John Gardner -

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James Bond

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– No sea estúpido, James. ¿Cree que el KGB todavía no sabe a estas alturas dónde se oculta? ¿Piensa que no han seguido los movimientos de Susanne? A estas horas, esos dos corren tanto peligro de que les metan en el saco como nosotros.

– ¿Y quién es el ilustre invitado de quien me ha estado usted hablando? ¿El que tiene que llegar esta noche?

– Por fin lo pregunta.

La expresión de Smolin era tan serena como la calma que precede a la tempestad.

– ¿Y bien?

– Usted me conoce bajo el nombre de Basilisco, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Conoce, por casualidad, el nombre en clave de Dominico?

A Bond se le revolvió el estómago y le dio un vuelco el corazón.

– ¡Dios bendito!

– Exactamente. Nuestro invitado es Dominico.

Bond tardó unos segundos en asimilar la información.

– Konstantin Nikolaevich Chernov. El general Chernov.

– ¡Dios bendito! -repitió Bond-. ¿Kolya Chernov?

– Ni más ni menos, James, Kolya Chernov… para sus pocos amigos. El jefe de investigación del Departamento 8, Dirección 5, en otros tiempos llamado Departamento V y anteriormente…

– SMERSH.

– Con quien usted tuvo tratos en más de una ocasión -Smolin hablaba muy despacio, como si cada palabra tuviera un significado oculto-. La fama de Konstantin Nikolaevich hace palidecer la mía.

Bond frunció el ceño. No sólo conocía la fama del general Chernov, sino que, además, estaba íntimamente familiarizado con su expediente. Kolya Chernov era el responsable de decenas de operaciones encubiertas que habían causado estragos en las comunidades de espionaje tanto norteamericana como británica. Era, asimismo, un hombre sumamente astuto, cruel y despiadado. Seguramente tenía enemigos dentro de los propios servicios de espionaje rusos. Dominico era una pesadilla viviente para el Servicio de Bond.

Éste recordó ahora la imagen de las fotografías que figuraban en los archivos: un hombre alto y delgado, con el cuerpo tonificado por el ejercicio. Dominico era un fanático de la salud que no fumaba ni bebía alcohol. Poseía un cociente intelectual extraordinario y una enorme habilidad para planificar jugadas sucias, y era un tenaz e implacable investigador. Según su expediente, había enviado a por lo menos treinta miembros del KGB o el GRU a la muerte o bien al Gulag, por falta de disciplina. Se citaban las palabras de un desertor: «Siendo lo que es, Dominico tiene la habilidad de husmear la más leve desviación a cien metros de distancia y entonces la sigue como un sabueso.» Bond cerró los ojos y humilló la cabeza. De repente, se sentía cansado y preocupado, no tanto por él como por las dos chicas.

– Debe de ser muy importante para que venga personalmente -musitó.

– Que yo recuerde, es la primera vez que eso ocurre -O Smolin era muy buen actor o el simple hecho de mencionar al general le ponía nervioso-. Permítame decirle, James, que, cuando yo descubrí por primera vez Pastel de Crema, el asunto concernía a los alemanes, a la HVA y, como es lógico, al GRU. El KGB ha tardado mucho tiempo en husmear la existencia de Jungla y el viraje de Susanne Dietrich y Maxim Smolin.

Este se dió un puñetazo en el pecho.

– Ha tardado cinco años -dijo Bond con la mente en otra parte.

– Cuatro, para ser más exactos. El año pasado, el KGB reabrió los archivos y decidió investigar el caso, pasando por encima de nuestras cabezas. No quieren que el GRU se considere un cuerpo de elite. No les gustan nuestros métodos, nuestro sigilo y nuestra manera de reclutar a la gente dentro del Ejército. Le he oído decir al propio Chernov que olemos a las odiadas SS de la Gran Guerra Patriótica.

