Gianrico Carofiglio - Con los ojos cerrados

Здесь есть возможность читать онлайн «Gianrico Carofiglio - Con los ojos cerrados» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Con los ojos cerrados: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Con los ojos cerrados»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Guido Guerrieri es un abogado muy especial. Despues de anos de defender a personajes impresentables y de tocar fondo en todos los aspectos de su vida, Guerrieri, quiza en busca de alguna modesta redencion, empieza a trabajar en casos de esos que no aportan dinero ni gloria sino tan solo nuevos enemigos. En Testigo involuntario era un inmigrante senegales acusado del brutal asesinato de un nino. En Con los ojos cerrados, Guerrieri se topa con el caso de una mujer golpeada que ha tenido el valor de denunciar el acoso de su ex pareja. Hasta ahora, ningun abogado quiere representarla por temor a los poderosos personajes implicados. Pero cuando un inspector de policia se presenta en su despacho para pedirle ayuda, y lo hace acompanado de Sor Claudia, una monja que, mas que religiosa, parece una mujer policia, Guido Guerrieri se da cuenta de que este puede ser el caso mas interesante, y mas dificil, de toda su carrera

Con los ojos cerrados — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Con los ojos cerrados», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Como era de prever, Mantovani había solicitado todos los testigos necesarios: Martina, obviamente, el inspector de la policía que había llevado a cabo las investigaciones, un par de chicas de Safe Shelter, la madre de Martina, los médicos. No había ninguna sorpresa.

Las sorpresas desagradables estaban en la lista de la defensa. Había una decena de testigos que tendrían que declarar:

1) acerca de las relaciones entre el profesor Scianatico y la presunta parte ofendida, Martina Fumai, en convivencia comprobada;

2) en particular, acerca de las apreciaciones extraídas del trato con el profesor Scianatico y la presunta parte ofendida;

3) acerca de sus conocimientos sobre las patologías físicas y psíquicas de la presunta persona ofendida y sobre los aspectos menos evidentes de los comportamientos derivados de dichas patologías;

4) acerca de los motivos del cese de la convivencia de los que ellos tengan conocimiento.

Pero el verdadero problema no eran aquellos testigos. Ésos sólo servían para el relleno. El problema era el nombre que cerraba la lista. El profesor Genchi, catedrático de medicina legal y psiquiatría forense. Se le requería como asesor para que declarara: «… acerca de las condiciones de salud mental de la presunta personaofendida, evaluadas a través del contenido de las declaraciones testimoniales y de las pruebas documentales que se exigirán con el fin de establecer la idoneidad mental de la presunta persona ofendida para declarar como testigo y, en cualquier caso, de evaluar la credibilidad de los contenidos de dicha declaración».

Conocía a aquel profesor; había coincidido con él en muchos juicios. Era una persona seria, muy distinto de algunos de sus colegas, que se dedican a preparar informes complacientes y muy bien pagados sobre delincuentes detenidos. Para sostener que éstos padecen graves trastornos mentales que desaconsejan totalmente su ingreso en la cárcel y que, en consecuencia, deberían quedar de inmediato bajo arresto domiciliario. Huelga decir que esos señores, en el noventa y nueve por ciento de los casos, están más sanos que una manzana. Y huelga decir también que estos asesores lo saben muy bien, pero, ante según qué honorarios, no hilan demasiado delgado.

Genchi era una persona seria de quien los jueces se fiaban. Y era lógico que así fuera. Jamás se habría prestado a declarar en un juicio para decir bobadas o para presentar un informe amañado. Dellissanti había elegido a un experto que jamás habría permitido que alguien ejerciera su influencia para conseguir que exagerara sus valoraciones. Lo cual significaba que se sentía muy seguro.

Mientras leía con preocupación percibí una presencia a mi espalda. Me volví, levantando los ojos. Alessandra Mantovani, con la toga ya sobre los hombros. Me saludó de manera muy profesional -buenos días, abogado- y yo contesté de la misma manera. Buenos días, fiscal.

Después fue a sentarse en su sitio. Su rostro estaba imperceptiblemente tenso. Unas arruguitas en las comisuras de la boca; los ojos levemente entornados. Tuve la certeza de que ya había leído la lista de Dellissanti. El funcionario que la seguía depositó en su banco dos polvorientas carpetas de tapas descoloridas, llenas de expedientes. Trascurrieron unos minutos y finalmente entró Dellissanti con su consabido séquito de secretarias, ayudantes y pasantes. Casi inmediatamente sonó el timbre eléctrico que señalaba el comienzo de la vista.

Habían llegado prácticamente juntos. El abogado del acusado y el juez.

Una casualidad, seguro.

20

Los preliminares concluyeron enseguida.

El juez declaró abierto el juicio oral y ordenó leer las acusaciones al secretario judicial; íntegramente, según las disposiciones legales. Algo que no suele hacerse en la práctica. El juez pregunta a las partes: «¿damos por leídas las acusaciones?». Y, por regla general, ni siquiera escucha la respuesta y sigue adelante. Da por descontado que a nadie le interesa escuchar la lectura de las acusaciones, porque todo el mundo ya las conoce perfectamente por adelantado.

