Nelson Demille - El juego del León

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Desde un puesto especial de observación en el aeropuerto JFK de Nueva York, miembros de la Brigada Antiterrorista esperan la llegada de un pasajero desde París: Asad Khalil, un terrorista libio conocido como «El León» que va a pasarse a Occidente. Todo se está desarrollando conforme a lo previsto; el avión con sus centenares de pasajeros, incluido Khalil y sus escoltas del FBI, llega puntual a su destino. Sin embargo, pronto queda claro que algo marcha mal, terriblemente mal, y que lo ocurrido en este vuelo es sólo un preludio del terror que se sucederá a continuación…
John Corey, que sobrevivió a tres heridas de bala mientras fue miembro de la policía neoyorquina, sabe que ha agotado su cupo de buena suerte. No obstante, se alista como agente contratado al servicio de la Brigada Antiterrorista del gobierno federal y es asignado a la peligrosa sección de Oriente Medio. Kate Mayfield, su compañera en esta misión, tiene mayor graduación que John y menos edad, lo que constituye una combinación desastrosa para ambos. Aun así, ella consigue mantenerse firme frente al estilo temerario de John. Ahora, Corey y Mayfield deberán unir sus fuerzas y enfrentarse a un ser sin escrúpulos, un asesino cuya maldad no tiene límites.

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Koenig me miró.

– ¿Señor Corey?

Yo también asentí con la cabeza.

– Me parece una explicación lógica. Ted ha formulado una teoría muy sólida.

Koenig reflexionó unos instantes y luego dijo:

– No obstante, debemos actuar como si Jalil continuara aún en el país. Hemos informado a todas las organizaciones policiales de Estados Unidos y Canadá. Hemos llamado también a todos los agentes de la BAT que hemos podido localizar esta noche y estamos vigilando todos los lugares en que podría presentarse un terrorista de Oriente Medio. Hemos alertado igualmente a la policía de la Autoridad Portuaria y a la de Nueva York, a Nueva Jersey, Connecticut, condados suburbanos, etcétera. Cuanto más tiempo pasa, más extensa se hace el área de búsqueda. Si está escondido, quizá esperando salir del país, puede que no tardemos en detenerlo. La prevención tiene prioridad absoluta.

– He llamado a Langley desde el JFK -informó Nash-, y han cursado una orden urgente de busca y captura a todos los aeropuertos internacionales en los que tenemos intereses. -Me miró-. Eso significa personas que trabajan para nosotros, que están con nosotros o que son nosotros.

– Gracias. Leo novelas de espionaje -dije.

De modo que así estaba la cuestión. O Asad Jalil se encontraba ya fuera del país o permanecía escondido, esperando el momento de salir. Era lo más lógico, habida cuenta de lo que había sucedido y de cómo había sucedido.

No obstante, había varias cosas que me preocupaban, uno o dos detalles que no encajaban. El primero y más evidente era la cuestión de por qué Asad Jalil se había convertido en el enlace de la CÍA en la embajada de París. Habría sido un plan mucho más sencillo que Asad Jalil subiera a bordo del vuelo 175 de Trans-Continental con un pasaporte falso, como había hecho Joe Smith, su cómplice. El mismo plan del gas venenoso habría funcionado mejor si Jalil no hubiera ido esposado y custodiado por dos agentes federales armados.

Lo que Nash estaba pasando por alto era el elemento humano, que es lo que uno esperaría que pasara por alto Nash. Era preciso comprender a Asad Jalil para comprender qué se proponía. Él no quería ser un terrorista anónimo más. Quería entrar en la embajada de París, dejarse esposar y custodiar y luego escapar como Houdini. Aquello era una exhibición de insolencia por su parte, no una misión gaviota. Quería leer lo que sabíamos de él, quería cortar pulgares e ir al Club Conquistador y matar a todos cuantos estuviesen allí. Ciertamente era una operación de alto riesgo, pero lo extraordinario radicaba en su carácter personal. De hecho, era un insulto, una humillación, como un antiguo guerrero internándose solo a caballo en un campamento enemigo y violando a la mujer del jefe.

La única cuestión que yo me planteaba era si Asad Jalil había terminado o no de joder a los americanos. Yo creía que no -el tío estaba lanzado-, pero coincidía con Nash en que Jalil no tenía una bomba atómica que detonar o gases o gérmenes venenosos que tuviera que esparcir. Empezaba a tener la impresión de que Asad Jalil -el León- estaba en América para echarnos más mierda a la cara, de cerca y en plan personal. No me habría sorprendido mucho que se presentara en el piso 28 para rebanar unos cuantos pescuezos y partir unos cuantos cuellos.

