Steve Berry - La profecía Romanov

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El 16 de julio de 1918 el Zar Nicolás II y toda la familia imperial son ejecutados a sangre fría, pero cuando en 1991 se inhuman sus restos se descubre que faltan los cadáveres de dos de los hijos del Zar. Hoy, tras la caída del comunismo, el pueblo rusa ha decidido democráticamente el regreso de la monarquía. Una Comisión especial queda a cargo de que el nuevo Zar sea escogido entre varios familiares distantes de Nicolás II. Cuando el abogado norteamericano Miles Lord es contratado para investigar a uno de los candidatos, se ve envuelto en una trama para descubrir uno de los grandes enigmas de la Historia: qué le sucedió realmente a la familia imperial. Su única pista es un críptico mensaje en los escritos de Rasputín que anuncia que aquel cruento capítulo no será el último en la leyenda de los Romanov.

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– Pero creo que conozco el modo de solucionarlo.

El taxi tardó media hora en llevarlos al centro. Lord había elegido un hotel de la cadena Marriott situado en las cercanías del barrio financiero. El edificio acristalado, gigantesco, parecía una especie de jukebox. Su elección no se debía sólo a la proximidad con el barrio financiero, sino también a que era un centro de negocios bien equipado.

Tras haber dejado las mochilas en la habitación, bajaron al vestíbulo. En uno de los procesadores de texto Lord escribió el epígrafe OFICINA DE AUTENTICACIÓN DEL CONDADO DE FULTON. Habiendo trabajado en la sección de autenticaciones de un bufete durante su último año de facultad, conocía bien la legislación testamentaria: un tribunal podía legitimar de oficio la actuación de un albacea en representación de un fallecido que lo hubiera nombrado por testamento epistolar. Él mismo había escrito unos cuantos oficios así, pero prefirió asegurarse, y entró en internet. La Red estaba repleta de bufetes ofreciendo de todo, desde la última jurisprudencia en materia de sucesiones, hasta plantillas válidas para los más intrincados documentos. Había un sitio, en el servidor de la Emory University de Atlanta, que Lord solía utilizar por costumbre. Allí encontró el modo adecuado de redactar un falso testamento epistolar.

Cuando la impresora terminó de imprimir, le enseñó el documento a Akilina.

– Eres hija de una tal Zaneta Ludmilla. Tu madre acaba de morir y te ha dejado la llave de su caja de seguridad. La Oficina de Autenticación del Condado de Fulton, Georgia, ha confirmado que tú eres la albacea testamentaria. Y yo soy tu abogado. Como no hablas bien inglés, estoy aquí para facilitarte las cosas. Como albacea, tienes la obligación de levantar inventario de todos los bienes de tu madre, incluido lo que sea que haya en esa caja.

Akilina sonrió.

– Igual que en Rusia: papeles falsificados. El único modo de conseguir las cosas.

En contra de lo que hacía suponer su publicidad, el Credit & Mercantile Bank no tenía su sede en un edificio neoclásico de granito, sino en una de las más modernas estructuras metálicas del barrio financiero. Lord conocía el nombre de las elevadas construcciones que había alrededor. El Embarcadero Center, el edificio Russ y la fácilmente identificable Torre de Transamérica. Conocía bien la historia del barrio. Predominaban los bancos y las compañías de seguros, haciendo honor a la denominación de la Wall Street del Oeste. Pero también abundaban las petroleras, los gigantes de la comunicación, las compañías de ingeniería y los conglomerados del sector de la confección. El barrio tuvo origen en el oro de California, pero ahora mantenía su puesto en el mundo financiero norteamericano gracias a la plata de Nevada.

El interior del Credit & Mercantile Bank era una moderna combinación de madera contrachapada, terrazo y cristal. Las cajas personales de seguridad estaban en la tercera planta, y allí, detrás del mostrador, les aguardaba una mujer con el pelo dorado. Lord le mostró la llave, los documentos oficiales falsos y su tarjeta de identificación del colegio de abogados de Georgia. Lo hizo a fuerza de sonrisas y simpatía, esperando que no hubiera demasiadas preguntas. Pero la expresión de curiosidad que pudo percibir en el rostro de la mujer no era precisamente alentadora.

– No tenemos ninguna caja con ese número -puso en conocimiento de Akilina y Lord, con toda frialdad, sosteniendo la llave en una mano.

