Steve Berry - El tercer secreto

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Fátima, Portugal, 1917. La Virgen María se aparece a tres niños y les hace tres revelaciones. Dos de ellas son hechas públicas: la primera presagia la II Guerra Mundial, la segunda, la conversión de Rusia. El tercer secreto es guardado bajo llave. En el año 2000 Juan Pablo II desvela finalmente el misterio: el atentado fallido contra el Papa. Pero algo indica que un mensaje mucho más importante sigue sumido en la oscuridad. En la actualidad, Clemente XV se adentra en la Riserva vaticana y estudia la caja de madera que alberga el tercer secreto. ¿Duda el nuevo pontífice de su autenticidad? Andrej Tibor, el sacerdote que lo tradujo, sabe la verdad.

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Él se encogió de hombros.

– Confíe en mí, lo soy.

– Muy bien. El padre Tibor copió el tercer mensaje de la hermana Lucía de Fátima y envió a Clemente un facsímil tanto del original de la buena monja como de la traducción que él hizo. Ahora la traducción ha desaparecido de la Riserva .

Michener comenzaba a entender.

– De modo que sí participó del tercer secreto en 1978.

– Simplemente quiero lo que tramó ese sacerdote. ¿Dónde están las pertenencias de Clemente?

– Entregué sus muebles a la beneficencia. El resto lo tengo yo.

– ¿Ha echado un vistazo?

– Naturalmente -mintió.

– Y ¿no encontró nada del padre Tibor?

– ¿Me creería si le respondiera?

– ¿Por qué iba a hacerlo?

– Porque soy un buen tipo.

Valendrea guardó silencio un instante, y Michener hizo lo propio.

– ¿De qué se ha enterado en Bosnia?

Se percató del cambio de tema.

– De que no es bueno subir una montaña en medio de un aguacero.

– Ya veo por qué Clemente le apreciaba: ingenioso e inteligente. -Hizo una pausa-. Y ahora responda a mi pregunta.

Michener se metió la mano en el bolsillo, sacó la nota de Jasna y se la entregó al Papa.

– Éste es el décimo secreto de Medjugorje.

Valendrea cogió el papel y se puso a leerlo. El toscano respiró hondo mientras miraba ora al papel, ora a Michener. Luego el pontífice dejó escapar un gemido y, sin previo aviso, arremetió contra él y agarró con las dos manos la negra sotana de Michener, la hoja aún en la mano. La ira inundaba aquellos ojos que lo miraban con fijeza.

– ¿Dónde está la copia de la traducción del padre Tibor?

A Michener le sorprendió el ataque, pero mantuvo la compostura.

– Creí que las palabras de Jasna carecían de sentido. ¿Por qué le preocupan?

– Sus desvaríos no significan nada. Lo que quiero es el facsímil del padre Tibor…

– Si las palabras no tienen sentido, ¿por qué me agrede?

Valendrea pareció hacerse cargo de la situación y soltó a Michener.

– La traducción de Tibor es propiedad de la Iglesia. La quiero de vuelta.

– Entonces tendrá que enviar a la guardia suiza en su busca.

– Tiene cuarenta y ocho horas para devolverla o haré que lo arresten.

– ¿Cuáles son los cargos?

– Robo de propiedad del Vaticano. Además lo entregaré a la policía rumana. Quieren saber detalles sobre la visita que le hizo al padre Tibor. -Las palabras destilaban autoridad.

– Estoy seguro de que también querrá saber detalles de su visita.

– ¿Qué visita?

Necesitaba que Valendrea pensara que sabía mucho más de lo que sabía.

– Usted abandonó el Vaticano el día que mataron a Tibor.

– Dado que parece tener todas las respuestas, dígame adonde fui.

– Sé lo suficiente.

– ¿De verdad piensa que puede sostener ese farol? ¿Pretende involucrar al Papa en la investigación de un asesinato? No conseguirá nada.

Probó con otro farol.

– No estaba usted solo.

– No me diga. Continúe.

– Esperaré al interrogatorio de la policía. Los rumanos se quedarán fascinados, se lo garantizo.

Valendrea se puso colorado.

– No tiene idea de lo que hay en juego. Esto es más importante de lo que imagina.

– Habla como Clemente.

