John Gardner -

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James Bond

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– Han desaparecido -dijo como si tal cosa-, quemados. Y no es que te hubieran servido de mucho, Maxim.

Smolin dio un paso al frente y la abofeteó el rostro, primero con el dorso de la mano y después con la palma. Heather se tambaleó, pero recuperó rápidamente el equilibrio; tenía el rostro intensamente escarlata.

– Bueno, pues, ¡se acabó! -Smolin respiró hondo, apretando los dientes-. No esperaremos la comida. Creo que ha llegado el momento de hablar…, y vaya si hablaréis. Los tres.

Se dirigió hacia la puerta y solicitó a gritos la presencia de más hombres, los cuales subieron ruidosamente por la escalera, empuñando sus armas.

– Creo que usted será el primero, James -dijo Smolin, apuntándole con un dedo que parecía un puñal.

De nada hubiera servido luchar puesto que dos de los hombres le agarraron por los brazos y le empujaron hacia el pasillo; bajó con ellos la escalinata principal.

Ingrid contemplaba la escena como un fino insecto negro, rodeada por los rugientes perros. Los hombres empujaron a Bond hacia otra puerta, le obligaron a bajar otra escalera de madera de pino y le condujeron por un largo pasadizo hasta una estancia en la que sólo había una silla de metal, clavada en el suelo. Le hicieron sentar, le pusieron grilletes en las muñecas y los tobillos y le aherrojaron a los brazos y las patas de la silla Bond tenía dos hombres a su espalda; Smolin, mirándole con fría rabia, se encontraba situado directamente frente a él.

Bond se preparó para el dolor físico o, peor todavía, para lo que los soviéticos solían calificar de interrogatorio químico. Hizo todo lo que le habían enseñado, vació su mente, la llenó de estupideces y empujó la verdad hacia lo más hondo de su subconsciente. Cuando ésta surgió, su terror no tuvo límites. Smolin, el principal objetivo de Pastel de Crema, habló muy despacio.

– James -empezó a decir-, cuando «M» le invitó a almorzar y después le llevó a dar un paseo por el parque, explicándole en qué consistía Pastel de Crema y diciéndole que le negarían en caso de que algo fallara…, ¿cuál fue su primer pensamiento?

Smolin había empezado precisamente por la verdad que Bond acababa de sepultar en lo más hondo de su ser y que sólo bajo la más dura de las presiones hubiera revelado a su interrogador.

10. El Interrogatorio

Durante un tiempo que a él se le antojó una eternidad, Bond sintió que en su mente se desataba un torbellino: ¿habrían colocado dispositivos de escucha en el Blades? ¿Micrófonos direccionales? ¿Dispositivos de captación de sonidos en el parque? ¿Una infiltración en el despacho de «M»? ¿En el propio «M»? Imposible. Y, sin embargo, Smolin lo sabia. La primera información secreta que le facilitó «M» tuvo lugar en el parque, y por nada del mundo Bond la hubiera revelado. Pese a ello, Smolin la conocía, y, si tenía aquella información, ¿qué otras cosas sabia, y cómo?

La simulación no se podría prolongar por mucho tiempo, pero él tenía por lo menos que intentar ponerla en práctica.

– ¿A qué información se refiere? ¿De qué parque me habla?

– Vamos, James, sabe usted muy bien que eso no le va a servir de nada. Soy un curtido oficial del GRU. Ambos sabemos de qué forma se pueden infiltrar nuestras organizaciones. Digamos que Pastel de Crema se detectó mucho antes de que las cuatro chicas supieran que habían sido descubiertas.

– Puesto que no sé nada de Pastel de Crema, no le voy a ser muy útil.

Smolin seguía hablando de cuatro chicas, pensó Bond, sin mencionar para nada al único hombre de la operación.