Lord hizo un gesto para que se fijara en las letras grabadas:

– C.M.B. Es su banco, ¿no?

– Son nuestras iniciales -concedió ella, como haciendo un esfuerzo.

Lord decidió probar con un tono más firme.

– Mire usted, señora: la señorita Ludmilla, aquí presente, está deseando organizar la herencia de su madre, cuya muerte le ha resultado especialmente dolorosa. Tenemos razones para creer que esta caja tiene que ser muy antigua. ¿No mantiene el banco las cajas durante un largo período de tiempo? Según consta en su publicidad, esta institución bancaria lleva en funcionamiento desde 1884.

– Quizá si se lo digo más despacio me entenderá usted mejor, señor Lord.

El tono era cada vez más preocupante.

– En este banco no hay ninguna caja con el número 716. No coincide con nuestro sistema de numeración. Siempre hemos utilizado una combinación de letras y números.

Lord, dirigiéndose a Akilina, le dijo en ruso:

– No va a decirnos nada. Asegura que el banco no tiene el número 716.

– ¿Qué está usted diciendo? -le preguntó la mujer.

Lord volvió a dirigirse a ella.

– Le estoy diciendo que tendrá que sobrellevar su dolor durante algo más de tiempo, porque aquí no podremos aclarar nada.

Lord miró de nuevo a Akilina:

– Pon cara de mucha tristeza. A ver si puedes llorar un poco.

– Soy acróbata, no actriz.

Él la asió de las manos y la miró con aire muy comprensivo. Luego le dijo, en ruso:

– Inténtalo, que puede servirnos.

Akilina miró a la mujer y, por un momento, logró expresar una gran preocupación.

– Mire -dijo la mujer, devolviéndole la llave a Lord-, ¿por qué no lo intentan en el Commerce & Merchants Bank? Está en esta misma calle, a tres manzanas de aquí.

– ¿Ha funcionado? -pregunto AKilina.

– ¿Qué dice? -quiso saber la mujer.

– Que le traduzca lo que usted acaba de decir.

Dirigiéndose a Akilina, le dijo, en ruso:

– Puede que esta hija de perra tenga su corazoncito, después de todo.

Pasó al inglés para decirle a la mujer:

– ¿Sabe usted desde cuándo lleva en funcionamiento ese otro banco?

– Igual que nosotros. Desde el principio de los tiempos. Mil ochocientos noventa y tantos, creo.

El Commerce & Merchants Bank era un monolito ancho con la base de granito, el exterior de mármol y la fachada de columnas corintias. Contrastaba fuertemente con el Credit & Mercantile Bank y con los demás rascacielos que lo rodeaban, cuyos acristalamientos plateados y cuadrículas de metal evidenciaban un origen más reciente.

Lord quedó impresionado nada más entrar. El vestíbulo tenía todas las características de los viejos tiempos bancarios, con columnas de falso mármol, suelo de mármol y ventanillas de caja -reliquias de una época en que las rejas de hierro decorativas desempeñaban la función que ahora corresponde a las medidas de seguridad de alta tecnología.

Los dirigieron al despacho en que se llevaba el control del acceso a la cámara de cajas de seguridad, situada, según les dijo un vigilante de uniforme, un piso más abajo, en el sótano.

Los recibió un hombre negro de cabello canoso. Llevaba chaqueta y corbata, con un reloj de oro cuya cadena le cruzaba el pecho, justo por encima de la incipiente barriga. Dijo llamarse Randall Maddox James y parecía muy orgulloso de que su nombre tuviera tres componentes.

Lord le mostró los documentos de autenticación y la llave. No hubo comentarios negativos ni más allá de unas cuantas preguntas superficiales. James no tardó en conducirlos al intrincado sótano, pasando antes por el vestíbulo. Las cajas de seguridad se repartían en varias salas, todas ellas con las paredes cubiertas de puertecillas de acero inoxidable. Al final llegaron a una fila de cajas antiguas, con el exterior de un color verde sin lustre y las cerraduras negras.

– Éstas son las más antiguas que conservamos -dijo James-. Ya estaban aquí cuando el terremoto de 1906. Quedan muy pocos dinosaurios como éstos. Muchas veces nos preguntamos si alguna vez reclamará alguien su contenido.

– ¿No lo comprueban ustedes, transcurrido un tiempo? -preguntó Lord.

– No lo permite la ley. Mientras sigan pagando el alquiler de la caja…

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