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John Gardner: Muerte En Hong Kong

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John Gardner Muerte En Hong Kong

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Cayó sobre una rodilla y, levantando la cabeza, vio que su adversario le apuntaba con su arma. Estaba diciendo algo en ruso y a Bond le pareció que la Luger era muy grande.

Luego se produjo la explosión y en toda la columnata de la entrada del templo del Supremo Emperador del Paraíso Negro resonó algo que Bond identificó como su último grito en esta tierra.

22. La Muerte De Un Agente Doble

«Si estuvieras muerto -pensó Bond-, no experimentarías dolor.» Su último recuerdo era la imagen del «Robinsón», de pie a unos sesenta centímetros de distancia, apuntándole a la cabeza para darle el coup de gráce, y después, una sorda explosión. Vi y oí, debo de estar muerto. Sin embargo, tenía accesos de náuseas y experimentaba un intenso dolor en el brazo izquierdo. Sabía que podía moverse y que sus párpados lo estaban haciendo. Oyó una voz que le llamaba.

– ¿Míster Bond? ¿Míster Bond? ¿Cómo se encuentra, míster Bond?

Por fin, consiguió abrir los ojos. La negrura total cedía ya el lugar a las primeras luces del día. Se hallaba tendido de lado y podía ver las suelas de unas zapatillas negras y, a su espalda, un bulto negro y grisáceo que debía de ser un cuerpo. A su lado, vio las punteras de otras zapatillas. Volvió la cabeza y levantó la mirada.

– ¿Cómo se encuentra, míster Bond?

Desde su ángulo de visión, Bond no le podía ver muy bien la cara a su interlocutor. La figura se agachó sobre una rodilla.

– Creo que será mejor que nos larguemos de aquí en seguida -dijo el sonriente chino de cabello negro-. ¿Me recuerda, míster Bond? Richard Han. El hombre de Swift. Menos mal que le seguí. Míster Swift dijo que, si algo ocurría, necesitaría usted mucha ayuda. Dijo que estaría aquí, en la isla de Cheung Chau y que yo debería cubrirle la espalda.

– ¿Tú mataste al «Robinsón»?

Aparte el insoportable dolor que sentía en el brazo izquierdo, Bond ya empezaba a encontrarse mejor.

– ¿Ése era su nombre? ¿Robinsón? Pues, sí, yo le matar. Usted mató al hombre del hierro. Yo le pegué un disparo al otro -Han sostenía en la mano derecha un enorme Colt 45-. ¿Fue correcto que yo le matara?

– ¡Vaya si lo fue!

Bond movió la cabeza para poder verse la muñeca izquierda. El Rolex marcaba las cinco y cuarto. Faltaban unos cuarenta y cinco minutos para que Chernov empezara con los otros. Se levantó con mucho cuidado y le pareció que todo estaba bien, menos el brazo.

– Dame esta pistola…, la del suelo.

Han se agachó para recoger la Luger.

– Tiene que haber otra -dijo Bond, entornando los ojos a la grisácea luz del amanecer. El arma de su adversario se encontraba junto al cadáver. Han la recogió-. Rápido -le apremió Bond-. Saca los cargadores y coloca todos los cartuchos en una sola pistola. ¿De acuerdo?

– De acuerdo. Míster Swift me enseñó muchas cosas sobre armas. Dijo que yo ser un buen tirador.

– Estoy de acuerdo con él. Mira, Han, ¿tú conoces la casa que hay al norte de la bahía de Tung Wan? ¿La casa donde me retenían prisionero?

– No -contestó el muchacho-. Swift decir que usted estará aquí. Yo le cubro la espalda. Entonces vengo aquí y nadie le ha visto. Me quedo por aquí y, más tarde, veo a unos hombres que parecen buscar mariposas en la oscuridad. Muy raro. Pienso, Richard sigue a estos dos que no harán nada bueno.

El muchacho hubiera proseguido su historia, pero Bond le interrumpió.

– Mira, Han, hay una casa… -le explicó exactamente dónde-. Avisa a la policía. Diles que es un asunto de seguridad.

– Swift darme un número de la policía de Hong Kong. Dijo que era Policía Especial.

– ¿ La Rama Especial?

– Si. Soy tonto. Pienso primero ser una especie de raíz mágica. Entonces, él explicar.

