Garabateé mi firma en la línea y anoté la fecha. Rachel hizo lo mismo.
– ¿Qué opinas? -susurré señalando con la mirada a la recepcionista.
– ¿De qué? -preguntó Rachel.
– De que Mc Ginnis no esté aquí y de la falta de una explicación sólida. Primero se ha retrasado inesperadamente y luego está en casa enfermo. ¿En qué quedamos?
La recepcionista levantó la cabeza de la pantalla de su ordenador y me miró directamente. No sabía si me había oído. Le sonreí y ella enseguida volvió a mirar la pantalla.
– Creo que deberíamos hablar de eso después -susurró Rachel.
– Entendido -respondí en otro susurro.
Nos quedamos sentados en silencio hasta que Chávez volvió a la zona de recepción. Nos devolvió nuestros carnets de conducir y nosotros le dimos las tabillas con sujetapapeles. Estudió las firmas de ambos documentos.
– He hablado con el señor Schifino -comentó con naturalidad.
– ¿Sí? -dije con menos naturalidad.
– Sí, para verificarlo todo. Quiere que le llame lo antes posible.
Asentí con la cabeza vigorosamente. A Schifino la llamada lo había pillado por sorpresa, pero al parecer había seguido la corriente.
– En cuanto terminemos la visita -dije.
– Está deseando tomar una decisión y poner las cosas en marcha -agregó Rachel.
– Bueno, si me acompañan, podemos empezar y estoy segura de que tomarán la decisión correcta -concluyó Chávez.
Chávez utilizó una tarjeta llave para abrir la puerta que comunicaba la zona de recepción con el resto del complejo. Reparé en que la tarjeta contenía su foto. Entramos en un pasillo y se volvió hacia nosotros.
– Antes de acceder a los laboratorios de diseño gráfico y alojamiento web, déjenme que les hable un poco de nuestra historia y de lo que hacemos aquí -dijo.
Saqué un bloc de periodista del bolsillo trasero y me dispuse a tomar notas. Fue un error. Chávez señaló de inmediato la libreta.
– Señor Mc Evoy, ¿recuerda el documento que acaba de firmar? -dijo-. Las notas generales están bien, pero ningún detalle específico o de propiedad de nuestras instalaciones puede registrarse en modo alguno, y eso incluye las notas escritas.
– Lo siento. Lo había olvidado.
Guardé la libreta e hice una señal a nuestra anfitriona para que continuara la presentación.
– Abrimos la empresa hace cuatro años. Declan Mc Ginnis, nuestro director ejecutivo y socio fundador, creó Western Data teniendo en cuenta la creciente demanda de control, gestión y almacenamiento de un volumen elevado de datos. Reunió a algunos de los mejores y más brillantes profesionales del sector para que diseñaran esta instalación de última generación. Tenemos casi un millar de clientes, que van desde pequeños bufetes de abogados a grandes corporaciones. Nuestras instalaciones pueden atender las demandas de las empresas de cualquier tamaño en cualquier lugar del mundo.
»Puede que les resulte interesante que los bufetes de abogados estadounidenses se hayan convertido en nuestros clientes más comunes. Estamos específicamente preparados para proporcionar una amplia gama de servicios dirigidos a satisfacer las necesidades de bufetes de abogados de cualquier tamaño y en cualquier lugar. Desde servidores a hosting , podemos ocuparnos de todas las necesidades de su firma.
Chávez describió una vuelta completa con los brazos extendidos, como para abarcar todo el edificio, a pesar de que todavía estábamos de pie en un pasillo.
– Tras recibir financiación de distintos grupos inversores, el señor Mc Ginnis se fijó en Mesa como el lugar ideal para construir Western Data. Después de una búsqueda de un año entero, concluyó que era la zona que mejor cumplía con los criterios decisivos de ubicación. Estaba buscando un lugar donde hubiera un bajo riesgo de desastres naturales y ataques terroristas, así como un suministro de energía que permitiera a la empresa garantizar una actividad ininterrumpida. Además, e igual de importante, buscaba un lugar con puentes de acceso directo a las principales redes con grandes volúmenes de ancho de banda fiable y de fibra oscura.