Así que era el momento de hacer partícipes de esa sensación a mis compañeros de equipo, de descubrir mi as a King Jack, si me permiten la metáfora o lo que demonios sea.

Pero mis colegas estaban charlando de otra cosa, y mientras esperaba una oportunidad para meter baza reflexioné en las cosas que me preocupaban y en aquella sensación de que Asad Jalil estaba en aquellos momentos probando llaves en el ascensor. Así que lo dejé por el momento y volví a sintonizar.

– Evidentemente, Jalil ha leído todo lo que contenían las carteras de Phil y Peter -estaba diciendo Kate.

– No llevaban gran cosa -respondió Koenig, con demasiada displicencia a mi parecer.

– Asad Jalil tiene ahora nuestro dossier sobre él -señaló Kate.

– No había gran cosa en ese dossier -replicó Koenig-. No mucho que él no supiera ya acerca de sí mismo.

– Pero ahora sabe qué poco es lo que nosotros sabemos -insistió Kate.

– Está bien. Entiendo. ¿Algo más?

– Sí… en el dossier había un informe de Zach Weber. Era sólo un informe de operaciones pero iba dirigido a George Foster, Kate Mayfield, Ted Nash, Nick Monti y John Corey.

¡Mierda! No había pensado en eso.

– Bueno, entonces tengan cuidado -dijo Koenig con indiferencia.

Gracias, Jack.

– Pero dudo que Jalil… -añadió. Pensó en ello y luego nos informó-: Sabemos de qué es capaz ese hombre. Pero no sabemos qué se propone hacer. No creo que ustedes figuren en sus planes.

Kate reflexionó unos momentos.

– Estábamos de acuerdo en que no debemos subestimar a ese hombre.

– Ni sobrestimarlo tampoco -replicó secamente Koenig.

Es un cambio; el FBI, como la CÍA, acostumbra sobrestimarlo todo. Es bueno para su presupuesto y para su imagen. Pero no hice ningún comentario.

– Rara vez hemos visto actuar así a un terrorista -continuó Kate-. La mayoría de los actos terroristas son o indiscriminados o remotos, como los realizados con bombas. Ese hombre es sospechoso de haber cometido personalmente asesinatos en Europa, y no necesito decirles lo que acaba de hacer aquí. Hay algo en ese sujeto que me preocupa, aparte de lo evidente.

– ¿Y qué cree que es?-preguntó Koenig.

– No lo sé -respondió ella-. Pero, a diferencia de la mayoría de los terroristas, Jalil ha dado muestras de gran inteligencia y valor.

– Como un león -comentó Koenig.

– Sí, como un león. Pero no debemos abusar de metáforas. Es un hombre y es un asesino, y eso lo hace ser más peligroso que cualquier león.

Kate Mayfield se estaba aproximando al núcleo del asunto, a una certera comprensión de la personalidad de Asad Jalil. Pero no dijo nada más, y nadie siguió el curso de sus pensamientos.

Hablamos durante uno o dos minutos acerca de los tipos de personalidad de los diferentes asesinos, y el FBI es realmente sobresaliente en esta clase de análisis sicológico. Mucho de lo que se decía me sonaba a mí a sicofarfolla, pero algunas cosas daban en el clavo.

– Yo tengo la impresión de que los norteamericanos se la ponen dura a Jalil -dije.

– ¿Perdón? -preguntó Koenig-. Le ponen ¿qué?

Lamenté mi utilización de la jerga de comisaría y aclaré:

– Tiene algo más que una agenda filosófica o política. Tiene un odio profundo hacia los norteamericanos. A la luz de los acontecimientos de hoy -añadí-, yo creo que podemos suponer que algunas o todas las sospechas y alegaciones contenidas en el dossier de Jalil son realmente ciertas. Si es así, entonces asesinó con un hacha a un oficial de aviación norteamericano. Mató a tiros a tres inocentes colegiales norteamericanos en Bruselas. Si logramos averiguar por qué, tal vez podamos averiguar qué le ocurre a este individuo, y quizá intuyamos cuál será su próxima acción.

– También ha atacado a los británicos -intervino Nash-. Creemos que hizo estallar una bomba en la embajada británica en Roma. De modo que su teoría de que está obsesionado con matar solamente americanos no se sostiene.

– Si fue él quien puso esa bomba en la embajada británica, entonces hay una conexión -repliqué-. No le gustan los británicos ni tampoco los norteamericanos. Las conexiones siempre son pistas.

Nash soltó una especie de risita despectiva. Odio que la gente haga eso.

Koenig miró a Nash.

– ¿No está de acuerdo con el señor Corey?

– El señor Corey está mezclando el trabajo policial con el trabajo de inteligencia -respondió Nash-. El modelo de uno no es necesariamente aplicable como modelo para el otro.

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