– ¿Quiere que lo haga a las malas, James? -preguntó Smolin, encogiéndose de hombros-. Todos cometemos errores de vez en cuando. Su gente cometió un error con Pastel de Crema. Nosotros nos equivocamos al permitir que las componentes de la red se largaran con los calcetines puestos, tal como se dice en su tierra -añadió, soltando la más desagradable de sus carcajadas-. Aunque, en el caso de Pastel de Crema, mejor sería decir que se largaron con las medias puestas, ¿no le parece? -miró con dureza a Bond y éste creyó intuir en él un deseo de transmitirle algún mensaje secreto-. Todas mujeres, ¿eh?

– No sé de qué me habla -contestó Bond en voz baja-. No tengo ni la menor idea sobre éste asunto del Pastel de Crema. Yo acompañaba a una chica a la que había conocido en una fiesta y terminé en las manos del GRU. No he negado lo que usted evidentemente sabe, es decir, que soy miembro de uno de los departamentos secretos británicos. Pero no todos estamos al corriente de los distintos planes que se elaboran. Trabajamos sobre la base de los conocimientos necesarios…

– Y «M», el jefe de su Servicio, llegó a la conclusión de que usted necesitaba saber, James. Ayer, en Regent's Park, tras almorzar con usted en su club, le contó la historia con toda clase de pelos y señales; aunque no todos. A continuación, le dijo que le agradecería mucho que resolviera el asunto y rescatara a las componentes de Pastel de Crema. Le ofreció información, pero le advirtió que no podría sancionar sus acciones. En caso de que se metiera en algún lío, ni él ni el Foreign Office le salvarían. No tendrían más remedio que negarle. De usted dependía aceptar el trabajo o no, y usted, que es un cabezota, lo aceptó. Y ahora yo le pregunto, ¿qué sintió cuando le reveló éste detalle?

– No sentí nada porque nada ocurrió.

Hubo una larga pausa mientras Smolin aspiraba el aire a través de los dientes.

– Como usted quiera, pues. No voy a perder el tiempo con tonterías. Nada de métodos violentos. No tengo tiempo que perder. Le administraremos una pequeña inyección. Mi informe tiene que estar listo esta noche, cuando recibamos la visita de un importante personaje.

Smolin habló con los guardianes, utilizando para ello una mezcla de alemán y ruso. Por lo que Bond pudo entender, les estaba diciendo que le llevaran el instrumental médico y que después le dejaran solo. El más alto de los hombres le preguntó si necesitaría ayuda.

– Puedo grabarlo yo mismo. El prisionero está seguro. Tráigame lo que le he dicho.

Los modales de Smolin eran tan autoritarios que, en cuestión de segundos, el hombre regresó empujando un carrito de instrumental médico.

Smolin le despidió con un gesto de la mano y se acercó a una pared donde Bond vio por primera vez toda una serie de pequeños interruptores que Smolin cerró con sumo cuidado. Después, regresó al carrito y empezó a preparar una jeringa hipodérmica mientras hablaba en voz baja sin mirar ni una sola vez a Bond.

– He desconectado el sonido para que no puedan oírnos. Uno de estos sujetos del KGB… es la peste personificada. Y tengo a otros infiltrados en mi equipo. Sólo puedo fiarme de dos de ellos, pero es posible que también se vean en la situación de no poder obedecer mis órdenes. Debe usted saber que esta inyección será simplemente de agua destilada. Ha sido la única estratagema que se me ha ocurrido para que podamos quedarnos solos.

– ¿De qué demonios me está usted hablando? -preguntó Bond con un involuntario susurro.

Tenía que andarse con mucho tiento. No podía fiarse ni un pelo de un hombre como Smolin.

– Le estoy hablando de la verdad, señor Bond -Smolin sostuvo en alto la jeringa y tomó una ampollita. Introdujo la aguja a través del tapón en ella, llenó la jeringa y expulsó un poco de líquido para eliminar las burbujas de aire-. Le estoy hablando de cómo escapar con Irma. Perdón, quiero decir Heather. He conseguido ocultar el hecho de que Wald Belzinger (el que ustedes llaman Jungla Baisley) también formaba parte de Pastel de Crema. Lo hice así para proteger no sólo mi persona sino también la de Susanne.

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