– ¿Fibra oscura? -pregunté.
Enseguida me arrepentí de haber revelado que no sabía algo que posiblemente debería saber ocupando la posición que supuestamente ocupaba, pero Rachel intervino y me salvó.
– Fibra óptica no utilizada -dijo-. Presente en las redes existentes, pero sin explotar y disponible.
– Exactamente -dijo Chávez.
Empujó para abrir una puerta de doble hoja.
– Además de estas demandas específicas respecto a la ubicación, el señor Mc Ginnis quería diseñar y construir una instalación con el máximo nivel de seguridad y que se ajustara a las normativas de alojamiento HIPPA, SOCKS y S-A-S setenta.
Había aprendido la lección y esta vez asentí con la cabeza como si supiera muy bien de qué estaba hablando.
– Solo mencionaré algunos detalles sobre seguridad e integridad de la planta -dijo Chávez-. Trabajamos en una estructura reforzada capaz de soportar un terremoto de escala siete. No hay identificaciones externas que lo relacionen con el almacenamiento de datos. Todos los visitantes se someten a un control de seguridad y son grabados mientras están aquí durante las veinticuatro horas y las grabaciones se conservan durante cuarenta y cinco días.
Señaló la cámara estilo casino situada en el techo. Yo levanté la cabeza, sonreí y saludé. Rachel me lanzó una mirada para indicarme que dejara de comportarme como un niño. Chávez no se dio cuenta: estaba demasiado enfrascada en continuar con su parrafada.
– Todas las áreas de seguridad de la instalación están protegidas por lectores de tarjetas llave y escáner biométrico de la mano. La seguridad y vigilancia se lleva a cabo desde el centro de operaciones que se encuentra en el búnker subterráneo, junto al centro de hosting . Aquí nos gusta llamarlo la Granja.
Chávez continuó describiendo los sistemas de refrigeración, suministro eléctrico y de conexiones de red de la planta, así como sus sistemas de copias de seguridad y subsistemas redundantes, pero yo estaba perdiendo interés. Habíamos entrado en un gran laboratorio donde más de una docena de técnicos construían y mantenían páginas web para la enorme cartera de clientes de Western Data. Al ir pasando me fijé en las pantallas de los distintos escritorios y vi que se repetían los motivos legales -la balanza de la justicia, la maza del juez- que indicaban que se trataba de clientes relacionados con el mundo del derecho.
Chávez nos presentó a un diseñador gráfico llamado Danny O’Connor, que dirigía el laboratorio. O’Connor nos dio un sermón de cinco minutos sobre los servicios personalizados veinticuatro horas que recibiría nuestra empresa si llegaba a un acuerdo con Western Data. Se apresuró a mencionar que estudios recientes habían demostrado que los consumidores cada vez más se dirigían a Internet para cubrir sus necesidades, incluida la búsqueda de bufetes de abogados y el contacto para la representación legal de cualquier clase. Yo lo estudié mientras hablaba, en busca de alguna señal de que estuviera estresado o tal vez preocupado por algo más que los potenciales clientes que tenía delante. Pero me pareció normal y completamente metido en su charla comercial. También concluí que era demasiado grueso para ser el Patillas. Reducir la masa corporal era algo que no se podía lograr con un disfraz.
Miré por encima del hombro de O’Connor a los numerosos técnicos que trabajaban en cubículos, con la esperanza de ver a alguien mirándonos con sospecha o tal vez escondiéndose detrás de su pantalla. La mitad de ellos eran mujeres y fáciles de descartar. Entre los hombres tampoco vi a nadie que me pareciera el hombre que había ido a Ely a matarme.
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