Aquel día Caldarola no dio por leídas las acusaciones y las tuvimos que escuchar íntegras en la nasal y opresiva voz del secretario judicial Filannino Barletta. Un hombre delgado, de piel grisácea, poco pelo y una mueca de tristeza perversa en las comisuras de la boca.

Eso no me gustó. Caldarola era un sujeto que intentaba por encima de todo despachar rápidamente los asuntos. Olía a chamusquina que perdiera tanto tiempo con las formalidades, debía de significar algo, pero yo no entendía muy bien qué.

Tras la lectura de las acusaciones, Caldarola invitó al ministerio público a presentar sus peticiones de pruebas. Alessandra se levantó y la toga se deslizó impecablemente a lo largo del cuerpo sin que fuera necesario arreglarla sobre los hombros. Tal como le ocurría a casi todo el mundo y, por ejemplo, a mí.

Habló muy poco. Prácticamente se limitó a decir que demostraría todos los hechos señalados en las acusaciones a través de los testigos de su lista y la exhibición de documentos. Por su manera de mirar al juez, me di cuenta de que ella también experimentaba una sensación similar a la mía. La de que algo estaba ocurriendo a nuestras espaldas.

Después me tocó a mí, y yo hablé todavía menos. Me remitía a las peticiones del ministerio público, solicitaba interrogar al acusado, si él accedía a responder, y me reservaba hacer mis propias observaciones acerca de las peticiones de la defensa cuando las hubiera oído.

– Se concede la palabra a la defensa del acusado.

Dellissanti se levantó.

– Gracias, Señoría. Estamos todos aquí, pero no deberíamos estarlo. En efecto, hay juicios que ni siquiera tendrían que empezar. Y éste es uno de ellos.

Primera pausa. La cabeza se volvió hacia el banco donde estábamos sentados nosotros. Alessandra y yo. Buscaba provocarnos. Alessandra mostraba un rostro inexpresivo y miraba al vacío, hacia algún lugar por detrás del estrado del juez. Yo no era tan hábil y, en lugar de ignorarlo, tenía los ojos clavados sobre él, que era exactamente lo que él quería.

– Un profesional, un académico íntegro a carta cabal, miembro de una de las familias más importantes y respetadas de nuestra ciudad, ha sido arrastrado al barro por unas acusaciones falsas que sólo tienen su origen en el resentimiento de una mujer desequilibrada y…

Me levanté casi de golpe. Había mordido el anzuelo.

– Señor juez, la defensa no puede hacer estas afirmaciones ofensivas. Y menos aún en esta fase en la que se tiene que limitar a la petición de pruebas. Le ruego que invite al abogado Dellissanti a atenerse escrupulosamente a las disposiciones legales: exponer los hechos que pretende demostrar y solicitar la admisión de las pruebas. Sin comentarios.

Caldarola me dijo que no era necesario que me alterara. Aunque, de todos modos, en caso de que no me tranquilizara, daría exactamente lo mismo. El juego no estaba en mis manos.

– Abogado Guerrieri, no se lo tome de esta manera. La defensa tiene derecho a aclarar el contexto y las razones de su petición de pruebas. De otro modo, ¿cómo puedo yo comprender si dicha petición está justificada? Usted siga adelante, abogado Dellissanti. Y usted, abogado Guerrieri, procuremos evitar ulteriores interrupciones.

Hijo de puta. Lo pensé, pero habría deseado decirlo. Grandísimo hijo de puta. ¿Qué te han prometido?

Dellissanti tomó de nuevo la palabra, totalmente a sus anchas.

– Gracias, Señoría, usted ha captado perfectamente el sentido, como siempre. Es, en efecto, evidente que, para presentar nuestras pruebas, tengo que exponer algunas consideraciones que constituyen la premisa de dichas pruebas. Queremos presentar, en esencia, tal como efectivamente haremos, una petición de comparecencia de un asesor psiquiátrico. Debemos decir, y debemos poder decir, que lo haremos porque consideramos que la presunta persona ofendida está aquejada de graves trastornos psíquicos que ponen en entredicho su credibilidad e igualmente su capacidad para prestar declaración como testigo. En estas circunstancias, sobre todo cuando está en juego la honorabilidad, la libertad y la propia vida de un hombre como el profesor Scianatico, queda muy poco espacio para eufemismos o circunloquios. Les guste o no les guste al ministerio público y a la parte civil.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Con los ojos cerrados»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Con los ojos cerrados» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


John Verdon - No abras los ojos
John Verdon
Gianrico Carofiglio - Temporary Perfections
Gianrico Carofiglio
Gianrico Carofiglio - Reasonable Doubts
Gianrico Carofiglio
Gianrico Carofiglio - A Walk in the Dark
Gianrico Carofiglio
Gianrico Carofiglio - Involuntary Witness
Gianrico Carofiglio
Gianrico Carofiglio - Testigo involuntario
Gianrico Carofiglio
Gianrico Carofiglio - Las perfecciones provisionales
Gianrico Carofiglio
Paula Siles Sellés - Amar con los ojos abiertos
Paula Siles Sellés
Отзывы о книге «Con los ojos cerrados»

Обсуждение, отзывы о книге «Con los ojos cerrados» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x