– Sí, debe de ser eso. Lo cierto es que estaba en otro sitio. -Apartó los ojos de Þóra y miró a Vigdís-. Muchas gracias -dijo, apartándose del mostrador-. Encantado de conocerla -se dirigió luego a Þóra, dejando ver sus brillantes dientes. Un auténtico hombre público.
– Lo mismo digo -respondió Þóra, sonriéndole a su vez. Se volvió hacia Matthew-. Miente como un descosido -dijo en voz baja. Se volvió entonces hacia Vigdís-. ¿Recuerdas si estuvo aquí el domingo por la noche?
Vigdís sacudió la cabeza y bostezó.
– No; sólo le he visto dos veces antes -explicó-. El día que trajo a su abuelo y la noche que se celebró la reunión espiritista.
Þóra se agarró al borde del mostrador.
– ¿Estuvo aquí ese día?
– Sí, ya te lo he dicho -respondió Vigdís, sorprendida-. Vino a cenar con su abuelo y luego fueron los dos a la reunión. Creo que enseguida se dieron cuenta de que no era cosa para ellos, porque desaparecieron en cuanto llegó la pausa.
Þóra abrió mucho los ojos, mirando a Matthew, que hizo un rápido movimiento del dedo en dirección a Vigdís, que parecía estar a punto de marcharse. Þóra comprendió al momento a qué se refería Matthew. La chica tenía en la mano una llave muy parecida a la que habían encontrado en el escritorio de Kreppa.
– ¿Pasa algo? -preguntó, extrañada de que no se hubieran ido ya-. ¿Algún problema con la habitación de los chicos?
– ¿Eh? No, no -contestó Þóra, con los ojos fijos en la llave-. ¿Me dejas ver esa llave? -Sacó la que tenía ella-. Es que tengo una exactamente igual, y me preguntaba de dónde sería.
– Es la llave de mi taquilla en la zona de empleados -informó, dándosela con desgana-. Si has encontrado una llave como ésta, tiene que ser de alguien que trabaja aquí. No sería la primera vez que alguien la pierde.
Þóra cogió las llaves y las comparó. Eran casi exactamente iguales. Miró a Vigdís y le devolvió su llave.
– Creo que no es de ningún empleado -dijo-. ¿Sabes si Birna tenía acceso a alguna taquilla?
Vigdís torció la boca mientras pensaba.
– No, que yo sepa, pero podría ser perfectamente. No hace mucho tiempo que las pusieron. Ella se encargó de elegirlas. A lo mejor se quedó con una. -Pasó al otro lado del mostrador-. No hay muchas, así que no os costará demasiado comprobar a dónde pertenece.
Þóra y Matthew siguieron a Vigdís a la zona reservada a los empleados, donde había una hilera de armaritos metálicos junto a una pared.
– ¿Podemos empezar ya? -preguntó Þóra, blandiendo la llavecita.
– Cuando quieras -dijo Vigdís-. Puedes olvidarte de la número siete, que es mi taquilla.
Þóra probó las cerraduras. No tuvo que hacer muchos intentos porque la llave encajó en el tercer armario. Oyó un débil chasquido al girar la llave. Agarró con mucho cuidado la manija metálica y abrió. Respiró hondo, miró a Matthew y observó el interior de la taquilla. Se volvió casi al momento, decepcionada.
– Vacío. Maldita sea. -Dejó sitio a Matthew para que mirase. Al ver que no se apartaba enseguida, sino que metía la cabeza más adentro, le dio un golpecito en la espalda, impaciente-. ¿Qué? ¿Ves algo?
Matthew estaba mirando el techo del armarito.
– Hay algo pegado aquí -dijo con voz cavernosa desde el interior del armario metálico-. ¿Tienes unas pinzas? -preguntó irguiéndose-. No será muy inteligente dejar nuestras huellas aquí, por si este papelito resulta ser importante.
Þóra miró a Vigdís.
– ¿Hay un botiquín aquí? -Metió la cabeza en el armario y vio un pequeño cuadrado blanco pegado con cinta adhesiva. Los bordes del papel no eran lisos, sino que estaban un poco arrugados-. ¿Pero qué es eso? -se preguntó a sí misma, mientras agarraba las pinzas que le pasaba Vigdís.
Matthew y Vigdís miraron cómo iba soltando la cinta adhesiva, aunque apenas podían ver nada más que su espalda.
– ¡Bingo! -exclamó Þóra, que se volvió de espaldas al armario con el rectángulo blanco sujeto con las pinzas-. Es una foto. -Dio la vuelta a la fotografía para poder ver qué representaba-. ¡Oh! -fue lo único que pudo decir antes de enseñársela a Vigdís y Matthew.
