John Gardner -

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James Bond

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– Yo tengo la habitación de allí -dijo Ebbie, dirigiéndose a la puerta situada justo enfrente de la de entrada-. Espero que a nadie le importe.

La chica miró directamente a Bond a los ojos y después bajó los párpados como haciendo un gesto de invitación. Mantenía una pierna adelantada, mostrando la curva de su muslo bajo la fina tela de la falda.

– A quien llega primero, se le sirve primero, solía decir mi vieja niñera -contestó Bond, asintiendo.

A continuación, volviéndose hacia Heather, Bond le dijo que eligiera. La muchacha se encogió de hombros y se encaminó hacia la puerta de la izquierda. La siniestra, pensó Bond, recordando la antigua tradición teatral del demonio que hace su entrada en el escenario por la izquierda: la siniestra, el lado de los malos presagios.

Acudió de nuevo a su mente todo el enredo de preguntas y teorías. ¿Qué papel jugaba en todo aquello Jungla Baisley? ¿Le habría «M» despistado deliberadamente? ¿Habría cometido Swift un descomunal error de juicio al decirle a Heather que activara a Smolin? ¿Cómo era posible que éste se hallara tan bien informado sobre sus movimientos, y por qué consideraba necesario distanciarse del incidente de Londres en el que Heather estuvo a punto de morir? ¿Y si la deliciosa Ebbie hubiera prestado a propósito su impermeable y su pañuelo a la camarera del castillo de Ashford?

Al entrar en su dormitorio, descubrió que el mobiliario era opresivo. Había una cama enorme con un cabezal de roble intrincadamente labrado, un armario muy grande y un anticuado lavamanos de mármol a modo de tocador. El cuarto de baño era moderno, con azulejos verde aguacate, un pequeño botiquín, una diminuta bañera y un bidé a juego apretujado entre la bañera y el excusado. Bond regresó al dormitorio y descubrió en la puerta a uno de los hombres de Smolin con su maleta de huida.

– Me temo que la cerradura está rota -dijo el hombre en inglés-. Herr coronel ordenó que se inspeccionara su contenido.

Que Herr coronel se vaya al infierno, pensó Bond mientras daba las gracias al hombre. No era probable que hubieran descubierto nada de interés. Le habían quitado la ASP y la varilla, pero le habían dejado el encendedor, la cartera y una pluma…, tres piezas fabricadas por la Rama Q con la bendición de Q'ute. Le pareció raro que Smolin no hubiera mandado cachearle para detectar la presencia de objetos secretos. Semejante descuido era impropio de su fama.

Cuando estaba a punto de abrir la maleta, oyó que las dos muchachas, conversaban en voz alta en el salón. Salió rápidamente y les hizo señas de que callaran, indicándoles el teléfono y la lámpara para recordarles que las habitaciones estarían provistas, casi con toda seguridad, de dispositivos de escucha.

Necesitaba encontrar algún medio de hablar con las chicas sin que le oyeran, para descubrir las tres preguntas clave que Heather tenía orden de hacerle a Smolin y averiguar más detalles sobre Swift. En otros tiempos, hubieran podido encerrarse en uno de los cuartos de baño, abrir los grifos y hablar. Pero aquel viejo truco ya no podía utilizarse porque los modernos sistemas de filtro eliminaban los sonidos extraños. Ni siquiera se podía hablar en susurros sobre el trasfondo de una radio a todo volumen.

Se acercó al escritorio y trató de abrir la tapa. No estaba cerrado y, en sus casilleros, había papel de escribir y sobres. Tomando unas hojas de papel, les indicó a las chicas por señas que se sentaran junto a una de las mesas laterales y siguieran hablando mientras él se acercaba a la puerta para echar un vistazo. Debían estar muy seguros de sí mismos porque la puerta no estaba cerrada con llave y no parecía que ningún guardián vigilara en el pasillo.

Bond regresó a la mesa, se sentó entre las dos chicas, se inclinó sobre el papel y sacó la pluma. Escribiendo rápidamente, hizo las preguntas en orden de importancia. Al ver que la conversación de las muchachas empezaba a languidecer, le preguntó a Ebbie cómo la habían contactado.

