– ¿Y quién dice que se tiene que tratar de un hombre? -preguntó Matthew-. Las mujeres pueden ser tan neuróticas como los hombres. A lo mejor, eso del órgano sexual tiene que ver con algo que le hizo el hombre a alguna mujer.
Þóra había llegado a pensar en algún momento que aquello habría podido ser obra de una mujer, pero las mujeres no contaban con la fuerza física para matar a unos hombres a golpes. Mucho menos las amas de casa de la época, que no practicaban ejercicios físicos ni deportes. En realidad, usando un objeto contundente con mucha furia, esos daños habría podido causarlos una mujer, pero era mucho más probable que fuera obra de uno o más hombres. Þóra entró en el tema que le interesaba.
– Bueno, dime qué idea tienes. Tengo que saber lo que piensas sobre tu futuro trabajo -cerró los ojos y cruzó los dedos. «Ven -pensó-. Coge el nuevo trabajo y vente conmigo».
– Estoy pensando en lanzarme a ello -dijo Matthew. Su voz mostraba tanta cautela como si ella fuera a intentar hacerle desistir-. Vaya, al menos veremos qué pasa.
– ¡Estupendo! -la misma Þóra se extrañó de aquella exclamación, que le había salido directamente del corazón-. No hay ningún sitio como Islandia -añadió como una idiota. Guardó silencio un instante para no seguir haciendo el ridículo-. Me alegro muchísimo. ¿Cuándo vienes?
– Todavía tengo que dar los últimos retoques, pero confío en tener la última reunión con esa gente en menos de quince días. En la reunión se decidirá cuándo me traslado -dijo Matthew, y Þóra se dio perfecta cuenta de que su reacción le había gustado-. Tengo ganas de verte -continuó-. Espero que cuando llegue no estés en el mar o en algún sótano.
– Quizá deberías retrasar el viaje uno o dos días para mayor seguridad -dijo Þóra. Sería horrible que el caso impidiera que se pudieran ver-. Vuelvo mañana a casa desde las Vestmann, pero nunca se sabe cuándo tendré que viajar de nuevo.
Se despidieron y Þóra marcó el número de la prisión de Litla-Hraun con una sonrisa en los labios. Al cabo de un rato, Markús se puso al teléfono.
– Me alegro mucho de oírte -dijo cansado, tras intercambiar las cortesías de rigor-. He recordado una conversación que mantuve cuando estaba viajando, y que seguramente es la que corresponde al número oculto -dijo de lo más contento-. No me atreví a decir nada hasta consultarte, pero me entraron unas ganas tremendas de llamar a la policía para declarar.
– Muy bien -dijo Þóra, contenta con la noticia y con que hubiera decidido esperar para hablar con ella-. ¿Quién te llamó?
– Yo había hecho una oferta para comprar un apartamento en la isla para que lo usara mi hijo. Va mucho por allí y siempre se queda en casa de Leifur y María. Ahora que ya es mayor, no puede seguir así. He recordado que el agente de la inmobiliaria me llamó al concluir el plazo que había dado al vendedor para que aceptara la oferta que le había hecho. Hablamos de lo que se podía hacer, y finalmente le autoricé para que aumentara la oferta. He tenido negocios con él ya antes, de modo que me conoce perfectamente y por eso puede atestiguar que era yo, sin duda alguna, quien estaba al teléfono.
Þóra tuvo unos deseos enormes de soltar un grito de alegría. Las cosas empezaban a mejorar.
– Fantástico -dijo-. Informaré inmediatamente a la policía y ellos hablarán con ese hombre mañana mismo, al terminar el plazo de la prisión provisional. No creo que, si tienes una buena coartada, pidan la prórroga -oyó a Markús dejar escapar un suspiro de alegría.
– Estupendo, porque no puedo seguir aquí mucho más tiempo -dijo-. Esto es como estar enterrado en vida. No hay forma de saber lo que pasa, no puedo leer la prensa ni siquiera ver las noticias de la televisión. Tengo acciones en bolsas extranjeras y esto es inaguantable de todo punto. Podría haber perdido decenas de millones de coronas.