– En eso tenía razón. -Valendrea apartó la cara un instante, luego se volvió-. ¿Le dijo Clemente que se quedó mirando mientras yo quemaba parte de lo que Tibor le envió? Estaba justo ahí, en la Riserva , y me dejó hacer. También quería que yo supiera lo otro que le envió Tibor, una copia de la traducción del mensaje completo de la hermana Lucía, también se hallaba ahí, en la caja. Pero ahora ha desaparecido. Clemente no quería que le pasara nada, eso lo sé, así que se lo dio a usted.

– ¿Por qué es tan importante esa traducción?

– No tengo intención de darle explicaciones. Lo único que deseo es tener de nuevo ese documento.

– ¿Cómo sabe que estaba allí?

– No lo sé, pero nadie volvió al archivo después de aquel viernes por la noche, y Clemente murió a los dos días.

– Junto con el padre Tibor.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Lo que usted quiera que signifique.

– Haré todo lo que esté en mi poder para recuperar ese documento. Las palabras estaban teñidas de amargura.

– Eso lo creo. -Necesitaba salir de allí-. ¿Puedo retirarme?

– Váyase. Pero será mejor que tenga noticias suyas dentro de dos días o no le gustará el siguiente mensajero que le envíe.

Se preguntó a qué se referiría: ¿la policía? ¿Alguien distinto? Difícil de decir.

– ¿No se ha planteado nunca cómo lo encontró la señorita Lew en Rumanía? -le preguntó Valendrea con naturalidad cuando llegó a la puerta.

¿Había oído bien? ¿Cómo es que sabía eso de Katerina? Se detuvo y se volvió.

– Estaba allí porque yo le pagué para que averiguara qué hacía usted.

Él se quedó anonadado, pero no dijo nada.

– Y en Bosnia también. Fue para vigilarlo. Le dije que usara sus encantos para ganarse su confianza, cosa que al parecer hizo.

Michener salió disparado hacia él, pero Valendrea le enseñó un aparatito negro.

– Basta con tocarlo y la guardia suiza irrumpirá en esta estancia. Atacar al Papa constituye un delito grave.

Michener detuvo su avance y reprimió un escalofrío.

– No es el primero al que engaña una mujer. Es lista. Pero se lo digo para que le sirva de advertencia. Tenga cuidado de quién se fía, hay mucho en juego. Puede que no se dé cuenta, pero es posible que, cuando esto termine, yo sea su único amigo.

56

Michener salió de la biblioteca. Ambrosi esperaba fuera, pero no lo acompañó hasta la logia, sino que se limitó a decirle que el coche y su conductor lo llevarían a donde quisiera.

Katerina estaba sentada en un sofá dorado. Él trataba de comprender qué la había impulsado a engañarlo. Le había extrañado que diera con él en Bucarest y que luego se presentara en su apartamento de Roma. Quería creer que todo lo que había pasado entre ellos había sido sincero, pero no podía evitar pensar que era un cuento destinado a influir en sus sentimientos y hacerle bajar la guardia. Le preocupaba que hubiera oídos indiscretos. Y en lugar de eso, la única persona en la que confiaba se había convertido en la emisaria perfecta de su enemigo.

Clemente se lo había advertido en Turín: «No tienes idea de hasta dónde puede llegar alguien como Alberto Valendrea. ¿Piensas que puedes luchar contra Valendrea? No, Colin. Tú no puedes competir con él, eres demasiado cabal, demasiado confiado.»

Se le hizo un nudo en la garganta al acercarse a Katerina. Tal vez la crispación de su rostro traicionara sus pensamientos.

– Te ha hablado de mí, ¿verdad? -Su voz era triste.

– ¿Lo esperabas?

– Ambrosi estuvo a punto de hacerlo ayer, así que supuse que lo haría Valendrea. Ya no me necesitan.

Él se sintió asaltado por las emociones.

– No les he dicho nada, Colin. Nada de nada. Cogí el dinero de Valendrea y fui a Rumanía y a Bosnia, es verdad, pero porque quería ir, no porque ellos quisieran que fuese. Los utilicé igual que ellos me utilizaron a mí.

Las palabras sonaban bien, pero no bastaban para aliviar su dolor. Él preguntó con tranquilidad:

– ¿La verdad significa algo para ti?

Ella se mordió el labio, y Michener vio que le temblaba el brazo derecho. La ira, su respuesta de siempre ante un enfrentamiento, no había emergido. Al no contestar, él añadió:

– Me fiaba de ti, Kate. Te conté cosas que no le habría contado a nadie.

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