Venceremos.»

– Esa noche -siguió Faraj-, la televisión emitió un reportaje de la CNN donde hablaban de un «incidente» cerca de Daranj. El periodista decía que elementos leales a Al Qaeda habían intentado derribar un transporte norteamericano con un misil tierra-aire. La intentona había fracasado y el avión contraatacó matando un número desconocido de terroristas. Veinticuatro horas después, Al Jazeera dio otra versión, en la que entrevistaron a Khalid como testigo presencial. Aseguraban que un avión norteamericano, sin que mediara provocación alguna, había lanzado un ataque contra una fiesta de compromiso que se celebraba en un poblado afgano, en el curso del cual murieron catorce civiles afganos y ocho más resultaron gravemente heridos. Entre ellos, seis mujeres y tres niños. Ninguno pertenecía a una organización terrorista.

»Tras negarse a comentar el asunto toda una semana, un portavoz de las fuerzas aéreas norteamericanas reconoció que todo había sucedido más o menos como dijera Al Jazeera y describió la pérdida de vidas como una «tragedia». En su descargo, dijo que la tripulación se había creído atacada con armas de fuego y el piloto insistía en que les dispararon un misil. Se publicaron fotos del comandante de la unidad, el coronel Greeley, señalando en el fuselaje de su AC-130 lo que, según él, eran orificios de bala. La subsiguiente investigación militar exoneró completamente a la tripulación del avión, e hizo constar que habían descubierto dos fusiles de asalto AK-47 en la zona del campamento, junto a varios casquillos del calibre 7,62.

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