– Ya queda poco -dijo Þóra-. No sé si volveré a ponerme en contacto contigo antes de mañana, porque dudo que consiga encontrar hoy a nadie de la brigada criminal. En último caso podría hablar con Guðni, claro, pero preferiría hacerlo con Stefán en persona. Pero ahora hay otra cosa de la que quería hablar contigo.
– ¿No hay forma de salir de aquí esta misma tarde, ya que tengo una coartada? -preguntó Markús.
Þóra no sabía bien si había oído lo que acababa de decirle.
– Naturalmente, veré qué se puede hacer -dijo Þóra -. Pero seguramente no, porque eres sospechoso de más delitos, no solo del asesinato de Alda. Te tendrán encerrado todo el tiempo que puedan, por lo de los otros cuerpos. Aún no hemos llegado a mar abierto, aunque vayamos para allá a toda máquina. Precisamente de eso quería hablarte -añadió Þóra, contenta de poder encauzar el tema otra vez-. Conseguí información sobre tu padre y otras cosas que sucedieron en la isla unos días antes de la erupción. Quizá no haya relación con los cadáveres del sótano, pero creo que existe una conexión muy estrecha -Þóra esperó a la reacción de Markús, pero esta no se produjo.
– ¿De qué estás hablando, exactamente? -preguntó Markús por fin-. ¿Es algo malo para mi padre?
– Sí -Þóra no vio razón para endulzarlo-. Vieron a tu padre en el mismo lugar donde encontraron una gran cantidad de sangre que no se pudo explicar nunca. La sangre puede haberse producido en el transcurso de la paliza, o después de la agresión que tuvo como consecuencia última que aquellos hombres terminaran en el sótano. Naturalmente, aún tiene que averiguarse con certeza, pero para confirmarlo o descartarlo, la policía tiene que saber esos hechos.
– ¿Existe alguna razón para contárselo? -preguntó Markús-. Porque eso a lo mejor no tiene nada que ver con el caso.
– Espero que la policía consiga averiguar si esos hechos están relacionados -dijo Þóra-. Si resulta que sí, podrán investigar lo que sucedió, y confío en que descubrirán quiénes eran esos hombres y cómo acabaron de esa forma tan horrible -Þóra respiró hondo-. Necesitas que se aclare ese asunto, Markús. La verdad no te perjudicará.
– ¿Y cuándo dicen que vieron a mi padre en la matanza esa? -preguntó Markús, y Þóra fue incapaz de leer nada en su voz.
– La noche del viernes anterior a la erupción, la misma noche en que tuviste tu primera borrachera -respondió Þóra-. No le vieron en el acto mismo de la matanza, sino en el lugar donde se descubrió sangre en gran cantidad a la mañana siguiente. Naturalmente, no tiene por qué haber conexión entre las dos cosas, y quizá se encuentre una explicación lógica para todo ello que no tenga nada que ver con él… ¿Recuerdas tú si tu padre volvió a salir esa noche después de llevarte a casa?
Markús dejó escapar un gruñido.
– Me desmayé en cuanto llegamos a casa, ni siquiera pude llegar hasta mi habitación, sino que desperté en el sofá, después de vomitar en la alfombra, para gran alegría de mi madre. Pero dudo que mi padre estuviera de humor para ir a ningún sitio. Aunque mis recuerdos son bastante nebulosos, aún me acuerdo de lo furioso que estaba.
– ¿De manera que tu padre habría podido salir sin ningún problema después de dejarte en casa? -preguntó Þóra con cautela-. Tú ni te habrías enterado.
– No -dijo Markús lentamente-. Supongo que no -reflexionó un momento y continuó-: Pero, al mismo tiempo, tengo perfectamente claro que mi padre no mató a nadie y que no metió a nadie en el sótano esa noche. Desde luego, allí no había ningún cadáver cuando llevé la caja varios días después. No veo qué relación pueda tener eso con el caso, ni qué necesidad hay de explicarle a la policía si salió o se quedó en casa esa noche.
– Si tu padre no hizo nada, quedará perfectamente aclarado -dijo Þóra, aunque con grandes dudas. Había pasado mucho tiempo desde aquellos sucesos, y no estaba claro que se pudiera explicar nada después de tanto tiempo.
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