Satisfecho de haber cumplido sus obligaciones, se sentía en paz consigo mismo mientras conducía por tierra extraña, rodeado de enemigos e infieles.
Recordó entonces el viejo canto de guerra árabe y entonó la estrofa titulada «La venganza de muerte»: «Cabalgaba terrible y solo con su espada yemení por toda ayuda; no lucía ésta más ornamento que las muescas de la hoja.»
Jack Koenig regresó con varios papeles que parecían hojas de fax en la mano. Todos tomamos asiento.
– He hablado con el supervisor del laboratorio criminológico del JFK -dijo, y golpeó suavemente con los papeles sobre la mesita-. Tienen un informe preliminar acerca de los escenarios de los crímenes cometidos en el avión y en el Club Conquistador. He hablado también con George, que se ha ofrecido a marcharse de la BAT y de Nueva York.
Dejó que sus palabras permanecieran unos momentos flotando en el aire y luego se dirigió a Kate:
– ¿Sí? ¿No?
– No -respondió ella.
– ¿Pueden conjeturar o adivinar qué sucedió en el avión antes de aterrizar? -preguntó, dirigiéndose a Kate y a mí.
– John es el detective -dijo Kate.
– Adelante, detective.
Debo señalar aquí que el FBI utiliza el término «investigador» para describir lo mismo que detective, así que no sé si se me estaba haciendo un honor o se me estaba tratando con condescendencia. En cualquier caso, para esto era en parte para lo que se me había contratado, y soy muy eficiente en ello. Pero Koenig no ocultaba que ya había obtenido algunas respuestas a las preguntas que estaba formulando. De modo que, para que quedara clara la cosa, dije:
– Supongo que han encontrado esas dos botellas de oxígeno en el armario del piso alto del avión.
– Sí. Pero, como descubrió usted, las dos tenían las válvulas abiertas, así que no sabemos lo que había dentro. Podemos suponer, no obstante, que una era de oxígeno, y la otra no. Continúe.
– Bien… a unas dos horas de distancia de Nueva York, el control de Tráfico Aéreo perdió contacto con el Uno-Siete-Cinco de Trans-Continental. De modo que fue entonces cuando el tipo que tenía las botellas de oxígeno medicinales, sentado probablemente en clase business…
– Exacto -dijo Koenig-. Se llamaba Yusef Haddad. Asiento Dos A.
– Muy bien, ese tipo… ¿cómo se llama?
– Yusef Haddad. Significa Joe Smith. Figura en la lista de pasajeros con pasaporte jordano y oxígeno medicinal para el tratamiento de un enfisema. Probablemente, el pasaporte es falso, lo mismo que el enfisema y una de las botellas de oxígeno.
– Exacto. Bien, Joe Smith, jordano, clase business, asiento Dos A. El hombre está respirando el oxígeno auténtico, alarga la mano y abre la válvula de la segunda botella. Se desprende un gas que penetra en el sistema de aire acondicionado del avión.
– Exacto. ¿Qué clase de gas?
– Bueno, era algo bastante desagradable, como cianhídrico.
– Bien. Muy probablemente, era una hemotoxina, quizá una forma militar de cianhídrico. Las víctimas murieron asfixiadas. Esta noche, el laboratorio analizará la sangre y los tejidos y verá si puede identificarlo. Tampoco es que importe mucho, pero es así como trabajan. De todos modos, al cabo de diez minutos había circulado por el sistema todo el aire de a bordo. Así que todo el mundo recibió una dosis de ese gas, a excepción de Yusef Haddad, que continuaba respirando oxígeno puro. -Me miró y dijo-: Dígame cómo escapó Jalil a la muerte.
– Bueno, no estoy seguro de la secuencia de acontecimientos pero… supongo que Jalil estaba en el lavabo cuando escapó el gas. El lavabo podría ser menos tóxico que el aire de la cabina.
– No lo es -replicó Koenig-. Pero el sistema de ventilación del lavabo proyecta directamente el aire fuera del avión, y por eso es por lo que desde la cabina no se huele nada cuando hay alguien sentado en el trono.