– Lo hicieron por teléfono. Después del asesinato de la chica.

Ebbie se acercó un poco más a él y le rozó un brazo con una mano. Bond empezó a escribir las preguntas, dos en cada hoja de papel y por partida doble, una para Ebbie y otra para Heather.

– ¿La telefonearon?

Ja. Me dijeron que me fuera en cuanto la policía finalizara el interrogatorio. Tendría que dirigirme por carretera a Galway donde se pondrían en contacto conmigo en el Corrib Great Southern Hotel.

El hombro de Ebbie oprimió fuertemente su brazo, dejándole una agradable sensación de hormigueo.

Bond le pasó dos hojas de preguntas a Heather y otras dos a Ebbie, y les indicó por señas que escribieran las respuestas. Heather tenia una pluma, pero no así Ebbie a quien Bond tuvo que prestar la suya.

Entre tanto, seguía conversando como si las respuestas tuvieran una importancia vital para él.

– ¿Y dijeron que eran de Gran Bretaña?

Hubo una leve vacilación mientras Ebbie intentaba escribir.

– Sí -contestó al fin la muchacha-, dijeron que les enviaba la gente para la que antes solíamos trabajar.

Ebbie sonrió, dejando al descubierto la blancura de sus dientes y la rosada punta de su lengua.

– ¿Y no experimentó usted ningún recelo?

– Ninguno en absoluto. Parecían unos perfectos caballeros ingleses. Me prometieron una noche en un lugar seguro y me dijeron que, luego, vendría un avión y me llevaría a otro sitio.

Ebbie frunció el ceño y siguió escribiendo, sin apartar el hombro del brazo de Bond.

– ¿Le dijeron algo sobre Heather?

Tras una angustiosa pausa, la joven contestó:

– Me dijeron que estaba a salvo y que pronto vendría. Yo nunca…

Al volverse a mirar a Heather, Bond vio que estaba escribiendo sin ninguna dificultad.

– Tú estabas inconsciente en la ambulancia -le dijo, haciéndole un guiño para que no la sorprendiera su pregunta-. Smolin me habló de algo que se llamaba Pastel de Crema. ¿Qué sabes al respecto?

Heather le miró con asombro y sus labios estuvieron a punto de formar la palabra «pero»; por suerte, recordó a su auditorio y contestó que no pensaba hablar de ello. Todo el asunto había sido un despreciable enredo del que ni ella ni Ebbie eran responsables.

– Fue un error -repitió-. Un terrible error.

Bond se inclinó hacia adelante y empezó a leer las respuestas de las chicas, recorriendo rápidamente con los ojos la primera página y después la segunda. Mientras leía, volvió a experimentar el recelo que previamente había sentido. En aquel instante, se abrió inesperadamente la puerta y apareció Smolin, flanqueado por dos de sus hombres. Hubiera sido absurdo tratar de ocultar los papeles, pero, aun así, Bond los retiró de la mesa, y se levantó esperando desviar con ello la mirada de Smolin.

– Me deja usted de piedra, James -dijo Smolin, hablando en un pausado tono amenazador-. ¿Cree que sólo tenemos dispositivos de escucha en nuestra llamada suite de invitados? Tenemos son et lumiere, amigo mío…, sonido e imágenes -Smolin soltó una de sus habituales carcajadas-. No sabe usted la de veces que hemos metido a la gente en un compromiso en estas habitaciones. Ahora sea buen chico y déme estos papeles.

Uno de los hombres se adelantó hacia ellos, pero Heather le arrebató las hojas a Bond y corrió rápidamente a su dormitorio. El hombre trató de atajarla, pero falló y cayó contra la pared mientras ella cerraba la puerta y corría el pestillo.

Smolin y el otro hombre desenfundaron sus pistolas automáticas. Entre tanto, el que había caído ya estaba nuevamente en pie y aporreaba la puerta, gritándole a Heather en alemán que saliera. No se escuchaba el menor ruido. Al fin, Heather salió con la cabeza echada altivamente hacia atrás. A su espalda, el humo se escapaba en espiral de una papelera metálica.

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