«Al principio, las nuevas investigaciones no fueron exhaustivas. Hicieron algunas comprobaciones aquí y allí. Después, Chernov se plantó en Berlín. Yo envié algunas señales de advertencia a su Servicio, pero no me atreví a moverme. Al cabo de una semana, se introdujeron varios cambios y no tuve que devanarme demasiado los sesos para comprender que el KGB me estaba vigilando. Me controlan y vigilan desde hace seis meses. El equipo de Chernov es el que anda suelto por ahí con orden de localizar a las chicas, matarlas y cortarles las lenguas… pour encourager les autres, tal como dicen los franceses.

– Y por eso hace usted todo cuanto puede para ayudar a Dominico, ¿verdad, Basilisco? Atrapa a Ebbie y se toma la molestia de secuestrarnos a Heather y a mí en la carretera.

– Obedeciendo las órdenes de Chernov. Ya le he dicho que el KGB nos tiene rodeados por todas partes. Se me ocurrió la idea de cometer un fallo, pero, ¿de qué me hubiera servido? Necesito su ayuda, James. Necesito salir de aquí con usted y las chicas. Como es lógico, delante de los demás tengo que simular que obedezco las órdenes de Chernov. Pero no por mucho tiempo.

– Si quiere demostrarme sus buenas intenciones, Maxim, dígame dónde estamos. ¿En qué lugar se encuentra éste castillo?

– No muy lejos de donde le secuestramos. El camino que conduce a la carretera tiene una longitud de unos cuatro kilómetros. A la entrada, giramos a la izquierda y bajamos todo recto por la colina hasta llegar a la carretera Dublín-Wicklow. En cuestión de una o dos horas todo lo más, podemos estar en el aeropuerto y largarnos.

Bond seguía con la cabeza echada hacia adelante y los ojos cerrados.

– Si acepto su versión, yo también necesito ayuda.

– Cuente con ella. No se mueva bruscamente, le estoy quitando las esposas. Tengo aquí su pistola… Una pieza magnífica esta ASP de 9 mm. Tome…

Bond sintió el peso del metal sobre las rodillas.

– ¿Qué hacemos? ¿Nos abrimos paso a tiros?

– Me temo que ellos nos superan en número. Podríamos engañar quizás a mis propios hombres, pero no a Ingrid y tampoco a los infiltrados de Chernov.

– Suponiendo que acepte su palabra, ¿cuánto tiempo nos queda? -preguntó Bond, notando que le caían las esposas.

Ahora tenía las manos libres.

– Una hora. Una hora y media con un poco de suerte. Chernov tiene que aterrizar aquí antes de que oscurezca.

– Y las chicas, ¿dónde están?

– Encerradas en la suite de invitados, supongo. Eso fue lo que ordené. Lo difícil será llegar hasta ellas. Después de un interrogatorio como el que yo debería haberle hecho, usted tendría que estar semi-inconsciente. Los hombres estarán aguardando con una camilla de ruedas para transportarle por el pasillo. Después le subirán arriba. Ya está.

– ¿Se le ocurre alguna sugerencia? -preguntó Bond mientras Smolin le quitaba los grilletes de los tobillos.

Sopesó la ASP en la mano para cerciorarse de que estaba cargada. Era algo que había practicado muchas veces, incluso en la oscuridad, con cargadores vacíos, cartuchos de fogueo y cargadores llenos.

– Hay un medio… -Smolin giró en redondo en cuanto se abrió la puerta de golpe y apareció Ingrid con los tres perros sujetos con correas-. ¡Ingrid! -exclamó en su tono más autoritario.

– Todo ha sido muy interesante -dijo Ingrid, utilizando un tono de voz tan afilado como un cuchillo. He introducido ciertos cambios en la sala de interrogatorios desde la última vez que estuvo usted aquí, coronel…, obedeciendo las órdenes del general Chernov, naturalmente. Ante todo, los interruptores de grabación se han invertido. Al general le encantarán las cintas. Pero ya hemos escuchado suficiente. Él estará aquí en seguida, y yo quiero tenerles a todos a buen recaudo cuando llegue.

Como si se leyeran el pensamiento, Smolin pegó un salto a la izquierda mientras Bond se levantaba de la silla y se desplazaba rápidamente a la derecha.

Wotan, Rechts! Anfassen! Fafie, Links! Anfassen! ¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡Agarrarles!

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