Interesante. Me refiero a que una vez hice con AeroMéxico un vuelo a Cancún en el que sirvieron un almuerzo consistente en veintidós platos distintos de judías, y me sorprendió que el avión no estallara en el aire.
– O sea, que el lavabo es tóxico, Jalil respira lo menos posible y quizá se tapa la cara con una toalla de papel mojada -dije-. Haddad tiene que actuar con rapidez y acercarse a Jalil, o bien con su propia botella de oxígeno, o con una de esas botellas pequeñas que llevan los aviones para atender emergencias médicas.
Koenig asintió con la cabeza pero no dijo nada.
– Lo que no entiendo -dijo Kate- es cómo sabían Haddad y Jalil que el avión estaba preprogramado para aterrizar por sí mismo.
– Yo tampoco estoy seguro -respondió Koenig-. Lo estamos comprobando. -Me miró y dijo-: Continúe.
– Bien, pues al cabo de unos diez minutos sólo quedan con vida dos personas a bordo del avión, Asad Jalil y su cómplice, Yusef Haddad. Haddad coge las llaves de las esposas que guardaba Peter Gorman y libera a Jalil en el lavabo. El gas venenoso desaparece finalmente, y cuando están seguros de que el aire se puede respirar, después de unos quince minutos, por ejemplo, prescinden del oxígeno. Kate y yo no vimos por allí la botella de oxígeno de emergencia del avión, por lo que supongo que Haddad o Jalil la volvieron a dejar en su sitio. Después colocaron la botella de Haddad en el armario de la clase business, donde la encontramos.
– Sí -asintió Koenig-, querían que todo pareciese normal cuando subieran a bordo las primeras personas en el JFK. Suponiendo que Peter o Phil hubieran muerto cerca del lavabo, llevaron también el cuerpo de esa persona a su asiento. Prosiga, señor Corey.
– Bien -continué-, Jalil no debió de matar inmediatamente a Haddad, porque el cuerpo de éste estaba más caliente que todos los demás. Así que ambos arreglan un poco las cosas, registran quizá las pertenencias de Phil y Peter, cogen sus pistolas y seguidamente bajan a las clases primera y turista y se cercioran de que todo el mundo está muerto. En un momento dado, Jalil ya no necesita compañía y le parte el cuello a Haddad, como descubrió Kate. Lo coloca junto a Phil, lo esposa y le pone el antifaz. Y en algún momento corta los pulgares.
– Exacto -corroboró Koenig-. Los del laboratorio han encontrado en la despensa de la clase business un cuchillo con restos de sangre y han encontrado también, oculta en la basura, la servilleta utilizada para limpiar el cuchillo. A la primera persona que hubiera subido a bordo le habría llamado la atención un cuchillo ensangrentado. Si usted o Kate lo hubieran visto habrían llegado antes incluso a la conclusión a que han llegado.
– Cierto. -Lo primero que ves cuando llegas a la escena de un crimen suele ser lo que el criminal quiere que veas. Pero una investigación ulterior revela la tramoya existente detrás del escenario.
Koenig nos miró y prosiguió:
– En algún momento, mientras el avión estaba siendo remolcado, el sargento Andy McGill, del Servicio de Emergencia de la Autoridad Portuaria, realizó una última transmisión a sus compañeros.
Todos asentimos con la cabeza.
– McGill y Jalil debieron de encontrarse por casualidad -dije.
Koenig miró sus fax.
– Las pruebas preliminares, sangre y tejidos óseos y cerebrales, sugieren que McGill fue muerto entre la despensa y el lavabo, mirando al lavabo -añadió-. Parte de tejido estaba esparcido por la despensa y parte reposaba sobre el cadáver del ayudante de vuelo, aunque alguien intentó limpiarlo, que es por lo que ustedes quizá no lo hayan visto. De modo que tal vez McGill abrió la puerta del lavabo y descubrió a Asad Jalil. El forense encontró también una manta de viaje con un agujero y rastros de quemadura, lo que indica que la manta fue utilizada para amortiguar el sonido del disparo.
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