– De acuerdo. ¿Puedes encontrar un teléfono en esta isla?

– La cuarta hermana de mi padre vive aquí. Tiene tiendecita con teléfono. La despertaré.

– Marca el número, pero diles que envíen en seguida a la policía local a esta casa. Rápido, ¿comprendido?

– Irán en seguida. ¿Usted va?

Bond exhaló un profundo suspiro.

– Sí, mientras me queden fuerzas, iré. Tú encárgate de que venga la policía. Diles que los detengan a todos -Han ya se había puesto en camino, por lo que Bond tuvo que levantar la voz-: Diles que los que están en la casa van armados. Y que son muy peligrosos.

– De acuerdo, se lo diré.

Han se alejó con el brazo en alto. Bajo las primeras luces del alba, la escena se convirtió de repente en una carnicería. Se escucharon dos sordas explosiones y la cabeza de Richard Han estalló de golpe, dejando escapar un chorro de sangre hacia arriba. El cuerpo descabezado corrió tres o cuatro pasos antes de desplomarse al suelo.

De repente, se oyó el matraqueo de una pistola ametralladora. Las balas se estrellaban contra el muro del templo alrededor de Bond, que reaccionó inmediatamente, echando mano de sus reflejos y su experiencia. Vio el resplandor del cañón muy cerca, a su derecha. Mientras esperaba oír de un momento a otro una nueva tanda de disparos, Bond se volvió y abrió fuego dos veces en la dirección del resplandor. Se oyó un impresionante grito, seguido de un sonido metálico sobre la piedra y el rumor de un cuerpo al caer.

Bond hincó una rodilla y esperó en silencio, tratando de distinguir otros rumores, pero sólo podía oír unos gemidos. Levantó lentamente la mano derecha, consciente del agudo dolor que sentía en el brazo izquierdo. Apretó los dientes y prestó atención. Cuando cesaron los gemidos, Bond se levantó una vez más y dio un paso al frente. Pero tuvo que detenerse en seco al oír una conocida voz.

– Como muevas un solo músculo, te salto la tapa de los sesos, Bond. Ahora, suelta el arma.

Estaba muy cerca, justo a la derecha de James.

– ¡He dicho que sueltes el arma! -ordenó la voz en tono autoritario.

Bond abrió los dedos y oyó el ruido de la Luger contra los peldaños en el momento en que Heather Dare -o Irma Wagen- emergía de entre las sombras.

– ¿Conque era eso? -dijo Bond, abrumado por el dolor de la traición de Heather.

– Sí, era eso. Lo siento, James, pero no pensarías en serio que el general iba a correr más riesgos, ¿verdad? Lo hiciste muy bien. No pensé que pudieras liquidar a aquellos hombres. Pero Chernov estaba preocupado. Parecía temer esta posibilidad.

– Bien por Kolya Chernov.

Bond se maldijo a sí mismo por no haberlo adivinado antes. En Londres, el impermeable blanco, le preocupó inicialmente porque nadie con los más elementales conocimientos hubiera vestido semejante prenda para huir. Después, el ofrecimiento para compartir su cama. Aquello también le olió a chamusquina, sobre todo cuando la vio tan acaramelada con Smolin.

– No me extraña que el general estuviera tan bien informado de nuestros movimientos -dijo en voz alta, confiando en que ella se acercara.

– Le conduje como en una danza… También te conduje a ti, James. Logré, además, que Smolin confesara su traición. Será mejor que acabemos de una vez. Tengo órdenes de matarte aquí mismo. Esperaba que los valiosos «Robinsones» me ahorraran el trabajo.

– ¿Cuánto tiempo…? -preguntó Bond.

– ¿Cuánto tiempo llevo en el KGB? Muchísimo, James. Desde mi adolescencia. Pastel de Crema se descubrió ya desde un principio. Cuando todos tuvimos que marcharnos, recibimos las órdenes de dejar a Maxim y a Dietrich en sus puestos. Les hubieran podido atrapar en cualquier instante. El Centro pensó, en cambio, que Londres me podría utilizar cuando estuviera en Inglaterra. No lo hicieron, tal como tú sabes, y entonces se decidió liquidar a los demás. Tú fuiste un regalo inesperado. Chernov abandonó su refugio sólo por ti, James. ¿No te halaga saberlo?

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