– ¡Válgame el cielo! -exclamó Vigdís-. ¡Baldvin Baldvinsson! No sabía que fuera neonazi.
– Este no es Baldvin -explicó Þóra, poniendo la foto sobre la mesa de la cocina-. Es su abuelo Magnús. Esta foto fue tomada hace muchos años.
– ¡Pues cómo se parecen, Dios mío! -dijo Vigdís-. Yo habría destruido esta foto si fuera Magnús. O Baldvin.
– A lo mejor no tuvieron ocasión de hacerlo -conjeturó Þóra, girándose hacia la recepcionista-. No hables de esto con nadie en absoluto.
– Dios mío, qué va -respondió Vigdís-. Claro que no. -Por su mente pasaron al instante el número de teléfono de su amiga Gulla y el momento en que apareciera Kata por el salón de belleza a la mañana siguiente. A ellas se les podía confiar un secreto. Todo el mundo sabía que los mejores amigos de uno, por definición, no eran «nadie». Se dirigió hacia su armario, recogió su monedero y volvió a la recepción. Al pasar delante de Matthew le puso una mano en el hombro y le dijo amistosamente que en Islandia todo el mundo estaba muy bien informado, y que no debía tener miedo a los prejuicios. Matthew se quedó mirándola asombrado mientras se marchaba.
– ¿Qué ha querido decir con eso? -preguntó a Þóra, boquiabierto.
Þóra tuvo la sospecha de que Stefanía, la sexóloga, no era tan reservada como había querido dar a entender. Þóra se encogió de hombros.
– Aquí son todos muy raros -dijo con cara de inocencia, sonriendo débilmente-. Me parece que va siendo hora de meter a Sóley en la cama. Yo no creo que pueda dormirme en un rato, después de todo lo que ha pasado.
* * *
Þóra estaba otra vez sentada al ordenador de Jónas.
– Todo encaja -dijo mientras leía lo que el buscador de la red había encontrado sobre Baldvin Baldvinsson. Abrió varios enlaces, pero pocos de ellos le parecieron interesantes. Fue mirando algunos, por si acaso, mientras charlaban.
– ¿Y qué? -preguntó Matthew-. Te concedo que esa foto en ese lugar indica que Birna pretendía evitar que la encontrasen. La única persona que podría tener interés en conseguir esa imagen es Magnús, pero es demasiado viejo para matar a nadie. Y no tengo nada claro, en absoluto, el motivo que tendría para a matar a Birna, aunque supiera que ella la tenía en su poder.
– Creo que él no es el único, en realidad -dijo Þóra-. El joven Baldvin tiene mucho más que perder. Resulta que va a participar en unas primarias para las elecciones al parlamento, y hace poco salió en los periódicos un artículo sobre lo parecidos que eran, tanto en lo que decían como en lo que hacían, su abuelo y él. Una foto del abuelo con uniforme nazi, que habría podido ser perfectamente una foto suya, haría muchísimo daño a su candidatura. -Apartó los ojos de la pantalla y miró a Matthew-. El buen hombre conduce un coche matriculado veritas. Puedes imaginarte perfectamente la imagen que quiere que tenga de él la gente. Los nazis no encajan demasiado bien en ella. Su rápida ascensión en la política se debe, en parte, a su abuelo. Si el prestigio del abuelo sufre un duro revés, afectaría también a Baldvin, aunque él no existiera ni como embrión en aquella época.
– ¿Pero qué le importaba eso a Birna? -preguntó Matthew-. ¿Por qué no le dio la foto, sin más? ¿Quizá pensaba chantajearles? Ninguno de los dos parece particularmente rico.
– Cuando encontró la foto, supongo que en el viejo álbum del sótano, en el que faltaba una, lo más probable es que quisiera mirarla mejor y por eso se la llevó. Naturalmente le llamaría la atención, porque es una cara conocida. De modo que se daría cuenta de que tenía en las manos algo que podría utilizar en provecho propio, pero dudo mucho que tuviera intención de sacarle dinero a ninguno de los dos -dijo Þóra, abriendo otro enlace. Leyó un momento y levantó la mirada-. Aquí hay algo interesante. Baldvin está en el comité de selección, como miembro del ayuntamiento, para una nueva estación de autobuses que van a construir en Oskjuhlíð. -Apartó la mirada de la pantalla-. ¿Recuerdas el dibujo de la casa de cristal que había en una pared de Kreppa? En Islandia no hay muchos sitios con bosque. Oskjuhlíð es uno de ellos. En la foto había autocares. -Juntó las manos-. Obviamente, quería conseguir a toda costa ese encargo. Eso podría explicar, además, la llamada telefónica que le hizo.
Читать дальше